Su papel de médico, en Sigmaringen, le pone en contacto con toda la gente de allí. El coronel médico, uniformado, enfermo de la próstata y a quien él reconoce. La dueña del hotel, a quien él acaba de dar una inyección, que, desnuda, le pide que le entregue a su mujer una «barisina» porque está enamorada de ella. Y el comandante de las SS, miembro de una familia noble a quien trata con especial cautela. Todo el mundo reclama sus servicios como médico. Le tienen respeto desde que sabe que tiene mano con Zyankali.
Céline convierte todo lo que le ocurre en algo masificado. En esto es muy impreciso como todos los paranoicos; pero uno tiene la sensación de un peligroso hervidero de vitalidad – una vida que, por otra parte, resulta detestable -. En este libro no es tan generoso con los «juifs» como antes. Pero todo alemán es un «boche», y en este autor la palabra contiene todo el desprecio del que es capaz. Este libro son unas memorias exhaustivas de un hombre que, las más de las veces – en realidad, siempre -, se siente perseguido. En eso estriba también el secreto de por qué esta obra se lee tan bien. Céline se siente siempre en peligro, y este sentimiento se transmite al lector. Céline se lee con la misma facilidad con la que la mayoría de la gente lee novelas policíacas. No retrocede ante ninguna expresión desagradable; esto es lo que da a su obra esta apariencia de continua verdad.
Céline ha visto mucho, primero como médico, luego por su destino aventurero. Uno se maravilla de que no todos los médicos vean la vida como él. A él no se la ha endurecido la piel como a los demás médicos. Tal vez esto tenga que ver con el hecho de que fue siempre médico de los pobres. El sentimiento de la importancia que en él tiene ser escritor – un sentimiento del que, sin duda, no carece Céline – aparece de una forma distinta a como aparece en otros escritores. Le da derecho a atacarlo todo. Pero, al revés de lo que ocurre con otros, no tiene presunción alguna: para él, todos los fenómenos de la vida, incluso los suyos propios, son demasiado cuestionables.
Es un gran falsificador, aunque solo sea por lo masificado de casi todas las escenas que él rememora. Con todo, en él hay relatos cómicos de gran fuerza que tienen algo de Rabelais. Relatos sobre diálogos con personas determinadas: la escena con Laval y Brisselone, o la de Abetz y Chateaubriand. Es un narrador de vieja escuela; esto podría llenarnos de esperanza en relación con el arte de narrar. Interrumpe constantemente su relato con digresiones que le quitan a éste su trivialidad. Su visión del sexo es la que cabe esperar de un médico, y además completamente convincente. A las mujeres odia casi más que a los hombres. La ridícula autoglorificación del sexo que hace insoportable a Miller y a sus seguidores está tan ausente de él como podría estarlo de un teólogo medieval.
Céline se ha sentido casi siempre mal; esta circunstancia la concilia un poco con su talante hostil, que es indiscriminado y monstruosos. No arremete contra los hombres que hoy están mal visto en Francia; cuando, con su manera de presentar los hechos, se defiende a sí mismo, los defiende también a ellos. Tiene unas formas muy aristocráticas, lo que en su medio es sorprendente. Odia todo poder y toda adoración.
El recuerdo quiere llegar en su momento y sin que le molesten, y nadie de los que estuvo allí entonces debe interrumpirle en sus propósitos.
Qué poco has leído, qué poco sabes; pero del azar de lo leído depende lo que eres.
Un personaje que consigue destruirlo todo con la perseverancia.
¿Mito? ¿Quieres decir algo tan antiguo que ya no resulta aburrido?
En lugar de una Historia de la Literatura que hable de las influencias, una que hable de las reacciones; sería más interesante. Los contra-modelos, no siempre manifiestos, son a menudo más importantes que los modelos.
