Alfredo Echenique - Cuentos

Здесь есть возможность читать онлайн «Alfredo Echenique - Cuentos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cuentos: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuentos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuentos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuentos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Verita y la Ciudad Luz

A Noële y Jean Franco

"¡Mamita! ¡Qué tal par de cretinos!", fueron las primeras palabras que escuché decir a Verita. Aún no lo conocía, ni sabía quién era, ni sabía tampoco que era peruano ni en qué momento había hecho su aparición en L’Escale, un pequeño, muy oscuro y sumamente atabacado local musical, situado en la rue Monsieur le Prince, entre los bulevares Saint Germain y Saint Michel, y en pleno corazón elegante del Barrio latino.

Sin embargo, L’Escale distaba mucho de ser un local distinguido o mínimamente elegante, siquiera, y ahí uno se instalaba como podía en mesitas apretujadas y se sentaba en incomodísimos y muy bajos taburetitos, sin saber nunca muy bien qué hacer con las piernas. Pero aquel simpático y muy popular antrillo era algo así como la meca musical de los latinoamericanos en la época en que llegué a París y lo seguiría siendo muchísimos años después. En él habían cantado o tocado la guitarra, el arpa, la quena, el charango y qué sé yo cuántos instrumento más del folclor latinoamericano, con la única finalidad de ganarse un con qué vivir, jóvenes promesas de las letras y de las artes, como el venezolano Soto, cuya obra plástica adquiriría con el tiempo renombre universal, Y a él acudía cada noche, a escuchar su música y beberse tintorros y sangrías de nostalgia, o simple y llanamente a divertirse con un grupo de amigotes o con una chicoca, toda una fauna proveniente de cuanto rincón pueda encontrar uno entre el Grande y la Patagonia.

Una noche estaba yo ahí sentado con mis amigos y compatriotas Carmen Barreda, futura gran pintora peruana, Raúl Asín, futuro abogadazo y hasta presidente de una gran empresa, y el simpático y siempre correcto Carlos Condemarín, otro mayúsculo futurible más, y no sé bien si hasta ministro aún en pañales, pero sí algún día presidente, me parece, de algo tan importante como el Banco de la Nación o el Reserva del Perú, o qué sé yo, pero a lo grande, eso sí.

Y estábamos de lo más tranquilos con nuestra jarra de sangría, escuchando canciones paraguayas, pasillos ecuatorianos y Juan Charasqueado, nuestra canción preferida, cuando a alguien se le ocurrió mandarse La Cumparsita y dos bonaerenses casi se nos mueren juntitos de nostalgia, a pesar de encontrarse ubicados en las dos mesas más distantes que había en L’Escale.

– Llo no aguanto más sin Buenos Aires – se quejó amargamente el bonaerense invisible de la mesa del fondo del negro local.

– Y llo mucho más que vos – se amargó lamentablemente el invisible de la mesa justito al pie del estrado.

– Fíjate que lla llevo tres días desde que salí – dialogó en la oscuridad el llo del fondo invisible.

– Y llo toda una semana – empezaba a batir su propio récord el invisible de al lado del estrado, cuando se oyó que un tipo soltaba la carcajada, al tiempo que encendía un encendedor Zippo y se ponía la tremenda mecha encendida en la cara, para que lo vieran bien y oyeran aún mejor su irónico y exclamativo comentario:

– ¡Mamita! ¡Qué tal par de cretinos!

Era Verita, por supuesto, y resultó ser peruano y bien macho, si lo pide la ocasión, y hasta se puso de pie con el Zippo de fogata, porque aquí el que ronca ronca y qué, pero felizmente los bonaerenses ni lo vieron ni lo oyeron, de puro enfrascados en la nostalgia en que se hallaban.

Así conocimos a Luis Antonio Vera, alias Verita, por lo entrañable y simpático que era, ingeniero agrónomo de profesión, enólogo de especialización, en Francia y donde haya buen vino, hombre de sonrisa eterna que jamás en su vida había tenido un problema, y que en su enológico y motorista recorrido por los viñedos de Europa y media, iba dejando una estela de alegría y positivismo absolutos y contagiosamente maravillosos. Porque para Verita todo lo bueno era posible y todo lo malo simple y llanamente imposible. Verita era un ejemplar único de peruano optimista de principio a fin y de cabo a rabo, de sol a sol y de año tras año y de década tras década, mañana, tarde y noche. Yo, un día, por ejemplo, le pregunté por Cesar Vallejo, el más metafísicamente triste y pesimista de todos los peruanos, que ya es decir, y que incluso consideraba muy seria y gravemente la posibilidad de haber nacido un día en que Dios estaba enfermo…

– No me vengas con cuentos, hermanito – me interrumpió Verita, agregando: – Sin ánimo de querer discutir con todo un hombre de letras de cambio, je je, como tú, permíteme decirte que, por más grande y genial que fuera Vallejo como poeta, sólo a un huevas tristes se le ocurre pensar una cosa semejante, y además soltártela en un poema.

