Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

Здесь есть возможность читать онлайн «Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «En tiempo de prodigios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

En tiempo de prodigios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «En tiempo de prodigios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Nadie dijo nada, por supuesto. No hubiera sido de buen gusto, y aunque la nuestra era una ciudad hermética y pequeña, presumíamos de ser también medianamente civilizados. Así que aquellos días las madres aleccionaron a los hijos para que no señalasen al negrito como un fenómeno de las fiestas de San Froilán, cuando, para regocijo de todos, los feriantes traían animales pretendidamente exóticos y cobraban un real por el derecho a verlos y otro más si alguien con arrestos quería tocarlos. Una vez mi padre nos invitó a todos a pasar la mano por el lomo de un avestruz de Madagascar. Aquel pájaro triste estaba atado por una pata a un tocón de madera. Le faltaban la mitad de las plumas y saltaba a la vista que tenía más años que el propio mundo, pero ninguno de nosotros fue capaz de ver en el ave otra cosa que un ejemplar magnífico llegado de tierras ignotas, que desafiaba al público con su cuello larguísimo y sus ojos vidriosos que sólo ahora comprendo que estaban húmedos de miedo.

Pero no pienses que estoy comparando al niño del señor West con un pajarraco renqueante. Era sólo un ejemplo, ¿sabes?, para que comprendas la cara que se nos quedó a todos cuando vimos a aquel crío por el paseo de la Alameda. Fue como descubrir a un ejemplar de otra galaxia. Los jóvenes os creéis que el mundo ha sido siempre así, manejable y pequeño, con la televisión y los ordenadores, pero te aseguro que hubo un tiempo bien distinto a éste. La edad de piedra, como quien dice. Nuestra experiencia con los negros se reducía a las funciones de cine mudo del teatro Principal. Algunos pensaban que eran caníbales. Sí, hija, así de brutos éramos. Creíamos que los hombres de color, como los llaman ahora, bailaban el hula hula y la danza de la lluvia, llevaban huesos en la cabeza y aros de oro en la nariz. De modo que no sabría decirte qué nos sorprendió más, si que el señor West apareciese llevando de la mano a un negrito de seis o siete años, o que el niño en cuestión fuese pulcramente vestido de blanco inmaculado, con un sombrero de paja encasquetado en la cabeza y zapatos de charol brillantes como espejos. La imagen de aquel angelito negro tan bien apañado, que no se subía a los árboles ni lanzaba alaridos sino que caminaba lleno de mansedumbre al lado de Zachary West, mirando a su alrededor con unos ojos enormes y extraordinariamente vivos, produjo en nosotros, por encima de todo, un profundo desconcierto. Acabábamos de enterarnos de que los negros existían más allá de las películas, y que eran civilizados y correctos y capaces de andar calzados con zapatos de primera comunión.

Ninguno de los niños se le acercó. Y que conste que fue por pura timidez. Simplemente, no nos atrevimos. Era un ser demasiado fabuloso, demasiado fantástico, y supongo que nos temimos que se desvaneciera si lo rozábamos con las manos pegajosas de los caramelos dominicales. Así que, mientras nuestros padres saludaban al señor West, estrechaban su mano y le preguntaban por la vida en general, nosotros mirábamos al niño con la boca abierta y los ojos cargados de una admiración sin condiciones. Él era distinto a todos, y no sólo por el color de su piel, sino también porque iba cuidadosamente vestido y peinado y porque, además, vivía con el extraordinario señor West, que era americano y aviador. En Ribanova no había nadie como él, nadie nacido en otro país, nadie capaz de pilotar una avioneta, nadie tan cargado de experiencias que tenían como escenario misteriosos lugares de los cinco continentes. Zachary West era el pariente que todos hubiéramos deseado tener, el tío postizo con el que soñábamos, el visitante de lujo que cualquiera querría sentar a su mesa para hacerle contar historias increíbles de proezas aeronáuticas y aventuras en el África Austral. Pero Zachary West no tenía parientes, ni lejanos ni próximos. Era huérfano de padre y madre, no se había casado, no tenía hijos. Y entonces llegó a Ribanova llevando de la mano a aquel niño, y todos entendimos que ellos dos solos se habían convertido en una familia.

