Tahar Jelloun - Mi madre
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Mi madre está cansada. El paseo por la casa la ha mareado. No dice nada. Está triste, con la mirada perdida. Se ha ausentado, con los ojos abiertos. Reza una y otra vez. En cuanto termina, llama a Lal-la Bahia, su prima hermana. Habla con ella en voz alta: «¡Lal-la, Lal-la, date prisa! Hoy es un gran día, no tardarán en llegar los que vienen a pedir tu mano, ten cuidado, no te maquilles demasiado, mantente discreta y con los ojos bajos, no te olvides, insisto, con los ojos bajos, es muy importante, es decisivo, una joven que mire directamente a los ojos a los invitados es una descarada, una maleducada, una hija de una familia poco recomendable, el honor está en ese recato, en ese silencio, mirar al suelo, sin cesar, no alzar la mirada más que para dar las gracias a tu padre y besarle la mano, ve, Lal-la, empezaremos por el hamam, luego será la fiesta de la alheña.
»Lal-la Bahia va a casarse, nos va a dejar y vamos a llorar. Lloré tanto en mi boda, ¿qué tendría yo? ¿Quince, dieciséis años? No recuerdo, era muy joven, era la tradición, una no se puede casar después de los veinte, ¿te das cuenta? qué angustia para los padres, convertirte en un objeto que nadie quiere, una ehbura, una mercancía sin vender, almacenada en la trastienda, qué vergüenza, menos mal que yo no tuve tiempo de acabar allí, mira, escucha, Lal-la Bahia, no tenemos la misma edad, tú puedes ser mi hija, ven siéntate, cógeme la mano y escucha mis rezos; voy a llamar a Keltum para que te prepare la alheña, luego iremos las dos al hamam, me gusta ir allí, aunque no soporto demasiado el calor; qué suerte tienes, no te almacenarán en la trastienda de las muchachas olvidadas por la vida, quiero decir por el matrimonio. Yo me casé con mi primer hombre sin saber nada de la vida, él era un joven de muy buena familia, no eran ricos pero sí piadosos y muy buena gente, pero Dios me lo arrebató enseguida, se lo llevo consigo tras unas fiebres muy altas. Era guapo. Yo estaba encinta. No tuve tiempo de llorar. Mi hija nació y me puse a amamantarla. Yo tenía tanta leche que también daba de mamar a mi hermana pequeña, que tenía apenas seis meses más que mi hija. Mi padre se lamentaba, mi madre se pasaba el día rezando. ¿Ves, Lal-la Bahia? Uno no tiene que perder la esperanza. Vas a casarte y tendrás muchos hijos, tienes un vientre generoso, eso es importante, y un corazón blanco. ¿Conoces a tu hombre? Tendrás todo el tiempo del mundo para conocerlo, eso no es grave, lo importante es que no caigas con él antes de la boda, caer, sí, pero la noche de bodas, eso es normal, si no, no tiene ningún encanto. Yo no conocí a ninguno de mis maridos hasta el día de la boda. Todos han muerto, creo que están muertos porque ya no los veo, ¿dónde estarán? Keltum, ¿has visto a mi marido? No, al último no, me refiero al segundo. ¿No? Estoy diciendo chaladuras, eso es, mírala, faltándome el respeto, ¿la oyes, Lal-la Bahia? Keltum habla conmigo como si estuviera loca, hasta dónde hemos llegado, ya no aguanto más, la voy a despedir enseguida, telefonea a mi hijo, dile que despida a Keltum, la casa es bastante generosa, hay gente y ya no necesito a Keltum. Por cierto, di a Lal-la Batul que traiga a dos criadas, díselo, es esa casamentera, la negaffa que tiene tres dientes de oro. ¿Por qué Keltum se burla de mí? ¿Qué he dicho que parezca ridículo? ¿Confundo el presente con el pasado lejano? ¿Y qué hay de malo en ello? No tengo por qué rendirle cuentas, y, a propósito de cuentas, Keltum me va a tener que decir dónde está el millón de dirhams que escondí debajo de la almohada ayer noche, al despertarme sólo encontré papel de periódico. Yo misma conté los billetes, había muchos y de distintos tamaños; mi hijo, el que vive en Francia, fue quien me dio ese dinero para que no me falte de nada… ¡Ah, se me olvidaba! Decidle al juez que convoque a mis tres maridos. Se tienen que ocupar de mí, es su obligación…».
