Array Array - La guerra del fin del mundo
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra del fin del mundo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
El Consejero dijo que una de las calles de Canudos se llamaría San Juan Bautista, como el patrono de Uauá.
—El Gobernador Viana está enviando a Canudos una nueva expedición —dice Epaminondas Goncalves—. Al mando de alguien que conozco, el Mayor Febronio de Brito. Esta vez no se trata de unos cuantos soldados, como los que fueron atacados en Uauá, sino de un Batallón. Deben salir de Bahía en cualquier momento, a lo mejor lo han hecho ya. Queda poco tiempo.
—Puedo partir mañana mismo —responde Galileo Gall—. El guía está esperando. ¿Trajo las armas?
Epaminondas ofrece a Gall un tabaco, quien lo rechaza con un movimiento de cabeza. Están sentados en unos sillones de mimbre, en la destartalada terraza de una finca situada en algún lugar entre Queimadas y Jacobina, hasta donde ha guiado a Gall un jinete encuerado de nombre bíblico —Caifás — que lo hacía dar vueltas y revueltas por la caatinga, como si quisiera confundirlo. Es el atardecer; más allá de la balaustrada de madera, hay una fila de palmeras reales, un palomar, unos corrales. El sol, una bola rojiza, incendia el horizonte. Epaminondas Goncalves chupa su tabaco con parsimonia.
—Dos decenas de fusiles franceses, de buena calidad —murmura, mirando a Gall a través del humo—. Y diez mil cartuchos. Caifás lo llevará en el carromato hasta las afueras de Queimadas. Si no está muy cansado, lo mejor es que regrese esta noche con las armas, para seguir a Canudos mañana mismo. Galileo Gall asiente. Está cansado pero le bastarán unas horas de sueño para recuperarse. Hay tantas moscas en la terraza que tiene una mano ante la cara, espantándolas. Pese a la fatiga, se siente colmado; la espera comenzaba a exasperarlo y temía que el político republicano hubiera cambiado de planes. Esa mañana, cuando intempestivamente el encuerado lo sacó de la Pensión Nuestra Señora de las Gracias, con la contraseña convenida, se sintió tan animado que olvidó incluso desayunar. Ha hecho el viaje hasta aquí sin beber ni comer, bajo un sol de plomo.
—Siento haberlo hecho esperar tantos días, pero reunir y traer las armas hasta aquí resultó bastante complicado —dice Epaminondas Goncalves—. ¿Vio la campaña para las elecciones municipales, en algunos pueblos?
—Vi que el Partido Autonomista Bahiano gasta más dinero en propaganda que ustedes —bosteza Gall.
—Tiene todo el que haga falta. No sólo el de Viana, también el de la Gobernación y el del Parlamento de Bahía. Y, sobre todo, el del Barón.
—¿Rico como un Creso el Barón, no es verdad? —se interesa Gall, de pronto—. Un personaje antediluviano, sin duda, una curiosidad arqueológica. He sabido algunas cosas de él, en Queimadas. Por Rufino, el guía que me recomendó usted. Su mujer pertenecía al Barón. Pertenecía, sí, como una cabra o una ternera. Se la regaló para que fuera su esposa. El propio Rufino habla de él como si también hubiera sido propiedad suya. Sin rencor, con gratitud perruna. Interesante, señor Goncalves. La Edad Media está viva aquí.
—Contra eso luchamos, por eso queremos modernizar esta tierra —dice Epaminondas, soplando la ceniza de su tabaco—. Por eso ha caído el Imperio, para eso es la República. «Contra eso luchan los yagunzos, más bien» lo corrige mentalmente Galileo Gall, sintiendo que se va a quedar dormido en cualquier momento. Epaminondas Goncalves se pone de pie.
—¿Qué le ha dicho usted al guía? —pregunta, paseando por la terraza. Han comenzado a cantar los grillos y ya no hace calor.
—La verdad —dice Gall y el Director del Jornal de Noticias se para en seco—. No he mencionado su nombre para nada. Hablo de mí. Que quiero ir a Canudos por una razón de principio. Por solidaridad ideológica y moral.
Epaminondas Goncalves lo mira en silencio y Galileo sabe que está preguntándose si él dice estas cosas en serio, si de veras es tan loco o tan estúpido para creerlas. Piensa: «Lo soy», mientras manotea, ahuyentando a las moscas. —¿Le ha dicho también que les llevará armas? —Desde luego que no. Lo sabrá cuando estemos en camino.
