Boris Vian - Vercoquin y el plancton

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Vercoquin empieza con una surprise-party y termina con otra, por eso en la parte central se recorren hasta el mareo las estupideces y repeticiones de las oficinas del C.N.U. (Consortium Nacional de la Unificación) Nada menos parecido sin embargo a la mala costumbre de la autobiografía. El lenguaje burbujea con la velocidad del chisteo la genialidad. Se demuestra además que Vian fue el Otro Lado del existencialismo: si bien conversaba en los cafés con Sartre, entre el Ser y la Nada, no elegía nada.

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¡Bing! Hundió su dedo en el botón.

Puerta se abrió, cazador apareció. ¡Gracioso! ¿Un casquete?

¡Rápido! ¡Telégrafo! ¡Veinte francos!

Dos piernas subían, bajaban, pies

Como un caracol. Los pedales…

Freno. Ventanilla. Fórmula. Partió.

Veinte francos ganados. Volvía haraganeando.

Y kilómetros de hilo, kilómetros,

Subiendo y bajando, como los pies,

A lo largo de los caminos, pero horizontales.

No como los pies.

Kilómetros de hilo telegráfico,

Con, adentro, palabras que rechinaban

En los ángulos, donde el poste está empalmado.

Es necesario que se mantenga.

Trescientos mil kilómetros…

¿Pero en un segundo? ¡Qué chiste!

Sí, si no tenía todas esas bobinas,

Todas esas bobinas, esas sagradas trampas de palabras.

En su escritorio, el hombre, aliviado,

Con un cigarro en la boca,

Leía el "Domingo ilustrado".

Kilómetros, kilómetros de hilos telegráficos,

Y de selfs donde las palabras, perdidas,

Se retorcían, como condenados,

En un infierno, o lauchas

En el fondo de la vieja vasija esmaltada de azul…

En su escritorio, terminaba el cigarro,

Aliviado, porque en algunas horas,

Tendría noticias de Dudule.

– No está mal -dijo el Mayor después de un silencio-, pero te perjudicas por tus lecturas. O mejor dicho por tu lectura… Un solo volumen de Verhaeren…

Los dos ignoraban a las camareras del Milk-bar que se habían agrupado detrás del mostrador para oír mejor.

– ¿También haces versos? -preguntó Fromental-. ¡Si supieras cómo te odio!

Y se retorcía nerviosamente las tibias.

– ¡Espera! -dijo el Mayor-. Escucha esto…

Y nuevamente recitó:

I

Calzado con escarpines verdes y tocado con un birrete

Una pichel de tres-seis en su bolsillo izquierdo

Harmaniac el borracho vivía en la lujuria

Fornicando y bebiendo sin parar noche y día.

Había nacido por allá, en las costas de Francia

Donde hasta el mismo sol embalsama el aïoli

Visto que no era poeta y sí que era hermoso

No trabajaba y sí vivía en la calle de Provence.

El cuerpo cuidado por cinco chicas hábiles

Y su espíritu planeando cerca de ilustres orillas

Componía sus versos revolcándose en bodegas

de narices brillantes y cabezas débiles.

Y sus pelotas, hinchadas de poderoso licor

Se desataban a la noche en espléndidos sobresaltos;

Como un caballo en camino nutrido con canataridina

Disparaba diecisiete golpes, luego partía, vencedor.

II

Entonces, la Ghoule verde con chancros supurantes,

La lívida sífilis de ojeras color malva

Vino a visitarlo una noche cuando en la alcoba

Tumbaba sin freno a tres pimpollitos delirantes.

La intensidad del mal es tanto más terrible

Cuando es alcanzado en sus juegos más ardorosos.

Harmaniac desgarrado por los crueles dientes

De espectros salteadores, conoció la pena horrible.

El tabés se apoden de sus miembros paralizados.

