Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

Здесь есть возможность читать онлайн «Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «En tiempo de prodigios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

En tiempo de prodigios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «En tiempo de prodigios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¡Lo siento, señora, no se puede pasar!

Pues sí que acaba bien el día, pensé. No puedo meterme en el metro, hace un frío que pela y encima me llaman señora.

– Hay una avería en la línea cuatro. Tendrá que coger el autobús.

¿El alcalde ha puesto un autobús de aquí a Lavapiés?, me dieron ganas de preguntar. Pero no dije nada y me di la vuelta en busca de un taxi mientras arreciaba la tormenta.

Hacía meses que no caía una gota. La lluvia viene bien, recordé para consolarme, y a la vez iba notando cómo mis zapatos se llenaban de agua. Mientras bajaba la calle Goya intenté recordar la última vez que había visto llover así, y me di cuenta de que era cuando mi madre aún estaba viva. Qué crudos habían sido aquellos días del invierno, cómo habían contribuido a martirizarla. Ella que adoraba el sol, el cielo azul y las temperaturas suaves, había pasado las últimas jornadas de su vida observando la lluvia y el gris desesperado del cielo de febrero. En aquellos días pensaba que todo, incluso el tiempo, se estaba aliando en contra de nosotros. ¿Cómo es posible que haga tanto frío a principios de marzo, que el termómetro no supere los dos grados estando en la última semana de febrero? ¿Por qué llueve a mares, si tanto dicen que hay sequía? ¿Y qué es eso de que la nieve llegue a cuajar en plena ciudad? ¿Qué pasa, que estamos en la jodida Siberia? Mi madre había muerto justo la víspera de que empezase la primavera, en el primer día templado y amable en muchas semanas, y tuve la sensación de que aquello había sido otra burla del destino.

Encontré un taxi cuando llegaba a la plaza de Colón y ya tenía el pelo completamente empapado, por no hablar de los zapatos de piel echados a perder y del pañuelo de seda que llevaba al cuello y que, si de verdad era tan bueno como me había obligado a creer la vendedora, a buen seguro quedaría hecho una pena después de la mojadura. Me lo quité nada más entrar en el coche, cuya atmósfera cálida me hizo desear que el trayecto hasta mi casa fuese intrincado y larguísimo. Claro que, en Madrid y con lluvia, ese tipo de deseos suelen hacerse realidad: en cuestión de minutos estábamos metidos en un atasco de los que conforman uno de los signos de identidad del lugar en que vivo.

Desde dentro del coche, fui testigo de cómo la ciudad aprendía a convivir con la nueva estación mientras el verano iba convirtiéndose en un recuerdo. En el bulevar de Recoletos, los camareros del café Gijón se afanaban en desmantelar la terraza del quiosco, y llegando a Cibeles pude ver a un chino haciendo su agosto con la venta de paraguas plegables. La gente buscaba la protección ínfima de las marquesinas de autobuses o intentaba cobijar la cabeza bajo las páginas extendidas de los periódicos gratuitos, y detrás de las nubes el cielo nocturno perdía el azul brillante que había tenido en los últimos meses.

En el paseo del Prado, el atasco adquirió una nueva dimensión mientras el concierto de claxons alcanzaba proporciones apocalípticas. Siempre me he preguntado por qué se empeña la gente en tocar la bocina en mitad de un embotellamiento. Está claro que el de delante no se mueve porque no puede, y si se trata de molestar a los culpables del desbarajuste, dudo mucho de que les lleguen siguiera los ecos del jaleo de pitos. Mi taxista juraba en arameo y también tocaba el claxon, a lo mejor para distraer su instinto asesino. Le escuché un par de blasfemias y una porción de buenos deseos de muerte lenta y dolorosa para el concejal de tráfico, el guardia de la porra que intentaba poner orden en aquel caos y, cómo no, el alcalde de Madrid. Confieso que, muchas veces, encuentro divertido el espolear la indignación de los taxistas: me pongo de su parte y les digo que la policía municipal no tiene ni idea de cómo actuar en estos casos, que la gente es una insolidaria invadiendo el carril bus, que hay que ver la que están montando con las obras, que a qué viene poner patas arriba todo el centro y que, en efecto, debe de haber algún listo forrándose a costa de los pobres ciudadanos. Quiero pensar que estoy haciendo una buena obra permitiendo que los conductores exorcicen conmigo sus particulares demonios. Sin embargo, aquella tarde no me apetecía atizar las iras de nadie. Estaba cansada. Estaba muy cansada.

