Tahar Jelloun - Mi madre

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La novela relata la relación de un escritor con su madre, mayor y enferma. Muy realista e impactante. Buena prosa. Además de profundizar en las relaciones paterno-filiales, el autor ofrece numerosos detalles costumbristas de la sociedad marroquí. Dentro de una obra tan cuidada, desentonan desagradablemente dos salidas de tono.

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«Pero, yemma…».

«Ya sé, me vas a decir de nuevo que tu padre ya no está entre nosotros, te equivocas, yo lo he visto esta mañana, habló conmigo, incluso me pidió que le cocinara patas de ternera, así que… Ah, lo entiendo, ha debido de pasar por Chammain a saludar a Sidi Abdeslam, mi tío, el que había concertado nuestro matrimonio, son amigos, a veces se ven, se ponen a hablar y se olvidan de la hora de la comida…».

«Yemma, es de noche, ya son las dos de la mañana y todos duermen, Keltum duerme, Rhimo también, y yo me muero de sueño. He aceptado quedarme esta noche para ver si descansabas bien, pero compruebo que tienes los ojos abiertos y la mente, también. No estamos en Fez, y Sidi Abdeslam, al igual que mi padre, murió hace tiempo…».

«Entonces, se encontrarán con Dios, quizá en el paraíso, eso espero, por cierto, ¿qué hora es? Debo tomar mis medicinas. ¡Ah! ¿No, ahora no? ¿No me toca todavía? ¿Y por qué no me toca? Tú debes saber, hijo mío, lo que me conviene y lo que no, buenas noches, creo que tengo sueño».

Es la segunda vez que mi madre me dice: «¡No te he visto desde tu entierro, te he echado de menos!». Ella vive en el paraíso. No está en este mundo, se encuentra con todos los muertos de la familia, pasa largos momentos hablando con ellos y nos hace creer que están presentes entre los vivos. ¿Por qué me habrá integrado en el cortejo de los muertos? No quiere vivir sin mí y me lleva con ella en sus sueños en vela, en sus alucinaciones que acaban por divertirnos. Mis hermanos y yo nos telefoneamos para contarnos las últimas anécdotas y nos reímos diciendo: al menos, ella no sufre.

Cuando protesto con suavidad diciéndole: «¡Pero si estoy vivo!», ella se ríe y añade: «De todas formas yo no habría sobrevivido a tu muerte, Dios me llevará estando tú vivo, eso es lo que le pido siempre, así que si te he hablado de entierro es porque he debido de confundirte con mi hermano menor, que tanto quiero, ya sabes, hijo, la confusión, todo se mezcla en la cabeza, todo, la gente y las horas, las imágenes y los sentimientos, la verdura y la fruta, las medicinas y el azúcar, el día y la noche, las estrellas y los sueños, el sueño y el olvido, hijo mío… ¿Estás seguro de que eres mi hijo?… El olvido, me olvido de las cosas pero no pasa nada, espero no ser una carga demasiado pesada para vosotros, quiero ser ligera hasta el final. Cuando perdí a mi primer marido, a los diecisiete años, alguien me dijo: "Dios te ha evitado la pesadez de la vida, ahora eres ligera, una niña y ya viuda, pero la vida no se detiene, eres la inocencia maltratada por esa muerte brutal, durante toda tu vida intentarás de algún modo mantenerte ligera. Es importante". Después de aquellas palabras, dejé de estar triste, me sentía como un pájaro con alas, por eso mi duelo fue menos penoso y me volví a casar enseguida. Mi madre era elegante gracias a esa levedad. Era como una abeja, viva, rápida, grácil. Me gustaría tanto morirme como ella. Se marchó mientras dormía, yo también me dejaré llevar en el sueño».

Los fantasmas del pasado han debido de despedirse de mi madre. Esta mañana ha vuelto a tener un episodio de demencia. Ya nada está en su sitio, ni los seres ni las cosas. La llamo por teléfono. Está llorando, desesperada. «Ven pronto, te lo suplico, ven y tráeme a tus hijos, la niña pequeña que adopté se ha ido, estaba conmigo en el cuarto de baño, salió a abrir la puerta de la casa y desapareció. Me la han raptado, con lo que yo la quería, estoy muy intranquila, no ha regresado, ¿dónde estará? Espero que no le hagan daño, así que ven, te lo suplico de rodillas, no me dejes sola, hay unas personas que me quieren hacer daño, van y vienen. Las veo, se acercan a mí».

Está muy agitada, se le ha resbalado el pañuelo de la cabeza. Tiende los brazos. La abrazo. Mis hijos la cubren de besos, parece que se ha sosegado pero insiste en que nos quedemos con ella. No ve bien. Se le han roto las gafas. Cuando nos despedimos, nos suplica que no nos vayamos. Se me hace un nudo en la garganta. Mis hijos me preguntan por qué llora. Nos vamos prometiéndole que regresaremos al día siguiente, y ella entiende al mes siguiente y confunde las estaciones: «Será ramadán y vendréis al atardecer, para la ruptura del ayuno».

