Héctor Camín - Historias Conversadas

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No es fácil pasar impunemente de la novela al cuento. Se trata de un género abierto a todos los géneros, versus una cápsula verbal que debe concentrarse en un sólo objetivo de interés. En estos cuentos, Aguilar Camín ha sido fiel a su mundo imaginario: trasponer la realidad real, testimonial, a un plano de ficción, pero sin dejar de ser o apuntar permanentemente hacia el testimonio, hacia la realidad de cada día. De manera que, en estas Historias conversadas, sin pretender crear un mundo de pura ficción por el costante guiño que le hace a la realidad, nos atrapa igualmente en su madeja anecdótica como si fuera un mundo de pura ficción, sin relación inmediata o reconocible

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– El tribuno del pueblo -jugueteó Luis Miguel.

– Tribuna te voy a dar a ti para que te despeñes por tus palabras -dijo doña Emma.

– Lo digo en serio -concilio Luis Miguel. -Pedro Pérez, el Tribuno del Pueblo, la Voz de la Plebe.

– Tú puedes usar tus palabras cultas como te dé la gana -dijo doña Emma- pero la verdad es que, no bien había terminado Pedro Pérez de contar esas cosas en el mostrador de tu abuelo, cuando ya todo Chetumal sabía que Margarito estaba tratando de fregar a don Austreberto. Tanto fue así, que esto que les cuento sucedía en la tarde, poco antes de cenar. Pues a la hora de la cena se presenta a la casa de Pedro Pérez el jefe de policía, diciéndole a Pedro que lo acompañe, que desea verlo el gobernador. "Lo acompaño", le dice Pedro, pero se voltea a su mujer y le dice: "Vete a casa de Camín y dile que estoy con el gobernador". La mujer entiende y viene corriendo a casa a decirle a tu abuelo que secuestraron a su marido. Apenas escucha eso papá, tu abuelo Camín, sale disparado al Palacio de Gobierno a ver qué puede hacer, y ahí nos quedamos Luisa, Mercedes, la mujer de Pedro Pérez y yo, deshojando la margarita. Qué hacemos, Dios mío. Qué hacemos. Entonces Mercedes saca un rosario y me dice: "Pues recemos un misterio, comadre". Era mi comadre porque yo le había bautizado al segundo hijo y luego le bauticé otros tres. Pero yo la veo tan pálida y siento su mano en la mía tan helada que le digo: "Pues rezamos un misterio si quieres, pero antes tú te tomas un brandy". Voy, le traigo el brandy, se lo toma y no me lo vas a creer: volvió a la vida como si la hubiera picado algo. Tanto, que me dice: "Saque unas barajas, comadre y vamos a jugar. En esta no se va a quedar mi marido, no se preocupe". En efecto, al rato, llegaron tu abuelo y Pedro muy tranquilos y le dice Pedro a mi comadre Mercedes: "Salvé la vida pero perdí el trabajo".

– ¿Lo corrieron de su trabajo? -se escandalizó mi hija Rosario.

– Le perdonaron la vida -dijo doña Luisa. -Qué le iba a importar el trabajo.

– Había miedo en Chetumal -explicó doña Emma. -Por menos que el desacato de Pedro Pérez, a otros los habían expulsado del territorio, advirtiéndoles que si regresaban era a riesgo de su vida.

– Pero eso a Pedro Pérez no le importó nada -dijo doña Luisa. -Otros se dejaban amenazar, él no. Le resbalaban las amenazas, era como insensible, irresponsable, qué sé yo. A lo mejor en eso consiste la valentía: en no percatarse del riesgo que se corre, en la inconsciencia. El caso es que a partir de aquello de don Austreberto, la cosa entre Margarito y Pedro Pérez se puso al rojo vivo.

– Con Margarito, pero sobre todo con Arreóla -dijo doña Emma. -Porque ese sí quedó en medio del pleito. Todo Chetumal anduvo semanas con su nombre en la boca y nadie volvió a tenerle la más mínima confianza. Tanto así, que el día de su santo no fue nadie a su fiesta. Arreóla cumplía años los 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Por eso se llamaba Inocencio. Lo sabía todo el mundo en Chetumal porque él llegó a Chetumal, traído por Margarito, de Jalisco, una semana de diciembre, y muy poco después de llegado, el día 28 precisamente, hizo su fiesta de cumpleaños. Invitó a cuanto hombre hubo en Chetumal dispuesto a tomarse más de dos tragos y a beber más de dos días. No había terminado todavía aquella fiesta de Inocencio Arreóla, cuando estaba cambiando el año en Chetumal. Tres días de parranda universal fueron las tarjetas de presentación de Inocencio Arreóla en Chetumal. Era un botarate criollo, simpático y guapo como señorito cordobés. Les encontró a la primera la debilidad a los chetumalenses y lo acompañaron alegremente desde entonces. Fue como un sol para todos los badulaques aquellos que eran los machos sueltos de Quintana Roo.

– Y para muchas enaguas sueltas también fue un sol -precisó doña Luisa, riendo.

– ¿Pero qué pasó después? -preguntó mi hermano Luis Miguel. – ¿Cómo fue que Pedro Pérez tuvo que salir de Quintana Roo? ¿Fue por el pleito de don Austreberto?

