Graham Joyce - Amigos nocturnos

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Graham Joyce lo ha vuelto a hacer. Nos brinda uno de esos libros que no sabes bien cómo, pero que no puedes dejar de leer, pues te engancha desde la primera página. Con una prosa engañosamente sencilla, aunque mucho más elaborada de lo que parece a simple vista y una estructura de capítulos cortos que invitan a ir avanzando con celeridad, Joyce te envuelve en su particular universo de manera eficaz.
En esta ocasión, el protagonista es un chico -Sam Southall- y sus amigos de pandilla que viven en Coventry, escenario habitual del autor. Lo que inicialmente parece un simple relato de aventurillas juveniles, empieza a adquirir rápidamente tintes un tanto oscuros (el incidente del lucio, la masacre de los padres de uno de los protagonistas) y sobre todo, la aparición del primer y único elemento fantástico de la narración: una especie de duende perverso que sólo puede ser visto por el protagonista.
Es evidente que el libro admite varias lecturas. Una más superficial que nos presentaría las aventuras y desventuras de un joven acosado por un personaje sobrenatural que destruye todo lo que tiene cerca y que no deja de fastidiar terriblemente a la única persona que, en condiciones normales puede verlo.
Pero esa sería una lectura demasiado superficial. Es evidente que las intenciones del autor son otras. La narración es una alegoría del paso de la infancia a la madurez a través de una problemática adolescencia, con los clásicos miedos y temores que comporta, la explosión de sentimientos, la confusión, la necesidad de rebelarse contra lo establecido y el descubrimiento del sexo.
La novela, que en otras manos podría haberse convertido en una novela de terror, no produce miedo en ningún momento, como mucho una cierta inquietud ante lo desconocido. Especialmente ante los capítulos en que otras personas pueden percibir en cierta manera al duende, cuya naturaleza no queda clara en ningún momento, cosa que potencia el elemento mistérico de la narración.
En definitiva, otra excelente novela de Joyce que nos tiene malacostumbrados a estas pequeñas joyas que de tanto en cuanto los editores nos ofrecen traducidas. Espero que dicha tendencia se mantenga en el futuro y podamos disfrutar de más obras de este peculiar autor.

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14. Novatos

Connie, Betty y la tía Dot se pusieron a darle vueltas a la cabeza al igual que habían hecho con el tema de la escuela dominical unos años atrás, y se les ocurrió una idea. Para ser más exactos, la idea se le ocurrió a Linda la Triste cuando la tía Dot expresó en privado su preocupación por el supuesto comportamiento criminal de Terry. Aunque nunca se probaron los cargos de lo del pabellón de saltos, la visita de la policía local era incriminación suficiente.

– Nuestro Terry va por mal camino. Por mal camino.

Linda la Triste estaba delante del espejo de su dormitorio mientras se ajustaba un cordón de un blanco prístino. La falda azul marino y la blusa estaban planchadas con tal perfección que tanto su insignia de líder de patrulla como las bandas resultaban muestras innecesarias de autoridad.

– Exploradores -dijo mientras se colocaba la boina en el ángulo adecuado.

Dot juntó las manos.

– No había pensado en eso. Los miércoles, ¿verdad? Y tú estarás allí para no quitarles ojo.

Linda cerró los ojos, y tembló al pensar en lo que acababa de hacer. El orgullo de la patrulla Cuarenta y cinco de Coventry, líder de tropa y portabanderas procesional, Linda había realizado unos progresos impresionantes en los tres años de guía. Para ella suponía un mundo privado y perfecto, aislado de los desórdenes y líos caseros, un ambiente regulado de manera minuciosa y perfectamente dirigido donde los uniformes impolutamente planchados y los cordones blancos como la nieve cosechaban respeto, lealtad y reconocimiento.

Tan solo había un pequeño fallo en las tardes ideales que pasaba en la compañía fraternal de su grupo, y era el ocasional comportamiento infantil de la tropa trigésimo novena de exploradores de Coventry, quienes habían decidido mantener sus reuniones las mismas tardes, y en el mismo colegio, y quienes consideraban divertido pasarse todo el tiempo llamando a la puerta o golpeando las ventanas antes de salir corriendo, de modo que nunca hubiese nadie cuando ibas a abrir. Si intentabas ignorarlos recurrían a métodos más extremos de distracción, como bajarse los pantalones y presionar sus traseros contra los cristales de las ventanas. De repente se le ocurrió a Linda, mientras se colocaba la boina, que probablemente acababa de reclutar a Terry, Sam y Clive como miembros del grupo de sus atormentadores.

– No -dijo mientras toqueteaba el silbato de plata-, pensándolo mejor, no creo que les guste.

– No sé -dijo Dot-. Creo que le sacarían bastante provecho.

