Tahar Jelloun - Mi madre

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La novela relata la relación de un escritor con su madre, mayor y enferma. Muy realista e impactante. Buena prosa. Además de profundizar en las relaciones paterno-filiales, el autor ofrece numerosos detalles costumbristas de la sociedad marroquí. Dentro de una obra tan cuidada, desentonan desagradablemente dos salidas de tono.

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Mi madre no se sorprende al verme llegar. Está convencida de que vivo en su casa y me confunde con su hermano mayor. Sigue adelgazando. Me dice: «Estoy en los huesos, un montón de piel y huesos. Cuando yo era joven, tenía el pecho más bonito de toda la familia, estaba gordita, rellenita, no se me notaban los huesos. ¿Ves? Tócame el brazo, puro pellejo que envuelve a los huesos. Keltum quiere hacerme pasar por loca, se cree, y quiere hacérselo creer a la gente, que he parido un bebé, ¿te das cuenta?, ¡hasta dónde hemos llegado! No estoy loca, ¡a mi edad, tener un bebé! Ha confundido el bebé de la enfermera con el hijo que tuve contigo y que se murió unos días después de nacer. Le habíamos puesto de nombre Mojtar, y lo enterramos en Bab Ftuh, el cementerio que está a las afueras de la ciudad, a un cuarto de hora de aquí, coges la primera calle a la derecha, Buajarra, luego cruzas Ressif, pasas por Fejarin… espera, creo que me estoy perdiendo, para ir a Bab Ftuh es más sencillo, sales y en cuanto ves un ataúd llevado a hombros por cuatro mozarrones, lo sigues, te llevará al cementerio, allí es adonde quise ir ayer, pero Keltum me pone nerviosa y me quiere convencer de que no estamos en Fez, yo nunca me fui de Fez, ¿por qué me dice esta campesina lo contrario? Es ella la que está loca, ¿verdad, hijo, que estamos en Fez? Tu padre acaba de abrir una tienda de especias en el barrio de Diwán, allí es donde tiene su negocio, vende comino, gengibre, pimienta, pimentón, al por mayor, ve y dile que la comida está lista, aunque quizá prefiera comer allí, si tiene muchos clientes, ve, di a Keltum que estamos en Fez, que los franceses han enviado al exilio al Sultán, que Marruecos llora a su rey y que los hombres se manifiestan por las calles para que vuelva».

«Estamos en Tánger, yemma, te confundes de época, Keltum tiene razón, reza para que tenga paciencia».

«¿Cómo es posible? ¿El rey Mohamed V ha regresado y nadie me lo ha dicho? ¿Qué dices, que está muerto? ¿De qué ha muerto? ¿Por qué me ocultan todo? Me voy a enfadar. Por cierto, hijo, ayer me bañé con agua templada, casi fría, el calentador está averiado, aquí es difícil conseguir que venga un fontanero, así que Keltum calentó agua en unas ollas y me ha lavado como si yo fuera un bebé. Es verdad, me he vuelto tan pequeñita que me confunde con un bebé. ¡Yo, un bebé! Aunque sigo siendo joven, prueba de ello es que el otro día di de mamar al niño recién nacido de la enfermera. Me lo dejó, me lo dio. ¡Es tan rico! Es clavadito a ti, tus ojos, tu nariz, tu pelo… Pero me lo han robado, me han dicho que yo no estaba bien de la cabeza, se lo han dado a una joven, creo que es enfermera, para que lo cuide. Les he dicho que de acuerdo, pero me lo tendrán que devolver algún día cuando esté curada, soy su madre, ¿sabes?, por la noche sueño con ese niño, lo llevo en brazos y estoy en Muley Idriss, en el mausoleo, se lo llevo al santo para recibir su bendición, rezo por él y por todos vosotros. Dios es testigo, no dejo de pedirle alafia y le doy gracias por haberme dado ese espléndido regalo, un precioso bebé de tez blanca, como a mí me gusta, ya sabes, me disgusta la piel oscura, me vas a regañar, pero prefiero a los niños nacidos en Fez, con la piel blanca, rosada, que me recuerda la mía cuando era pequeña. Te ríes, pero es verdad, yo era guapa, pregúntaselo a tu padre, se casó conmigo cuando yo no tenía aún veinte años, dile que te lo cuente… ¿Está muerto? ¡Ah!, es verdad, pero cuando vayas a visitar su tumba, habla con él, con los muertos hay que hablar pues están vivos en nuestro corazón, Dios lo dice, está en el Corán. Espero que me cuentes todo cuando yo esté enterrada, me alegra la idea de que hables conmigo, aunque yo no pueda oírte ni responderte. ¿Sabes, hijo? Eso me tranquiliza. Se lo he dicho a tu hermano mayor, él, que se sabe de memoria el Corán, me ha prometido que rezará una azora cada vez que vaya a visitarme a mi tumba. El Corán dulcifica el corazón y envuelve el alma de misericordia y de ternura. Lo sé porque estoy a dos pasos de la tierra en la que me sepultarán. Lo sé y no me asusta. El Corán, la palabra de Alá, estará conmigo. Los ángeles me acompañarán; para ello hay que ser bueno, honrado, de corazón blanco, y yo me he pasado la vida entera evitando ensuciar mi corazón. No sé qué es robar, mentir, traicionar, hacer daño. Cuando tu padre me maltrataba con sus palabras duras e hirientes, yo le respondía con una aleya del Corán y le decía: "Te dejo en manos de Alá, yo sólo soy una pobre criatura fiel a Dios y a su profeta"».

