Lucía Etxebarria - Beatriz y los cuerpos celestes

Здесь есть возможность читать онлайн «Lucía Etxebarria - Beatriz y los cuerpos celestes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Beatriz y los cuerpos celestes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Beatriz y los cuerpos celestes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Nadal 1998
Tres mujeres: Cat, lesbiana convencida, Mónica devorahombres compulsiva Y Beatriz, que considera que el amor no tiene género. Tres momentos de la vida de una mujer y dos ciudades, Edimburgo y Madrid, para una novela únicasobre el amor a los amigos, a la familia y a los amantes.

Beatriz y los cuerpos celestes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Beatriz y los cuerpos celestes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Me lo habían explicado todo, punto por punto, porque Mónica había insistido en que lo supiera, a pesar de que Coco era partidario de mantenerme al margen del asunto. Pero ella confiaba plenamente en mí. Yo era su mejor amiga, su única amiga, y nunca me había ocultado nada, así que Coco se tuvo que aguantar y llevarme con ellos, refunfuñando. No sé por qué razón Mónica quería que estuviese a su lado. Me gustaría pensar que lo hacía porque me quería, porque deseaba seguir compartiendo su mundo conmigo, a pesar de que nos hubiésemos distanciado un poco desde que cumplió los diecisiete; o, por decirlo de otra manera, desde que ella empezó a meterse caballo y a salir con Coco. Como me había explicado Mónica, no se trataba de la primera vez que hacían algo parecido. Se habían estrenado por casualidad, sin pensarlo, una madrugada en la que aparcaron el coche en Conde de Xiquena para hacerse un chino. Entonces vieron cómo se acercaba una pareja, dos amantes enlazados por la cintura. Se aproximaron a un GTI aparcado frente al coche de Mónica (o, para ser más exactos, el coche de Manuel, que Mónica conducía en su ausencia). El hombre se disponía a abrir el vehículo cuando su pareja le abrazó y le besó en los labios. Se fundieron en un abrazo apasionado y en ese momento, en un repentino rapto de inspiración, Coco salió del coche y se colocó a su lado en dos zancadas, y antes de que el señor pudiera darse cuenta de lo que había pasado tenía la punta de una navaja casi pinchándole los riñones. Le entregó a Coco la cartera sin protestar. No gritó, no alarmó a nadie. Evidentemente no quería llamar la atención sobre su acompañante. El plan era muy simple. Ir a la puerta de Tintoretto, que por entonces era una discoteca muy selecta y muy cara, de entrada restringidísima, y en la que se pagaba por cada copa el precio de un kilo de añojo del mejor. El tipo de sitio al que acudían Cayetano de Tal y Tatiana de Cual cuando querían tomarse unos tragos. También solían acudir ejecutivos cincuentones acompañados de señoritas monísimas y jovencísimas, muy distintas en tipo y apariencia a sus legítimas esposas. Secretarias, quizá, o aspirantes a modelos, o prostitutas de lujo, a saber. Un dato relevante a la hora de explicar semejante afluencia de carteras repletas: en el local eran discretos y no permitían la entrada de cámaras.

Coco, impecablemente vestido de chaqueta y corbata (de Armani, por supuesto, pues el modelo procedía del armario del padrastro de Mónica) aguardaba en una esquina fumando un cigarro apoyado en una de las motos, con naturalidad, como si estuviese esperando a una cita que se retrasaba. Si las cosas iban bien, en algún momento saldría una pareja descompensada en edad y en apariencia: a él se le vería mucho más mayor y más rico que a ella. Saldrían abrazados, caminando tambaleantes, ligeramente borrachos, y no repararían en el jovencito que les siguiese los pasos hasta que fuera demasiado tarde. Con suerte, ni siquiera habría denuncia. ¿Para qué llamar la atención sobre las circunstancias en las que se había producido el atraco? También podría ser, por supuesto, que no saliera ninguna pareja del local, o que la calle no estuviese lo suficientemente desierta, o sombría, o que, por la razón que fuera, Coco no se decidiera a consumar el plan previsto. De ser así, Coco regresaría al cabo de media hora, porque el motor del coche no podía permanecer encendido demasiado tiempo.

Ninguna objeción moral me remordía en la conciencia, mientras esperaba en la penumbra de aquel asiento trasero. Al igual que Coco y Mónica, no veía nada malo en aligerarle un poco de pasta a un tipo gordo que disponía de ella en abundancia. Lo que sí me importaba era el riesgo. No me parecía una cosa tan fácil. ¿Y si el tío gritaba, y si gritaba ella, y si llevaban pistola -cosa nada rara entre ese tipo de gente, mi propio padre tenía una-, y si aparecía un madero de repente, y si nuestro coche no era lo suficientemente veloz…?

