Marc Levy - Los hijos de la libertad

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En la Francia ocupada por los nazis, dos hermanos adolescentes de origen judío, Raymon y Claude, se unen a la Resistencia en la 35ª brigada de Toulouse. La clandestinidad, el hambre, las ejecuciones y los actos de sabotaje pasarán a formar parte de sus vidas cotidianas, pero también conocerán la solidaridad, la amistad y el amor, además del valor supremo de la libertad. Mientras esperan la llegada de los aliados, Raymond y sus compañeros cruzarán Europa a bordo de un tren de deportados a los campos de concentración.

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– No renunciaremos -continúa Jacques-. Fuera siguen luchando, y los aliados acabarán desembarcando, ya lo verás.

Mientras me dice estas palabras para reconfortarme, Jacques no se imagina que los compañeros preparan una operación contra un cine en el que proyectan películas de propaganda nazi.

Rosine, Marius y Enzo participan en la acción, pero, por una vez, Charles no se ha encargado de preparar la bomba. La explosión debe producirse una vez finalizada la sesión, cuando la sala esté vacía, para evitar toda víctima entre la población civil.

El artefacto que Rosine tiene que colocar debajo de una butaca de platea debía estar equipado con un dispositivo retardante, y nuestro jardinero de Loubers no tenía lo necesario para fabricarlo. El golpe debía haber tenido lugar ayer por la noche, cuando estaba programada la película El judío Süss. Pero la policía estaba por todas partes, se vigilaba quién entraba, se registraban los bolsos, de modo que los compañeros no pudieron entrar con su cargamento.

Jan decidió posponerlo para la mañana siguiente. En esta ocasión, no hay control en las taquillas; Rosine entra en la sala y se sienta al lado de Marius, que empuja la mochila con la bomba debajo de su sillón. Enzo ocupa su lugar detrás de ellos, donde debe vigilar que no los descubran. Si me hubiera enterado de esa historia, habría mandado a Marius a pasar toda una noche en el cine junto a Rosine. Es tan bonita, con su ligero acento cantarín y esa voz que provoca escalofríos incontrolables.

Las luces se apagan y las novedades desfilan sobre la pantalla del cine. Rosine se acomoda en su sillón, y su larga cabellera morena cae sobre su hombro. A Enzo no le ha pasado por alto el suave y elegante movimiento de la nuca. Es difícil concentrarse en la película que empieza cuando se tienen diez kilos de explosivos delante de las piernas. Aunque Marius ha querido convencerse de lo contrario, está un poco nervioso. No le gusta trabajar con material que no conoce. Cuando Charles se encarga de preparar las cargas, está tranquilo, pues el trabajo de su amigo nunca ha fallado; pero, en este caso, el mecanismo es diferente, y la bomba es demasiado sofisticada para su gusto.

Cuando acabe el espectáculo, deberá deslizar la mano en la mochila de Rosine y romper un tubo de cristal que contiene ácido sulfúrico. En treinta minutos, el ácido habrá corroído la pared de una pequeña caja de hierro llena de clorato de potasio. Cuando las dos sustancias se mezclen, harán saltar los detonadores implantados en la carga. Pero todos esos chismes de químicos son muy complicados para Marius. A él le gustan los sistemas simples, los que fabrica Charles con dinamita y una mecha. Basta con contar los segundos cuando empieza a echar chispas; si hay problemas, siempre se puede arrancar el cordón de la mecha con un poco de valor y destreza. Además, el artificiero ha añadido otro sistema a la parte inferior de su bomba; cuatro pequeñas pilas y una bolita de mercurio unidas entre ellas desatarían la explosión inmediatamente si algún vigilante la encontraba e intentaba levantarla una vez activado el mecanismo.

Marius está sudando e intenta, en vano, interesarse por la película. A falta de eso, mira discretamente a Rosine, que pone cara de no estar dándose cuenta de nada; hasta que le da una palmadita en la pierna para recordarle que el espectáculo tiene lugar al frente, y no en su cuello.

Incluso al lado de Rosine, los minutos que pasan parecen muy largos en el cine. Por supuesto, Rosine, Enzo y Marius habrían podido activar el mecanismo en el entreacto y largarse de inmediato. La misión estaría cumplida y ellos estarían ya sanos y salvos, en lugar de sufrir y sudar como lo están haciendo. Pero como ya te he dicho, nunca hemos matado a un inocente, ni siquiera a un imbécil. Por tanto, esperarán al final de la sesión, y cuando la sala se vacíe, activarán la bomba, sólo entonces.