– No -dijo doña Luisa. -Fue por la cosa más ridícula que pueda pensarse. Cuenta, Emma.

– Fue una cosa ridícula pero que tenía un fondo serio -advirtió doña Emma. -Y también tuvo que ver con la rivalidad de Margarito y de tu abuelo Aguilar. Vas a ver. Tu abuelo Aguilar tenía el único cine del pueblo, el Juventino Rosas, y a Margarito se le ocurrió, también en esto, como con la madera, ponerle competencia. Entonces fue y mandó construir un cine y le puso de nombre Ávila Camacho, como se llamaba el expresidente de la República que lo había ayudado. Pues mientras terminaban el cine, anuncian los paniaguados de Margarito que va a comprar un mejor equipo de sonido que el del Juventino Rosas y va a pasar mejores películas y a cobrar menos que tu abuelo. Tu abuelo tenía el cine Juventino Rosas como un espejo de limpio, era un cine amplio, cómodo, de muy buenas butacas. Pero sobre todo, tenía un equipo de sonido que era la última moda, una maravilla. Dicen que los viejos nos pasamos la vida creyendo que las cosas de ahora no son tan buenas como las de antes. Pero yo no he visto un cine con mejor sonido que el de tu abuelo en Chetumal. Había mandado traer el equipo de Nueva Orleáns, lo había comprado en una de sus escapadas allá, esas escapadas de tu abuelo que siempre terminaban en la "zona francesa", como llamaban a la zona de tolerancia los badulaques de tus tíos, los hijos de tu abuelo Aguilar. Decían: "Papacito fue a aprender idiomas a la zona francesa de Nueva Orleáns", y se reían los mentecatos, haciéndose como que nadie entendía sus vulgaridades. Pues de Nueva Orleáns se trajo tu abuelo el equipo del cine Juventino Rosas, que todavía después del ciclón, en el 55, funcionó varios años. El caso es que llega el día en que inauguran el cine Ávila Camacho, y allá va todo el pueblo a probar la novedad. Al principio, todo muy bien, muchas luces y olor de cosas recién pintadas y una marquesina grande con sus letras muy bien puestas, traídas de México, y adentro un telón de terciopelo que se abre al momento de empezar la función. Lo primero que pasa, cuando aparece el león de la Metro en la pantalla, es que hace el león así, para rugir, y ruge, pero lo que sale de la pantalla no es un rugido, sino un maullido de gato. Y de ahí para adelante: se quiebran las voces, al hombre que habla gutural le sale voz de marica, se desmayan las melodías, una cosa tan ridícula que la gente al principio empezó a chiflar, pero al final había una carcajada en el cine cada vez que flaqueaba aquello del sonido. Bueno, pues, al salir del cine se le ocurre a Pedro Pérez decir, aludiendo al león de la Metro: "El león no es como lo pintan: apantalla como león, pero maúlla como Margarito". Porque Margarito tenía una voz de pito que no podías creer. Empezaba a hablar y se reunían los gatos en la azotea. Y como Pedro Pérez tenía ese toque al hablar, ese toque increíble…

– De Tribuno del Pueblo -repitió mi hija Rosario, cambiando una sonrisa de feliz embonadura con su tío Luis Miguel.

– Como tenía ese toque de lengua -completó doña Emma, saltando airosamente la nueva interrupción culta de su descendencia-, no bien se había apagado la última bombilla en Chetumal, cuando ya todo mundo decía, en burla del gobernador: "El león no es como lo pintan", y las carcajadas por doquiera. Bueno, pues no contento con su broma del león, va Pedro Pérez en los días siguientes y averigua quién había comprado el famoso equipo de sonido. ¿Quién creen?

– Inocencio Arreóla -reveló doña Luisa, con desidia juguetona, todos sus años cruzados por la frescura juvenil y dorada de la evocación.

– Peor todavía -siguió doña Emma, asintiendo. -Como Pedro Pérez tenía conexiones en el gobierno y en las aduanas, averigua también el costo del equipo y va y pregunta en la Casa Aguilar, con tu abuelo, cuánto había costado el equipo del Juventino Rosas. Y resulta que el equipo de sonido de Margarito había costado tres o cuatro veces más. Un escándalo. Entonces, como se sabía en Chetumal que Margarito tenía cines en Jalisco, porque sus paniaguados lo habían dicho por todas partes para darle fuerza a la versión de que iba a poner un gran cine en Chetumal, empieza a correr en el pueblo el rumor de que el equipo de sonido bueno se había ido a Jalisco y uno malo de Jalisco habían traído a Chetumal. Y se le ocurre a Pedro Pérez completar su chiste del león y dice: "El león que maúlla aquí, ruge con nuestro dinero en Jalisco". Muchacho: empieza la bullanguería en Chetumal contra Margarito y Arreóla por la tontera del equipo de cine, y un grupo de señoras locas va a ver a Margarito para pedirle que traiga el equipo de sonido bueno a Chetumal. Entonces sí Margarito se puso como loco, manda llamar a Pedro Pérez y le dice: "Antes de que termine la semana, te me vas de Chetumal". Y como Margarito era algo serio, y esto lo sabía hasta Pedro Pérez, viene Pedro Pérez a ver a mi marido, el papá de ustedes, y le dice:

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