Sabía que me estaba mirando, pero mantuve la mirada fija hacia el frente y no respondí nada.
– Pero sigo sin entenderlo totalmente, Kath -dijo al cabo de unos segundos-. Aun en el caso de que lo que dice Ruth sea cierto, ¿por qué miras y miras esas viejas revistas porno, para ver si encuentras a alguna de tus posibles? ¿Por qué tu modelo tiene que ser por fuerza una de esas chicas?
Me encogí de hombros, pero seguí sin mirarle.
– No pretendo que tenga mucho sentido. Pero lo hago de todas formas. -Los ojos se me estaban llenando de lágrimas, y traté de que Tommy no las viera. Pero la voz me temblaba cuando añadí-: Si tanto te molesta, dejaré de hacerlo.
No sé si Tommy vio mis lágrimas. De todas formas, cuando Tommy se acercó a mí y me dio un apretón en los hombros, yo ya las había controlado. Contener las lágrimas era algo que ya había hecho antes en ocasiones, y no me suponía ningún esfuerzo especial. Pero además me sentía algo mejor, y dejé escapar una risita. Entonces Tommy me soltó, y nos quedamos casi juntos, codo a codo, con la espalda hacia el coche.
– De acuerdo, no tiene ningún sentido -dije-, pero lo hacemos todos, ¿no es cierto? Todos nos preguntamos sobre nuestro modelo. Al fin y al cabo, ése es el motivo por el que hoy hemos venido aquí. Todos, todos lo hacemos.
– Kath, sabes perfectamente que no se lo he dicho a nadie. Lo de aquella vez en el cobertizo de la caldera. Ni a Ruth ni a nadie. Pero no lo entiendo bien. No comprendo bien por qué lo haces.
– Está bien, Tommy. Te lo contaré. Puede que, cuando te lo cuente, para ti siga sin tener mucho sentido, pero voy a contártelo de todas formas. El caso es que de vez en cuando, cuando me apetece el sexo, tengo unos sentimientos fortísimos. A veces me viene de repente y durante una hora o dos es francamente espeluznante. Hasta el punto de que, si de mí dependiera, sería capaz de acabar haciéndolo con el viejo Keffers. Es así de horrible. Y por eso… Ésa fue la única razón por la que lo hice con Hughie. Y con Oliver. No significó nada en mi interior. Ni siquiera me gustan mucho. No sé qué será; pero luego, cuando ya ha pasado, me da mucho miedo. Así es como empecé a pensar que, bueno, la cosa tenía que venir de alguna parte. Tenía que estar relacionado con cómo soy. -Callé, pero cuando vi que Tommy no decía nada, continué-: Así que pensé que si encontraba su fotografía en alguna de esas revistas, al menos tendría una explicación. Y no es que quisiera ir a buscar a esa mujer ni nada parecido. ¿Entiendes?, sería una especie de explicación de por qué soy como soy.
– A mí me pasa algo parecido a veces -dijo Tommy-. Cuando tengo muchas ganas de hacerlo. Supongo que los demás, si son sinceros, admitirán que también les pasa a ellos. No creo que seas nada diferente en eso, Kath. La verdad es que a mí me pasa montones de veces.
Dejó de hablar y se echó a reír, pero yo no reí con él.
– Estoy hablando de algo diferente -dije yo-. He observado a los demás. Puede apetecerles, pero eso no les hace hacer cosas. Nunca actúan del modo en que yo lo he hecho, irse con tipos como ese Hughie…
Estuve a punto de volver a echarme a llorar, porque sentí que el brazo de Tommy me rodeaba los hombros. Disgustada como estaba, seguí siendo consciente de dónde estábamos, y eché una especie de freno en mi mente para que si Ruth y los otros doblaban la esquina en ese momento y nos veían así, no hubiera ninguna posibilidad de malentendido. Seguíamos uno al lado del otro, apoyados en el coche, y lo que verían sería que yo estaba disgustada por algo y Tommy trataba de consolarme. Y entonces oí que Tommy me decía:
– No creo que eso sea necesariamente malo. Una vez que encuentres a alguien, Kath, a alguien con quien realmente quieras estar, entonces será estupendo. ¿Te acuerdas de lo que los custodios solían decirnos? Si es con la persona adecuada, te hace sentirte bien de verdad.