En aquel momento vi llegar a Coco, corriendo como un plus-marquista olímpico. Advertí a Mónica, que rápidamente empujó la portezuela del asiento del copiloto. Coco se metió en el coche de un salto y el vehículo, guiado por ella, salió disparado. Los neumáticos restallaron sobre el asfalto. Nos saltamos uno, dos, tres semáforos, relampagueando las curvas en las que el coche escoraba peligrosamente. Suerte que no había mucho tráfico a aquellas horas. Cruzamos Sagasta, llegamos a San Bernardo, bajamos por Quintana sin respetar una sola luz roja. Finalmente aparcamos en el parque del Oeste. Todo había sucedido tan rápido como en un sueño.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Mónica.

– Bien, muy bien… condenadamente bien. -Coco sonreía encantado y movía la cabeza de un lado a otro-. Un tipo tan memo como el de la otra vez. Ni que los fabricaran en serie.

– ¿Qué has pillado?

– La cartera. -La abrió y empezó a revisar su contenido-. Siete ñapos, documentación, tarjetas…

– Tenemos que tirarlo todo. Nos va a quemar en las manos -apremió Mónica.

– Las tarjetas no -objetó Coco.

– Las tarjetas también -insistió ella-. El tío estará anulándolas ahora mismo.

– Se pueden usar en cualquier sitio con bacaladera. Y en autopistas. No comprueban número. Y en gasolineras tampoco, si hay mucha cola. -Coco se llevó la mano al bolsillo y, como si de un hipnotizador se tratase, hizo oscilar un reloj ante nuestros ojos-. El peluco es bueno, creo. Patek Philipe.

– ¡No jodas! -Un destello de codicia iluminó los ojos de Mónica-. Eso es un pastuzo.

– Creo que sé dónde colocarlo. -Él sonrió, por primera vez, relajado ante la alegría de la que él llamaba su novia-. También tengo los anillos de la tronca, aunque no parecen gran cosa. No sé si son chatarra; chatarra de la buena, en cualquier caso. Algo nos darán, digo yo.

– Lo del reloj nos viene de puta madre. Puedes venderlo bien. Aunque sólo nos paguen la mitad de lo que cuesta tenemos para tirar un buen rato, y más nos vale, porque no me apetece repetir lo de esta noche. Éste es el coche del viejo y hemos estado a punto de estrellarlo. Y yo ni siquiera tengo carnet de conducir. Como de costumbre, hablaban entre ellos como si yo no estuviera allí, ignorándome por completo. Me consideraban demasiado ingenua; o quizá, peor aún, ni siquiera me consideraban. Podía haber tocado a Mónica con sólo extender la mano, y sin embargo la sentía alejándose cada vez más de mí. En mis desesperados intentos por mantenerme a su lado yo avanzaba hacia un horizonte que retrocedía a cada instante.

– Tengo que ir a ver a Chano -le dijo Coco a Mónica-. Así que no nos queda más remedio que sacar el coche de tu viejo. No podemos ir en autobús hasta allí, tía. Está en el culo del mundo.

– Ni de coña -dijo ella-. Ya te dije ayer que ese trasto no lo saco más. Si mi vieja se entera, me mata. Iremos en autobús, tardemos lo que tardemos.

Así que, por supuesto, acabamos cogiendo el coche. Y tuvimos que esperar un rato largo rondando el garaje hasta asegurarnos de que el sitio se quedaba completamente vacío, porque Mónica no quería que ninguno de sus vecinos presenciase cómo nos lo llevábamos. Pero quiso la mala suerte que en el preciso momento en el que el coche avanzaba por la rampa del garaje, se cruzase ante nuestros ojos la pareja del caniche, que se nos quedó mirando fijamente, con la reprobación pintada en la mirada.

El Cerro de la Liebre es un poblado de chabolas gitano situado en el extrarradio de Madrid. También es, junto con La Celsa, el mayor supermercado de droga de la ciudad. Aparcamos el coche en la cuneta de la carretera (ya que el poblado no estaba asfaltado) y antes de salir nos aseguramos bien de que ningún objeto de valor quedaba a la vista. Mónica estaba un poco preocupada ante la perspectiva de dejar el vehículo expuesto allí, así que yo me ofrecí a quedarme esperándoles.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Beatriz y los cuerpos celestes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Beatriz y los cuerpos celestes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Beatriz y los cuerpos celestes»

Обсуждение, отзывы о книге «Beatriz y los cuerpos celestes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x