Marc Levy - Los hijos de la libertad

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En la Francia ocupada por los nazis, dos hermanos adolescentes de origen judío, Raymon y Claude, se unen a la Resistencia en la 35ª brigada de Toulouse. La clandestinidad, el hambre, las ejecuciones y los actos de sabotaje pasarán a formar parte de sus vidas cotidianas, pero también conocerán la solidaridad, la amistad y el amor, además del valor supremo de la libertad. Mientras esperan la llegada de los aliados, Raymond y sus compañeros cruzarán Europa a bordo de un tren de deportados a los campos de concentración.

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En un apartamento de Lyon, un teniente de la Resistencia francesa cuelga el teléfono.

– ¿Quién era? -pregunta su capitán.

– Un contacto de Toulouse.

– ¿Qué quería?

– Informarnos de que los chicos de la brigada 35. acaerán dentro de dos días.

– ¿Por la Milicia?

– No, polis de Vichy.

– Entonces no tienen ninguna oportunidad.

– No si no los avisamos; todavía tenemos tiempo de sacarlos de ahí.

– Tal vez, pero no lo haremos -responde el capitán.

– ¿Por qué? -pregunta el hombre, estupefacto.

– Porque la guerra no durará. Los alemanes han perdido cien mil hombres en Stalingrado, se dice que otros cien mil son prisioneros de los rusos, entre los que hay miles de oficiales y una veintena de generales. Sus ejércitos están siendo derrotados en los frentes del este, y el desembarco aliado, se produzca en el oeste o en el sur, no tardará. Sabemos que Londres se está preparando.

– Estoy al corriente de todas esas noticias, pero ¿qué tienen que ver con los de la brigada Langer?

– A partir de ahora hay que hacer política. Los hombres y mujeres de los que hablamos son todos húngaros, españoles, italianos, polacos y demás; todos o casi todos son extranjeros. Cuando Francia sea liberada, será preferible que la historia cuente que fueron los franceses los que lucharon por ella.

– Entonces, ¿los vamos a dejar caer sin más? -dice, indignado, el hombre, con su pensamiento fijo en esos adolescentes que han estado luchando desde el primer momento.

– Nadie dice que vayan a ejecutarlos obligatoriamente…

Ante la mirada asqueada de su teniente, aquel capitán de la Resistencia francesa suspira y concluye:

– Escúchame: en poco tiempo, el país deberá levantarse de esta guerra, y tendrá que poder llevar la cabeza alta; la población tendrá que saber reconciliarse en torno a un solo jefe, y éste será De Gaulle. La victoria debe ser nuestra. Eso es lamentable, es verdad, ¡pero Francia necesitará que sus héroes sean franceses, no extranjeros!

***

En su pequeña estación de Loubers, Charles estaba disgustado. A principios de semana le habían comunicado que la brigada no recibiría más dinero y que también se acababa el suministro de armas. Eso significaba que se habían cortado los lazos con la Resistencia. La razón que se daba era el ataque al cine. La prensa no había dicho que las víctimas eran miembros de la Resistencia. Para la opinión pública, Rosine y Marius eran dos civiles, dos muchachos víctimas de un cobarde atentado, y nadie se preocupaba de que el tercer joven héroe que los acompañaba estuviera retorciéndose de dolor en la cama de una enfermería de la prisión de Saint-Michel. A Charles le habían dicho que semejantes acciones llenaban de oprobio a toda la Resistencia y que preferían cortar los puentes.

Ese abandono le sabía a traición. Aquella noche, en compañía de Robert, que había recuperado el mando de la brigada después de la marcha de Jan, expresó todo su disgusto. ¿Cómo podían abandonarlos, volverles la espalda a ellos, que habían estado ahí desde el principio? Robert no sabía muy bien qué decir, quería a Charles como a un hermano, e intentó tranquilizarlo en el aspecto que, probablemente, más le preocupaba, el que le hacía sufrir más.

– Escucha, Charles, nadie se cree lo que escribe la prensa. Todo el mundo sabe qué paso de verdad en el cine y quién perdió allí la vida.

– ¡Y a qué precio! -farfulló Charles.

– Al de la libertad -respondió Robert-, y toda la ciudad lo sabe.