– Bueno, pero se le ocurrió.

– Púchica, hermanito. Ponme tú al Cholo Vallejo delante y meto tal inyección de desahuevina que lo convierto en Walt Whitman. A ese hombre seguro que le faltaba una buena hembrita y uno de esos vinos cuyo secreto sólo posee este pechito.

Así esa Luis Antonio Vera, Verita para sus amigos y Varita Mágica para sus amigas. Todavía lo recuerdo, corriendo en su moto por todo París con una chica en el asiento posterior. Y una chica distinta, cada día. Y sin embargo, Verita no era un donjuán ni un veleta, ni era tampoco un motociclista que recorría Europa dejando un amor en cada puerto. Verita era simple y llanamente simpático y contagioso. Sí, sumamente contagioso. Porque durante el año que permaneció en París todos conocimos montones de chicas encantadoras y muchos incluso nos casamos. Yo, el primero. Y nadie tenía un centavo para celebrar su boda pero eso no fue jamás problema alguno para aquel muchacho tan generoso como entrañable y alegre. Se conquistaba al primer dueño de restaurante que conocía, organizaba una colecta en pro del amor, y todo quedaba pagado en un comedor especial que él hacía cerrar para los festejos, aunque con una extraña condición, eso sí: que lo dejaran sacar a la novia cargada del restaurante cuando terminara el bailongo.

– ¿Y eso por qué, Verita? – Le pregunté un día.

– Para entrenarme, hermanito – me decía. – Porque el día que Verita ame, nadie va a amar como Verita. Y a su hembrita la va llevar cargada por el mundo entero.

– ¿Y por qué no te entrenas cargando a todas las chicas que paseas en tu moto?

– Pa’ que no se hagan locas ilusiones, pues, hermanito. Cargando a las novias de mis amigos nadie se hace ilusiones y en cambio Verita se mantiene en forma para el gran día del amor.

Verita, que jamás conoció ni oyó hablar de caduco y lamentable Remigio González, el peruano aquel que tiempo antes de su llegada se pasó un año entero en París dedicado única y exclusivamente a meterle letra a cuanta chica se cruzaba en su camino, y que abandonó la Ciudad luz con la cara de héroe muerto en batalla perdida, tras haber llegado con un optimismo guerrero que ni los generales Eisenhower, Patton y Mac Arthur juntos. Verita, que con su permanente sonrisa, sus ojitos chinos de felicidad y vivaces y locuaces miraba a mil sitios al mismo tiempo y de cada uno de ellos le llovía una muchacha para su moto, Verita, sí, era una suerte de inmensa y definitiva reivindicación del honor perdido por un peruano tan cretino como creído y tan caduco en su estilo como lamentable en su grosera ambición. Verita nos había dado, en cambio, y nos seguía dando cada día, lo mejor de su campechanismo, de su naturalidad, de su nobleza y de su contagiosísima alegría. O sea que Verita se merecía lo mejor, y lo encontró en París.

Y había que verlo y oírlo cuando nos hablaba de su Ingrid, con su habitual plaga de diminutivos: "Una alemanita, hermanito, una diocesita, una virgencita de altar", Y se montaba en su moto y salía disparado a sus cursos intensivos de alemán en el Instituto Goethe de París. Y nos mostraba feliz las buenas notas que iba acumulando mientras su Ingridcita visitaba a sus padres en Alemania para anunciarles su inminente boda con el enólogo peruano diplomado summa cum laude en la lengua de Goethe y todo. Y la esperaba soñando en diminutivo y con la más grande y feliz ternura que he visto en mi vida. Y por mi departamento caía a cada rato para mantenerse en forma, cargando un rato a mi carcajeante esposa. Y de mi departamento corría al de otro amigo y luego al de otro y así de visita en visita para que uno tras otro los amigos le prestáramos cinco minutitos a tu señora, hermanito, para que cuando mi Ingridcita regrese yo esté en forma para llevarla cargada por el mundo entero y sus viñedos…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cuentos»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuentos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alfredo Echenique - El Huerto De Mi Amada
Alfredo Echenique
Alfredo Echenique - La amigdalitis de Tarzán
Alfredo Echenique
Alfredo Echenique - Un mundo para Julius
Alfredo Echenique
Jacob Grimm Willhelm Grimm - Hansel y Gretel y otros cuentos
Jacob Grimm Willhelm Grimm
Alfredo Tomás Ortega Ojeda - La bruja
Alfredo Tomás Ortega Ojeda
Alfredo Gaete Briseño - El regreso del circo
Alfredo Gaete Briseño
Raquel Echenique - Yo soy un refugiado
Raquel Echenique
Alberto Pocasangre - Cuentos asépticos
Alberto Pocasangre
Felipe I. Echenique March - Una historia sepultada
Felipe I. Echenique March
Отзывы о книге «Cuentos»

Обсуждение, отзывы о книге «Cuentos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x