Álvaro Pombo - Donde las mujeres

Здесь есть возможность читать онлайн «Álvaro Pombo - Donde las mujeres» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Donde las mujeres: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Donde las mujeres»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Nacional De Narrativa 1997
En esta magnífica novela, Álvaro Pombo describe el esplendor y la decadencia de lo que parecía una unidad familiar que se imagina perfecta. La narradora, la hija mayor de la familia, había pensado que todos -su excéntrica madre, sus hermanos, su aún más excéntrica tía Lucía y su enamorado alemán- eran seres superiores que brillaban con luz propia en medio del paisaje romántico de la península, una isla casi, en la que vivían, aislados y orgullosamente desdeñosos de la chata realidad de su época. Pero una serie de sucesos y el desvelamiento de un secreto familiar que la afecta decisivamente, descubre a la narradora el verdadero rostro de los mitificados habitantes de aquel reducto. Una revelación que cambiará irremisiblemente el sentido de la vida…

Donde las mujeres — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Donde las mujeres», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Un día Violeta trajo un recado explosivo de mi padre. Se desprendió de la charla de Violeta tan dulce y casualmente como todos los demás:

– Por cierto, que me acuerdo ahora que papá me ha dicho que no me olvidara, mamá, de decirte que al paso que van las fincas rústicas habría que ir pensando un poco en posibles compradores de esta casa, y también quizá del torreón. «Si tu tía quiere y Tom la deja…», papá dice, «…que Tom seguirá siendo el propietario, si mal no recuerdo, del torreón y de la finca.» Y yo dije que te lo diría y te lo digo.

Debí de palidecer, porque lo entendí todo de golpe: la mitad de lo nuestro no era nuestro, porque era ganancial. Ése era el recado…

Resulta imposible decir ahora (sin inventarlo ahora arbitrariamente para la ocasión) qué significaba en aquel instante la expresión «todo» para mí. Me angustié al oír aquel recado. Todo lo presentido, como después fuimos viendo detalle por detalle, se integraba en esa suma de la angustia ante la posibilidad de que con aquel mínimo recado mi padre hubiera puesto en marcha el cobro de lo suyo, la mitad de todo lo nuestro. No recuerdo qué pasó tras caer como una bomba aquel recado, quizá porque mi angustia y mi desconcierto fueron tan intensos que ensordecí. O quizá no lo recuerdo porque los demás no hicieron caso o, como mi madre, parecían estar al tanto de la situación y contar con que se manifestase más pronto o más tarde. Lo que sí recuerdo fue la exclamación de Fernandito: «¡Leche!, ¿cómo demonios no se me había ocurrido que ése era el caso? Pero claro, mamá, sois una sociedad de gananciales…»

Violeta acababa de salir. Quizá llorosa o quizá furiosa contra mí. Más contra mí que contra Fernandito, con quien sin embargo había discutido, de pie los dos, como dos críos a la hora del recreo, mientras yo en silencio les miraba confusa. Fernandito dijo:

– Lo siento. No quería discutir. He discutido contra ti también. Me enferma que seáis las dos tan ignorantes, dos señoritingas bobas de una casa de muñecas. Tenéis las dos edad de sobra.

Y yo dije:

– ¿Edad de sobra para qué?

– Para mirar el código civil, para eso.

– O sea, que tú sabías, como sabes tanto también eso lo sabías, que mi padre tiene derecho a la mitad de todo. Cuanto más lo pienso menos lo creo, no esperaba eso de ti, Fernando.

La discusión con Violeta había surgido a consecuencia de la incapacidad que todas por igual las mujeres -según él- sufríamos de saber qué es qué y lo que pasa por el mundo. Fernandito solía decir que no obstante no saber Violeta hacer la O con un canuto porque se negó a estudiar y la aprobaban las monjas porque era modosita, era muchísimo más sensata que yo, mucho más calculadora. Esta opinión, que hasta la fecha yo siempre había tomado como una especie de cumplido, cobraba ahora una dimensión sentimental: un sentimiento de acritud que no suprimía el previo afecto familiar, sino que, al contrario, diabólicamente, lo presuponía y lo incluía, lo desarrollaba -por raro que suene- en un danzón de contrarios.

¿De parte de quién estaba Fernandito? Ahora prosiguió:

– Te veo venir, te conozco mejor, mucho mejor, que si te hubiera yo parido, hermana. Vas a preguntarme que a quién de los dos quiero yo más, a papá o a mamá. Cada día que pasa, hermanita, te me vuelves más institutriz, más aria, más fiel servidora de la casa y más tonta.

Me reí porque había acertado, ésa era la verdad: la pregunta que realmente yo me estaba haciendo era si Fernandito nos quería a nosotros tanto como yo supuse siempre, o si, al volverse un pollo pera, un futuro abogado de todo rumbo y manejo, había acabado por inclinarse más hacia el lado convencional, sociable, hedonista, que invariablemente atribuía yo a mi padre.

– Vale. Dilo. ¿Estás contra nosotros, o con nosotros? Dilo de una vez.

