Array Array - Lituma en los Andes
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Lituma en los Andes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Lituma en los Andes
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Lituma en los Andes: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Lituma en los Andes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Lituma en los Andes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Lituma en los Andes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Se calló y volvió a resoplar. Hablaba con tanto convencimiento, que, por instantes, Lituma se sobresaltaba.
— ¿Y esos desaparecidos, señora? — insistió.
Una piedrecita de Tomás acertó y estalló un ruido metálico que el eco prolongó montaña abajo. Lituma vio que su adjunto se inclinaba a recoger otro puñado de proyectiles.
— Poco se puede contra ellos–prosiguió doña Adriana-. Pero, algo sí. Desenojarlos, distraerlos. No con esas ofrendas de los indios, en las abras. Esos montoncitos de piedras, esas florecitas, esos animalitos, no sirven para nada. Ni esos chorros de chicha que les derraman. En esa comunidad de aquí al lado les matan a veces un carnero, una vicuña. Tonterías. Estará bien para tiempos normales, no para éstos. A ellos lo que les gusta es el humano.
A Lituma le pareció que su adjunto se aguantaba la risa. Él no tenía ganas de reírse de lo que decía la bruja. A él, oír hablar así, por más que fueran las cojudeces de una farsante o los delirios de una loca, lo ponía saltón.
— ¿Y en la mano de Demetrio Chanca usted leyó que…?
— Lo previne por gusto–encogió ella los hombros-. Lo que está escrito de todas maneras se cumple.
¿Qué diría la superioridad, allá, en Huancayo, si enviaba por la radio del campamento este parte sobre lo ocurrido: «Sacrificado de manera aún no identificada para aplacar malignos de los Andes, punto. Escrito en las líneas de su mano, dice testigo, punto. Caso cerrado, punto. Atentamente, Jefe de Puesto, punto. Cabo Lituma, punto».
— Yo hablando y usted riéndose–dijo con sorna la mujer, a media voz.
— Me río de lo que dirían mis jefes, en Huancayo, si les repito la explicación que usted me ha dado–dijo el cabo-. Gracias, de todos modos.
— ¿Ya puedo irme?
Lituma asintió. Doña Adriana levantó con esfuerzo su robusta humanidad y, sin despedirse de los guardias, comenzó a alejarse por la ladera, en dirección al campamento. De espaldas, con sus informes zapatones, bamboleando la ancha cadera de manera que hacía revolar su falda verde, su sombrerote de paja meciéndose, parecía un espantapájaros. ¿Una diabla, ella también?
— ¿Has visto alguna vez un huayco, Tomasito?
— No, mi cabo, ni me gustaría. Pero, de chico, en las afueras de Sicuani vi uno que había caído pocos días antes, abriendo un surco grandote. Se veía clarito, bajando toda la montaña como un tobogán. Aplastó casas, árboles, y, por supuesto, gente. Tremendos pedrones que se trajo abajo. El terral siguió blanqueándolo todo varios días.
— ¿Crees que doña Adriana puede ser cómplice de los terrucos? ¿Que está cojudeándonos a su gusto con la historia de los diablos de los cerros?
— Yo me creo cualquier cosa, mi cabo. A mí la vida me ha vuelto el hombre más crédulo del mundo.
Desde niño a Pedrito Tinoco le habían dicho alunado, opa, ido, bobo, y, como siempre andaba con la boca abierta, comemoscas. No se enojaba con esos apodos porque él nunca se enojaba con nada ni con nadie. Y los abanquinos tampoco se enojaban nunca con él pues a todos terminaba por ganárselos su apacible sonrisa, su espíritu servicial y su llaneza. Se decía que no era de Abancay, que lo trajo a los pocos días de nacido su madre, la que sólo se detuvo en la ciudad el tiempo necesario para dejar a ese hijo no querido, dentro de un atadito, en la puerta de la parroquia de la Virgen del Rosario. Chisme o verdad, nadie supo nunca en Abancay otra cosa de Pedrito Tinoco. Los vecinos recordaban que desde niño había dormido con los perros y las gallinas del párroco (malas lenguas decían también que éste era su padre), a quien le barrió la iglesia y sirvió de campanero y monaguillo hasta que el curita se murió. Entonces, ya adolescente, Pedrito Tinoco se mudó a las calles de Abancay, donde fue cargador, lustrabotas, barrendero, ayudante y reemplazante de serenos, carteros, recogedores de basura, cuidante de puestos del mercado y acomodador del cinema y de los circos que llegaban para Fiestas Patrias. Dormía hecho un ovillo en los establos, las sacristías o bajo los bancos de la plaza de Armas y comía gracias a los vecinos caritativos. Iba descalzo, con unos pantalones bolsudos y grasosos sujetos con una cuerda, un poncho deshilachado, y no se quitaba de la cabeza un chullo puntiagudo por cuyos contornos se escapaban unos mechones lacios jamás hollados por tijera o peine.
