Tahar Jelloun - Mi madre
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»Pero, ¿por qué lloras, hijo? No estoy hablando contigo, estoy con mi hermano pequeño, ve a traernos algo de fruta, los árboles están llenos».
Estamos en Imuzzer, en casa de mi tía, la hermana menor de mi madre, la que se casó con un hombre rico, guapo y elegante, que hablaba bajito, y que nunca llegaba con las manos vacías. Fue el primero en la familia en tener coche. Era negro, yo daba vueltas a su alrededor, tocando con la mano las puertas, simulaba que sabía conducir, me sentaba en el lugar del conductor, con las manos al volante y unas piernas demasiado cortitas para llegar a los pedales. Imuzzer, una estación de veraneo en la montaña, donde las grandes familias de Fez tenían obligada residencia secundaria para huir del calor. Allí yo jugaba a los novios con una primita, nos cubríamos con una sábana y jugábamos a juegos poco inocentes: yo le mostraba mi pene y ella dejaba que yo le tocase el pubis, un día me cogió el dedo y lo introdujo en su sexo, yo la acaricié y ella estuvo a punto de desmayarse. Son recuerdos que nunca se olvidan. Mi madre no era tonta, mi tía, tampoco, y me decía en tono de broma: «¡Ojo, si quieres que sea tu mujer, tienes que ser doctor o ingeniero, pues mi hija es hermosa y se merece al marido más guapo y rico de Fez!».
La casa está en una finca. Me gusta jugar en la huerta. Mi tío, el hermano menor de mi madre, también ha venido. Juega a las cartas con otros miembros de la familia. Entre dos exclamaciones, los oigo hablar de «la agresión de tres países contra Palestina». Pregunto dónde está Palestina. Mi tío me enseña un periódico: «¿Ves? Está ahí, cerca de Egipto, es un país muy pequeño, ni siquiera ese trozo de tierra se lo quieren dejar a los musulmanes!».
Zilli me espera. Roland la ha avisado de mi visita. Ha llamado a su asistenta y ha insistido para que su hijo me advierta de que su casa es pequeña y modesta. Es como mi madre, obsesionada por «quedar bien». Es una señora muy delgada, de mirada brillante, elegante; habla con un acento particular. Le he llevado un ramo de rosas. Me sonríe, me da un beso y luego me dice: «Usted es famoso, muy famoso, lo veo muchas veces en la televisión, por cierto, está usted mejor en persona, mi hijo ya no sale en la tele. Viene muy poco a verme…». Roland protesta. Zilli lo interrumpe: «¡Me llamas por teléfono, pero no estás aquí!».
Le digo que está estupenda para su edad (¡noventa y dos años y la cabeza en su sitio!). «Sí, pero cada vez veo menos. Me gusta caminar, soñar y leer. En estos momentos estoy leyendo a Thomas Bernhard. Es excelente, un escritor intenso y muy crítico, me encanta, sobre todo lo que cuenta sobre Austria, mi país. Dice usted que estoy bien, pero soy un trasto, un trasto viejo, pienso a menudo en la muerte, no me asusta, en realidad tendría que haberme muerto al mismo tiempo que papá, mi último marido; murió hace veinte años; ¿dónde estabas tú, Roland? Creo que de viaje, yo te había telefoneado, y tenías puesta esa odiosa máquina que me pedía que dejara un mensaje, ¿te das cuenta?, decir a un contestador automático "papá ha muerto"… Eso no está bien; en fin, yo estaba encinta de ti cuando me casé con papá, él te aceptó, quiero decir que te adoptó, nunca te lo conté, ¿te sorprende?, qué más da, eres mi hijo y tu padre te quiso, no te lo dijo porque en Suiza no se dicen esas cosas a los hijos.
»¡Ay, la muerte! No me asusta, lo que me asusta es el infierno, lo que nos espera después del último suspiro. ¿El paraíso? A mí desde luego no me tocará el paraíso. Quizá le toque a su madre pero a mí, no, hijo, yo he viajado mucho, he ido poco a las iglesias, y he debido de cometer algunos pecados. ¿De dónde proviene ese miedo al infierno? Del internado católico donde pasé mi adolescencia, en Italia, con las monjas, è una vera paura dell'inferno, fue durante la Primera Guerra Mundial, mis padres temieron por mi seguridad y me ocultaron en un internado de unas monjas italianas, non era un regalo, no, ma la vita era bella perché dopo la guerra ho conosciuto l'amore alla libertà, me gusta hablar en italiano, me gusta ese idioma, su sonoridad, mi hijo habla alemán, es un idioma más soso, mi hijo no viene a verme, al menos no con la frecuencia que yo quisiera, lo digo tal y como lo pienso, es un perezoso, dice que va a venir a verme y no viene, en cambio, sus antiguas novias, sí, me vienen a visitar, todas siguen enamoradas de él, pero él finge ignorarlo. Viajé mucho. ¡Me encantan los países del sol, Egipto. ¡Ay, Egipto! ¡Kenia, Marruecos! Aquí el tiempo es triste, siempre es invierno, la gente es reservada. Tengo una amiga que se ha quedado ciega, me gusta pasear con ella, le cuento lo que veo, tiene la ventaja de que no es muy charlatana, nos paseamos, yo hablo cuando me apetece, es cómodo, a veces no nos decimos nada, cada una en su mundo, yo pienso en mi hijo, ella en su hija y caminamos durante horas, paramos para tomarnos un té, y luego desandamos lo andado, es muy agradable, el único problema es cuando llueve, nos molesta. Pienso en Marruecos, qué país, lo descubrí justo después de la guerra, entonces estaban los franceses, pero yo prefería los zocos de los marroquíes, qué luz, qué