Array Array - La guerra del fin del mundo

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Que les den de comer. —Y se vuelve a sus lugartenientes —: ¿Ven ustedes en qué estado tienen a la gente de su país?

Hay una vibración en su voz y sus ojos relampaguean. En un gesto intempestivo saca la espada del cinto y se la lleva a la cara, como si fuera a besarla. Los corresponsales ven entonces, alargando las cabezas, que el jefe del Séptimo Regimiento, antes de reanudar la marcha, hace con su espada ese saludo que se hace en los desfiles a la bandera y a la máxima autoridad, a los tres miserables pobladores de Pau Seco.

Las palabras incomprensibles habían estado brotando, por ráfagas, desde que lo encontraron junto a la mujer triste y el cadáver de la mula que picoteaban los urubús. Esporádicas, vehementes, tronantes, o apagadas, susurradas, secretas, brotaban de día y de noche asustando a veces al Idiota que se ponía a temblar. La Barbuda le dijo a Jurema después de olfatear al hombre de los pelos rojos: «Tiene fiebres delirantes, como las que mataron a Dádiva. Se morirá hoy, a más tardar». Pero no se había muerto, aunque a ratos blanqueaba los ojos y parecía venir el estertor final. Luego de permanecer inmóvil, volvía a retorcerse haciendo muecas y a pronunciar las palabras que para ellos eran sólo ruidos. A ratos, abría los ojos y los miraba con atolondramiento. El Enano se empeñó en que hablaba lengua de gitanos y la Barbuda en que se parecía al latín de las misas.

Cuando Jurema preguntó si podía ir con ellos la Barbuda consintió, tal vez por compasión, tal vez por simple inercia. Entre los cuatro treparon al forastero al carromato, junto a la cesta de la cobra, y reanudaron la marcha. Los nuevos acompañantes les trajeron suerte pues, al atardecer, en la alquería de Quererá, les convidaron de comer. Una viejecita echó humo sobre Galileo Gall, le puso hierbas en las heridas, le dio un cocimiento y dijo que se curaría. Esa noche la Barbuda entretuvo a los vaqueros con la cobra, el Idiota hizo payaserías y el Enano les contó los cuentos de los caballeros. Continuaron viaje y, en efecto, el forastero empezó a tragar los bocados que le daban. La Barbuda le preguntó a Jurema si era su mujer. No, no lo era: él la había desgraciado, en ausencia de su marido, y después de eso qué le quedaba sino seguirlo. «Ahora entiendo por qué eres triste», comentó el Enano con simpatía.

Fueron en dirección Norte, guiados por una buena estrella pues a diario encontraban que comer. Al tercer día, dieron función en la feria de un caserío. Lo que más le gustó a la gente fueron las barbas de la Barbuda: pagaban por comprobar que no eran postizas y tocarle de paso las tetas y verificar que era mujer. El Enano, mientras tanto, les contaba su vida desde que era una niñita normal, allá en el Ceará, y cómo se convirtió en vergüenza de su familia el día que comenzaron a salirle vellos en la espalda, los brazos, las piernas y la cara. Empezó a decirse que había pecado de por medio, que era hija de sacristán o del Can. La niña tragó vidrio picado de matar perros con rabia. Pero no murió y vivió como hazmerreír hasta que llegó el Rey del Circo, el Gitano, que la recogió y la hizo artista. Jurema creía que era una fantasía del Enano pero éste le aseguró que era la pura verdad. Se sentaban a conversar, a veces, y como el Enano era amable y le inspiraba confianza ella le habló de su infancia en la hacienda de Calumbí, al servicio de la esposa del Barón de Cañabrava, una mujer bellísima y buenísima. Había sido triste que Rufino, su marido, en vez de quedarse con el Barón, se fuera a Queimadas y se dedicara a pistero, odioso oficio que lo tenía viajando. Y, más triste, no haberle podido dar un hijo. ¿Por qué la habría castigado Dios, impidiéndole engendrar? «¿Quién sabe?», murmuró el Enano. Las decisiones de Dios eran, a veces, difíciles de comprender. Días después, acamparon en Ipupiará, encrucijada de trochas. Acababa de ocurrir una desgracia. Un morador, atacado de locura, había matado a sus hijos y. luego, se mató él también, con su machete. Como era el entierro de los niños–mártires, los cirqueros no dieron función, aunque pregonaron una para la noche siguiente. El pueblo era pequeño pero con un almacén donde venía a aprovisionarse toda la región.

