Eric Frattini - El Laberinto de Agua

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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация

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Experto en los servicios secretos vaticanos, Frattini se ha inspirado para su segunda novela en uno de los personajes más controvertidos y desconocidos del cristianismo, Judas, el apóstol traidor. ¿Qué pasaría si su historia no fue como nos la han contado? Los cimientos de la Iglesia se tambalearían, y eso es lo que quiere impedir a toda costa el malvado cardenal Lienart.

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– El cardenal Metz, mi antecesor en el cargo, era muy aficionado a los secretos y a estos detalles de las cajas fuertes detrás de los cuadros -reveló, extrayendo ocho sobres blancos lacrados con el sello del dragón alado, el escudo del cardenal-. Necesito que mañana mismo salga usted hacia estos siete lugares del mundo y entregue personalmente estos sobres a sus destinatarios -ordenó al padre Mahoney.

– Pero, eminencia, el presidente de Francia estará aquí en el Vaticano y… -intentó protestar el secretario.

– No se preocupe por nada. Yo podré ocuparme de ese maldito hereje que apoya la educación pública atea frente a la religiosa. Ese condenado francés acabará también por apoyar el divorcio o el matrimonio entre homosexuales -espetó el secretario de Estado-. Su misión ahora es hacer llegar cuanto antes estos siete sobres a los siete hermanos del Círculo, el octavo es para usted. Deberán reunirse en Venecia y estar preparados para cuando yo les llame.

– Eminencia, así lo haré. Mañana por la mañana saldré hacia mi primer destino.

– No se ofenda ni piense que intento apartarlo de mí. Debe recordar siempre mi lema: ab insomne non custita dracone, para ejercer de custodio, el dragón debe permanecer insomne. Lleve mi mensaje ahora, es lo que le pido. Sólo usted puede llevar a cabo esta delicada misión.

El padre Mahoney se puso en pie y, tras hacer una pequeña reverencia, cogió la mano derecha del cardenal y acercó sus labios al anillo que portaba. En su mano sujetaba ocho blancos sobres con el sello de lacre rojo. Los destinatarios eran el padre Lazarus Osmund, en la iglesia castillo de Malbork (Polonia); el padre Demetrius Ferrell, en el santuario de María Auxiliadora de Passau (Alemania); el padre Eugenio Cornelius, en la abadía benedictina de Ettal (Alemania); el padre Marcus Lauretta, en la abadía de Sant'Antimo, en Montalcino (Italia); el padre Septimus Alvarado, en el monasterio de Irache, en Navarra (España); el padre Spiridon Pontius, en el monasterio de Haghartsin, en la Armenia soviética, y el padre Carlos Reyes, en la iglesia de Laja (Bolivia). El padre Mahoney introdujo en el bolsillo de su sotana el octavo sobre con su nombre.

***

Ginebra

Sentado a la mesa del elegante Lion D'Or, uno de los mejores restaurantes de Ginebra, con vistas al lago Leman, el hombre pidió un café expreso tras el almuerzo e indicó al camarero que se lo sirviesen en la terraza. Allí, ante la magnífica vista, se sentó y comenzó a hojear su ejemplar del L'Osservatore Romano. Miró la portada, con la imagen del Papa recibiendo a una delegación africana. Al llegar a la página cuatro, el hombre leyó algo: Animus hominis est inmortalis, corpus mortale, el alma humana es inmortal, el cuerpo es mortal. A continuación se levantó de la silla sin esperar el café y pidió la cuenta.

El hombre indicó al portero del establecimiento que llamase a un taxi. Pocos minutos después llegaba hasta la puerta un Mercedes Benz de color negro con el escudo de la ciudad en sus puertas.

– Buenos días, señor. ¿Adónde le llevo? -preguntó el conductor.

– A la sede del Bayerische und Vereinsbank.

Unos minutos después, el vehículo se detenía ante un edificio de corte clásico del centro de Ginebra. Al entrar en la sede bancaria, una joven recibió al recién llegado tras un mostrador de madera y mármol y después de darle la bienvenida en perfecto alemán, le entregó un cuaderno con nueve casillas en blanco.

