Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides

Здесь есть возможность читать онлайн «Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Para Que No Me Olvides: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Para Que No Me Olvides»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Para Que No Me Olvides — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Para Que No Me Olvides», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Qué ingenua -ríe Sofía-, los hombres viven pendientes del sexo sólo en la adolescencia. Luego lo combinan bien con el afán de estabilidad y poder.

– ¡Mentira! -dice Victoria con picardía.

– No te engañes -le responde Sofía-. Los hombres a los cuarenta y cinco no buscan amantes por razones sexuales. ¡Buscan oídos! Y las esposas ya les han prestado tanto, que no quieren más…

– ¡Por Dios, cómo necesitan ser escuchados! De hecho, las mujeres de más éxito a esta edad no son las más regias, sino las que aparentan estar más interesadas en oírlos -Victoria y Sofía siempre se están interrumpiendo.

– Claro, y como las propias dejan de hacerlo, ellos se buscan otra, pero no para la pasión. ¡Buscan oreja, Blanca, no poto!

Nos volvemos a servir café, ya nos hemos comido casi todo. Y yo que pensaba que los días de Juan Luis parecían tanto más largos que los míos. Cuando nos encontramos al final de la jornada, el relato del mío cabe en un par de minutos. No así el suyo, extenso, importante. A veces me da tanto detalle y yo pienso para mis adentros, apúrate, Juan Luis, apúrate que se me va a notar. ¿Qué pasaría si su grandilocuencia no tuviera receptor? Sin embargo, cuando algunas noches a mí me vienen las ganas de conversar, no de cosas precisas, sino de divagar, como uno lo hace con las amigas, él me mira impaciente y me dice: sintetiza, Blanca, por favor. No resiste las conversaciones sin dirección. Es como su forma de caminar. Juan Luis siempre camina como si fuese a alguna parte, los hombres siempre suelen ir a alguna parte y por eso a Juan Luis no le gusta caminar conmigo.

Él cree firmemente en la eficiencia. Me irrita esa creencia suya.

– No nos vayamos por las ramas -reclama Victoria- todavía no nos metemos en los cuarenta años de Blanca.

– Veíamos qué posibles crisis se podrían descartar -les recordé, emocionada de ser alguna vez yo el objeto de atracción.

– La del rat race -dice Sofía.

– ¿Qué es eso? -pregunta Victoria.

– La desesperación u obsesión por la carrera. Las que llegaron atrasadas a este tema y hoy venden hasta sus madres por conseguir lo que no se les dio a tiempo. Tienen un sólo objetivo en mente: ponerse al día con lo que no fueron.

– ¿Como el caso de la Eliana?

– Exactamente. No importa que no la conozcas, Blanca, es amiga nuestra, pero ya no nos toma en cuenta porque no le servimos -se ríe Sofía, tomando el último sorbo de la taza.

– Su marido la está acusando ahora de feminista -Victoria suelta su típica carcajada.

– ¿Sabes? A mí no me llega como feminismo tardío, más bien me suena a neoliberalismo desatado.

– Yo prefiero a la Rebeca. A los cuarenta concluyó que la vida no tenía sentido. Según ella, se desgastó los treinta y nueve años previos buscándolo. Ahora, me dijo, estoy en otra: todos los sentidos eran mentira. ¡Qué gran alivio saberlo! Puedo ver tranquila la televisión.

Levantamos la mesa, nos atropellamos un poco. Victoria continúa.

– No te asustes, Blanca, si la vejez es solamente no resistir que la saquen a uno de su rutina. Y amanecer siempre cansada. Nada más.

– No -le contesta Sofía-. Mi teoría es que la vejez es la pérdida del control. Como se comienzan a soltar los esfínteres, se suelta todo lo demás…

– ¿Qué dices? -me da risa.

– Si antes controlaste tu mal genio, en la vejez explotará. Si tuviste miedo a la pobreza, el descontrol te llevará a la avaricia y así… un puro problema de control. O para ser mas precisa, de agudización de los descontroles.

– Al menos, jurémonos perder el control juntas y acompañarnos. Como mi tía Perla, tiene setenta años y con un grupo de antiguas amigas va a las Termas de Chillan cada año, nada de hijos anexándolas a sus propias vacaciones. Se instalan en las termas y no paran de jugar a las cartas. Comen como locas, se ponen al día de su año, hasta toman trago. Pero lo central son las cartas: juegan de cuatro de la tarde a nueve de la noche, y ahí, ¡santas pascuas! como decía mi abuela. Son nueve las viejas. ¿No lo hallan sensacional?