En la mañana llegaron los capangas. Venían montados y su cabalgata, apresurada y piafante, despertó a la Barbuda que gateó bajo la carpa para ver quiénes eran. En todas las viviendas de Ipupirá había curiosos, sorprendidos como ella por esa aparición. Vio a seis jinetes armados; eran capangas y no cangaceiros ni guardias rurales por la manera como iban vestidos y porque, en las ancas de sus animales, se veía muy clara la misma marca de una hacienda. El que iba al frente —un encuerado — desmontó y la Barbuda vio que se dirigía hacia ella. Jurema acababa de incorporarse de la manta. La sintió temblar y la vio desencajada, con la boca entreabierta. «¿Es tu marido?», le preguntó. «Es Caifás», dijo la muchacha. «¿Va a matarte?», insistió la Barbuda. Pero, en vez de contestarle, Jurema salió a cuatro manos de la carpa, se irguió y fue al encuentro del capanga. Éste se detuvo a esperarla. El corazón de la Barbuda se agitó, pensando que el encuerado —era un hombre huesudo y tostado, de mirada fría — la golpearía, la patearía y tal vez le clavaría la faca antes de venir a clavársela al hombre de los pelos rojos al que sentía removerse en el carromato. Pero no, no la golpeó. Más bien, se quitó el sombrero y le hizo el saludo que se hace a alguien que se respeta. Desde sus caballos, los cinco hombres miraban ese diálogo que para ellos, como para la Barbuda, sólo era un movimiento de los labios. ¿Qué se decían? El Enano y el idiota se habían despertado y también espiaban. Luego de un momento, Jurema se volvió y señaló el carromato donde dormía el forastero herido.

El encuerado, seguido por la muchacha, fue hacia el carromato, metió la cabeza bajo el toldo y la Barbuda vio que inspeccionaba con indiferencia al hombre que, dormido o despierto, seguía hablando con los fantasmas. El jefe de los capangas tenía los ojos quietos de los que saben matar, los mismos que la Barbuda había visto en el bandido Pedráo aquella vez que venció y mató al Gitano. Jurema, muy pálida, esperaba que el capanga terminara la inspección. Por fin, éste se volvió hacia ella, le habló, Jurema asintió y el hombre entonces indicó a los jinetes que desmontaran. Jurema se acercó a la Barbuda y le pidió las tijeras. Mientras las buscaba, la Barbuda susurró: «¿No te va a matar?» Jurema dijo que no. Y, con las tijeras que habían sido de Dádiva en la mano, se encaramó en el carromato. Los capangas, llevando a sus caballos de las riendas, se dirigían al almacén de Ipupiará. La Barbuda se atrevió a acercarse a ver qué hacía Jurema, y tras ella vino el Enano y tras éste el Idiota.

Arrodillada junto a él —ambos cabían apenas en el angosto espacio — la muchacha cortaba, a ras del cráneo, los pelos del forastero. Lo hacía sujetando con una mano las matas rojizas y enruladas y las tijeras chirriaban. Había manchas de sangre coagulada en la levita negra de Galileo Gall, desgarraduras, polvo y excremento de pájaros. Estaba de espaldas, entre trapos y cajas de colores, anillas, tiznes y sombreritos de cartón con medialunas y estrellas. Tenía los ojos cerrados, la barba crecida y también con sangre reseca y, como le habían quitado las botas, los dedos de sus pies asomaban por los agujeros de las medias, grandes, blanquísimos y con las uñas sucias. La herida de su cuello desaparecía bajo la venda y las hierbas de la curandera. El Idiota se echó a reír y, aunque la Barbuda lo codeó, siguió riéndose. Lampiño, escuálido, de ojos idos, con la boca abierta y un hilo de baba colgando de los labios, se retorcía con las carcajadas. Jurema no le prestó atención, pero, en cambio, el forastero abrió los ojos. Su cara se contrajo en una expresión de sorpresa, de dolor o terror por lo que le hacían, pero la debilidad no le permitió incorporarse, sólo moverse en el sitio y emitir uno de esos ruidos incomprensibles para los cirqueros.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La guerra del fin del mundo»

Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x