El hombre comenzó a escribir de memoria las nueve cifras de la cuenta secreta numerada: 1-1-4-1-7-8-3-1-0. Una vez comprobada la clave, la recepcionista hizo una señal al agente de seguridad que se encontraba a su espalda. El recién llegado fue invitado a entrar en un ascensor que le llevaría hasta la tercera planta subterránea. Al salir fue obligado a apoyar su mano derecha sobre el escáner. Una vez comprobada su identidad, un funcionario del banco lo acompañó hasta la cámara principal de cajas de seguridad. Todo era helvéticamente pulcro. El funcionario extrajo una caja metálica con el número 361 y la trasladó a una pequeña sala. Una vez que entró en el pequeño habitáculo, el funcionario cerró silenciosamente la puerta tras de sí.

En el interior de la caja había tan sólo un sobre lacrado con un texto escrito a mano: «Para el Arcángel». Tras romper el sello de lacre rojo, el hombre sacó una fotografía de una joven muy atractiva de pelo corto y negro caminando por una calle de Venecia y unas instrucciones claras, cortas y concisas. Debía vigilar de cerca a aquella mujer y recuperar un libro con páginas de papiro que tenía en su poder. En el mismo informe aparecía una dirección: Ca' d'Oro, Cannaregio 3932, Venecia.

Seguidamente extrajo de su bolsillo un mechero y, tras prender fuego al papel, lo arrojó a una papelera cercana. El hombre se guardó en el bolsillo interior de su chaqueta la fotografía de la joven, volvió a la superficie y sin pronunciar palabra alguna abandonó el banco y se perdió en las tranquilas calles de Ginebra.

***

Venecia

Afdera quería saber más del evangelio de Judas y para ello debía aprenderse de memoria lo escrito por su abuela en el diario que acompañaba al antiguo manuscrito. Necesitaba entender, necesitaba comprender la importancia de aquel libro y cómo había llegado a manos de su abuela.

A su mente acudieron las palabras de San Marcos: «¡Ay de aquél por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». La joven comenzó a leer:

A f í nales de 1959, tal vez principios de 1960, Liliana Ramson, marchante de antig ü edades de Alejandr í a que trabajaba como « ojeadora » para m í , se puso en contacto en la ciudad de Maghagha con Abdel Gabriel Sayed, un copto que sol í a ayudarla a localizar interesantes piezas. Liliana sab í a que Sayed estaba siempre a la caza y captura de cualquier reliquia que pudiera vender a sus numerosos contactos en los mercados de El Cairo y Alejandr í a. Durante este encuentro, Sayed le dijo a Liliana que hab í a tenido en su poder una especie de libro con hojas de papiro y tapas de cuero que hab í a encontrado y vendido recientemente. Liliana no le dio demasiada importancia al comentario debido a que en aquella é poca no hab í a un mercado de papiros antiguos y por tanto era dif í cil, casi imposible, calcular el valor de esos documentos antiguos. Liliana me dijo que Sayed la hab í a llevado hasta el mismo lugar en donde hab í a encontrado el libro.

Afdera detuvo su lectura para pedir a Rosa una taza de té.

Liliana me cont ó que Abdel Gabriel Sayed viv í a en una humilde casa de dos plantas. La segunda todav í a no estaba terminada. En la parte de atr á s, Abdel criaba dos camellos a los que alimentaba con foul, el t í pico trigo. Vest í a siempre con la tradicional galabiya y con largos chales alrededor de la cabeza. Como tantos otros campesinos de Maghagha, se ganaba la vida haciendo todo tipo de trabajitos. Su casa estaba empapelada de santos. Le gustaba explicar que los coptos eran realmente los primeros pobladores de Egipto. Mientras los cristianos eran perseguidos y masacrados hasta que Constantino los legaliz ó en el a ñ o 313, la nueva religi ó n fue difundi é ndose por toda Alejandr í a. Incluso alg ú n erudito lleg ó a decir que uno de los doce ap ó stoles de Jes ú s falleci ó en esa ciudad entre los a ñ os 60 y 70 de nuestra era. Este dato no ha podido ser demostrado. Cuando los á rabes conquistaron la regi ó n en el siglo VII llamaban a los nativos gypt, del griego Egyptos, que a su vez proviene de Ha-Ka-Ptah, el nombre que ten í a la capital imperial del Antiguo Egipto, Menfis. Por tanto, la palabra 'copto', una derivaci ó n de 'gypt', significa Egipto.

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