Array Array - La guerra del fin del mundo
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra del fin del mundo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Pero hubo una violenta sucesión de ráfagas en direcciones simultáneas y el periodista miope se descubrió agradeciendo a la guerra que hiciera callar a ese ser cuya voz, cercanía, existencia, le causaban un malestar tan profundo. ¿Por qué lo desazonaba tanto alguien que sólo quería hablar, que desplegaba así sus cualidades, sus virtudes, para ganar su simpatía? «Porque me parezco a él —pensó—, porque estoy en la misma cadena de la que él es el eslabón más degradado.»
El cura de Cumbe corrió hacia la puertita del exterior, la abrió y entró una bocanada de luz de atardecer que le reveló otros rasgos del León de Natuba: su piel oscura, las líneas afiladas de la cara, un mechón de pelusa en la barbilla, el acero de sus ojos. Pero era su postura la que le resultaba abrumadora: esa cara hundida entre dos rodillas huesudas, el bulto de la joroba por detrás de la cabeza, como un atado prendido a la espalda, y las extremidades largas y flacas como patas de araña abrazadas a sus piernas. ¿Cómo podía un esqueleto humano descomponerse, plegarse de ese modo? ¿Qué retorcimientos absurdos tenían esa columna, esas costillas, esos huesos? El Padre Joaquim hablaba a gritos con los de afuera: había un ataque, pedían gente en alguna parte. Volvió a la habitación y adivinó que recogía su fusil.
—Están asaltando la barricada por San Cipriano y San Crispín —lo oyó acezar—. Anda al Templo del Buen Jesús, estarás más protegida. Adiós, adiós, que la Señora nos salve. Salió corriendo y el periodista miope vio que la beata atrapaba al carnerito que, asustado, se había puesto a balar. Alejandrinha Correa preguntó al León de Natuba si vendría con ella y la armoniosa voz repuso que se quedaría en el Santuario. ¿Y él? ¿Y él? ¿Se quedaría con el monstruo? ¿Correría tras la mujer? Pero ésta se había ido ya y otra vez reinaba la penumbra en el cuartito de estacas. El calor era sofocante. El tiroteo arreciaba. Imaginó a los soldados, perforando la barrera de piedras y arena, pisoteando cadáveres, acercándose como una torrentera a donde él estaba. —No quiero morir —articuló, sintiendo que no alcanzaba siquiera a llorar. —Si el señor quiere, hacemos pacto —dijo el León de Natuba, sin alterarse—. Lo hemos hecho con la Madre María Quadrado. Pero ella no tendrá tiempo de volver. ¿Quiere que hagamos pacto?
El periodista miope temblaba tanto que no pudo abrir la boca. Debajo del intenso tiroteo oía, como una música remansada, fugitiva, las campanas y el coro simétrico de Avemarías.
—Para no morir a fierro —le explicaba el León de Natuba—. El fierro, metido en la garganta, cortando al hombre como se corta al animal para desangrarlo, es una gran ofensa a la dignidad. Lacera el alma. ¿Quiere el señor que hagamos pacto? Esperó un instante y como no hubo respuesta, precisó:
—Cuando los sintamos en la puerta del Santuario y sea seguro que van a entrar, nos mataremos. Cada uno apretará al otro la boca y la nariz hasta que revienten los pulmones. O podemos estrangularnos, con las manos o los cordones de las sandalias. ¿Hacemos pacto?
La fusilería apagó la voz del León de Natuba. La cabeza del periodista miope era un vórtice y todas las ideas que chisporroteaban en él, contradictorias, amenazantes, lúgubres, espoleaban su angustia. Estuvieron en silencio, oyendo los tiros, las carreras, el gran caos. La luz decaía con rapidez y ya no veía los rasgos del escriba sino, apenas, su bulto agazapado. No haría ese pacto, sería incapaz de cumplirlo, apenas oyera a los soldados se pondría a gritar soy un prisionero de los yagunzos, socorro, ayuda, vitorearía a la República, al Mariscal Floriano, se lanzaría sobre el cuadrumano, lo dominaría y ofrecería a los soldados en prueba de que no era yagunzo.
—No entiendo, no entiendo, qué seres son ustedes — se oyó decir, cogiéndose la cabeza—. Qué hacen aquí, por qué no han huido antes de que los cercaran, qué locura esperar en una ratonera que vengan a matarlos.