Hice un movimiento de hombros para que Tommy me quitara el brazo de encima, y aspiré profundamente.
– Olvidémoslo. Será mejor que me controle cuando me vengan esos arrebatos. Así que vamos a olvidarlo.
– De todas formas, Kath, es bastante tonto andar mirando esas revistas.
– Es estúpido, de acuerdo. Pero dejémoslo, Tommy. Ya estoy bien.
No recuerdo de qué hablamos hasta que llegaron los demás. Pero de nada serio; y si los otros, al llegar, pudieron percibir aún algo en el ambiente, no hicieron ningún comentario. Estaban de muy buen humor, y Ruth, en especial, parecía decidida a subsanar el incidente de antes. Vino hasta mí y me tocó la mejilla, mientras hacía una broma, y cuando montamos en el coche se esforzó por que el ánimo jovial siguiera en todos nosotros. A ella y a Chrissie todo lo de Martin les había parecido cómico, y disfrutaban de la libertad de reírse abiertamente de él ahora que ya no estaban en su apartamento. Rodney no parecía aprobar sus comentarios, pero me di perfecta cuenta de que Ruth y Chrissie lo hacían más que nada para tomarle el pelo. El talante era fraterno. Reparé en que si antes Ruth había procurado que Tommy y yo no nos enteráramos en absoluto del sentido de todas aquellas bromas y referencias, durante el camino de vuelta no dejó de volverse hacia mí para explicarme con detalle de qué estaban hablando. De hecho se me hizo un tanto pesado al cabo de un rato, porque daba la impresión de que todo lo que se decía en aquel coche era para que lo oyéramos Tommy y yo (o yo al menos). Pero me complacía que Ruth nos lo estuviera contando todo a bombo y platillo. Comprendía -lo mismo que Tommy- que Ruth reconocía lo mal que se había portado antes, y que aquélla era su forma de admitirlo. Iba sentada entre Tommy y yo, tal como la ida, pero ahora se pasó todo el trayecto hablándome a mí, y sólo muy de vez en cuando se volvía a Tommy para darle algún que otro achuchón o beso. El ambiente era bueno, y nadie sacó a colación a la posible de Ruth ni hizo referencia a nada parecido. Y yo no mencioné la cinta de Judy Bridgewater que Tommy me había comprado. Sabía que Ruth se enteraría de ello tarde o temprano, pero no quería que lo supiera en ese momento. En aquel viaje de vuelta a las Cottages, con la oscuridad cerniéndose ya sobre las largas carreteras vacías, era como si los tres volviéramos a estar unidos y no quisiéramos que nada pudiera ensombrecer nuestro estado de ánimo.
Lo realmente extraño de nuestro viaje a Norfolk fue que, una vez de vuelta, apenas volvimos a hablar de él. Hasta el punto de que durante un tiempo corrieron todo tipo de rumores sobre lo que habríamos estado haciendo en aquel rincón de Inglaterra. Incluso entonces mantuvimos la boca cerrada, hasta que al final la gente perdió el interés.
Aún hoy sigo sin estar segura del porqué. Quizá sentimos que era cosa de Ruth, de que era prerrogativa suya si quería o no contarlo, y no hacíamos sino observar lo que ella hacía y decía. Y Ruth, por una u otra razón -quizá sentía cierto embarazo por cómo habían resultado las cosas en relación con su posible, quizá disfrutaba del misterio-, se había cerrado por completo a este respecto. Incluso entre nosotros evitábamos hablar del viaje a Norfolk.
Este aire de secreto me hizo más fácil no contarle que Tommy me había regalado la cinta de Judy Bridgewater. Aunque no llegué hasta el punto de esconderla. Estaba allí, entre mis cosas, en uno de los pequeños montones que tenía junto al rodapié; pero siempre me cercioré de que no quedara encima de ninguno de ellos. Había veces en que me moría de ganas de contárselo; en aquellos momentos, por ejemplo, en que me habría gustado recordar cosas de Hailsham con la cinta sonando al fondo. Pero cuanto más se alejaba en el tiempo aquel viaje a Norfolk y yo seguía sin contárselo, más iba sintiendo yo una especie de culpa secreta. Por supuesto, al final vio la cinta. Fue mucho después, probablemente en un tiempo en que le hizo mucho más daño descubrirla, pero a veces es este tipo de cosas las que nos depara la fortuna.
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