Fernandito hizo una pausa, dio una vuelta por la habitación, estábamos en su antiguo cuarto de jugar. Sopló un poquito en su armónica. Luego se sentó frente a mí, encendió un pitillo rubio y dijo:

– Si por un instante puedes suspender tu convicción de que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas, que seguro que sí puedes, entonces escucha: un matrimonio es una sociedad de gananciales, mediante ella se hacen comunes para el hombre y para la mujer las ganancias y beneficios obtenidos indistintamente por cualquiera de ellos, que les serán atribuidos por mitad al disolverse aquélla…

– ¿Lo que me estás diciendo es que son todavía un matrimonio? Pero si todavía lo son y no se están disolviendo, ¿a qué viene hablar de dividir?

– Están separados de hecho -dijo Fernandito-. Suponiendo que mi padre quisiera ahora amistosamente vender su parte de los gananciales, que vendría a ser, en resumidas cuentas, la mitad de esta casa, el jardín y lo demás… Y suponiendo que mamá no quiera y no tenga justificación para no querer, el juez puede suplir el consentimiento de uno de los cónyuges, es decir, el de mamá, y tan contentos. Pero no creo que mamá no quiera, ¿por qué no va a querer? ¡Querrá!

Me temblaban las manos cuando cogí un pitillo de la pitillera de Fernandito y lo encendí:

– Es como si de pronto nos hubiéramos vuelto todos locos -dije-. De pronto todos estamos hablando de vender lo nuestro. Es como si nos reuniéramos para decidir si nos odiamos, ¿por qué no odiarnos? ¡Vamos a decidirlo!

Fernandito dijo:

– Pero es que ése es el asunto. Entre vender o no vender una propiedad y odiarnos o no odiarnos, hay un abismo. Lo segundo es monstruoso. Lo primero es sensato o puede serlo. Puede beneficiarnos. Papá tiene olfato para los negocios, es un tratante, lo suyo es el trato. Lo contrario, por cierto, de lo tuyo, hermanita.

Entonces se me ocurrió una idea que consideré luminosa y que ciertamente iluminó el rostro de mi hermano:

– ¡Bueno!, pues si es así como tú dices, por qué no vendemos un terreno de él, ¿por qué no partimos su casa de Pedraja? O de los títulos que él tenga, de Hidroeléctricas, o leches. Algo tendrá…

– El sol de la inteligencia brilla por fin en tu rostro, hermana. Buena pregunta. Tú misma sabes, si te fijas, la respuesta. Lo que tiene mi padre en Pedraja, que en hectáreas suena a mucho, vale muy poco, y cada vez menos va a valer. Explotarlo con vacas y desarrollo agropecuario, todo eso, iba a costarle más de lo que saca ahora sólo con el maíz y con la hierba. Tendría que invertir, y aun así no está claro que el campo que ellos tienen les rentara lo que debe. Pedraja está en el quinto infierno. Está en cuesta. Ya con eso… Hasta la casa misma está que se desploma monte abajo. En cambio, nosotros, ¿dónde estamos nosotros? Nosotros estamos en la flor de la flor. Lo mejorcito de la crema de la crema aquí lo tienes a tus pies: tu casa. Urbanización con puerto deportivo, yo qué sé, leches, cualquier cosa. Un golf muchísimo mejor que el de La Zapateira y tenemos aquí a Franco dale que te pego al bastoncito combinando con la pesca de la lubina de ración. El Generalísimo y su esposa lo pasarían bomba aquí, un suponer…

– ¿Y papá te ha dicho todo eso? Es así, ¿no?

– Bueno, nos lo hemos dicho el uno al otro casi. Yo no quería meterme, porque os conozco, sobre todo a ti. Pero con los mensajes sonámbulos de Violeta, que habla cada vez más como si estuviera soñando… ¡ya está!

Recuerdo el plateado mes de abril. Recuerdo a Fernandito (ya sin Rufus, que había muerto el año anterior y tenía su tumba bien visible, cercada por las flores anuales que Tom iba plantando al pie del torreón de tía Lucía, cara al mar, lejos de las gallinas y los moscardones, en la paz recogida y flexible de todos los felinos, sus hermanos). Ahí, en su antiguo cuarto de jugar, atestado de libros y de instrumentos musicales, devoraba Fernandito Civil I, y Romano, y Filosofía del Derecho. Por las tardes subía a verle yo, generalmente a media tarde después del paseo con mi madre. Subía también a consolarme, viéndole, de las irregulares mutaciones de Violeta, sus temporadas de desaparecer e irse a Pedraja con su padre, sus temporadas de estarse en casa sin poder parar, sus temporadas de novios, sus temporadas de no hablarnos, o de no hablarme o de hablar conmigo únicamente, sin parar hasta las tantas, y dormir luego hasta las tres de la tarde y reaparecer, delicada y súbita como su propio nombre, a la hora de comer, con las faldas de vuelo, con los cinturones anchos, con el aire de salir siempre a alguna parte y sin embargo quedarse de tertulia la tarde entera con nosotros, y después sola conmigo otra vez hasta las tantas. Como si Violeta fuera nuestra privada versión mitológica de lo que denominaban Tom y tía Lucía the prevailing wind, siempre repentinamente dentro o repentinamente fuera de los circulares, incompletos, giros aguzados del negro pájaro sin nombre de la veleta del torreón.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Donde las mujeres»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Donde las mujeres» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Donde las mujeres»

Обсуждение, отзывы о книге «Donde las mujeres» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x