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P739 Pocasangre Velasco, Alberto José
Cuentos asépticos libres de moralina / Alberto José Pocasangre Velasco ; Vicky Ramos, ilustradora. – Guatemala : Piedra Santa, 2017.
128 páginas ; 21 cm –
ISBN 978-9929-716-50-6
1. LITERATURA SALVADOREÑA
2. CUENTOS SALVADOREÑOS
I. t.
863
Diagramación
María Fernanda García Pellecer
Ilustración
Vicky Ramos
Fotografías del autor
Flor Pocasangre
Dirección de Arte
María Fernanda García Pellecer
Gerente de Producción Editorial
Patricia J. Peralta S.
Directora
Irene Piedrasanta
Producción del ePub
booqlab
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A MANERA DE INTRODUCCIÓN: BIOGRAFIA DE RAÚL, EL MÚSICO (SU HISTORIA VERDADERA Y NO COMO OTROS LA CUENTAN POR AHÍ)
II - EL REY NEGRO
III - ELENA ME DIJO
IV - POR QUÉ LAS BANTÚES NO SE LLAMAN ALEJANDRA
V - MUCHAS GRACIAS
VI - CANCIÓN PARA CAROLINA
VII - EL PRÓFUGO
VIII - ¿Y QUÉ PASARÁ MAÑANA?
IX - EL SUEÑO DE ALEJANDRA
X - LOS TRES SUEÑOS
XI - DESDE EL OTRO LADO DEL MUNDO
XII -¡ES TAN LINDA SUSI! O INDIANA JONES EN BUSCA DEL LIBRO PERDIDO
EPÍLOGO O CIERRE NECESARIO PARA UN LIBRO EXTRAÑO
Para todos aquellos que aún buscan una historia que les llene. Para aquellos que quisieran escribir la suya propia.
Para Ale, que me contó su sueño. A mi esposa, que pone mis pies en la tierra.
Y como siempre, a mis hijas, para que no olviden que hay cosas más importantes que un peine o que un libro.
A MANERA DE INTRODUCCIÓN: BIOGRAFÍA DE RAÚL, EL MÚSICO (SU HISTORIA VERDADERA Y NO COMO OTROS LA CUENTAN POR AHÍ)
¿Qué quién es Raúl, el músico? ¿No sabes? ¡No sabes! Vaya, veo que empezamos mal… aunque debo admitir que la mayor parte de la gente tampoco lo sabe, ni le interesa. Así que es una muy buena pregunta la que te estás haciendo acerca de ese tal Raúl. Trataré de responderte con esta introducción/biografía ¿te parece? Sigamos entonces:
Raúl, el músico nació, bla, bla, bla y otro montón de cosas que no nos incumben y que le interesaban solo a su mamá. Así que nos las vamos a saltar ¿estás de acuerdo? ¿Sí? Yo sí, porque siempre me ha chocado leer esas largas biografías con detalles insípidos y que a nadie le importan... bueno, solo al profe que nos hace el examen acerca de la biografía… y al que escribe el prólogo y la biografía –que algo de fama de diez minutos quiere– pero como la intención es leer para divertirse y para crecer y no para memorizar detalles, nos los pasaremos por alto ¿vale? Pero si eres de los que quieren la versión ampliada de esta biografía puedes consultarla el año próximo en una enciclopedia de esas que papá compra y que nada más sirven para adornar una librera en casa o para compensar una pata floja de un mueble. O búscala en inter, en la página de algún malvado torturador de jóvenes cerebros.
Dicho lo anterior, continúo: Raúl, el músico: de los cero a los doce años, comía y leía.
A los trece años soñaba con escribir un libro. Es la edad en que uno piensa que todos los sueños pueden materializarse (extrañamente en confabulación con la tele y el entorno). Había leído completo y varias veces lo que sus papás tenían en los estantes y estaba por devorar la librería entera de su abuelo. Y cada vez que leía un libro de los llamados “para jóvenes” sentía que algo andaba mal. No en los de corte antiguo como los de Jack London o de Julio Verne –que eran sus favoritos– sino en los nuevos, en los que se autodenominan “para jóvenes”. Sabía bien que los clásicos jamás escribieron pensando en el público adolescente, más bien lo hicieron pensando en un lector a secas, con seguridad adultos y que, con el tiempo, los jóvenes se fueron apropiando de esos libros porque era lo que tenían a mano. Y un día a alguien se le ocurrió –por comodidad en la clasificación o por interés de mercadeo– llamarles “literatura juvenil”.
Raúl no entendía por qué algunos de esos libros trataban temas de manera tan rara como si los que los escribieran tuvieran en su cabeza tres ideas fijas y preconcebidas de cómo son o deberían ser los jóvenes. Y parecía que todos los personajes eran planos o necesitaban un psiquiatra o eran poco listos. Y Raúl estaba seguro que no era así en la vida real. Estaba seguro que los jóvenes eran mucho más complejos, inteligentes e interesantes de lo que algunos de estos libros proponían. Le molestaba que los escritores trataran los temas de manera tan simple, haciendo sospechar que no respetaban la inteligencia del lector. O que escribieran con palabras tan de comer por la calle, creyendo que así imitaban el modo de ser y hablar de los chicos, encajonándolos en estereotipos prefabricados, olvidándose de la variedad infinita de caracteres y de que el verdadero Arte algo de bello tiene en su fondo y en su forma. Algo que nos lleva a ser más de lo que somos. Y le molestaban las clasificaciones ¿quién decidía qué podían o no leer los chicos? ¿Por qué El Principito era bueno para todas las edades y los cuentos de Andersen no? Raúl recordaba que a los ocho años leyó La Ilíada y La Odisea a escondidas de sus padres porque ellos le decían: “Ese libro aún no es apropiado para ti” y creyó que encontraría un chisme entretenido por prohibido y la gran desilusión fue que solo encontró una maravillosa historia más cargada de adjetivos que lo que está una piñata de dulces. Pero se le abrió la mente a las historias.
A todo tipo de historias.
A los diez años había leído completo a Conan Doyle y a su detective increíble, el señor Holmes. De eso saltó a Agatha Christie y el espectacular Hércules Poirot y por extensión se acercó a Auguste Dupin, de Edgar Allan Poe. Sin darse cuenta, a los doce estaba leyendo las historias góticas del tenebroso norteamericano y a los trece leía a Kafka, a Camus, a Sartre y a Joyce. No los entendía casi nada pero los disfrutaba casi todo. Y se hizo acérrimo enemigo de las películas basadas en libros pues, como todos los buenos lectores, detestaba que la película se saltara tantos detalles. Y, como todos los buenos lectores, olvidaba que un guión de cine para dos horas difícilmente abarcará quinientas páginas completas de una novela.
En el colegio le empezaron a obligar la lectura de libros diferentes, “apropiados”, cargadísimos de mensajes… con temas como las drogas, el acoso estudiantil, las primeras experiencias sexuales y un laaaargo etcétera; con personajes más planos que el papel en que los describían. Y los libros, por primera vez, lo decepcionaron.
Y odió que los escritores se esforzaran en sermonear al lector en lugar de despertar sus emociones.
Pero igual, quería escribir un libro.
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