alegría, todo ese caos, ese polvo en las calles, y la gente tan despreocupada. Sí, me gustaría irme de este apartamento tan pequeño, ir a una residencia para personas mayores, pero me dicen que no hay sitio, allí tengo a algunas amigas, es bueno tener compañía, sobre todo si los hijos ya no están con nosotros. ¿Dígame, tiene usted una buena habitación? Lausanne debería tener más hoteles. ¡Ah, ya, no se queda usted a pasar la noche! Se va a ver a su madre, que no vive en Francia, sino en Tánger. No, no conozco esa ciudad. Ve usted, yo vivo en un apartamento muy modesto, usted quizá se imaginaba que la madre de Roland vivía en una casa grande, llevo aquí cincuenta años, es de alquiler, ésa es la habitación de Roland, lo recuerdo cuando era pequeño, jugaba al ajedrez con su padre. Se fijaba en todo. Era un niño solitario. El ayuntamiento me trae todos los días una comida. Es un detalle. Pero, dígame, ¿tiene usted una buena habitación? Qué pena, tendría usted que haberme avisado, le hubiese encontrado una bonita habitación en el Hotel de la Paix, ¿verdad, Roland? Y su mamá, ¿lleva una pulsera como está en la muñeca? ¿Sabe usted? Basta con apretarla y llega un médico. También tengo una tecla en el teléfono reservada a las urgencias, ¿la tiene su madre? ¿No? ¿Y cómo se las arregla? ¿Las mujeres que la cuidan son analfabetas? ¿Cómo es posible? Lo peor es perder la vista. Y el miedo al infierno… Yo camino sin bastón, es estupendo, doy paseos con una amiga que se ha vuelto ciega, me gusta caminar con ella porque no habla mucho, no me gustan las personas charlatanas… Ay, si no fuera por lo del infierno, creo que ya me habría ido, ya sé, existe un médico suizo que prepara un cóctel letal, coloca el vaso en la mesilla de noche, y el enfermo es el que decide bebérselo o no, está bien, facilita las cosas, pero a la religión no le gusta eso, hay una asociación, creo que se llama Exit, qué curioso, salir, partir dulcemente, partir de puntillas, mi hijo escribió un libro sobre esa forma de marcharse, creo que lo leí, no lo recuerdo muy bien, yo no tengo valor para ello, siempre tengo presente lo que nos decían las monjas italianas, el infierno, el purgatorio y todo eso… Qué amable por su parte haber venido a verme, me enorgullece recibir la visita de un hombre célebre, ¿no quiere usted tomar una copa de algo?, Roland, ofrécele algo a tu amigo, no, agua, no, qué vergüenza, aunque sea con gas, dale un whisky o un coñac… Monique es muy amable, muy guapa, refinada, inteligente, con unos ojos muy negros, viene a menudo a verme, se ha hecho amiga mía pero sigue enamorada de Roland. ¡Y Tam! ¡Qué mujer más hermosa! Algo distante, con aire de superioridad en la mirada, ¡pero qué clase tiene! ¡Y Linda, qué mujer tan inteligente, sensible, guapa, todavía está enamorada de Roland! No, no me aburro, sueño, sueño constantemente, sueño con mis viajes, los que he hecho y los que no, sueño con el sol, lleno mis días con esos sueños, los hago pasar ante mí, y me basta, por la noche duermo bien, no tengo problemas para dormir, no soy como Roland que tiene que tomar píldoras; ya no toco el piano, no me apetece, ¿y su madre, toca algún instrumento? ¿No? Qué pena, es triste no tocar ningún instrumento de música; yo me he pasado la vida viajando, descubriendo países, me gustaba nadar, tocar el piano. ¿Y su madre? ¿Qué me dice usted? ¡Se ha pasado la vida en la cocina! Pero eso no es vida, no es humano, a mí me gusta comer poco, Roland, cómprame uva negra, esa que traen de Italia, sólo un racimo, me gusta verlas en el frutero, sobre la mesa, es muy bello, sobre todo cuando le da el sol… ¿Ya se va usted? Ha sido muy amable al venir a verme, convenza a Roland para que me venga a ver más a menudo, a usted quizá le haga caso, aunque él no hace caso a nadie, tiene unas ideas fijas. Me estoy quedado sin vista, veo borroso pero veo bien, sí, quizá termine bebiéndome el vaso de leche de ese doctor, ¿cómo se llama? el vaso de leche mortal, Roland dice letal… hay que tener sentido del humor, depende si me dan una habitación en la casa que me gusta, me quedaré un poco más, si no, creo que aprenderé a tener valor, mi hijo está conforme, el otro día tuve un momento de ausencia, fue justo después de mi accidente, no lo reconocí, se enfadó, pero sólo fue un despiste, un leve despiste, ahora ya estoy bien, no me quejo, hoy el portero me ha invitado a comer, es muy amable, no sé qué ha preparado, lo principal es no comer sola. Estuve a punto de casarme con un egipcio, de esto hace mucho tiempo, un hombre acomodado, pero se volvió ciego, no tenía valor para ocuparme de un hombre inválido, y, sin embargo, le quise mucho, eso fue antes de conocer a papá, ya te lo he contado, Roland, creo que estaba enamorado de mí, nos llevábamos muy bien, nos podríamos haber casado, pero no ocurrió… Usted es un buen hijo, va a ver a su madre a menudo, que Dios lo proteja, me ha dicho usted que ella no teme el infierno, ¿De verdad? ¿Cómo es posible? ¿Es por el islam? Y sin embargo es una religión aterradora! ¿Está contenta de ir a encontrarse con el Profeta? ¡Qué suerte tener esas creencias! Es una persona que tiene fe, eso está bien, pero la fe… en fin… no sé».
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