Se arrastraba, baboso… Después fue la afasia

Grafo-motriz, y después la áspera parálisis…

Sin embargo las esperanzas no estaban del todo perdidas:

Podía curarse. Y, durante todo el día,

Los sabios lo trataban, lo envolvían en ungüentos,

Hervían en vasijas útiles arrogantes

Para pinchar sin reposo su vena envenenada.

III

Pero los gusanos, refugiados en el amplio cerebro,

Impedidos de salir por la falta de voz

Del poeta clavado en lecho, acorralados,

Se levantaron en un horror nuevo.

El alejandrino delirante, de doce anillos pegajosos

El octosílabo seco, retorciéndose enloquecido

Los versos impares, endebles, puntiagudos, colmados de ira male…

Seguían naciendo siempre, y su montón, refluyendo,

Desde los centros cerebrales hasta el borde del cráneo,

Bullían en un caos repugnante y mortal.

Y el ojo rojo de los gusanos largaba un fuego cruel,

Que pelaba la meninge como si fuera una banana…

IV

Harmaniac todavía resistía. Un prosista

Bajo estos asaltos funestos no se hubiera mantenido

Pero el poeta está hecho por el obrero celeste,

Para sobrevivir también sin cerebro. Los doctores,

Continuaban poniendo el remedio en sus venas,

Pero los gusanos devoradores, sin tregua ni respiro

Crecían a su gusto. Entonces, el cuerpo decrépito

De Harmaniac, consumido por un ardor inhumano

Se endureció de golpe, después se inmovilizó

El pueblo retrocedía descubriéndose la cabeza,

Atribuyendo su duelo a la humilde espiroqueta.

Un hombre se aproximó, y apoyó dulcemente

Su mano en el tórax del muerto. ¡Entonces, estupor!

– Continua latiendo -dijo, y levantó el sudario…

Y apareció, envuelto en flemas,

El gusano inmundo y negro que le roía el corazón…

La voz del Mayor había bajado progresivamente para acentuar el horror del último verso. Fromental se revolcaba por el piso sollozando. Las camareras se habían desvanecido como moscas, de a una, pero de felicidad y como había pocos clientes a esa hora de la tarde, dos ambulancias, llamadas por el Mayor, bastaron para llevar el conjunto de víctimas.

– ¡No debiste hacerlo! -gemía Fromental tirado sobre el aserrín, agarrándose la cabeza con las dos manos.

Babeaba como una babosa.

El Mayor, él también un poco emocionado, levantó a su rival.

– ¿Me sigues odiando? -le preguntó dulcemente.

– ¡Eres mi maestro! -dijo Fromental elevando sus dos manos dadas vueltas formando una copa por encima de su cráneo y prosternándose, lo que es un signo evidente de veneración entre los hindúes.

– ¿Estuviste en la India? -preguntó el Mayor al ver esta curiosa operación.

– Sí… -contestó Fromental-. Muy joven.

El Mayor sintió su corazón rebosante de amor hacia este viajero lejano que tenía tantos gustos en común con él.

– A mí también me gustan tus versos -le dijo-. Seamos hermanos en vez de rivales.

Eso lo había leído en el Almanach Vermot .

Fromental se levantó y los dos se besaron en la frente en prueba de afecto.

Después abandonaron el Milk-bar cerrando cuidadosamente la puerta porque no quedaba nadie vivo en el local. Al pasar, el Mayor le dio la llave a la vendedora al exterior (la que despachaba sandwiches) sorda de nacimiento y que no había sufrido.

Capítulo IX

Hacia el fin de la tarde el Mayor se arrastró lentamente en dirección a la puerta de Miqueut. Siguiendo sus instrucciones, Vidal y Emmanuel habían cortado el teléfono, asegurándole un período bastante largo de tranquilidad. Por eso, desde hacía media hora Miqueut no se había movido.

El Mayor alcanzó el postigo, se levantó, golpeó y entró en menos de un guiño de ojos.

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