Juan Marsé - Si Te Dicen Que Cai

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En palabras del autor, la novela no es tanto una revancha personal contra el franquismo, como una secreta y nostálgica despedida de su infancia. Lo cual no quita para que, en efecto, la sórdida vida cotidiana en un barrio ya desaparecido (Guinardó) vuelva a ser el marco de unas historias en las que se entremezclan la sátira y la violencia sexual con una indiscutible riqueza de sensaciones y fantasías. Muchas de ellas se cuentan mediante las `aventis`, un hallazgo que permite, a partir de historias inventadas por unos niños nacidos de la violencia y criados en la calle, ir tejiendo una realidad alucinante y, al mismo tiempo, extrañamente cotidiana.

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– Cállate ya -dijo Mingo-, no jorobes más y deja hablar a Sarnita.

– Eso -dijo Martín -. Sigue, Sarnita. ¿Y luego?

La señora Galán bajó del taxi y en la ventanilla asomó una mano de cera bailando dentro de la bocamanga caqui, entregándole un paquetito envuelto en papel de seda y atado con un cordel de purpurina. La señora lucía sobre los hombros una negra mantilla bordada y en la cabeza un sombrerito azul con violetas y el velo recogido. Acarició los cabellos de Amén y murmuró un saludo al Tetas parpadeando como una tortuga. Los demás se acercaron pero sólo tenían ojos para el paquete que se balanceaba con el lazo prendido en su dedo.

– ¿Vive aquí una trapera que es muda? -preguntó.

– La abuela Javaloyes, sí señora -dijo Martín-. Pero no está.

– ¿Está su nieto?

– Java sí, señora. Entre usted, entre.

Tenía una limpia carita de porcelana y olía estupendamente, recordamos todos, y el gordo Tetas lo confirmó, tropezando, avanzando a tientas por el refugio: conozco a la doña de mucho antes que vosotros. Su hijo permaneció sentado en el fondo del taxi, y a través del cristal sus ojos de mirar altanero y fúnebre escrutaban la puerta de la trapería. Ella entró, les recordó Sarnita, pero yo me había anticipado para avisar a Java que tenía visita, la beneficencia de la parroquia, le dije, estás de chamba, y me escondí detrás de los sacos para ver qué le traían: a lo mejor carne de lata, pensé.

Y nosotros en la calle esperando junto al taxi, y el paralítico venga a sonreímos detrás del cristal con el mentón y las manos apoyadas en el puño del bastón, la toallita al cuello como una bufanda, ¿por qué llevará siempre toallas en vez de bufandas? Pues porque le gusta, manías, antojos de enfermo. Hasta que bajó el cristal de la ventanilla y dijo venid, acercaros, y nos preguntó los nombres uno por uno y nos invitó a rubio. Traía el paralítico cara de mucho sueño y mucho aburrimiento, pero estaba de lo más animado a pesar de su desgracia. Luis, que siempre dijo que tenía las piernas de madera, no hacía más que asomarse al interior del taxi y mirárselas, incluso llegó a preguntarle si era verdad que los calcetines y los zapatos eran pintados, el animal.

– ¿Y qué quería la doña, Sarnita? -dijo Luis palpando la húmeda pared del refugio -. Java no quiso contarnos.

– ¿Iba a hacer beneficencia?

– A eso y a vengarse.

– ¡Ondia!

– Cuidado ahora.

Era un estrecho túnel en descenso: cuatro metros adentro, paredes y techo de ladrillo, luego todo era tierra. Cuidado con desviarse, pisones, dijo Mingo, y a la luz de la linterna pudo ver el agua enfangada del suelo, allí donde terminaba el desnivel y torcía a la derecha. A la izquierda había una cueva de tres metros de hondo: un pasillo lateral cuya obra no prosperó. Pasaron en fila india sobre el tablón echado en el fango, Mingo y la linterna adelante, Amén cerrando detrás, incordiando, entonando vamos a contar mentiras tra-la-rá, riéndose como un conejo, ¿sabes quién lo descubrió, este refugio?, y la voz de Martín: Java ;pero parece que la Fueguiña ya lo sabía, la moscamuerta. Pero cuenta, Sarnita, sigue. Sentémonos primero a fumar un pito. Vale, sólo un momento, para que veas lo bien que se está aquí.

Ella estuvo todo el rato sentada en la pila de revistas, esas que la abuela quiere quemar, y en una postura tan natural y hasta elegante con su traje sastre morado, se veía que está acostumbrada a visitar a los pobres. Y Java sentado en el suelo a su lado, mirando fijamente las finas manos ensortijadas que deshacían el lacito de purpurina y apartaban el papel de seda: aparecieron en el regazo de la doña tres «brazos de gitano» en una bandeja de cartón.

