Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

Здесь есть возможность читать онлайн «Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «En tiempo de prodigios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

En tiempo de prodigios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «En tiempo de prodigios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Vamos, entra. Quítate la ropa y los zapatos, te daré algo seco. El baño está por ahí. Voy a encender los calefactores ¿de acuerdo? Hay toallas limpias justo debajo del lavabo.

Cinco minutos después, enfundada en una especie de pijama color azul celeste, luciendo unos calcetines térmicos de esos que te dan en los aviones, había empezado a entrar en calor. Publio me tendió una copa de coñac, y le di un buen trago.

– ¿Cómo estás?

– Mejor, gracias.

– A propósito, siento lo de tu madre. Me lo dijo el portero. Pensé en llamarte, pero…

– Publio…

Me detuvo con un gesto que le agradeceré eternamente. Quizá, para firmar la paz nos bastaba con un par de copas de licor y algo de ropa seca. Sentí una leve punzada de optimismo.

– ¿Te apetece un sándwich?

No tenía hambre, pero dije que sí. Publio tardó unos minutos en volver, y lo hizo con unas rebanadas de pan de molde tostadas a la plancha y rellenas de pechuga de pollo, jamón ahumado y mayonesa. Cenamos juntos, como aquella otra noche para olvidar, y luego Publio puso ante mí una enorme caja de bombones belgas y toda su delicadeza, su hospitalidad y su ternura. No me preguntó qué me había ocurrido en el portal, quizá porque intuía que no iba a ser capaz de explicárselo. Entonces recordé que en el mundo hay personas eminentemente buenas con una especie de sensor para determinar la debilidad de los demás, para saber cuándo son necesarios. Y Publio, mi vecino, era una de esas personas. Mientras me llenaba la copa de Armagnac y me invitaba a probar otro bombón («ésos tienen guirlache, son buenísimos») pensé que había perdido el tiempo durante el último año, y qué quizá muchas cosas hubieran sido un poco más fáciles de haberle tenido cerca, de haber podido subir al piso de arriba, donde el congelador rebosaba helados y carne de primera y había alguien con una desesperada necesidad de que le quisieran, le entendieran y le perdonaran por unos pecados que ni siquiera había cometido.

Tenía el pelo seco y el contenido de la caja de chocolates había mermado considerablemente cuando le hablé a Publio del abuelo de Elena. Le conté que me había enfadado con él.

– ¿Por qué lo hiciste?

– Se metió donde no debía.

– Seguro que fue con buena intención.

– Pues ni por esas.

Publio se echó a reír.

– Estás de mala leche.

– Sí, desde hace treinta y cinco años. -Cogí otro bombón, y me aclaré la voz-. Oye… ¿cómo van tus sesiones con el psiquiatra?

– En realidad es «la psiquiatra»… ¿seguro que quieres saberlo?

Asentí con la cabeza, y Publio me habló del tratamiento que seguía y de las visitas a la terapeuta, «voy sólo dos veces por semana. Antes iba todos los días, pero como estoy progresando ha reducido las sesiones». Me contó que al principio lo había pasado tan mal que incluso intentó suicidarse tomando un tubo de pastillas «pero soy un miedica y me fui al hospital a que me hicieran un lavado de estómago». Se había dado cuenta de sus tendencias a los veinte años: estaba en el chalet de unos amigos y aparecieron dos o tres parejas con sus hijos pequeños. Se pasó la tarde jugando con ellos, y todo el mundo le agradeció sus desvelos con aquella caterva de mocosos chillones, pero él había sentido algo extraño: una nueva forma de deseo. Aquel descubrimiento le horrorizó. «Pensé que iba a volverme loco, de verdad. Las pasé putas.» Estuvo tres meses de baja por depresión. Luego dejó la empresa en la que trabajaba y se fue a pasar una temporada con su abuela, que vivía en mitad de ninguna parte. «Decidí que lo mejor que podía hacer era pasar aislado el resto de mi vida. Ya sé que suena estúpido, pero tenía veinte años.» Volvió a Madrid unos meses después, cuando se le acabó el dinero. Se instaló en casa de sus padres, y redujo a cero su vida social. Sólo salía para ir al trabajo. «Mis padres estaban preocupados por mí. Me pasaba las horas leyendo en la habitación. Ni siquiera veía la tele. Fue entonces cuando me tomé las pastillas. Un tubo de orfidales. Entero. No tardé ni media hora en ir al hospital.» Luego pasó una etapa relativamente tranquila en la que pensó que podía superar el problema, y hasta llegó a olvidarse de él. Seguía haciendo poca vida fuera de casa, pero estaba tan acostumbrado que ya no le importaba.