Lo creas o no, cualquiera de nosotros se hubiese cambiado por aquel crío sin pensarlo más allá de unos segundos. Él paseaba por los cantones aferrado a la mano del señor West mientras nosotros lo hacíamos acompañados de nuestros padres, abuelos y tíos: gente corriente y moliente, vulgar a más no poder, que no tenían grandes cosas que contarnos ni habían protagonizado hazañas de novela a bordo de un bimotor. No, querida, nadie miró a aquel niño negro por encima del hombro, ni le compadeció por haber nacido cambiado de color. Sólo le envidiamos con toda la fuerza de nuestra poca edad y nuestra experiencia nula. Cuando uno es pequeño, la envidia es algo mucho menos mezquino que en la edad adulta, porque se mezcla tanto con la admiración que acaban por confundirse la una y la otra. Y aquel día lo único que deseamos todos y al mismo tiempo, fue hacernos amigos cuanto antes de aquel niño magnífico que acababa de llegar a Ribanova junto a Zachary West.

¿Que cuándo ocurrió aquello? Pues debió de ser en 1925, poco más o menos. Yo tenía ocho años y unos celos terribles de mi hermano menor, que acababa de nacer. Recuerdo que el día que el señor West se paseó con su niño por la plaza de España, mis padres estaban preparando la celebración de su bautizo, y yo me subía por las paredes con el ambiente de fiesta que remaba en mi casa porque desde hacía tiempo no era yo el centro de atención ni se cosían en mi honor banderitas de colores y bolsas de peladillas. En esta ocasión el rey de la casa era mi hermano Efraín, un pelón escuchimizado que había nacido con apenas kilo y medio de peso. Ya ves tú qué birria, poco más que un chuletón de esos que se quedan en nada al echarlos en la sartén. Los primeros días se temió por su vida, y yo escuché cómo el médico le decía a mi padre, «no se haga usted demasiadas ilusiones». Aquella noche, mi abuelo intentó prepararme a mí también para la más que previsible muerte de mi único hermano, y me dijo que a lo mejor Dios mandaba a unos ángeles para llevarse al cielo a Efraín.

Yo era un niño muy pío, muy beatón. Coleccionaba estampitas de santos y pedía libros de misa como regalo de cumpleaños, así que la posibilidad de que una cuadrilla de ángeles estuviese preparada para entrar en mi casa me llenó de una emoción intensa. El que viniesen a recoger a Efraín me parecía una cuestión menor. Estábamos muy bien sin él, así que nada iba a ocurrir si volvían a llevárselo al limbo. Estuve días enteros aguardando la llegada del ejército celestial, acechando un posible batir de alas y escudriñando el reflejo del aura de santidad que habría de venir para iluminarlo todo, preparado para aquella experiencia sobrenatural que marcaría el resto de mi vida. Pero el tiempo pasó y los ángeles no llegaron. Efraín ganó peso muy poco a poco, y su piel perdió el tono azulado que tan pocas esperanzas prestaba a su supervivencia. Un día, el mismo médico que había augurado su muerte le dijo a mi padre que el peligro había pasado, y fue como si toda la alegría del mundo entrase a borbotones por cada rendija de la casa. Yo no dije nada, pero me llevé una decepción mayúscula. Jamás tendría otra oportunidad de ver a un ángel de cerca, y encima Efraín iba a perturbar para siempre mi existencia feliz.

Cuando uno tiene ocho años, el mundo puede venirse abajo por las cosas más absurdas. Y eso fue lo que ocurrió con la llegada de mi hermano. Que el mundo se resquebrajó por todas partes. Mi madre vivía pendiente de Efraín, y lo mismo le ocurría a mi padre. Toda la casa flotaba a cualquier hora en un silencio opresivo destinado a facilitar en lo posible el descanso del recién nacido, y el olor a lavanda de los armarios se trocó en una indeseable peste a formol con la que los médicos pretendían convertir nuestra vivienda en un reducto estéril donde no tuviesen cabida los microbios ni las bacterias. Mis padres y mis abuelos se pasaban el día lavándose las manos con jabón lagarto, y yo tenía que someterme a un complicado ritual cuando llegaba de la calle: debía despojarme en la cocina de toda mi ropa, empezando por los zapatos, y ponerme una especie de pijama que olía de forma insoportable a una mezcla de alcanfor y lejía. Mi madre se pasaba el día tumbada, para que el reposo le ayudase a producir más y mejor leche, y mi padre no hacía otra cosa que observar su descanso o agotar las horas muertas junto a la cuna del bebé. El moisés que había sido mío en otro tiempo estaba ahora rodeado de canecos de barro llenos de agua caliente en un remedo de las incubadoras modernas, y Efraín pasaba así los días envuelto en una atmósfera tibia, parecida, supongo, a la del útero materno.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «En tiempo de prodigios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «En tiempo de prodigios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «En tiempo de prodigios»

Обсуждение, отзывы о книге «En tiempo de prodigios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x