– Lo repartirás con tus amigos, pero guarda uno para tu abuela -dijo la doña, y sus ojos azules de muñeca parpadeaban sonrientes-. Anda, come un poco mientras charlamos.

Le contó a Java que en Las Ánimas ahora recogen comida, ropa y medicinas, ya tenemos un pequeño dispensario y todo, se está haciendo una lista de las familias más necesitadas del barrio, y tú y tu abuela…

– ¿No tenías también un hermano?

– Ya no lo tengo, señora.

– ¿Y cómo es eso?

– Se fue. Un día se enroló en un barco y se fue. Siempre quiso ser marinero. -Y masticando sin parar, receloso-: ¿Sólo ha venido a preguntarme cuántos somos en casa, doña, sólo eso?

– También he venido a pedirte un favor.

– Mande.

Entonces ella bajó un poco la voz, pero nunca dejó de sonreír, de parpadear. Primero le preguntó si sabía que el Centro también se ocupaba de ayudar a los feligreses necesitados no sólo con comida y ropa… Se interrumpió y fue al grano:

– Hace tiempo que la Congregación busca a una persona que tú conoces, te han visto con ella. Es alguien que queremos ayudar y no sabemos dónde vive.

– Ah -dijo él, y pellizcó otro pedazo de dulce en la falda de la doña, mirando sus ojitos pillos y burlones, sus dientecitos forrados de oro-. Yo conozco a mucha gente, los traperos nos metemos en todas las casas, hablamos con todo el mundo.

– Por eso he pensado en ti.

Le iba a pedir que denunciara a alguien, dijo Luis, a que sí. Protestaron Amén y el Tetas: cómo puedes pensar eso de la doña, es buena como el pan. ¿Y qué más, Sarnita?, no te pares ahora, te has dejado en el buche lo mejor: ¿quién era?

– Una meuca, tótilas. Una furcia.

– Una chica -dijo la doña-, una pobre chica descarriada, que ha sufrido mucho. Se llama Aurora Nin.

Java meneó la cabeza.

– No conozco a ninguna con ese nombre, doña.

– Seguro que ahora se hace llamar de otro modo, incluso se habrá teñido el pelo. Tendrá mucho miedo, la pobre.

– ¿Por qué?

Dudó unos segundos la doña, ladeó la cabeza con aire triste, suspiró.

– Por algo malo que hizo una vez, hijo. Pero eso no importa ahora. Está sola y sin recursos, desesperada, necesita nuestra ayuda y sabemos que se esconde. Antes, cuando era una chica formal y devota, venía a la parroquia, pero ahora debe darle vergüenza encontrarse con conocidos…

Se explicaba la doña moviendo mucho las manos y los ojos, contenta de verle comer a dos carrillos: una nueva iniciativa del Centro Parroquial, salvar a estas infelices si es que aún estamos a tiempo, ingresarlas en el Patronato de Redención de Penas, en Gerona, pero además con esa Aurora Nin ella tenía un interés especial en ayudarla porque de jovencita la tuvo de criada, y que siempre fue muy buena y se hizo querer. Y que él tenía que conocerla porque casualmente alguien les había visto juntos en la calle Mallorca una tarde que hubo una concentración falangista y todos cantaban el himno saludando brazo en alto.

Java inmovilizó sus mandíbulas, recordaba, su boca llena de crema con gustito a canela, y alzó la cabeza y achicó los ojos, rumiando igual que cuando cuenta una aventi de espías y de pronto le falla la inventiva y quiere ganar tiempo, el puta, ya casi no quedaba nada del «brazo de gitano».

– ¿Cómo? ¿Quién nos vio?

No es seguro que el alférez Conrado, que aguardaba en el taxi, fuera el instigador de aquello. Ni se nos ocurrió pensar que pudiera saber algo, o que alguien hubiese hablado con él, alguien que esa tarde les vio desde las filas azules en posición de firmes. Una pobre pareja hambrienta, apestando a orines y con el brazo en alto, forzados a saludar el himno nacional en plena calle, es algo que hoy puede sugerirle a usted una idea de la intolerancia y la humillación del ayer, Hermana, pero entonces no le habría parecido tan fuera de lugar al que mirara: un par de asustados y apestosos ciudadanos en medio de un rebaño de asustados y apestosos ciudadanos, eso es todo. A menos que a ella la conocieran de antes…

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