Elías Canetti - La Provincia Del Hombre

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No sirve de nada; uno puede cantarse coros a sí mismo, admirar a caníbales, estar doscientos años bajando por el tronco de un árbol al que antes había trepado; uno puede encerrar al mes como a un loco, en inofensivas cruzadas ir de peregrinación a Palestina con toda una quincallería en el cuerpo, escuchar a Buda, amansar a Mahoma, creer en Cristo, vigilar un capullo, pintar una flor, malograr la aparición de una fruta; uno puede también ir detrás del sol, así que éste se dobla; enseñar a los perros a maullar, a los gatos a ladrar, devolverle todos los dientes a un centenario, cosechar bosques, regar calvas, castrar vacas, ordeñar bueyes; uno puede hacerlo todo con excesiva facilidad (termina uno tan rápidamente con todo), aprender la lengua del hombre de Neanderthal, cortar los brazos de Shiva, quitar de las cabezas de Brahma los Vedas que están anticuados, vestir los Vedas desnudos; impedir que en los cielos de Dios canten los coros de ángeles, espolear a Lao-Tse; incitar a Confucio a que asesine a su padre, arrebatarle a Sócrates la copa de cicuta; quitarle de la boca la inmortalidad; uno puede…, pero no sirve de nada, no hay nada que sirva para nada, no hay qué hacer, no hay más pensamiento que éste: ¿cuándo se dejará de asesinar?

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Le fue retirado el título de viejo.

Todo aquello de lo que se acuerda el ratón de setenta y cinco años es falso. Pero como ha perdido la memoria, nadie habla con él. De este modo habla y hace afirmaciones y con sólo que algunos nombres estén bien, le permiten envejecer y saber menos, menos, y menos.

Al fin llega un momento en que es demasiado pequeño hasta para el último agujero y se esfuma…

Los filósofos se reúnen para demostrar que su número no es despreciable. Se colocan por escuelas; cada escuela lleva un uniforme especial.

Los desertores tiran sus uniformes y corren desnudos y temblando hacia los de la escuela de enfrente. Allí les reciben con gran alegría y les visten.

Algunas escuelas encogen y se quedan en un solo representante. Este no puede dejar el lugar donde está, si no su escuela se extingue. Puede ocurrir que una escuela entera, de muchos miembros, muera a consecuencia de una epidemia a la que las demás son inmunes.

Pero ocurre también que, de repente, como de la nada, surgen nuevas escuelas con nombres que se imponen. Las vocean heraldos que no son filósofos y que seguramente no entienden lo que dicen.

Los heraldos de especial belleza pueden vocear varias escuelas nuevas, unas después de otras. Pero a los heraldos jorobados o contrahechos también se les quiere. Les dan a beber un vino que fija su figura para siempre; la figura, lo más estable en la fuga de los filósofos.

No ser más sensato de lo que la gente es. No tapar nada con la razón. No salir corriendo a anticiparse con la razón. Emplear la razón contra la maldad innata, pero no para deformar el conocimiento.

Hay frases que sólo significan algo en otra lengua. Como quien espera a una comadrona, esperan a su traductor.

Uno manda llamar a los pobres y les regala imperios.

El mendigo le devolvió la moneda de oro, sacudió la cabeza y dijo: ¡cobre!

Un grupo duerme mientras otro está despierto y trabaja. Hasta que éstos no se duermen no se despiertan los otros. Ahora van de un lado para otro en su tarea cotidiana. No se fijan en los que duermen, todo lo más dan un rodeo para no molestarles. Luego se van a dormir otra vez y entonces les toca a los otros.

De este modo los dos grupos no se hablan nunca, no se conocen nunca despiertos. Pero a escondidas intentan descifrar el enigma de los que duermen, de los cuales no deben hablar; va en contra de la costumbre. Se conocen por sus obras, pero no están nunca presentes en su realización.

El amor imposible es el que se tiene con durmientes. No hace falta que haya un Más Allá, un mundo alejado; en los que duermen, los hombres lo tienen continuamente a la vista. El Más Allá está siempre presente, duerme. ¿Cómo sería si se despertara? Este pensamiento central es la sustancia de su metafísica. En los sueños se encuentran los unos con los otros. Pero viven en el mismo sitio sin conocerse.

Caballos que no necesitan pienso: se alimentan del ruido de su galope.

Truchas que cazan golondrinas.

El balanceo de los pavos reales, su grito: bailarinas gruñonas.

Allí los hombres son esclavos. Las órdenes vienen sólo de mujeres. Hasta las guerras las hacen los esclavos; mientras tanto, las mujeres, sentadas en un nivel superior, miran y bostezan.