Mi madre me comenta que mis amigos ya no van a visitarla. «Creo que o bien no sabes conservar a tus amigos o no sabes elegirlos. Me gustaría saber qué ocurre. Por cierto, Zailachi venía de vez en cuando, me traía sándalo, charlaba conmigo, me daba un beso en la frente como si yo fuera su propia madre. Es un hombre encantador, bien educado y sensato. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué no viene ya a casa? Aunque era ministro, encontraba tiempo para hacerme un ratito de compañía. Lo veo a veces en la televisión. Es un hombre guapo. Parece rejuvenecido. Siempre está al lado del rey. Es todo un señor. Tu amigo de la infancia tampoco viene a verme. Antes, su mujer solía pasar, charlábamos un rato, luego se despedía amablemente. ¡Qué curioso! ¡Cómo cambian las personas! En fin, tus amigos ya no vienen. Quizá se aburren conmigo. Ya lo sé, no les debo de hacer mucha gracia, pero son tus amigos. Espero que ellos no hayan cambiado. Mi hermano menor, el que vino a verme hace un rato, tiene muchos amigos. Diré a tu padre que Zailachi se ha distanciado un poco. Debe de estar muy atareado, ministro, padre de familia, hace muchas cosas. Yo no hago nada. Tu padre está en la tienda y yo en la cocina. Siempre ha sido así. Cocinar, limpiar la casa, poner la mesa, lavar los cacharros y tu padre protestando porque al tayín le falta sal. Por cierto, habla con él, estoy harta de sus berrinches, de su mal humor, me trata como si yo fuera su sirvienta. ¡Sí, ya lo sé, vas a decirme que tu padre murió hace diez años! Lo sé, pero él regresa de vez en cuando, entra de puntillas en casa, comprueba que todo está en orden y desaparece. Yo no lo veo, pero siento su presencia, así que hablo con él, le cuento lo que me preocupa. No le oculto nada, vacío mi corazón, él me escucha, callado, los muertos no hablan ¿verdad?».

Mi madre huele mal. Huele a caca. Se lo ha hecho encima y no lo sabe. Ella, tan elegante, tan guapa, tan pendiente de la higiene… ya no es ella. No recuerda lo que ha sido. Se habría horrorizado por su estado actual del que no es consciente. Miro a Keltum, me hace una señal con la cabeza. Salgo del dormitorio, mientras ella y Rhimo la llevan al cuarto de baño.

Mi madre, la elegancia personificada, la limpieza maniática, el perfume natural de su piel, mi madre, la primavera reinando en la azotea de la casa de Fez. Está guapa y acaba de regresar del hamam. Como de costumbre, besa la mano de su padre, que le dice: «¡A tu salud!». Comemos en la azotea, que comunica con la de los vecinos. Ponemos en común la comida y nos reunimos con sencillez. Mi madre huele muy bien. La vecina la piropea. El sol es suave. Yo juego con una de las niñas de la vecina, mientras mi hermano está haciendo los deberes de colegio, una redacción. La niña tiene unos pechitos pequeños, yo juego al doctor, ella finge que se desmaya, yo la cojo en mis brazos, mi madre sigue la escena de lejos, se ríe, la pequeña corre a refugiarse en las faldas de su madre, yo, también, mi madre me abraza y me estrecha contra ella. Huele tan bien, huele a madre cariñosa, a madre feliz, saludable.

Mi madre no entiende por qué Keltum la obliga a asearse de nuevo. Keltum está de mal humor. Es brusca. Mi madre protesta, Rhimo también, a ella no le gustan los modales de Keltum. Yo estoy en el pasillo y asisto, impotente, a la escena. Mi madre está llorando. Desvío la mirada. Me digo: podría haber venido media hora antes o después de este incidente. Quizá Keltum la ha dejado con su mierda encima para que yo me dé cuenta de todo lo que hace cuando no estoy. Es posible. «Mire lo que soporto, usted sólo viene a la hora del té, da un beso a su madre, le pide que rece por usted y le bendiga, y luego se marcha y yo estoy siempre aquí, soporto sus insomnios, la sigo en sus delirios, recojo su mierda, le pongo los pañales y me tiro al suelo a cuatro patas para limpiar lo que ella ensucia, sí, su madre ya no se controla, se orina encima, no puede contener las defecaciones, yo me he acostumbrado, pero usted hace muecas de disgusto y mira para otro lado. Tengo la impresión de que la enferma soy yo, soy yo quien está perdiendo la cabeza, y cuando la aseo, me estoy lavando a mí misma, y pienso en ella, hace apenas diez años estaba enferma pero cocinaba, estaba limpia y se preocupaba por su elegancia, hablábamos de cosas serias o frívolas, a veces nos reíamos».

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