– ¿Tienes tiempo para una tortilla? Tengo huevos -farfulla Charles.
– Guárdalos para los demás, de verdad que tengo que irme -responde Jan.
– ¿Para quiénes? ¡A este paso, acabaré siendo el único miembro de la brigada!
– Otros vendrán, Charles, no te preocupes. La lucha sólo acaba de empezar, la Resistencia se organiza, por lo que es normal que vayamos a echar una mano allá donde podamos ser útiles. Venga, despidámonos y no pongas esa cara.
Charles acompañó a Jan por el caminito.
Se abrazaron y se juraron volver a verse un día, cuando el país fuera libre. Jan se subió a la bici y Charles lo llamó una última vez.
– ¿Catherine se va contigo?
– Sí.
– Entonces, dale un beso de mi parte.
Jan se lo prometió con una señal de la cabeza y el rostro de Charles se iluminó al hacer una última pregunta.
– Entonces, como ya nos hemos despedido, ¿ya no eres mi jefe?
– ¡Técnicamente, no! -respondió Jan.
– Entonces, cojones, si ganamos la guerra, intentad ser felices Catherine y tú. ¡Y soy yo, el artificiero de Loubers, el que te da la orden!
Jan saludó a Charles como a un soldado al que se respeta y se alejó en su bici.
Charles le devolvió el saludo y se quedó allí, al final del camino de la vieja estación, hasta que Jan desapareció en el horizonte.
***
Mientras nos morimos de hambre en nuestras celdas y mientras Enzo se retuerce de dolor en la enfermería de la prisión de Saint-Michel, la lucha sigue en la calle. No pasa un día en el que no haya un sabotaje a los trenes enemigos, se arranquen postes, se hundan grúas en el canal o caigan granadas sobre camiones alemanes.
Pero, en Limoges, un delator ha informado a las autoridades de que algunos jóvenes, seguramente judíos, se reúnen furtivamente en un apartamento de su edificio. La policía procede inmediatamente a arrestarlos. El gobierno de Vichy decide enviar sobre el terreno a uno de sus mejores detectives.
El comisario Gillard, encargado de la lucha antiterrorista, ha sido enviado junto con su equipo a investigar lo que podría darles la manera de llegar hasta el núcleo de la Resistencia del suroeste, a la que hay que destruir a cualquier precio.
Gillard había dirigido sus investigaciones en Lyon, está habituado a hacer interrogatorios y no bajará la guardia en Limoges. Vuelve a la comisaría para ocuparse él mismo de las preguntas. Gracias a las torturas, acaba por enterarse de que se envían «paquetes» a Toulouse. En esta ocasión, sabe dónde puede lanzar el anzuelo, así que sólo tiene que esperar a que el pez lo muerda.
Ha llegado el momento de desembarazarse de una vez por todas de todos esos extranjeros que perturban el orden público y cuestionan la autoridad del Estado.
A primera hora de la mañana, Gillard abandona a sus víctimas en la comisaría de Limoges y coge el tren a Toulouse con su equipo.
Desde su llegada, Gillard se ha mantenido alejado de los policías locales y permanece aislado en una oficina del primer piso de la comisaría. Si los polis de Toulouse hubieran sido competentes, no habrían necesitado llamarle y los jóvenes terroristas estarían ya tras los barrotes. Además, Gillard sabe que, tanto entre las filas de la policía como en la prefectura, hay simpatizantes de la causa de la Resistencia, y están a veces en el origen de las fugas. ¿O acaso algunos judíos no reciben el soplo de que los van a arrestar? Si éste no fuera el caso, los milicianos no encontrarían apartamentos vacíos cuando proceden a las detenciones. Gillard recuerda a los miembros de su equipo que deben desconfiar, y que los judíos y los comunistas están por todas partes. En su investigación, no quiere correr ningún riesgo. Una vez acabada la reunión, se organiza una vigilancia de la oficina de Correos.
