¡Bing! Hundió su dedo en el botón.
Puerta se abrió, cazador apareció. ¡Gracioso! ¿Un casquete?
¡Rápido! ¡Telégrafo! ¡Veinte francos!
Dos piernas subían, bajaban, pies
Como un caracol. Los pedales…
Freno. Ventanilla. Fórmula. Partió.
Veinte francos ganados. Volvía haraganeando.
Y kilómetros de hilo, kilómetros,
Subiendo y bajando, como los pies,
A lo largo de los caminos, pero horizontales.
No como los pies.
Kilómetros de hilo telegráfico,
Con, adentro, palabras que rechinaban
En los ángulos, donde el poste está empalmado.
Es necesario que se mantenga.
Trescientos mil kilómetros…
¿Pero en un segundo? ¡Qué chiste!
Sí, si no tenía todas esas bobinas,
Todas esas bobinas, esas sagradas trampas de palabras.
En su escritorio, el hombre, aliviado,
Con un cigarro en la boca,
Leía el "Domingo ilustrado".
Kilómetros, kilómetros de hilos telegráficos,
Y de selfs donde las palabras, perdidas,
Se retorcían, como condenados,
En un infierno, o lauchas
En el fondo de la vieja vasija esmaltada de azul…
En su escritorio, terminaba el cigarro,
Aliviado, porque en algunas horas,
Tendría noticias de Dudule.
– No está mal -dijo el Mayor después de un silencio-, pero te perjudicas por tus lecturas. O mejor dicho por tu lectura… Un solo volumen de Verhaeren…
Los dos ignoraban a las camareras del Milk-bar que se habían agrupado detrás del mostrador para oír mejor.
– ¿También haces versos? -preguntó Fromental-. ¡Si supieras cómo te odio!
Y se retorcía nerviosamente las tibias.
– ¡Espera! -dijo el Mayor-. Escucha esto…
Y nuevamente recitó:
Calzado con escarpines verdes y tocado con un birrete
Una pichel de tres-seis en su bolsillo izquierdo
Harmaniac el borracho vivía en la lujuria
Fornicando y bebiendo sin parar noche y día.
Había nacido por allá, en las costas de Francia
Donde hasta el mismo sol embalsama el aïoli
Visto que no era poeta y sí que era hermoso
No trabajaba y sí vivía en la calle de Provence.
El cuerpo cuidado por cinco chicas hábiles
Y su espíritu planeando cerca de ilustres orillas
Componía sus versos revolcándose en bodegas
de narices brillantes y cabezas débiles.
Y sus pelotas, hinchadas de poderoso licor
Se desataban a la noche en espléndidos sobresaltos;
Como un caballo en camino nutrido con canataridina
Disparaba diecisiete golpes, luego partía, vencedor.
Entonces, la Ghoule verde con chancros supurantes,
La lívida sífilis de ojeras color malva
Vino a visitarlo una noche cuando en la alcoba
Tumbaba sin freno a tres pimpollitos delirantes.
La intensidad del mal es tanto más terrible
Cuando es alcanzado en sus juegos más ardorosos.
Harmaniac desgarrado por los crueles dientes
De espectros salteadores, conoció la pena horrible.
El tabés se apoden de sus miembros paralizados.
Se arrastraba, baboso… Después fue la afasia
Grafo-motriz, y después la áspera parálisis…
Sin embargo las esperanzas no estaban del todo perdidas:
Podía curarse. Y, durante todo el día,
Los sabios lo trataban, lo envolvían en ungüentos,
Hervían en vasijas útiles arrogantes
Para pinchar sin reposo su vena envenenada.
Pero los gusanos, refugiados en el amplio cerebro,
Impedidos de salir por la falta de voz
Del poeta clavado en lecho, acorralados,
Se levantaron en un horror nuevo.
El alejandrino delirante, de doce anillos pegajosos
El octosílabo seco, retorciéndose enloquecido
Los versos impares, endebles, puntiagudos, colmados de ira male…
Seguían naciendo siempre, y su montón, refluyendo,
Desde los centros cerebrales hasta el borde del cráneo,
Bullían en un caos repugnante y mortal.
Y el ojo rojo de los gusanos largaba un fuego cruel,
Que pelaba la meninge como si fuera una banana…
Harmaniac todavía resistía. Un prosista
Bajo estos asaltos funestos no se hubiera mantenido
Pero el poeta está hecho por el obrero celeste,
Para sobrevivir también sin cerebro. Los doctores,
Continuaban poniendo el remedio en sus venas,
Pero los gusanos devoradores, sin tregua ni respiro
Crecían a su gusto. Entonces, el cuerpo decrépito
De Harmaniac, consumido por un ardor inhumano
Se endureció de golpe, después se inmovilizó
El pueblo retrocedía descubriéndose la cabeza,
Atribuyendo su duelo a la humilde espiroqueta.
Un hombre se aproximó, y apoyó dulcemente
Su mano en el tórax del muerto. ¡Entonces, estupor!
– Continua latiendo -dijo, y levantó el sudario…
Y apareció, envuelto en flemas,
El gusano inmundo y negro que le roía el corazón…
La voz del Mayor había bajado progresivamente para acentuar el horror del último verso. Fromental se revolcaba por el piso sollozando. Las camareras se habían desvanecido como moscas, de a una, pero de felicidad y como había pocos clientes a esa hora de la tarde, dos ambulancias, llamadas por el Mayor, bastaron para llevar el conjunto de víctimas.
– ¡No debiste hacerlo! -gemía Fromental tirado sobre el aserrín, agarrándose la cabeza con las dos manos.
Babeaba como una babosa.
El Mayor, él también un poco emocionado, levantó a su rival.
– ¿Me sigues odiando? -le preguntó dulcemente.
– ¡Eres mi maestro! -dijo Fromental elevando sus dos manos dadas vueltas formando una copa por encima de su cráneo y prosternándose, lo que es un signo evidente de veneración entre los hindúes.
– ¿Estuviste en la India? -preguntó el Mayor al ver esta curiosa operación.
– Sí… -contestó Fromental-. Muy joven.
El Mayor sintió su corazón rebosante de amor hacia este viajero lejano que tenía tantos gustos en común con él.
– A mí también me gustan tus versos -le dijo-. Seamos hermanos en vez de rivales.
Eso lo había leído en el Almanach Vermot .
Fromental se levantó y los dos se besaron en la frente en prueba de afecto.
Después abandonaron el Milk-bar cerrando cuidadosamente la puerta porque no quedaba nadie vivo en el local. Al pasar, el Mayor le dio la llave a la vendedora al exterior (la que despachaba sandwiches) sorda de nacimiento y que no había sufrido.
Hacia el fin de la tarde el Mayor se arrastró lentamente en dirección a la puerta de Miqueut. Siguiendo sus instrucciones, Vidal y Emmanuel habían cortado el teléfono, asegurándole un período bastante largo de tranquilidad. Por eso, desde hacía media hora Miqueut no se había movido.
El Mayor alcanzó el postigo, se levantó, golpeó y entró en menos de un guiño de ojos.
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