Boris Vian - Vercoquin y el plancton

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Vercoquin empieza con una surprise-party y termina con otra, por eso en la parte central se recorren hasta el mareo las estupideces y repeticiones de las oficinas del C.N.U. (Consortium Nacional de la Unificación) Nada menos parecido sin embargo a la mala costumbre de la autobiografía. El lenguaje burbujea con la velocidad del chisteo la genialidad. Se demuestra además que Vian fue el Otro Lado del existencialismo: si bien conversaba en los cafés con Sartre, entre el Ser y la Nada, no elegía nada.

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Las dactilógrafas estuvieron a punto de desmayarse al verlos y Victor tuvo que manosearles un poco el tórax para que se restableciera una respiración normal, ya que su padre había sido coronel de zapadores-pontoneros, que son hombres competentes. Cuando terminó sus buenos oficios, estaba rosa cártamo y tenía el bigote rígido.

Vidal y Emmanuel hicieron como que trabajaban durante una hora y se encontraron en el corredor, listos para partir.

Al irse, se cruzaron con Vincent que por casualidad llevaba su traje de domingo, cortado sobre una vieja bolsa de carbón y del que sólo había reemplazado el saco temporariamente y para no abrumarlos, por un viejo filtro para gasógenos de algodón de primera calidad agujereado en el lugar de las mangas. Sacaba su barriguita como de costumbre. Tenía cabellos castaños muy raleados y por un loable cuidado de la armonía dejaba a la piel de su cráneo adquirir poco a poco el mismo color. Para tener de qué ocuparse durante las largas noches de invierno, dejaba florecer sobre su rostro una profusión de costras verdes cuyo contacto excitaba agradablemente a sus uñas negras. Se las arreglaba para dibujar sobre su rostro, rascándolo hábilmente, un mapa de Europa que mantenía cuidadosamente al día.

Vidal y Emmanuel le estrecharon prudentemente la mano y abandonaron con prontitud el edificio.

Zizanie vivía en un viejo departamento controlado por una vieja parienta sin fortuna que hacía el papel de gobernanta.

Tenía mucho dinero y muchos primos lejanos y viejos. Todo ese mundo había respondido apresuradamente a su invitación. También estaban los frutos de la rama de Miqueut y un número respetable de esas individualidades imprecisas que la juventud engloba por lo común bajo el término genérico de "Parientes".

Las recepciones "con parientes" están, desde el punto de vista de los jóvenes, frustradas de antemano.

Las madres, partiendo del principio de que la juventud "baila de una manera tan divertida", no perdían a sus hijas de vista y rodeaban al grupo de las jóvenes con un muro casi infranqueable. Algunas parejas arriesgadas, amigos personales de Zizanie (probablemente huérfanos), se animaron a esbozar algunos pasos de un swing de segunda zona. El círculo de cabezas de padres se cerró de tal manera sobre ellos que debieron parar enseguida y se salvaron separándose.

Descorazonados, se replegaron hacia el pick-up; el buffet, inabordable, estaba asediado por una multitud compacta de "gente seria" con trajes oscuros, que tragaba con voracidad las provisiones reunidas por Zizanie y miraba con severidad a los jóvenes bastante mal educados que se atrevían a apropiarse de alguna masita.

¿Algún desdichado muchachito lograba apropiarse de una copa de champagne? Inmediatamente era orientado, gracias a sabios movimientos de los viejos académicos, hacia una matrona desagradable y cubierta de pintura que le sacaba la copa de la mano y le concedía en cambio una sonrisa viscosa. Apenas los platos calientes veían la luz eran reducidos sin dificultad por los primos con redingote que son elementos extraordinariamente peligrosos. Poco a poco "los parientes" se hinchaban y los jóvenes, amontonados, empujados, sacudidos, apretados, anulados, se encontraban perdidos en los ángulos más lejanos.

Un amigo del Mayor, el joven Dumolard, logró entrar en un saloncito que estaba vacío. Inconsciente y maravillado se puso a swinguear con una chica de pollera corta. Otras dos parejas lograron unírseles sin llamar la atención. Todos creyeron haber encontrado la paz, pero la cabeza inquieta de la madre de una de las que bailaban no tardó en aparecer. Cinco segundos después, los sillones del saloncito crujieron bajo el peso de mujeres de miradas ávidas cuya sonrisa de enternecimiento hizo abortar en un boston piadoso el vals swing cuyos acordes sonaban en el salón vecino.