Por fin, las luces vuelven a encenderse. Los espectadores se levantan y se dirigen a la salida. Como están sentados en medio de la fila, Marius y Rosine se quedan en su lugar, mientras esperan a que la gente salga. Detrás de ellos, Enzo tampoco se mueve. En la punta, una vieja dama se toma todo su tiempo para ponerse el abrigo. Su vecino no puede esperar más. Harto, da media vuelta y se dirige hacia el otro pasillo.

– ¡Venga, fuera, la película ha acabado! -refunfuña él.

– Mi novia está un poco cansada -responde Marius-, estamos esperando a que recupere fuerzas para levantarnos.

Rosine lo fulmina con la mirada, y se dice que Marius es un caradura y que se lo dirá cuando salgan. Mientras tanto, lo que más le gustaría es que ese tipo se fuera por donde ha venido.

El hombre echa una ojeada a la fila, la vieja dama ya se ha ido, pero, para salir por allí, tendría que volver a hacer todo el camino. Da lo mismo, se pega al respaldo de la butaca y pasa a la fuerza por delante de ese muchacho imbécil que sigue sentado a pesar de que todo ha acabado ya; después, pasa por encima de su vecina, empujándola, y comprueba que es demasiado joven para estar cansada; finalmente, se aleja sin disculparse.

Marius vuelve lentamente la cabeza hacia Rosine, su sonrisa es extraña; algo no va bien, lo sabe, lo siente. Rosine tiene el rostro desencajado.

– ¡Ese idiota ha pisado mi bolso!

Ésas son las últimas palabras que Marius oirá; el mecanismo se ha activado; con el empujón, la bomba se ha movido, la bolita de mercurio ha entrado en contacto con las pilas e, inmediatamente, ha explotado. Marius, partido en dos, ha muerto en el acto. Proyectado hacia atrás, Enzo, al caer, ve el cuerpo de Rosine levantarse lentamente y caer tres filas más adelante. Intenta ayudarla, pero se desploma inmediatamente, con la pierna rota, casi arrancada.

Tumbado en el suelo, con los tímpanos rotos, no puede oír a los policías que se precipitan. En la sala, diez filas de butacas han quedado destrozadas. Lo levantan y se lo llevan, está perdiendo sangre y está a punto de caer inconsciente. Frente a él, Rosine está en el suelo y tiene la mirada petrificada; la rodea un charco rojo que no deja de hacerse más grande.

Eso pasó ayer, en el cine, cuando acabó la sesión; Enzo lo recuerda, Rosine tenía una belleza primaveral. Los llevaron al hospital del Hôtel-Dieu.

Rosine murió a primera hora de la mañana sin volver a recuperar el conocimiento.

Los cirujanos volvieron a coserle la pierna a Enzo como pudieron.

Tres milicianos custodian su puerta.

El cadáver de Marius fue lanzado a una fosa del cementerio de Toulouse. A menudo, de noche, en mi celda de la prisión de Saint-Michel, pienso en ellos, para que nunca se borren sus rostros, para no olvidar nunca su valor.

***

Al día siguiente, Stefan, que vuelve de cumplir una misión en Agen, se encuentra con Marianne; lo está esperando cuando baja del tren, con el rostro deshecho. Stefan la coge por la cintura y se la lleva al exterior de la estación.

– ¿Estás al corriente de lo ocurrido? -pregunta ella con un nudo en la garganta.

Por su cara, entiende que Stefan no sabe nada del drama sucedido la noche anterior en la sala de cine. En la calle, sin dejar de caminar, le informa de la muerte de Rosine y de la de Marius.

– ¿Dónde está Enzo? -pregunta Stefan.

– En el Hôtel-Dieu -responde Marianne.

– Conozco a un doctor que trabaja en el servicio de cirugía. Es bastante liberal, veré qué puedo hacer.

Marianne acompaña a Stefan hasta el hospital. No dicen ni una palabra en todo el camino; cada uno, por su parte, piensa en Rosine y en Marius. Al llegar ante la fachada del Hôtel-Dieu, Stefan rompe el silencio.

– Y Rosine, ¿dónde está?

– En el depósito. Esta mañana, Jan fue a ver a su padre.

– Entiendo. Recuerda, la muerte de nuestros amigos no servirá de nada si no llegamos hasta el final.

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