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Sinopsis Sinopsis Perversiones de andar por casa - Perversiones de andar por casa es una colección de relatos que tienen en común una especie de convencimiento sobre la imposibilidad de narrar algo grande, algo realmente importante, heroico o elaborado. Apunta a los fallos, a la rotura que hay en todos esos «nosotros», esa gran masa murmurante de otros que nos constituye a cada uno y de la que no podemos escapar. Entonces, los relatos se caen en las lindes, e intentan, desde ellas, ordenarse con pequeñas descripciones acerca de la inadecuación de todos los individuos a su medio, de su incomodidad esencial, del mismo modo que su autora se encuentra, incómodamente, entre las letras y fuera de ellas. La perversión es ese detalle demasiado insignificante o, al contrario, demasiado llamativo para darle un sentido cerrado.
Perversiones de andar por casa
Perversiones de andar por casa
Sobre el régimen disciplinario en el siglo XXI. Recogida de datos para una nueva fenomenología de la prisión
Un ejemplo más de la imposibilidad de distinción entre unas cosas y otras
Otra mujer
Relato de la cara
Blanca y otras historias
Hermanas
Las cuatro y cuarto, un domingo en el parque
Señora que fuma
Comentario de una película
Aparecidos
La disciplina del yoga
Casa encantada
Huesitos
Primer día de primavera
Datos de autor
Perversiones de andar por casa -Perversiones de andar por casa es una colección de relatos que tienen en común una especie de convencimiento sobre la imposibilidad de narrar algo grande, algo realmente importante, heroico o elaborado. Apunta a los fallos, a la rotura que hay en todos esos «nosotros», esa gran masa murmurante de otros que nos constituye a cada uno y de la que no podemos escapar. Entonces, los relatos se caen en las lindes, e intentan, desde ellas, ordenarse con pequeñas descripciones acerca de la inadecuación de todos los individuos a su medio, de su incomodidad esencial, del mismo modo que su autora se encuentra, incómodamente, entre las letras y fuera de ellas. La perversión es ese detalle demasiado insignificante o, al contrario, demasiado llamativo para darle un sentido cerrado.
Perversiones de andar por casa
© 2021, Marina Aguilar
© 2021 , La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: 2021
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788412126976
ISBN Ebook: 9788419126009
Depósito legal: T 1047-2021
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
A mis padres, por animarme a poner por escrito mis pensamientos.
Lo que se le escapa al masoquista, y que lo pone en la misma situación
que todos los perversos, es que cree que lo que busca es el goce del Otro,
y precisamente porque lo cree no es esto lo que busca.
Lo que se le escapa es que busca la angustia del Otro,
la respuesta a esa caída esencial del sujeto en su miseria final.
Lacan
Perversiones de andar por casa
Cuando hacíamos el amor, no podía evitar mirar mi mano presionando la almohada o el sofá o la superficie que fuese. Aquella mano que todavía reconozco como propia —aunque no se trata de reconocerla, sino de admitirla— y en la que, por mucho que me resistiese a mirarla, terminaba posándose mi angustia a través de mis dos ojos. En realidad, no miraba la mano, o no exactamente. Más bien, se podría decir que la mano me miraba a mí, como un memento mori ineluctable.
Me gusta llamarla la mano-muerte .
Mi gusto por los «detalles» no es algo nuevo. Podría decir que es un gusto que se nutre de una tendencia delirante —todos deliramos, no me siento especial—, enfermiza. Esta inclinación demuestra la plasticidad de mi tiempo —hago un uso erróneo del posesivo en ese circunstancial, pues aunque sea subjetivo, el tiempo es justo lo que menos me pertenece, incluso menos que mi mano—, de un tiempo, o del tiempo, que no puede evitar extenderse por el mundo. Por eso, mientras leía apostada en el diván del salón de aquella reconfortante casa, en medio de un húmedo día de octubre en que caía una fina capa de lluvia, no pude evitar oír aquel sonido prolongado y regular. Sería alguna acumulación de agua o tal vez una gota que caería sobre una superficie especialmente sonora. Pero yo no pensé, al principio, en nada de eso.
Mi mente me había transportado, sin darme tiempo a reaccionar, a la imagen de un lugar muy lejano. Sin embargo, allí estaba, desafiando en primera fila al resto de recuerdos. La imagen que vi, incluso antes de darme cuenta de lo que estaba oyendo, era perturbadora. Aunque de eso tampoco me di cuenta inmediatamente. El apelativo «perturbadora» vino después, con la reflexión. Antes solo estaba aquella imagen mágicamente atada al sonido que después reconocí en mi entorno.
Era una imagen de la perra que tuve de niña lamiéndose incesantemente la vulva con la misma velocidad que aquellas gotas al caer.
Y yo que, al parecer, la observaba, nunca llegué a guardar un recuerdo consciente de mi propio acto de mirarla. Dicen que los recuerdos están en constante proceso de reelaboración. Que son, en cierto modo, falsos, meras invenciones. Mi recuerdo de aquella escena era —creo—, hasta ese día, inocente. Al menos, así me llegó al principio, cuando lo vi sin hacer ninguna lectura moral del asunto, en una primera visión embrutecida por la ignorancia del mal que pudiera haber allí.
Pensándolo mejor, he llegado a la conclusión de que es extraño relacionar ese sonido con el de su lengua al lamer sus órganos urinario-genitales. Pero solo gracias a la extrapolación de un contexto a otro he podido juzgarme, reprobándole a mi memoria su indecencia, y por extensión, a mí misma. O más bien, al miedo a ser anormal, una especie de depravada sexual que irrumpe en forma de imágenes.
Eso me lleva a pensar en otra escena. Constituye un pensamiento de esos que llaman intrusivos. El pensamiento en cuestión se da bajo la forma de una imagen fuertemente saturada, irresistible y repulsiva a partes iguales. Como las anteriores. No es que las imágenes estén en sí mismas dotadas de atractivo o de repulsión. Esa carga les viene dada por no sé qué instancia desconocida. Desde luego, no se trata de un poder de atracción convencional, que diríamos. Es, simplemente, la imposibilidad de apartar la mirada, una especie de magnetismo hipnótico que va aparejado a unas ganas de vomitar figuradas. Nada físicamente comprobable. Todo mental.
Esta vez se trata de algo que se repite de vez en cuando y que temo, y por esa razón evito pensar demasiado en ello. La naturaleza, a la vez, ingenua y altamente sexual de esta imagen, coincide con la de las anteriores, aunque en este caso podría verse como un reflejo de imágenes que circulan más o menos naturalizadas en nuestra vida mental expandida y disipada en comunidades virtuales.
Cuando como sola en lugares públicos y —siempre— existe la posibilidad de que sea vista u observada por un extraño —que siempre es un hombre—, mi mente diseña la imagen vívida de mi propia ingesta vista desde fuera, es decir, no puedo evitar verme a mí misma en tercera persona, como si incorporase en mí una mirada ajena, y mi manera de comer imitase los gestos y movimientos de una felación. La analogía adquiere una densidad inquietante, única espectadora real de un espectáculo en el que ella (o sea, yo) es (soy) vista por otro que generalmente está dotado de una violencia injustificada, un otro dañino, invasivo e incluso juez de la posibilidad de mi disfrute oral al comer. Se podría hacer todo un manifiesto sobre mi sumisión al rol pasivo femenino en este punto. Claro que sí.
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