Detenido junto a mi taxi había otro coche en el que viajaban dos mujeres, una más joven, que iba al volante, y otra de mediana edad ocupando el lugar del copiloto. A todas luces eran madre e hija. Iban tan enfrascadas en su conversación que hasta creo que el atasco había dejado de importarles. La mujer joven gesticulaba, más apasionada que indignada, y la otra asentía como dándole la razón, y luego se echó a reír. Hubiese querido bajar la ventanilla y escuchar las carcajadas de aquella mujer. Inevitablemente, pensé que mi madre y yo hubiéramos podido protagonizar aquella escena de no haber tenido tan mala suerte. Yo iría con ella, en un coche, bajo la lluvia, y le explicaría algo que me hubiese ocurrido, algo gracioso, y a ella le daría la risa. Mi madre se reía mucho con las cosas que yo contaba. A ella, que tenía un carácter eminentemente pacífico y dulce, le divertía mi naturaleza impaciente, mi humor sombrío y mi mordacidad extrema. Y se reía, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Puedo escuchar su risa ahora mismo, en esta tarde de otoño. La risa de mi madre, que debía de ser parecida a la de la mujer del otro coche. Pero ella está ahí, con su hija, y yo viajo sola en este taxi atascado.

En nuestro mundo civilizado la gente no se muere con sesenta años. Por favor, que nadie me hable de la escasa longevidad de los pobres africanos, que nadie me diga que en la India muchas mujeres no llegan al medio siglo. Ya sé que en el Tercer Mundo uno empieza a ser viejo a los cuarenta años, pero esto no es Burundi, ni Sri Lanka ni una maldita aldea de Mongolia donde viven en plena Edad Media. Esto es Occidente. Europa. Tenemos terroristas suicidas, tenemos atracos a mano armada, tenemos brotes de racismo, fraude fiscal, toda la contaminación que queramos, drogas en los colegios, especulación inmobiliaria, verduras insípidas y unos niveles de ruido que difícilmente toleraría un nativo del Amazonas. A cambio, hay vacunas, subsidios de desempleo, universidad para todos y medicina gratuita. Y un montón de ancianitos yéndose de viaje con el Imserso o tomando el sol en los parques públicos. Porque aquí, menos unos cuantos desdichados como mi madre a los que el destino ha puesto en el punto de mira, todo el mundo llega a viejo.

Últimamente no puedo evitar fijarme en la edad de los fallecidos que aparece en las esquelas, y la mayoría se mueren con ochenta, con noventa, con setenta y muchos años. Silvio es rematadamente viejo y ahí está, manoseando fotos del año catapum, contando batallitas y metiéndose donde no le llaman. A veces, muy pocas veces, tropiezo con una esquela de alguien más joven, desaparecido a los cincuenta y cinco, a los sesenta y dos, a los cuarenta y ocho, y me pregunto si todo el mundo será consciente de la injusticia que late detrás de esas fechas, de que no hay derecho a que la vida de unos se interrumpa tan temprano cuando hemos nacido en una sociedad naturalmente longeva. ¿Quién reparte los números de esa lotería? ¿Quién y desde dónde decide que haya trayectos vitales tan ridículamente cortos como el de mi madre o el de esos otros desgraciados de las notas necrológicas? ¿Por qué en ese coche una mujer de sesenta y tantos años va partiéndose de risa y yo ya no puedo reírme con mi madre?

No es normal quedarse huérfana a los treinta y cinco años. Ninguno de mis amigos es huérfano. Yo soy la única huérfana que conozco, por todos los santos. Apuesto a que hasta el taxista tiene padres, y eso que peina canas. La chica del otro coche tiene a su madre consigo, puede hablar con ella, contarle sus cosas, hacerla reír, pedirle consejos o dárselos. ¿Por qué yo no? ¿Por qué me ocurrió precisamente a mí? Me dieron ganas de pedir al conductor que hiciera cualquier cosa por cambiar de carril hasta apartarnos de aquel coche donde una madre y una hija compartían su intimidad en una tarde de lluvia. No soportaba estar tan cerca de algo que me había sido arrebatado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «En tiempo de prodigios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «En tiempo de prodigios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «En tiempo de prodigios»

Обсуждение, отзывы о книге «En tiempo de prodigios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x