No hay ninguna mujer que haya matado nunca; en esto se funda su conciencia de clase. Los hombres son allí esclavos porque se manchan las manos matando.

¿Cómo puede sentirse un hombre que ha salido de la cárcel, ha vuelto a su casa y por él, sólo por él, han matado a un millón de personas?

A duras penas ha sobrevivido. ¿Es más soportable ser un superviviente cuando uno ha sobrevivido a duras penas?

¿Venganza? ¿Venganza? Todo vuelve por sí sólo, con toda exactitud, y la venganza lo enmaraña.

Los libros malos, en su infierno, los sirven demonios bromistas.

Ahora los poetas tendrán que volver a olvidar lo que está desnudo.

Es muy importante lo que uno, al final, sigue planeando. Esto da la medida de la injusticia de su muerte.

Lenz, muriéndose de frío en una calle de Moscú, manda a Goethe su último sueño.

El borracho de vejez.

Llegó a ser tan grande el peligro que ningún ser vivo se atrevía a dejarse ver en la superficie de la Tierra. Abajo había aún mucha vida. La corteza estaba desierta, como la de la Luna. Hasta las humaredas eran peligrosas. ¡Cómo se asustaban cuando, en algún sitio, abajo en las profundidades, los hombres chocaban unos con otros. La Humanidad entera, una nación de mineros; galerías y más galerías, unas encima de otra, y un conocimiento exacto de los gases peligrosos. Los Poderosos, abajo de todo, con sus tesoros de aire. Cerca de la superficie, una chusma medio asfixiada, eternamente ocupada en la construcción de diques contra lo de arriba ¡Qué muralla china…! Toda la superficie, una corteza protectora de cemento eternamente en reparación, remendada y vuelta a remendar. Los esclavos, encorvados. Sentados en tronos de aire comprimido, los Poderosos, no se levantan nunca, ni por un momento se apartan de sus tesoros.

Lo «más profundo» era lo más cobarde. No hay que dejar de pensar nunca en la pared a la que nos dirigimos a toda marcha.

Tomar sobre uno el peso insoportable. No olvidar nada negándolo. No tomarlo a broma.

Ni la soledad, ni los achaques, ni las lamentaciones de los viejos, nada es capaz de convertirte. Tu forma de ser es la del tigre, silenciosa e inconmovible. ¿Es autosatisfacción? ¿Puedes decir sí al más diminuto fragmento de la Historia? Pero esto no terminará.

¿Cómo puede ser de otra manera después de esta historia? ¿Es posible ocultarla, negarla, cambiarla? ¿Tienes una receta para ello?

Pero es posible que estemos viendo una historia falsa. Tal vez la verdadera no puede aparecer hasta que no se haya dado el golpe mortal a la muerte.

De los esfuerzos de unos cuantos por apartar de sí la muerte ha surgido la monstruosa estructura del poder.

Para que un solo individuo siguiera viviendo se exigieron infinidad de muertes. La confusión que de ello surgió se llama Historia.

Aquí es donde debería empezar la verdadera ilustración que establece las bases del derecho de todo individuo a seguir viviendo.

Cuando uno sabe cuán falso es todo, cuando uno está en situación de medir las dimensiones de lo falso, entonces, sólo entonces, la obstinación es lo mejor: el incesante ir y venir del tigre a lo largo de los barrotes de la jaula para no perderse el único, insignificante momento que pueda salvarle.

Puede que no sea siempre importante lo que uno piensa todos los días. Pero es tremendamente importante lo que no ha pensado.

Allí los hombres están obligados a volver a verse después de cincuenta años. Tienen que esforzarse mucho para encontrarse de nuevo. El proceso del reencuentro se convierte en el contenido de una nueva vida. Tienen que buscarse, volverse a encontrar y escucharse. Los ejemplares más terribles tienen que compararlos consigo mismos; pero se encuentran con ejemplares mejores de lo que ellos mismos fueron y entonces, en silencio, efectúan la resta. No están autorizados a reprochar nada ni a tener asco de nada. El reencontrado no puede saber nunca qué piensan los otros de él. Se trata de ver, de reconocer y avergonzarse. Lo que cuenta es la gran cantidad de caminos que no fueron los de uno.

El hombre más insignificante tiene derecho a ser reencontrado y a ser escuchado. El más feliz tiene que enfrentarse con el más desgraciado. La época de tales confrontaciones es más importante que cualquier exigencia de la familia y del trabajo.

El que ha emigrado y ha perdido su primera lengua está obligado también a un intento serio y esforzado de comprensión.

Hay severos castigos para aquellos que utilizan personas delegadas. Es posible solicitar permiso para empezar el proceso del reencuentro antes de que haya terminado el período de cincuenta años.

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