Marc se reunió con ellos un poco más tarde. Charles se encogió de hombros al verlos y salió a su encuentro en el jardín de la parte trasera de la casa. Mientras golpea un terrón, Charles piensa que Jacques se había equivocado, era ya finales de marzo de 1944, pero la primavera todavía no había llegado.

***

El comisario Gillard y su adjunto Sirinelli reunieron a todos sus hombres. En el primer piso de la comisaría, es hora de hacer los preparativos. Ha llegado el día de efectuar las detenciones. Se ha dado la orden, silencio absoluto, debe evitarse que alguien pueda avisar a quienes, dentro de unas horas, caerán en la redada que preparan. Sin embargo, desde la oficina de al lado, un joven comisario de policía escucha lo que se dice. Su trabajo se centra en los delitos comunes, la guerra no ha hecho desaparecer a los truhanes y alguien debe ocuparse de ellos.

Pero el comisario Esparbié nunca ha enchironado a partisanos, sino que, muy al contrario, cuando se está preparando algo, los avisa: es su forma de colaborar con la Resistencia.

Informarlos del peligro que corren es expuesto y arriesgado, y no hay tiempo; Esparbié no está solo, uno de sus colegas actúa como su cómplice. El joven comisario se levanta de su silla y va a verlo de inmediato.

– Vete ahora mismo a la tesorería principal. En el departamento de pensiones, pide ver a una tal Madeleine, dile que su compañero Stefan debe irse de viaje inmediatamente.

Esparbié le ha confiado esta misión a su colega porque él tiene otra cita. Yendo en coche, llegará en una media hora a Loubers. Allí debe entrevistarse con un amigo; ha visto su ficha en una carpeta en la que hubiera sido mejor que no hubiera aparecido nunca.

A mediodía, Madeleine sale de la tesorería principal y se va a buscar a Stefan, pero, aunque ha ido a todos los sitios que suele frecuentar, no lo encuentra. Cuando llega a casa de sus padres, la policía está esperándola.

Ellos no saben nada de ella aparte de que Stefan va a verla casi todos los días. Mientras los policías registran la casa, Madeleine, aprovechando un momento de despiste, garabatea una nota a toda prisa y la esconde en una caja de cerillas. Finge encontrarse mal y pregunta si puede ir a tomar el aire a la ventana…

Bajo su ventana, ve a uno de sus amigos, un tendero italiano que la conoce mejor que nadie. Una caja de cerillas cae a sus pies. Giovanni la recoge, levanta la cabeza y sonríe a Madeleine. ¡Es hora de cerrar la tienda! Al cliente extrañado, Giovanni responde que, de todos modos, hace mucho que no tiene nada que vender en sus estantes. Después de bajar la persiana, se monta en la bici y va a avisar a quien debe.

En ese mismo momento, Charles se despide de Esparbié. En cuanto éste se ha ido, prepara la maleta y, haciendo de tripas corazón, vuelve a cerrar por última vez la puerta de la estación abandonada. Antes de girar la llave en la cerradura, echa una última ojeada a la habitación. Sobre el hornillo hay una vieja sartén que le recuerda una cena en la que una de sus tortillas casi provoca la catástrofe. Aquella noche, todos los compañeros estaban reunidos. Aquel fue un día terrible, pero corrían tiempos mejores que ahora.

En su curiosa bicicleta, Charles pedalea tan rápido como puede. Tiene que ver a muchos compañeros. Pasa el tiempo y sus amigos están en peligro. Avisado por el tendero italiano, Stefan ya ha huido. No tendrá tiempo de despedirse de Marianne, ni tampoco de ir a besar a su amiga Madeleine, cuyo valor ha podido salvarle la vida, aun a riesgo de la suya.

Charles se ha reunido con Marc en un café. Le informa de lo que se prepara y le ordena que vaya enseguida a unirse a los maquis junto a Montauban.

– Ve con Damira, ellos os acogerán en sus filas.

Antes de separarse de él, le entrega un sobre.

– Ten cuidado. He anotado la mayoría de nuestras acciones en este diario -dice Charles-, dáselo de mi parte a los que encuentres allá abajo.

– ¿No es peligroso conservar estos documentos?

– Sí, pero si todos morimos, alguien debe saber algún día lo que hemos hecho. Puedo aceptar que me maten, pero no que me hagan desaparecer.

Los dos amigos se separan, Marc debe encontrar a Damira lo antes posible. Su tren sale a primera hora de la tarde.

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