30
«Hace calor, mucho calor, Fez es así, en cuanto se acerca el verano, nos achicharramos. El invierno es muy frío, el verano, muy caliente, estoy sudando, dame un poco de agua de azahar, me refresca ¿cómo es posible que ya no quede? Yo misma compre las flores, las puse a secar en la azotea y con mi prima, Lal-la María, las destilamos y obtuvimos diez botellas de litro. ¡Vaya, me dices que estoy soñando, que eso ocurrió hace treinta años! Puede ser, ¿pero es motivo para privarme de agua de azahar? ¿Qué modales son ésos? Y si quiero comer jlii, esa carne en salazón que tanto me gusta, y te pido que me prepares un poquito, ¿me negarás también ese capricho? ¡Ah, claro, el doctor dice que no es bueno para mi régimen! ¡Qué régimen, si hace treinta años que ya no como nada dulce! El jlii no lleva azúcar. ¡Ah! ¿Es por la grasa? No te preocupes, tengo una receta con limón que elimina toda la grasa. Pero ¿por dónde andará Keltum? Y la otra, ¿cómo se llama? Finge que no me ha oído. ¡Cómo es la gente! En cuanto los necesitas, se transforman en fantasmas. ¡Qué se le va a hacer! Bueno, estoy contenta de estar ya en Fez, en casa, mi padre ha llegado con la cara radiante. Siempre está así, con luz en la cara. Está feliz y nos anuncia que ha comprado un camello, y que hay que prepararse para degollarlo. Llamaremos a Larbi, el carnicero, el que se casó con la primera mujer de mi último marido. ¿Te acuerdas de mi marido, el último, el que estaba casado con Fattuma y no podía tener hijos? Buscaba una mujer que se los diera, así fue como mi tío le propuso que se casara conmigo, a pesar de que yo era dos veces viuda. Debió de dudarlo, nunca se sabe, ¿quién será esa mujer que trae la mala fortuna? En fin, el azar quiso que mi marido me eligiera como segunda, mientras mantenía en reserva a la primera. La repudió en cuanto me quedé encinta… ¡Ah! ¿Ya te he contado esa historia? No, no he sido yo, alguien ha debido de inventársela. Como te iba diciendo… Larbi, que luego tendrá trece hijos con Fattuma, degolló el camello en mitad del patio. El pobre animal gritaba como un ser humano. A mi padre le gusta ese ritual que reunía a toda la familia. Sabíamos que a principios de la primavera, Muley Ahmed compraría un camello. Mi madre ni siquiera necesitaba invitar a la familia, en cuanto el camello cruzaba por las estrechas callejuelas de la medina, todos llegaban y se instalaban en casa unos días. Mi padre estaba feliz. Por la noche jugaba a las cartas con los hombres de la familia, y, a la mañana siguiente, contaba a los comerciantes de las tiendas vecinas cómo les había ganado. Era un hombre santo, con una gran sensibilidad, se sabía el Corán de memoria aunque no entendía por qué las mujeres heredaban la mitad que los hombres. Decía lo que pensaba. A las chicas nos trataba del mismo modo que a mis hermanos varones. Un hombre extraordinario. Lo estoy esperando, no te vayas. ¿Sabes? A ti te quiere mucho, llegará dentro de un momento, y, como de costumbre, traerá manzanas de España, plátanos, nueces, dátiles de Arabia, juguetes para ti y para tu hermano, ya verás, tiene una barba magnífica, toda blanca. Dile a Keltum que me traiga la olla para que yo prepare la comida, no me puedo levantar, pero cuando él llegue, recitará una oración y mi salud volverá a ser la de antes».
Keltum me ha llamado por teléfono esta mañana: «No puedo más, su madre nos ha hecho pasar de nuevo una noche en blanco. No sólo no he pegado ojo, sino que además tuve que escuchar su delirios, contestarle, recogerla cuando se caía de la cama porque quería salir a la calle, ir al cementerio a despertar a los muertos que fingen dormir, esos muertos que pasan el día con ella y, al llegar la noche, la abandonan, ya no puedo más, me voy a volver como ella, majareta, loca de remate, pero yo no tengo a nadie que se ocupe de mí si me caigo en un rincón de la casa, tengo a mis hijos y a mis nietos pero cada cual va a lo suyo, y yo me puedo morir, se lo ruego, venga rápido a hablar con ella o a ponerla en manos de un doctor de la cabeza, que le dé alguna medicina que la tranquilice y la haga dormir, ¿se da usted cuenta?, se ha pasado toda la noche buscando debajo de la cama a Mojtar, se preguntará usted quién es el tal Mojtar, es el bebé que supuestamente tuvo el mes pasado, es el hijo de la enfermera Halima, o, más bien, de la hermana de la enfermera que dio a luz un hermoso bebé y nos lo trajo para que lo viéramos, estaba tan orgullosa de su primer hijo, la pobre, no se podía imaginar que el bebé iba a provocar ese delirio en su madre de usted, pues, en cuanto lo vio, lo confundió con su propio hijo, le quería dar de mamar, se puso a cantarle una vieja nana, y se negó a devolvérselo a su madre, hubo que quitárselo a base de engaños. Halima estuvo llorando y no ha vuelto más, pero ella está obsesionada con el bebé, lo llama Mojtar y quiere verlo. Eso es lo que está pasando, llora y dice que los muertos se han ido y se han llevado al bebé, quiere que vayamos al cementerio a buscar a Mojtar, ése es el lío en el que estoy, voy y vengo en medio de la locura y no tengo derecho a descansar, lo sé, ella está encariñada conmigo y yo con ella, pero, a veces, como ha ocurrido esta noche pierdo la paciencia. El calentador de agua se sale. Hay que repararlo. El fontanero ha dicho que tenemos que poner otro nuevo, es caro. El de la farmacia ya no nos fía, no acepta los cheques, quiere que le paguemos con dinero, yo no sé ir al banco y los cheques que usted nos da se quedan aquí, qué voy a hacer, venga pronto a resolver estos líos».
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