—No hay dónde huir —dijo el León de Natuba—. Ya huimos antes. Para eso vinimos aquí. Éste era el sitio. Ya no hay dónde, ya vinieron también a Belo Monte.
El tiroteo se tragó su voz. Estaba casi oscuro y el periodista miope pensó que para él sería noche más pronto que para los demás. Preferible morir que pasar otra noche como la anterior. Tuvo una urgencia enorme, dolorosa, biológica, de estar cerca de sus dos compañeros. Insensatamente decidió buscarlos, y, mientras tropezaba hacia la salida, gritó:
—Voy buscar a mis amigos, quiero morir con mis amigos.
Al empujar la puertecita, recibió fresco en la cara e intuyó, enrarecidas en la polvareda, a las figuras tumbadas en el parapeto de los que defendían el Santuario. —¿Puedo salir? ¿Puedo salir? —imploró—. Quiero encontrar a mis amigos. —Puedes —dijo alguien—. Ahora no hay tiros.
Dio unos pasos, apoyándose en la barricada y casi inmediatamente tropezó en algo blando. Al incorporarse se encontró abrazado a una forma femenina, delgada, que se estrechó a él. Por el olor, por la felicidad que lo colmó, antes que oírla supo quién era. Su terror se volvió jubiló mientras abrazaba a esa mujer que lo abrazaba con la misma desesperación. Unos labios se juntaron a los suyos, no se apartaron, respondieron a sus besos. «Te amo —balbuceó—, te amo, te amo. Ya no me importa morir.» Y preguntó por el Enano mientras le repetía que la amaba.
—Te hemos buscado todo el día —dijo el Enano, abrazado a su piernas—. Todo el día. Qué felicidad que estés vivo.
—A mí tampoco me importa morir —dijeron, bajo sus labios, los de Jurema.
—Ésta es la casa del Fogueteiro —exclama de pronto el General Artur Osear. Los oficiales que están dándole parte de los muertos y heridos en el asalto que él ha mandado interrumpir, lo miran desconcertados. El General señala unos cohetones a medio hacer, de cañas y tarugos sujetos con pitas, regados por la vivienda —: El que les prepara esas quemazones.
De las ochos manzanas —si se puede llamar «manzanas» a los amontonamientos indescifrables de escombros — que ha conquistado la tropa en casi doce horas de lucha, esa cabaña de una sola pieza, dividida por un tabique de estacas, es la única más o menos en pie. Por eso ha sido elegida para Cuartel General. Los ordenanzas y oficiales que lo rodean no comprenden que el Jefe del cuerpo expedicionario hable en estos momentos, cuando está haciéndose el balance de la dura jornada, de cohetes. No saben que los fuegos de artificio son una secreta debilidad del General Osear, un poderoso resabio de infancia, y que en el Piauí aprovechaba cualquier celebración patriótica para ordenar quema de castillos en el patio del cuartel. En el mes y medio que lleva ya aquí, ha observado con envidia, desde lo alto de la Favela, ciertas noches de procesión, las cascadas de luces en el cielo de Canudos. El hombre que prepara tales castillos es un maestro, se podría ganar muy bien la vida en cualquier ciudad del Brasil. ¿Habrá muerto el Fogueteiro en el combate de hoy día? Al mismo tiempo que se lo pregunta, está atento a las cifras que enumeran los coroneles, mayores, capitanes que entran y salen o permanecen en la minúscula habitación invadida ya por las sombras. Encienden un mechero. Unos soldados apilan costales de arena ante la pared que mira al enemigo. El General termina el cálculo.
—Es peor de lo que suponía, señores —dice al abanico de siluetas. Tiene el pecho oprimido, puede sentir la expectativa de los oficiales—. ¡Mil veintisiete bajas! ¡La tercera parte de las fuerzas! Veintitrés oficiales muertos, entre ellos los Coroneles Carlos Telles y Serra Martins. ¿Se dan cuenta?
Nadie responde, pero el General sabe que todos se dan perfecta cuenta de que un número semejante de bajas equivale a una derrota. Ve la frustración, la cólera, el asombro de sus subordinados; los ojos de algunos brillan.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.