Construir la biografía de un hombre basándose en todo aquello que él ha repelido. Lo repelido penetra de un modo completamente distinto; se queda debajo de la piel, perdido pero despierto. Una vez rechazado, se puede olvidar, pero es un olvido aparente; y lo repelido, como rechazado, puede usarse sin miedo.
Un hombre aparentemente gordo, formado por doce delgados, bien empaquetados, que pían a la vez.
Al Coleccionista de Elogios le molesta el silencio de las calles. Las recorre incansablemente para obligarlas a elogiarle y le pone de mal humor su resistencia. Para él los periódicos son demasiados cotidianos. Los hombres, después de cogerlos, los vuelven a tirar juntamente con su fotografía. ¿Tendría bastante con que cada día viniera algo nuevo sobre él en el periódico? ¡No! Sin duda necesita los periódicos – los estuvo leyendo hasta que se encontró allí…-, pero quiere mucho más.
Quiere arrinconar los sucesos del mundo. Quiere que se ocupen de él, no de terremotos y guerras. Encuentra totalmente absurdo todo lo que la Luna ha dado que hacer a los hombres. Le tiene rabia a la Luna porque se habló tanto de ella.
El Coleccionista de Elogios llena una casa con su nombre. Guarda el más pequeño trozo de papel en el que éste esté escrito y también el más grande.
De vez en cuando se lee toda la casa, una y otra vez lo mismo, aunque sean cosas viejas. Sin embargo prefiere lo nuevo.
Espera nuevos giros, frases que todavía no haya oído nunca, toda una lengua del elogio inventada sólo para él. Los muertos, de vez en cuando, pueden ser también objeto de estas alabanzas; se granjea su bendición.
El Coleccionista de Elogios estaría dispuesto a castigar con la pena de muerte toda difamación o, simplemente, toda crítica. No es una persona inhumana, no lamenta la abolición de la pena capital; sólo en casos especiales, es decir, cuando se trata de él habría que volverla a instaurar.
El Coleccionista de elogios no deja escapar ningún elogio; hasta para lo que se ha dicho dos, tres y cuatro veces tiene sitio. Va engordando, engordando, pero le gusta. Encuentra siempre mujeres que le amen por estar tan gordo. Lamen sus elogios y esperan sacar algo de ello.
En el entierro se perdió el ataúd. Con la pala se apresuraron a meter a los deudos en la tumba. De repente, el muerto salió de la emboscada y echó un puñado de tierra en la tumba de cada uno.
Se apagaron las luces, la ciudad estaba envuelta en la oscuridad. Los criminales tuvieron miedo y llamaron a la policía que viniera corriendo.
El perro le quitó el bozal a su amo, pero lo llevaba de la correa.
En un anuncio luminoso las letras cambiaron de sitio y advirtieron de los peligros del producto que antes ponderaban.
El gato le colgó sus garras al ratón y lo mandó a correr mundo.
Dios volvió a poner la costilla en el costado de Adán, sopló sobre él y le dio otra vez forma de barro.
Festival anual del crimen en Sarajevo: la población se disfraza con la piel de los animales que sacrificó Franz Ferdinand. El heredero del trono va en un coche disparando desde el Ayuntamiento hasta el Museo del Crimen. Miles de víctimas caen moribundas al pequeño río ¿Vuelve a haber guerra?, ¿sigue habiendo guerra?
En la esquina, sale de la multitud el que hace el papel de Príncipe y dispara al asesino de masas en el corazón.
Cayó en brazos del fantasma de la Humanidad.
Tolstoi disfrazado de escarabajo en un baile. ¿Le hubiera gustado a Kafka, que veneraba a Tolstoi, leer esto después de haber escrito La Metamorfosis ?
El Lector que no puede dejar de leer, que lee y lee, que lee cada vez más, cada vez más libros antiguos, se ha convertido en un personaje no despreciable, una especie de hombre de confianza de los demás, que se fían de él: si no deja de leer -piensan – encontrará lo decisivo.
Читать дальше