32

Zilli ha muerto. Me lo acaba de anunciar Roland. Estaba comiendo con una amiga en la terraza del restaurante Le Mirabeau en Lausanne, un bello mediodía de julio. Al final de la comida, se puso a toser; su amiga le dio un vaso de agua; se lo bebió y se atragantó. Se cayó de la silla y quedó tendida boca abajo en la hierba. Roland estaba en la piscina Pully jugando al ping-pong. Oyó que lo llamaban por el altavoz, era la policía. Le anunciaron la noticia. Regresó a la mesa de ping-pong y terminó la partida. Me dijo: «De todas formas está muerta, tenía que terminar de jugar, yo iba ganando». Al día siguiente, abrió el sobre que contenía las instrucciones de Zilli: «Os pido que me incineréis y que disperséis mis cenizas en el Parque del Recuerdo en el cementerio de Lausanne; no deseo ninguna ceremonia religiosa ni esquela en la prensa».

A la incineración asistieron algunas señoras mayores entre las cuales estaban su amiga ciega, la portera de su edificio, Monique y Naomi, la novia de Roland de entonces.

Mi madre sigue decayendo. Cada vez me cuesta más ir a verla. Se muestra cariñosa pero nos confunde a todos. Necesita nuestra presencia, por eso voy a verla casi a diario.

Keltum se ha ausentado durante el día y mi madre se ha venido abajo. Por mucho que Rhimo intente tranquilizarla, basta con que una pieza falte en su rompecabezas para desencadenar el pánico. Keltum ya no puede más. Necesita descansar una o dos veces por semana. Me vuelve a decir que ella no es una empleada de la casa sino una amiga, un miembro de la familia.

Mis visitas se acortan cada vez más. No hace mucho, yo me sentaba al lado de mi madre, le cogía la mano y hablábamos. Ahora evito hacerle preguntas sobre su salud, le da motivos para lanzarse a un delirio ante el cual sólo podemos seguirle la corriente. En el teléfono, sin embargo, muestra más coherencia. Quizá la memoria es más fiel a la voz que a la imagen. Por el momento, alterno: un día hablo con ella por teléfono y al siguiente paso a verla.

Keltum me ha enumerado las reparaciones necesarias para el buen funcionamiento de la casa:

«-Cambiar el calentador de agua, ya no se puede reparar.

– Comprar una cocina nueva.

– Arreglar la cadena del váter.

– Desprenderse de la vieja alfombra rabatí, apesta.

– Instalar una antena parabólica para que Rhimo pueda ver el culebrón brasileño "Esmeralda", si no, irá a verlo a casa de los vecinos y a su madre de usted no le gusta que se marche, ni siquiera a la casa de al lado.

– Hablar con el farmacéutico para que nos fíe.

– Y por último, si no es pedir demasiado, comprarme un teléfono móvil… Sí, lo necesito para que mis nietos y mis hijos me llamen».

Mi madre está muy entretenida. Apenas ha notado mi presencia. Se rodea con un pañuelo el dedo índice y luego el pulgar. Repite el mismo gesto un montón de veces. Habla, se habla a sí misma y se olvida, vuelve sobre las palabras, las pone del derecho y del revés, canturrea en voz baja, tararea melodías, luego se calla de golpe. «¿Quién anda ahí? ¡Ah, eres tú, hijo, no te había visto entrar! ¿Hace tiempo que estás ahí? Cada vez veo menos. Este cuarto está siempre oscuro. Necesito luz, es importante la luz. Dime, ¿no te has cruzado, al entrar, con mi padre, con tu abuelo? Estaba aquí, creo que ha comido con Muley Ismael, ya sabes, el que tiene ocho hijas y está deseando casarlas. ¡El pobre! Ocho hijas… Algunas ya han encontrado marido. Un casamiento concertado. Él es un rico joyero. Una de sus hijas se ha casado con un zapatero, ¿te das cuenta?, un pobre artesano que remienda babuchas viejas. ¡Menudo oficio! No gana nada. Así que su suegro le ha propuesto montarle una tienda de zapatos para mujeres. Estaba loco de alegría. Pero de tanto trabajar con las clientas, ha acabado casándose con una y se la ha impuesto a la primera esposa. Muley Ismael ha venido a quejarse a mi padre, ya sabes, tu abuelo es un hombre muy respetado, la gente llega de todo el país para consultarle sus problemas. Así que oí toda la conversación, la pobre Ghita, creo que así se llama, fue al morabito donde está enterrado Muley Idriss, y pidió asilo al gran santo, diciendo que no se iría de allí hasta que su marido repudiase a la segunda esposa. Pero el islam da la razón al marido, dicen que en el Corán está escrito que hay que ser justo con cada una de las esposas. ¿Cómo se puede ser justo? ¿Qué habría hecho yo en su lugar? En todo caso, yo no habría pedido asilo en el morabito de Muley Idriss. No soy mala persona, no, no iría a sacarle los ojos a la segunda esposa, soy incapaz de eso. Por cierto, ¿quién eres? ¿Y por dónde andan mis tres maridos?».

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