Que les den cárcel por casa
© 2020, Juan Gossain
© 2020, Intermedio Editores S.A.S.
Primera edición, abril de 2020
Este libro no podrá ser reproducido,
ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.
Edición, diseño y diagramación
Equipo editorial Intermedio Editores
Diseño de portada
Alexánder Cuéllar Burgos
Foto de portada
Joaquín Sarmiento
Archivo Revista Bocas .
Intermedio Editores S.A.S.
Avenida Calle 26 No. 68 B 70
www.eltiempo.com/intermedio
Bogotá, Colombia
ISBN:
978-958-757-915-4
Impresión y encuadernación
A B C D E F G H I J
Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions
Para empezar: un mensaje a los lectores
Crónicas históricas de la corrupción
El increíble primer escándalo de corrupción en la historia de Colombia
De cada cien delitos, en Colombia solo se castigan seis
¿Quiere saber cómo fue que acabaron con la corrupción en Singapur?
“Contra la corrupción, Colombia necesita más acción que indignación”
¿Qué hijos vamos a dejarle al país? ¿Muchachos con cerebro de ladrones?
Cómo combate el mundo entero la corrupción. ¿Y Colombia?
La corrupción compite con el narcotráfico en el lavado de dinero
El festín de la corrupción: todo se compra y todo se vende
Dígame una cosa: ¿qué futuro le ve usted a este país?
Corrupción: el cáncer que más se propaga en Colombia
“Qué agradable era el país cuando solo robaban los ladrones”
Bandidos modernos y actualidad
La verdad completa: ¿por qué son tan caras las medicinas en Colombia?
El caso de Semana: la ética, los derechos y los deberes de la prensa
Cárceles del país: entre ricos privilegiados y hacinamiento de pobres
Los departamentos más pobres de Colombia y los que más progresan
¡Alto ahí: no más abusos con los medicamentos en el sistema de salud!
La verdadera historia de hospitales y clínicas al borde de la quiebra
A médicos y clínicas no les pagan, pero sí les cobran…
¿Hasta cuándo vamos a seguir mendigando la salud en Colombia?
Palangre: pesca infame que está destruyendo la riqueza marina del país
En Cafesalud el remedio resultó peor que la enfermedad
El calvario de los colombianos en busca de su pensión
Se están robando la comida de los estudiantes pobres
Colombia, entre los diez países que más falsifican medicamentos
Luz de esperanza
Urgente: jueces de toda Colombia reclaman una reforma de la justicia
No todo está perdido: lecciones de vida que nos da la gente humilde
Dígame: ¿por qué la Selección Colombia no juega todos los días?
Una lección nos dieron el perro de Lamparita y los pájaros de la bahía
Dos apóstoles que se dedican a trabajar por los demás colombianos
Para empezar: un mensaje a los lectores
Cuando mis amigos de Intermedio Editores me propusieron que recogiéramos en un libro las crónicas sobre la corrupción que he escrito en los últimos años para el periódico El Tiempo , estuve tentado a decir que no, porque me pareció que era un acto casi petulante y jactancioso. Es como creer que ya uno es sujeto de colección.
Pero sucedió un episodio que me hizo reflexionar y cambiar de opinión. Resulta que, como a esta edad ya uno se pasa el día entero visitando la farmacia, fui a comprar un remedio. En la puerta estaban dos señoras hablando en voz alta, que es como hablan las mujeres en las farmacias.
El tema de su charla era evidente con solo oírles unas cuantas palabras: los escándalos cotidianos que la corrupción provoca en nuestro país. Al final, como si estuviera pensando en un epílogo que redondeara lo que habían hablado, la una se quedó mirando a la otra y le dijo:
—Ay, mijita, ¿qué país le vamos a dejar a nuestros hijos?
En ese preciso instante comprendí que era conveniente dejar una constancia de estos años desgraciados a través del libro que recogiera las crónicas. Porque tengo la impresión de que aquella señora, como suelen hacer los colombianos, estaba pensando que la culpa no es de ella, sino de los otros, del resto del país, de los demás.
Su pregunta, para empezar, tenía que haberla hecho al revés: “Ay, mijita, ¿qué hijos le vamos a dejar a nuestro país?”. Porque la experiencia mundial nos enseña, en países que se han vuelto ejemplo, como Singapur, que es la gente la que tiene que cambiar. Lo que quiero decir es que los colombianos no podemos seguir pensando que solo somos espectadores de la corrupción que nos agobia, sino que tenemos que convertirnos en actores contra ella, en sus enemigos, en sus combatientes.
De manera, pues, que el verdadero sentido de este libro es desafiante. Consiste en retarnos a nosotros mismos. No podemos seguir, como hasta ahora, creyendo que la corrupción es competencia únicamente de los jueces y que solo se castiga con la cárcel.
Hoy la corrupción no respeta ya ni a pobres ni a ricos, ni a seres encumbrados o personas anónimas. Antes salía una vez al año la noticia de un desfalco bancario o en una oficina pública. Pero en los últimos años la descomposición moral del país ha adquirido un carácter social, en el peor sentido de la palabra. Es decir: antisocial.
Ahora se roban el presupuesto para la salud, el dinero destinado a la alimentación de los niños más pobres, los menguados centavos para comprar el medicamento de los enfermos de cáncer, el contrato para adquirir bastones para los inválidos. La corrupción ya no es un caso aislado. Se ha vuelto una forma de vida.
Entre otras cosas porque, desgraciadamente, la realidad es perversa y cruel: la justicia también se corrompió y hoy en día están presos hasta los magistrados de supremos tribunales, junto con empresarios encumbrados y funcionarios de campanilla. Pero no son tantos como debieran serlo. A muchísimos otros les dan la casa por cárcel cuando, más bien, tal como escribí alguna vez y lo sugiere el título de este libro, tendrían es que darles la cárcel por casa perpetua.
A propósito: los ciudadanos de Colombia tienen que entender, aunque ya sea un poco tarde, que la corrupción no solo se castiga en las cárceles sino también en las urnas. El que elige a un corrupto, sabiendo que lo es, resulta tan culpable como él.
Mire usted: el alcalde que desfalcó a Bogotá está preso, pero los domingos suele almorzar en los clubes sociales más refinados de esa ciudad. Del mismo modo, su cobrador de comisiones aparece en las fotos de los periódicos mientras baila feliz en las cumbiambas del Carnaval de Barranquilla.
En este lodazal de inmundicias, ya uno no sabe qué es peor: si la inmoralidad, la impunidad o la indiferencia de la propia víctima, que es la sociedad entera. En medio de tanta pestilencia, ya uno no tiene tiempo ni de taparse la nariz.
De todas las infamias humanas que se cometen a diario en Colombia, la corrupción es la única que destruye de manera simultánea la riqueza física y la riqueza moral del país. Porque la corrupción acaba, al mismo tiempo, con el progreso y el alma, arrasa por igual con la pureza de la gente y con el desarrollo, con la decencia humana y con el presupuesto para el hospital, con la moral del empleado público pero también del empresario privado, con la conciencia del joven y del viejo, del hombre y de la mujer.
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