– ¿Cuándo decidiste tratarte?

– Un día estaba viendo la tele y salió un tío al que acababan de detener por abusar del hijo de unos amigos. Parecía una persona normal, sabes, no un loco, ni nada de eso. Era alguien como yo, alguien que quizá pensó que era capaz de controlarse solo. Y me dije que, si no buscaba ayuda, podía acabar como él, manoseando a los críos de cualquiera y destrozándoles la vida. Así que localicé a una psiquiatra especializada en patologías sexuales. Fue como volver a nacer. Estoy mucho mejor. Sé que lo mío no tiene cura, pero también que no voy a hacer ninguna tontería. Puedes creerme o no, pero jamás he tocado a un niño, ni he entrado en webs de pornografía infantil, ni nada por el estilo. Sé distinguir perfectamente lo que está bien de lo que está mal.

Se levantó y volvió de la cocina con dos vasos de agua. Se bebió el suyo entero antes de seguir hablando.

– ¿Sabes?, es muy duro admitir que dentro de ti vivirá siempre un criminal. Pero también resulta un alivio pensar que sabes cómo controlarlo para que no salga nunca de la jaula. Estoy condenado a seguir tratamiento de por vida, y hay algunas reglas demenciales que debo respetar para no ponerme las cosas más difíciles. Por ejemplo, compré esta casa después de asegurarme de que no había niños viviendo en ella. No soy una persona normal y tengo que vivir en función de esa certeza. Pero, de momento, la batalla la voy ganando yo.

No sabía qué decir. Llevaba más de un año repudiando a una persona que, en realidad, tenía muchos motivos para despertar mi respeto.

– Eres muy valiente.

– Ya lo sé. -Partió el último bombón de la caja y me dio la mitad-. ¿Y tú? ¿Cómo te encuentras?

Fingí darme unos segundos para masticar el chocolate.

– Pues… pensé que estaba bien… pero hoy he perdido los papeles. No ha sido un buen día, la verdad.

– Bueno -Publio parecía concentrado en lo que iba a decir a continuación-, quizá tenía que ocurrir. Quiero decir que a lo mejor te estás exigiendo demasiado. Has pasado unos meses muy difíciles y tienes derecho a derrumbarte.

Nunca hubiese pensado que dejarse vencer por la pena pudiese ser también un acto de justicia con uno mismo. Cuando murió mi madre, hice un esfuerzo sobrehumano para no dejarme arrastrar por todo aquel caudal de tristeza que amenazaba con asolar mi vida. Fue como ir paseando al borde de un precipicio teniendo la certeza de que, si un solo día me asomaba a él, acabaría desbarrancándome y seguramente no sabría salir del agujero. No quería que eso sucediera. El destino me había arrebatado a mi madre, y no iba a permitir que me quitase también el dominio sobre mí misma. Por eso, pocos días después de perderla a ella, volví a mi vida habitual. Dibujé muchísimo, me cité con mis amigos, asistí a fiestas, a presentaciones, a cócteles. Recuerdo que cada vez que pasaba por debajo de los arcos detectores de metales pensaba que era una suerte que aquellos aparatos no fuesen capaces de observar lo que tenía por dentro. Porque, al escrutar mi interior, hubiesen encontrado sólo un profundo vacío, un desolador agujero negro horadado por toda la tristeza con la que había tenido que luchar, a diario, desde la muerte de mi madre. Quizá, como decía Publio, me exigí demasiado pretendiendo que mi vida siguiera al mismo ritmo, imponiéndome como obligación el aparecer en público como si nada hubiera pasado, acotando de un modo poco racional todo lo que estaba sintiendo. Me habían quedado dentro muchas lágrimas. Y las lágrimas tienen que salir si no queremos que lo desborden todo, incluso aquello que creíamos estar preservando de la desesperación. La serenidad verdadera llegaría después de llorar, y pensando en ello volví a hacerlo. Publio abandonó su sitio en el sillón y se sentó a mi lado, abrazándome y pasándome de vez en cuando la mano por el pelo. Así transcurrieron dos horas: yo llorando el llanto atrasado y el bueno de Publio dejándome llorar en silencio, con la paciencia y la mansedumbre del que también ha tenido que aprender a llorar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «En tiempo de prodigios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «En tiempo de prodigios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «En tiempo de prodigios»

Обсуждение, отзывы о книге «En tiempo de prodigios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x