Y así es como Linda, que acababa de cumplir dieciséis años y estaba resplandeciente con su uniforme azul, volvió a caminar siete pasos por delante de tres chicos de doce años embutidos en unos uniformes de exploradores de segunda mano que Connie había recolectado por el barrio. Los pantalones cortos de Sam eran demasiado largos, los de Clive eran muy cortos, y la camisa de Terry quizá había servido al explorador más gordo de Coventry. Tan solo había hecho falta presionarlos un poco para que accediesen. Sobre todo Sam y sus instintos se habían resistido, pero ahora, al marchar a toda prisa para no perder el presuroso andar de Linda, iban como tres reclutas que con buen ánimo se habían resignado a las circunstancias.

Dentro de las puertas del colegio, Linda se giró hacia la derecha con aire militar y les indicó que fueran en la dirección contraria. Al otro extremo del patio pudieron divisar a un pequeño grupo de exploradores reunidos junto a la pared del gimnasio. Mientras se acercaban para presentarse, sus pasos se ralentizaron al acercarse a aquella pared. Lo que les hacía ralentizarse era la mirada agresiva y despectiva de seis exploradores que había allí. Eran chicos mayores que fumaban cigarrillos. Los tres se acercaron hasta estar a unos pocos metros. Nadie dijo nada. Clive se rascó la pantorrilla allí donde acababa el calcetín. Terry intentó atarse los zapatos. Sam cruzó los brazos y, con rapidez, los descruzó.

– ¿Qué coño queréis? -dijo el más grande del grupo, un chico con el pelo muy corto y los ojos arrugados como los de un cerdo.

Sus enormes y gruesas piernas estiraban las costuras de sus pantalones cortos color caqui. El rosado de las pantorrillas indicaba que estaba escocido. Sam cambió el peso de una pierna a otra.

– Sí, ¿qué coño queréis? -dijo un chico alto y delgado con unos dientes horrorosos mientras aplastaba la colilla contra el tacón de un zapato.

– Que os den -dijo el primer explorador.

– Sí, que os den -dijo su teniente.

Terry, Sam y Clive hicieron lo que debían. Se dieron media vuelta de manera nerviosa, y avanzaron con una lentitud insufrible a través del patio. Con los seis pares de ojos clavados en la nuca se les hizo un paseo interminable.

Merodearon nerviosamente por la entrada del colegio durante cinco minutos más o menos y cuando estaban a punto de marcharse, un adulto vestido de explorador entró montado en bicicleta por la puerta. Frenó y se detuvo por completo.

– ¿Sois nuevos? ¿Sois los tres nuevos?

La pregunta fue como una isla para ellos. Nadaron hasta ella, reuniéndose alrededor de la bicicleta. El hombre elevó una peluda pierna sobre la barra y condujo la bicicleta a través del patio. Los chicos lo siguieron, cubriendo terreno conocido para descubrir que los exploradores fumadores habían desaparecido. El hombre tenía un bigote corto y una complexión rubicunda, además de una forma de sonreír que incluía el enseñar los dientes. Se presentó como Skip. Charlaba de forma amistosa y se aprendió sus nombres de inmediato.

Tras conducir la bicicleta por una entrada oscura del colegio, Skip los condujo por un pasillo y abrió la puerta de un aula donde había casi treinta exploradores ocupados en desempaquetar cajas y descargar equipo. Empujó la bicicleta dentro del aula y la apoyó contra el raíl lleno de tiza del encerado. Entonces se giró y presionó un dedo enorme contra la frente de Clive.

– Halcón -susurró con intensidad mística.

Retiró el dedo lentamente y dejó una marca blanca sobre la sonrojada piel de la frente de Clive. A continuación movió el dedo hasta la frente de Sam.

– Águila.

Terry fue el último en ser ungido.

– Esmerejón.

Skip mostró los dientes antes de conducir primero a Sam, luego a Terry, y finalmente a Clive a diferentes esquinas de la clase, donde pequeños grupos de exploradores aún se afanaban en un ritual que implicaba desempaquetar una maleta vieja. Comprobaban el equipo y volvían a colocarlo en su posición original. El grupo de Sam dejó la tarea un instante para mirarlo con una mezcla de pena y desprecio. Sam se encontró cara a cara con el chico fuerte, de cara regordeta y pelo corto que había conocido junto a la pared del gimnasio.

– ¿Qué quieres?

– Águila -murmuró Sam-. Águila.

Los labios del chico se contorsionaron de manera increíble hasta parecer un trilobites.

– Que te jodan.

Skip se acercó.

– Enséñale de qué va esto, Tooley. Sé una buena madre.

El aire de desprecio desapareció del rostro del chico. Con una celeridad alarmante, se puso en pie y ofreció a su líder escultista, y después a Sam, su mejor sonrisa.

– Me llamo Tooley. Líder de los Águilas. La mejor patrulla de la tropa. Bienvenido a bordo.

– Así se hace -dijo Skip mostrando sus dientes antes de marcharse para facilitar presentaciones similares en otros grupos.

Después de marcharse, a Sam le hicieron sentar en una silla y se le dio un pequeño cabo que tenía que sostener. Después se le ignoró durante tres cuartos de hora. Una vez el equipo fue vuelto a guardar en la caja, alguien le arrancó la cuerda de las manos y la guardó. Skip se acercó e inspeccionó la caja que había sido desempaquetada, comprobada y vuelta a empaquetar.

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