Antioche, vestido de negro (había previsto la situación), avanzaba cada tanto hacia el buffet -de tres cuartos perfil, para engañar sobre su edad- y lograba así procurarse algunas materias alimenticias, lo justo para no morir en el lugar. Vidal, gracias a su traje azul marino, se defendía también, pero Emmanuel y los pitucos estaban perdidos irremisiblemente.

Zizanie, hundida en un grupo de viejas que la acribillaban con cumplidos venenosos, cedía poco a poco.

En cuanto a Miqueut se había deslizado detrás del buffet, al lado de los maîtres, para vigilar sin duda. Su mandíbula de conejo trabajaba sin cesar. Cada tanto llevaba la mano al bolsillo, después a la boca y hacía como si tosiera, después su mandíbula recomenzaba con más fuerza. De esta manera iba con menos frecuencia al buffet. Le bastaba con llenar sus bolsillos una vez por hora. No se interesaba demasiado en la asamblea: el comisario no estaba. Y nadie a quien pedirle un proyecto de Nothon.

Y el Mayor estaba solo en un rincón.

El Mayor se daba cuenta de todo.

El Mayor sufría.

Emmanuel, Vidal y Antioche sufrían de ver sufrir al Mayor.

Y la fiesta continuaba en medio de canastos de lirios y pernambucos de Gabón de los cuales el Mayor había llenado las piezas.

Y los pituquitos y las pituquitas se hundían poco a poco en sus zapatos, porque la gente seria tenía hambre.

Y los maîtres arrastraban cajones de champagne por decenas, pero el champagne se evaporaba antes de llegar a los amigos de Zizanie, que se marchitaban como legumbres deshidratadas.

Entonces, el Mayor le hizo un gesto cabalístico a Antioche, Antioche le habló en voz baja a Vidal y a Pigeon y los cuatro hombres desaparecieron en dirección al baño.

Emmanuel se quedó afuera para vigilar.

Eran las diecisiete cincuenta y dos.

Capítulo XII

Miqueut, empapado como un algodón, más minucioso que nunca si fuera posible, se apoderó de su pañuelo de rayón blanco, de su abrigo negro y de su sombrero negro, a las diecisiete cincuenta y tres. Tomó su plato y desapareció subrepticiamente. Iba al C.N.U. dejando a su mujer y masticando pedacitos de postre.

A las diecisiete cincuenta y nueve, Emmanuel, llamado por una voz masculina, entró en el baño. Salió a las dieciocho y cinco y se puso como obligación el cerrar discretamente las puertas exteriores del departamento.

A las dieciocho y once, el Mayor en persona salió del baño y volvió algunos segundos más tarde seguido por diez muchachos fuertes.

Éstos salieron a su vez a las dieciocho y trece y se pusieron a nuclear a la asistencia siguiendo las reglas del arte.

El Mayor puso a Zizanie en lugar seguro encerrándola en uno de los baños.

A las dieciocho y veintidós, se desencadenó la acción.

El encargado del pick-up detuvo el aparato y escondió los discos bajo el mueble. Y seis muchachos, que se habían quitado el saco levantándose las mangas más arriba del codo, munidos cada uno de una sólida silla de cocina de haya maciza, avanzaron, en una sola línea, hacia el buffet.

A una orden del Mayor las seis sillas cayeron con un ruido mate sobre la primera fila de los hombres con redingote que no habían querido ver en esos rápidos preparativos más que una diversión ridícula de la juventud.

Tres hombres cayeron, apaleados. Un barbudo con cadena de oro se puso a chillar como una cabra y fue hecho prisionero inmediatamente, otros dos se levantaron y se largaron, derrotados, hacia los maîtres.

La segunda fila fue segada integralmente por los golpes mejor coordinados de las sillas.

Los muchachitos auxiliares no estaban inactivos. Apoderándose de las viejas, las llevaban a la cocina, y poniéndoles el culo al aire, espolvoreaban con pimienta de Cayena los pliegues barbudos, con gran perjuicio de las arañas. La derrota completa de los redingotes sólo fue cuestión de minutos. No hubo ninguna tentativa de resistencia. Los prisioneros, esquilados y cubiertos de betún fueron tirados por la escalera.

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