– Mi madre me contó una vez que a los sesenta ella seguía teniendo la autoimagen de los treinta -comento-. Con espejo al frente y todas sus evidencias, no había caso, se seguía imaginando de otra edad de la real, viéndose a sí misma distinta a como la ven. Es patético, parece que nunca se asume.

– Podemos terminar todas de Baby Jane, a lo Bette Davis.

Sofía apenas escucha a Victoria, sumida en sí misma.

– ¿Qué piensas? -le pregunto.

– Pensaba en cuándo, cuál fue el momento que crucé esa línea invisible de la juventud a la edad mediana. Y concluí a propósito del patetismo -la interrumpe su propia risa- que fue el día en que los hombres sentían que me hacían un favor al acompañarme, y no viceversa.

– Esa es una interpretación tuya. Pía dice que para ella los cuarenta fue estar por fin en una edad en que le respondían las llamadas telefónicas. Por fin un ser respetable.

– Para mí -intervino Victoria- fue aprender a decir que no…

– ¡Uf! ¡Si sacáramos la cuenta de la cantidad de síes que debieron ser no! -intercala Sofía.

– Cuántas veces me fui a la cama sin las ganas suficientes por no atreverme a negarlo, casi por un problema de buenas maneras… Como me pasó una vez, cuando el papá de una amiga me empezó a toquetear y yo consideré «mal educado» de mi parte mandarlo a la mierda…

– Yo espero con mis cuarenta atreverme a decir un par de no domésticos. ¡Tengo tanta casa sobre los hombros! -ésa, evidentemente, soy yo.

– Eso es culpa tuya, tú has dejado que así sea -me responde Sofía y agrega mientras me observa levantarme del sillón- qué envidia tu flacura…

– Estoy igual, no he bajado de peso…

– Me recuerdas a una amiga de mi mamá -interviene Victoria-. Su marido debía levantarse muy temprano cada mañana y desde la cama mandaba a su mujer, que también estaba acostada con él y que no debía levantarse a trabajar, a calentarle la taza del water porque a él le daba frío hacerlo. Ella iba y se instalaba un buen rato, sin mear ni cagar, instalándose no más… Cuando el marido sentía la voz de su mujer que le gritaba «¡Pedro, ya está!», él comenzaba con su primer rito del día.

– ¡Exageras! -dije riendo, pero muy luego me acometió el tono reflexivo-. Aunque no sea como esa vieja del excusado, mi caso no tiene vuelta… Tipo Luis XIV, la casa soy yo.

– Siempre ha sido igual, las mujeres son las casas. Los hombres sólo entran y salen de ellas -dice Sofía, luego sonríe-. Una buena tele es mucho mejor que una mujer, decía Alfonso cuando se separó. Sin embargo, como todo separado, entraba a su departamento y prendía luces, radio, tele, todo al mismo tiempo.

– Pero para ti es harto más aliviado que para Blanca…

– ¿Aliviado? Escúchame esto, Victoria: ayer estaba yo en una reunión, llena de importantes ejecutivos que necesitaban una asesoría para el personal de su empresa. La secretaria me avisa que hay una llamada de mi casa. Tomo el teléfono. «Señora, ¿cuántas bandejas de carne molida trajo? Encuentro una no más y no me alcanza para el pastel». Y yo «No importa, Rosa, hazla con una y agrega más papas». Corto la comunicación y miro a los empresarios como si nada y digo: «Entonces, íbamos en…». Por la mierda, ¡si tú crees que me salvo!

– Entonces, si no te salvas tú, no se salva nadie… -le contesta Victoria, mirándola risueña. Se levanta del sillón y da unos pasos de baile por la sala.

– Me gustaría ser hermafrodita por un rato. ¿Se acuerdan de ese engendro tortuoso y blanquecino de Fellini Satiricón? - hace muecas Victoria-. No, como él, no. Un hermafrodita glorioso que gozara paralelamente los dos lados. O sea, quisiera ser un hombre y gozarlo, pero sin perder mi perspectiva de mujer.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Para Que No Me Olvides»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Para Que No Me Olvides» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Para Que No Me Olvides»

Обсуждение, отзывы о книге «Para Que No Me Olvides» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x