Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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Afdera continuaba revisando las notas del diario de su abuela y vigilando su valiosa carga cuando escuchó una primera llamada para su vuelo. Miró el reloj, vio que aún tenía tiempo hasta la tercera llamada y continuó leyendo.

Badani no revelar í a jam á s d ó nde consigui ó el evangelio o a qui é n se lo vendi ó . Liliana me dijo que ella podr í a entregarte parte de los eslabones, desde el excavador que descubri ó el libro en Gebel Qarara hasta el propio Rezek Badani. No te f í es de Badani. Es un buen hombre, pero es demasiado mentiroso. Puede contarte una historia sobre c ó mo encontr ó el libro y al d í a siguiente relatarte otra muy distinta. Le cont ó a Liliana que hab í a heredado el libro de su familia, sin que nadie se acordara de cu á ntas generaciones hab í an pasado. Dijo incluso que su padre hab í a conseguido el libro poco despu é s de la Segunda Guerra Mundial. Liliana me dijo que nadie se cre í a esta historia. Le narr ó incluso otra versi ó n: que dos granjeros estaban arando un campo de Maghagha cuando la tierra se hundi ó bajo sus pies y encontraron una tumba. Esta historia era, por supuesto, tambi é n falsa. As í fue como se encontraron en 1945 los c ó dices de Nag Hammadi, y Badani, que lo hab í a le í do en un reportaje publicado en el diario Al-Ah-ram, decidi ó adoptar la historia. Intenta encontrar a trav é s de Liliana a Rezek Badani en El Cairo, si es que est á vivo todav í a cuando leas este diario.

Una voz anunciando la salida del vuelo Swissair 161 con destino Berna arrancó a Afdera Brooks de la lectura del diario. Rápidamente dejó sobre un plato varias liras, introdujo el grueso diario en el bolso, agarró fuertemente la caja de plástico y salió corriendo en dirección a la puerta de embarque. Una azafata le dio la bienvenida y la acompañó hasta su asiento, en business. Durante el corto tiempo que duró el vuelo hasta el aeropuerto Bern-Belp de la ciudad suiza, Afdera intentó hacer un balance mental de todo lo revelado por su abuela en el diario.

Tras tomar tierra, la joven se dirigió hasta la zona de taxis del aeropuerto.

– ¿Adónde vamos? -preguntó el conductor.

– Al Hotel Bellevue Palace, en Kochergasse 3.

El vehículo se dirigió por Selhofenstrasse, rodeando las pistas del pequeño aeropuerto, hasta Nesslerenweg, la carretera que conduce hasta el centro de la ciudad. El taxi continuó su marcha por estrechas calles hasta alcanzar Aarstrasse, que discurre en paralelo al río Aar hasta el hotel.

El establecimiento, una joya de la arquitectura art nouveau, estaba situado en pleno centro, muy cerca del Parlamento federal. Había sido uno de los hoteles preferidos de su abuela y siempre que iba pedía la misma habitación, con unas maravillosas vistas a los Alpes berneses.

Unos minutos después, ya en la soledad de su habitación, Afdera levantó el auricular y marcó el número de la Fundación Helsing. Sobre la cama reposaba la caja de plástico que guardaba el evangelio. Tras un par de tonos, oyó una voz femenina al otro lado de la línea.

– Fundación Helsing, buenos días.

– Buenos días, quisiera hablar con el señor Renard Aguilar, por favor.

– ¿De parte de quién?

– Dígale que soy Afdera Brooks, nieta de Crescentia Brooks.

– ¿Podría adelantarme el tema que desea tratar con el señor Aguilar?

Afdera se impacientó ante la impertinente pregunta de la recepcionista.

– Es un asunto privado. Dígale quién soy y él lo entenderá. Mi abogado, el señor Sampson Hamilton, ha concertado una cita con él. Estoy en el Hotel Bellevue Palace. Por favor, que me llame en cuanto pueda. No tengo mucho tiempo -dijo la joven, con cierta seriedad en su voz.