***
Esa mañana Sophie está enferma. Una gripe la tiene clavada a la cama, pero tiene que ir a recoger un paquete que ha llegado como cada jueves, sin el que los compañeros no podrían recibir su sueldo; como mínimo, deben poder pagar el alquiler y comprar algo de comer. Simone, una nueva recluta que acaba de llegar de Bélgica, irá en su lugar. Cuando entra en la oficina de Correos, Simone no se fija en los dos hombres que fingen estar rellenando unos papeles. Ellos identifican, de inmediato, a la muchacha que está abriendo el apartado de correos número 27 para recoger el paquete que hay dentro. Simone se marcha y ellos la siguen. Dos polis experimentados contra una chica de diecisiete años: el resultado está decidido de antemano. Una hora más tarde, Simone va a casa de Sophie para llevarle sus «compras», ignorando que acaba de permitir a los hombres de Gillard localizar su domicilio.
Ella que sabía esconderse tan bien para seguir a los otros, que recorría las calles incansablemente para no llamar la atención, que sabía, mejor que nosotros, señalar los horarios, los desplazamientos, los contactos y los mínimos detalles de la vida de aquellos a los que seguía, no se imagina que delante de sus ventanas hay dos hombres que la vigilan y que, ahora, es a ella a quien siguen. Gato y ratón han invertido los papeles.
Esa misma tarde, Marianne visita a Sophie. Cuando cae la noche, los hombres de Gillard la siguen a ella.
***
Se citaron en el Canal du Midi. Stefan la espera en un banco. Marianne duda y le sonríe de lejos. Se levanta y le da las buenas tardes. Está a unos pocos pasos de sus brazos. Desde ayer, la vida es diferente. Rosine y Marius han muerto y no consigue dejar de pensar en ello, pero Marianne ya no está sola. Se puede amar mucho a los diecisiete años, se puede amar hasta olvidar el hambre, se puede amar hasta olvidar que ayer todavía tenía miedo. Pero, desde ayer, su vida ha cambiado, porque ahora alguien ocupa sus pensamientos.
Sentados uno junto al otro, en ese banco cerca del Pont des Demoiselles, Marianne y Stefan se besan, y nada ni nadie podrá robarles esos minutos de felicidad. El tiempo pasa y se acerca la hora del toque de queda. Detrás de ellos, los faroles de gas están ya encendidos: es hora de separarse. Por la mañana, volverán a verse, como todas las tardes siguientes. Y todas las tardes siguientes, en el Canal du Midi, los hombres del comisario Gillard espiarán a su gusto a dos adolescentes que se aman en medio de una guerra.
A la mañana siguiente, Marianne se encuentra con Damira. Cuando se separan, empiezan a seguir a Damira. Al día siguiente, ¿o más tarde, quizá?, Damira se encuentra con Osna; por la tarde, Osna tiene una cita con Antoine. Pocos días bastan para que casi toda la brigada esté vigilada por los hombres de Gillard. El cerco se estrecha a su alrededor.
Apenas teníamos veinte años, y los que los teníamos hacía poco que los habíamos cumplido. Nos quedaban muchas cosas por aprender sobre cómo hacer la guerra sin delatarnos, cosas que los detectives de la policía de Vichy conocían a la perfección.
***
Se está preparando una redada, el comisario Gillard ha reunido a todos sus hombres en la oficina que ocupaba en la comisaría de Toulouse. Para proceder a los arrestos, sin embargo, habrá que pedir refuerzos a los policías de la brigada 8. a. En el primer piso, un inspector no se ha perdido detalle de lo que se está tramando. Abandona su puesto discretamente y se dirige a la oficina central de Correos. Se presenta en la taquilla, pide a la operadora un número de Lyon y le pasan la comunicación a una cabina.
Echa una ojeada por la puerta de cristal, la encargada discute con su colega, la línea es segura.
Su interlocutor no habla, se limita a escuchar la terrible noticia. Dentro de dos días, la 35. abrigada de Marcel Langer será detenida al completo. La información es segura, hay que avisarlos de inmediato. El inspector cuelga y reza para que el mensaje llegue.
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