Boris Vian - El otoño en Pekín

Здесь есть возможность читать онлайн «Boris Vian - El otoño en Pekín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El otoño en Pekín: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El otoño en Pekín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta mañana Amadís Dudu ha perdido el autobús. Tal inconveniente, lejos de resolverse normalmente, supone para Dudu el comienzo de una serie de extraordinarias aventuras que no tardarán en conducirle al gran desierto de Exopotamia. Allí, precisamente porque se trata de un desierto, Dudu entabla conocimiento con una multitud de personajes pintorescos, al tiempo que se ve involucrado en el extravagante proyecto de construcción de una línea ferroviaria. Naturalmente, ni Pekín ni el otoño tienen nada que ver con todo esto. De hecho, aquí casi nada tiene que ver con nada, y no se hace necesario que nadie saque conclusiones. No obstante, si el lector se empeña en ello, no será difícil que, a través de la delirante y cómica peripecia de Dudu, llegue a ese centro secreto en torno al cual gira la obra entera de Boris Vian y en el cual, entrelazados, se esconden el amor y la muerte.

El otoño en Pekín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El otoño en Pekín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Gracias. ¿No sabe cuándo llegará el dinero?

– No lo sé. Estoy a la espera.

– Bueno -Angel agachó la cabeza, se miró los pies, no les encontró nada especial y volvió a levantar la cabeza-. Hasta luego.

– Hasta luego -dijo Amadís-. Y no piense en Rochelle.

Angel, que había salido ya, volvió a entrar de inmediato.

– ¿Dónde está?

– La he mandado a la parada del 975 a llevar el correo.

– Bueno -dijo Angel, cerrando la puerta al salir.

VI

"¿Por qué esa clase de invariante había escapado al cálculo tensorial regular?"

(G. Whitrow , La estructura del Universo, Gallimard, página 144.)

– ¡Preparado! -dijo el interno.

– ¡Hágala girar! -dijo Mascamangas.

Con un movimiento enérgico, el interno impulsó la hélice de madera dura. El motor estornudó, soltó un eructo malintencionado y dio contramarcha. El interno aulló y se cogió la mano derecha con la mano izquierda.

– ¡Ya está! -dijo Mascamangas-. ¿No le había advertido que no se confiase?

– ¡Me cago en mis muertos! -opinó el interno-. ¡Me cago en la mierda de mis muertos! ¡Me duele tanto que voy a vomitar!

– Déjeme que le eche un vistazo -el interno le tendió su mano derecha, cuyo índice exhibía una uña totalmente negra-. No es nada -diagnosticó Mascamangas-. Sigue usted teniendo dedo. Hay que esperar a la próxima.

– No habrá próxima.

– Sí -dijo Mascamangas-. O se decide usted a poner atención en lo que hace.

– Pero si estoy atento… No paro de estar atento y esa porquería de mierda de motor me arranca siempre en el momento en que voy a retirar las manos. Me tiene ya hasta el coco.

– Si no hubiese hecho usted lo que hizo… -le sermoneó el profesor.

– Basta ya de chulearme con lo de aquella silla.

– ¡Está bien!

Mascamangas se echó atrás, tomó impulso y le lanzó al interno un directo en plena mandíbula.

– ¡Ay…! -gimió el interno.

– ¿A que ahora ya no le duele la mano?

– Grujj… -comentó el interno, que parecía dispuesto a morder.

– ¡Hágala girar! -ordenó Mascamangas, pero el interno, deteniéndose, se puso a llorar-. ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Se pasa usted el día llorando. Y se le va a convertir en una manía. Déjeme en paz de una puñetera vez y déle vueltas a esa hélice… No me conmueven ya sus lágrimas.

– Pero si jamás le han conmovido… -objetó, ofendido, el interno.

– Precisamente por eso no me explico que tenga usted tanta caradura para insistir.

– Bueno, está bien. Ya no insistiré más -el interno revolvió en sus bolsillos y apareció un pañuelo francamente asqueroso.

– ¿Termina de una vez o qué coño hacemos? -se impacientó Mascamangas.

El interno se sonó y volvió a guardarse el pañuelo. Después, se aproximó al modelo y, con aire reticente, se dispuso a impulsar la hélice.

– ¡Adelante! -ordenó Mascamangas.

La hélice dio dos vueltas, de repente el motor gargajeó, arrancó y las barnizadas paletas desaparecieron dentro de un gris torbellino.

– Aumente la compresión -dijo Mascamangas.

– ¡Que me voy a abrasar! -protestó el interno.

– ¡Es usted un…! -gritó, harto, el profesor.

– Gracias -dijo el interno, y reguló la pequeña palanca.

– ¡Párelo! -gritó Mascamangas.