– Bien, señorita Brooks. Transmitiré su mensaje lo antes posible al señor Aguilar -respondió la recepcionista.

Afdera pasó la tarde de compras y paseando por la Bärenplatz. Cuando regresó al hotel, pidió sus mensajes en recepción. Escrito a mano en un papel del Bellevue Palace, aparecía el nombre de Renard Aguilar. «Mañana a las diez de la mañana la recogerá un coche para llevarla hasta la sede de la Fundación Helsing».

A las diez en punto del día siguiente, Afdera esperaba ya sentada en la recepción, junto a la caja de la que no se había separado desde su viaje a Hicksville. Un BMW de color negro aparcó frente a la puerta del hotel.

Un chófer elegantemente vestido se bajó del vehículo y se dirigió hacia ella.

– ¿La señorita Brooks? -preguntó.

– Sí, soy yo.

– Me han enviado para recogerla y llevarla a la fundación.

El vehículo salió de la ciudad. Desde la Schweizerhausweg se adentró en un camino de arena que penetraba en un pequeño bosque. Justo antes, el conductor detuvo su marcha ante una pequeña caseta con guardias armados que sujetaban dos fieros pastores alemanes. El chófer hizo una señal y la puerta de acceso se abrió.

El camino desembocaba en un grupo de edificios de arquitectura moderna que a Afdera le recordaron más un laboratorio farmacéutico que una fundación para el arte. El vehículo se detuvo ante un camino blanco que llevaba hasta la entrada del que se suponía era el edificio principal.

– Buenas tardes, señorita Brooks. El señor Aguilar la está esperando.

Afdera siguió a la mujer hasta una imponente sala de reuniones en cuyo centro se hallaba una lustrosa mesa de caoba que daba cabida a veinte personas. De las paredes colgaban pinturas de artistas como Andrea del Verrocchio, Domenico Ghirlandaio y el Veronés. Los suelos de madera estaban cubiertos de gruesas alfombras de lana de Tabriz.

– Es muy antigua -dijo una voz cercana a la puerta.

Afdera estaba de rodillas admirando una de las alfombras y sólo divisó unos elegantes zapatos John Lobb. Al levantar la vista, pudo observar el rostro de la persona que acababa de entrar en la sala. Se trataba del hombre que había estado en el funeral de su abuela en Venecia.

– ¡Es usted! -acertó a decir Afdera.

– Sí, efectivamente. Soy Maximilian Kronauer -se presentó, tendiendo su mano para ayudar a Afdera a levantarse.

– Soy…, bueno, ya sabe quién soy, pero usted ¿qué hace aquí? ¿Trabaja en la Fundación Helsing?

– No. La fundación sólo me financia algunos de mis estudios e investigaciones de forma desinteresada -respondió Kronauer.

– ¿Investigaciones de qué tipo? -balbuceó Afdera.

– ¡Oh, perdone! Soy especialista en arqueología bíblica y en filología semítica y realizo investigaciones y estudios sobre las lenguas utilizadas en el origen del cristianismo.

De repente la conversación se vio interrumpida por la voz de una mujer.

– ¿Señorita Brooks? El señor Aguilar la espera -anunció.

– Si quiere, podemos cenar esta noche. Le invito -propuso Afdera.

– Voy a estar muy ocupado… y no sé si…

– Le espero a las siete de la tarde en mi hotel. Estoy en el Bellevue Palace.

– De acuerdo, allí estaré -respondió Kronauer cuando Afdera había abandonado ya el gran salón.

– Pase, pase, señorita Brooks. Tenía muchas ganas de conocerla -dijo Aguilar.

– Igualmente. Me han hablado mucho de usted y de la Fundación Helsing.

– Me imagino que habrá oído muchas leyendas sobre nuestra fundación…

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