Cuando a Pedrito Tinoco lo levaron, algunos vecinos trataron de hacer ver a los soldados que era injusto. ¿Cómo podía hacer el servicio militar alguien que a simple vista se veía que era un opa, alguien que ni siquiera había aprendido a hablar, sólo a sonreír con esa cara de muchachón que no sabe qué le dicen, ni quién es ni dónde está? Pero los soldados no dieron su brazo a torcer y se lo llevaron, con los jóvenes capturados a lazo en las cantinas, las chicherías, los cines y el estadio de la ciudad. En el cuartel, lo raparon, lo desnudaron, a manguerazos le dieron el primer baño completo de su vida y lo enfundaron en un uniforme caqui y unos botines a los que no se acostumbró porque en las tres semanas que estuvo allí sus compañeros lo vieron caminar como si fuera cojo o paralítico. Al comenzar su cuarta semana de recluta, se escapó.
Anduvo merodeando por las serranías inhóspitas de Apurímac y de Lucanas, en Ayacucho, evitando los caminos y las aldeas, comiendo hierbas y buscando en las noches cuevas de vizcachas para protegerse de los remolinos del viento glacial. Cuando lo recogieron los pastores, había enflaquecido hasta ser sólo hueso, pellejo y una mirada enloquecida de hambre y miedo. Unos puñados de mote, un bocado de charqui y un traguito de chicha lo reanimaron. Los pastores se lo llevaron con ellos a Auquipata, una antigua comunidad de tierras altas, ganados y pequeños lotes de sembríos empobrecidos donde apenas crecían unas papas negruzcas y unos ollucos raquíticos.
Pedrito se acostumbró a Auquipata y los comuneros le permitieron quedarse. También allí, como en la ciudad, su espíritu servicial y la frugalidad de su vida le ganaron la aceptación de la gente. Su silencio, su eterna sonrisa, su permanente disposición a hacer lo que le pedían, su aire de estar ya en el mundo de los desencarnados, le daban aureola de santo. Los comuneros lo trataban con respeto y distancia, conscientes de que, por más que compartiera sus trabajos y sus fiestas, no era uno de ellos.
Algún tiempo después–Pedrito no hubiera sabido decir cuánto, porque en su existencia el tiempo no fluía de la misma manera que en la de los demás–sobrevino una invasión de forasteros. Vinieron y se fueron y volvieron y hubo cabildo de muchas horas para discutir las propuestas. Los recién venidos vestían como la incierta memoria de Pedrito recordaba que se vestían otros, allá, antes. Los varayoks explicaron que la reserva de vicuñas que quería crear el gobierno no iba a desbordarse sobre las tierras tituladas y que, más bien, serviría a Auquipata, pues los comuneros podrían vender sus productos a los turistas atraídos por las vicuñas.
Una familia fue contratada para que hicieran la guardianía cuando empezaron a acarrear a las vicuñas a un altiplano medio perdido entre montañas, entre los ríos Tambo Quemado y San Juan, a un día de camino del centro comunal. Había ichu, lagunas, riachuelos, cuevas en los cerros y las vicuñas pronto se aquerenciaron. Las traían desde lejanas regiones de la Cordillera, en camiones, hasta la bifurcación de la trocha hacia San Juan, Lucanas y Puquio, y desde allí las arreaban los pastores de Auquipata. Pedrito Tinoco se fue a vivir con los guardianes. Los ayudó a construir un refugio y a hacer un sembradito de papas y un corral para cuyes. Les habían dicho que cada cierto tiempo vendrían autoridades trayéndoles víveres, mobiliario para la vivienda y que les pagarían un salario. Y, en efecto, de tanto en tanto se aparecía alguna autoridad, en una camioneta roja. Hacía preguntas y les alcanzaba dinero o provisiones. Luego dejaron de venir. Y pasó tanto tiempo sin que nadie asomara por la reserva que, un día, los guardianes hicieron un atado con sus pertenencias y se regresaron a Auquipata. Pedrito Tinoco se quedó con las vicuñas.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Lituma en los Andes»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Lituma en los Andes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Lituma en los Andes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.