El interno cortó la entrada de gasolina, girando el tope de la válvula de distribución y, balanceándose torpemente la hélice, el motor se paró.

– Está bien -dijo el profesor-. Vayamos a probarlo -el interno persistía en su gesto ceñudo-. ¡Andando! ¡Y más vivacidad, demonio, que no vamos de entierro!

– Todavía no -precisó el interno-, pero ya llegará.

– Coja el avión y compórtese.

– ¿Lo vamos a dejar volar libremente o sujeto?

– Libre, indudablemente. ¿De qué nos vale, si no, estar en un desierto?

– Nunca me he sentido menos solo que en este desierto.

– Basta de jeremiadas. Por estos alrededores hay una chica guapa, ya sabe… Tiene un color raro de piel, pero no hablemos de su tipo…

– ¿Sí? -preguntó el interno, con aspecto más comprensivo.

– Claro que sí -dijo Mascamangas.

Mientras el interno recogía las piezas esparcidas del avión que iban a montar al aire libre, el profesor examinaba el desván con complacencia.

– Bonita esta pequeña enfermería que hemos montado aquí…

– Sí -confirmó el interno-, para lo que sirve… Nadie se pone enfermo nunca en este condenado lugar. Se me está olvidando todo lo que sabía.

– Así resultará usted menos peligroso -afirmó Mascamangas.

– Yo no soy peligroso.

– No todas las sillas opinan lo mismo.

El interno se puso azul de París, al tiempo que en sus sienes las venas le latían espasmódicamente.

– Escuche, como vuelva a decirme una sola palabra sobre esa silla, yo…

– Usted ¿qué? -se chungueó el profesor.

– Que mato otra silla…

– Cuando quiera. Pero, realmente, ¿cree usted que a mí me importa? Venga, vámonos.

Mascamangas salió y su camisa amarilla proyectó sobre la escalera del granero la suficiente luminosidad para no dar un traspié en los escalones desparejos. Pero el interno sí lo dio y aterrizó sobre las nalgas, afortunadamente para el avión. Llegó al final del tramo casi al mismo tiempo que el profesor.

– ¡Qué malvado es usted…! -dijo Mascamangas-. ¿No puede usar los pies para bajar las escaleras?

El interno se restregó las nalgas con una sola mano. Con la otra, sostenía las alas y el fuselaje del Ping 903.

Siguieron bajando hasta llegar a la planta baja. Pippo, detrás del mostrador de recepción, vaciaba metódicamente una botella de licor torinés.

– ¡Hola! -saludó el profesor.

– Buenos días, patrón -contestó Pippo.

– ¿Cómo va el negocio?

– Amapolís me echa a la puta calle.

– Espero que no sea cierto.

– Me exterioriza. Y, encima, con mayúsculas. Es la pura verdad.

– ¿Te expropia?

– Así es como él habla -observó La Pipa-. Me exterioriza.

– Y ¿qué vas a hacer?

– No lo sé. No me queda más que encerrarme en el retrete y se acabó, muerta está, la vida.

– Pero ese tío es idiota -dijo Mascamangas.

– ¿Vamos a probar el avión o no? -preguntó, impaciente, el interno.

– ¿Vienes con nosotros, La Pipa? -dijo el profesor.

– ¡Me la paso por el culo esa porquería de avión!

– Bueno, pues hasta pronto -dijo Mascamangas.

– Hasta luego, patrón. Es bonito como una cereza, el avión ese.

Mascamangas salió, seguido por el interno, que le preguntó:

– ¿Cuándo vamos a verla?

– ¿A qué se refiere usted?

– A la chica guapa.

– Deje usted de marearme -dijo Mascamangas-. Ahora se trata de poner en marcha el avión, y basta.

– Con usted no hay manera, leñe -dijo el interno-. Me la pone delante de los ojos y, luego, fu…, desapareció. Es usted un duro.

– Y ¿usted?

– Coño, reconozco que yo también soy un hombre duro. Llevamos aquí ya tres semanas, ¡tres semanas!, ¿se da usted cuenta?, y no lo he hecho ni una sola vez.

– ¿Seguro? -dijo Mascamangas-. ¿Ni siquiera con las mujeres de los agentes ejecutivos? ¿Qué es lo que hace usted en la enfermería por las mañanas, cuando yo estoy durmiendo?

– Me la… -dijo el interno.

Mascamangas le miró sin comprender y, después, rompió a reír.

– ¡Maldita sea! O sea que usted…, usted… ¡Es tan gracioso…! Por eso está usted siempre de tan pésimo humor…

– Pero ¿cree que…? -preguntó el interno, algo inquieto.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El otoño en Pekín»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El otoño en Pekín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El otoño en Pekín»

Обсуждение, отзывы о книге «El otoño en Pekín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x