Epaminondas retoma su paseo por la terraza, con las manos a la espalda; deja una estela de humo. Lleva una blusa abierta, chaleco sin botones, pantalón y botas de montar y da la impresión de no haberse afeitado. Su apariencia es muy distinta de la que tenía en la redacción del diario o en el albergue de Barra, pero Gall reconoce la energía empozada en sus movimientos, la determinación ambiciosa en su expresión, y se dice que sin necesidad de tocarlos sabe cómo son sus huesos: «Un ávido de poder». ¿Es de él esta finca? ¿Se la prestan para sus conspiraciones?
—Una vez que haya entregado las armas, no regrese a Salvador por aquí —dice Epaminondas, apoyándose en la balaustrada y dándole la espalda—. Que el guía lo lleve a Joazeiro. Es más prudente. En Joazeiro hay un tren cada dos días, que lo pondrá en Bahía en doce horas. Yo me encargaré de que salga a Europa discretamente y con una buena gratificación.
—Una buena gratificación —repite Gall, con un largo bostezo que distorsiona cómicamente su cara y sus palabras—. Usted ha creído siempre que yo hago esto por dinero.
Epaminondas arroja una bocanada de humo que se expande en arabescos por la terraza. A lo lejos, el sol comienza a ocultarse y hay manchas de sombra en el campo. —No, ya sé que lo hace por una razón de principio. En todo caso, me doy cuenta que no lo hace por cariño al Partido Republicano Progresista. Para nosotros esto es un servicio y acostumbramos retribuir los servicios, ya se lo dije.
—No puedo asegurarle que volveré a Bahía —lo interrumpe Gall, desperezándose—. Nuestro trato no incluye esa cláusula. El Director del Jornal de Noticias se vuelve a mirarlo:
—No vamos a discutirlo otra vez —sonríe—. Usted puede hacer lo que quiera. Simplemente ya sabe cuál es la mejor manera de regresar, y sabe también que yo puedo facilitarle la salida del país sin que intervengan las autoridades. Ahora, si prefiere quedarse con los revoltosos, allá usted. Aunque, estoy seguro, cambiará de idea cuando los conozca.
—Ya he conocido a uno de ellos —murmura Gall ligeramente burlón—. Y, a propósito, ¿le importaría despacharme desde Bahía esta carta para Francia? Está abierta, si lee francés comprobará que no hay en ella nada comprometedor para usted.
Nació, como sus padres, abuelos y su hermano Honorio, en el poblado cearense de Assaré, donde se dividían las reses que iban a Jaguaribe y las que enrumbaban hacia el Valle de Cariri. En el pueblo todos eran agricultores o vaqueros, pero Antonio mostró desde niño vocación de comerciante. Comenzó a hacer negocios en las clases de catecismo del Padre Matías (quien también le enseñó las letras y los números). Antonio vendía y compraba a los otros niños trompos, hondas, bolas de vidrio, cometas, tordos, canarios, ranas cantoras y hacía tan buenas ganancias que, aunque su familia no era próspera, él y su hermano eran voraces consumidores de los dulces del almacenero Zuquieta. A diferencia de otros hermanos, que andaban como perro y gato, los Vilanova eran uña y carne. Se trataban, muy en serio, de «compadres» .
Una mañana, Adelinha Alencar, hija del carpintero de Assaré, despertó con fiebre alta. Las yerbas que quemó Doña Camuncha para exorcizar el daño no hicieron efecto y días más tarde Adelinha tenía el cuerpo erupcionado de granos que la convirtieron, de la más linda, en el ser más repelente del pueblo. Una semana después había media docena de vecinos delirando por la fiebre y con pústulas. El Padre Tobías alcanzó a decir una misa pidiendo a Dios que pusiera fin a la peste antes de caer, él también, contagiado. Casi en seguida empezaron a morir los enfermos, en tanto que la epidemia se extendía, incontenible. Cuando los lugareños, aterrados, se disponían a escapar, se encontraron con que el coronel Miguel Fernández Vieira, jefe político del municipio y propietario de las tierras que cultivaban y de los ganados que hacían pastar, se lo prohibía, para que no propagaran la viruela por la región. El coronel Vieira puso capangas en las salidas con orden de disparar al que desobedeciera el bando.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.