Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO

Здесь есть возможность читать онлайн «Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

EL CORAZÓN HELADO: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «EL CORAZÓN HELADO»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

EL CORAZÓN HELADO — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «EL CORAZÓN HELADO», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Y a mi querida Angelines Prado, que mucho antes de convertirse en la madre de Benjamín fue la hija del jefe de estación de Las Rozas, y cuando ya tenía un montón de nietos, reconstruyó para mí de memoria, con una precisión asombrosa, la línea del frente en la sierra de Madrid, antes y después de que la evacuaran a Torrelodones junto con los demás habitantes de su pueblo. En aquella época, otoño de 1936, era una muchacha. En el verano de 2004, felizmente evacuada por las vacaciones a un merendero situado al borde de una playa de Rota, en Cádiz, lo recordaba todo tan bien que nuestra conversación tuvo un final sorprendente. «Entonces», dije yo, «Torrelodones no cayó hasta el final, hasta que cayó Madrid, ¿no?» Y Angelines me miró con los ojos muy abiertos para corregirme. «Mujer, caer, caer… Más bien lo tomaron.»

A mi amiga y socia Azucena Rodríguez, alias «la Rubia», porque sí, por estar ahí, y por haberme presentado a Carlos Guijarro Feijoo, un viejo amigo de su padre —Miguel Rodríguez Gutiérrez, el último preso del Valle de los Caídos— que sí se acordaba de cómo era el carné de la JSU, en la que ambos habían empezado a militar, uno en la clandestinidad, el otro en el exilio, justo después de que todo se hubiera perdido, pero antes de conocerse a finales de los años cuarenta, después de cumplir sus respectivas condenas.

A Carlos Guijarro Feijoo, que murió en el invierno de 2006 y que no podrá tener nunca entre las manos esta novela, que también escribió él al contarme cómo se libró su familia de ir a parar a Buchenwald cuando su madre se tiró llorando a los pies del médico alemán que estaba en el andén, clasificando a los prisioneros. Y cómo, después de que ella se comprometiera en nombre de todos a volver a su ciudad, Madrid, en un tren sin paradas, escuchó decir a su padre a la altura de Poitiers, «a España voy a volver yo, sí, para que me fusilen, no te jode… Al acercarse a la estación, el tren empezó a circular más despacio, claro, y entonces mi padre empezó a contar. Y a la de tres, nos tiramos los seis a la vez, él, mi madre, mis hermanos y yo». Después, como si los Guijarro no hubieran tenido ya bastante, Carlos se fue con su padre a una explotación forestal que estaba en Blois, cerca del castillo de Chambord, para sumarse a la guerrilla. Los dos lucharon juntos contra los nazis, y en octubre de 1944, él y su hermano Fermín cruzaron la

frontera para seguir luchando en el interior. Y cayeron. Y los dos fueron a la cárcel. Y cumplieron un montón de años. Y al salir, siguieron luchando, militando en la clandestinidad. Y sesenta años más tarde, en su casa del Poblado Dirigido de Fuencarral, Carlos me contó todo esto como si no hubiera tenido importancia. Como si los episodios de su vida no fueran más que las anécdotas de una vida cualquiera. [928]

Y a Mati, la mujer de Carlos, que cada vez que tenía un hijo, esperaba a que cumpliera quince meses, para que aguantara bien el viaje, y se iba a Francia a enseñárselo a sus suegros. «¿Qué otra cosa podíamos hacer? Ellos no se atrevían a venir, y a él, como había estado en la cárcel, pues no le habrían dado el pasaporte… No volvieron a verse, los padres y el hijo, nunca. En fin, que hemos pasado mucho, pero mucho, la verdad… Mucho.»

A Domingo Ramírez Moreno, que habrá estado sentado en la puerta de su casa, en Bajo de Guía, el barrio de los pescadores de Sanlúcar de Barrameda, mirando el Guadalquivir, mientras yo les convertía, a él y a su compañero Perea, en personajes de este libro. «Yo salí por Francia y me metieron en Saint–Cyprien, ya sabes, un campo de esos que había en una playa… Figúrate que teníamos que hacer nuestras necesidades en el mar, y para limpiarnos usábamos los billetes que habíamos llevado, porque el dinero republicano no valía nada, claro. ¡Somos los más ricos del mundo!, decíamos, ¡nos limpiamos el culo con billetes de mil pesetas…! En fin, una cosa horrorosa.» Él me contó también cómo se había fugado de Saint–Cyprien, en una noche de tormenta que a Perea, del que en realidad sólo conozco su apellido y que era malagueño, le daba tanto miedo como a sus centinelas senegaleses. «Mira, Perea, que yo me voy… O te decides o ahí te quedas, macho…» Y que, después de pasar cuatro meses con una familia francesa a la que no podía seguir poniendo en peligro por más tiempo, se arriesgó a creer en las promesas de los agentes franquistas. Entonces volvió a España, donde estaba seguro de que no le iba a pasar nada, porque «yo soy de un pueblo de Sevilla, pero hice la guerra en Santander, y allí no matamos a nadie, de verdad, a nadie», y fue derecho al penal del Dueso, para cumplir casi cinco años de condena.

A mi amigo Alfons Cervera, que me llevó a ver a Florián y a Reme una mañana de verano, en Valencia.

A Florián García Velasco, alias «Grande», que también escribió una parte de esta novela mientras bebíamos Agua de Valencia y él presumía de lo guapo que estaba en un viejo retrato, con el uniforme y la gorra de plato del Ejército Popular de la República. «Cuando el golpe de Casado, yo estaba en Madrid. Así que nos cogieron a todos los de mi compañía, y nos metieron en un calabozo. Teníamos un guardián que se llamaba Rogelio y era socialista. Le daba mucha pena vernos allí, nos daba tabaco… Yo hablaba mucho con él. Pero, Rogelio, hombre, le decía, ¿no te das cuenta de lo que estáis haciendo? ¿No comprendes que nos van a matar, a nosotros, que somos de los vuestros, que no hemos hecho nada? Y un día, ya, pues, nos abrió la puerta del calabozo, y nos dijo, ¡hala!, esperad un rato [929] y largaos… Nos salvó la vida, a todos, ésa es la verdad. Y, luego, lo que son las cosas, me lo

encontré en Albatera, ya ves. Oí que alguien me llamaba, ¡Florián, Florián!, y era él. ¡Rogelio!, le llamé yo, y él llegó hasta mí y me dijo, ¡ay, Florián, qué razón tenías! Y entonces nos abrazamos y estuvimos así, los dos abrazados, en medio del campo, y… No veas, nos hartamos de llorar…» Después le mandaron a Madrid para que se presentara en una comisaría con testigos o documentos aptos para identificarle, y él, «pues sí, me va a identificar a mí vuestra puta madre», al bajarse del tren, echó a andar sin mirar hacia atrás, contactó con sus antiguos camaradas y, después de trabajar una temporada en la clandestinidad, se echó al monte, donde estuvo seis años.

Y a Remedios Montero Martínez, alias «Celia», mujer guerrillera y mujer de Florián, al que conoció en el monte y con quien se reencontró en Praga, muchos años después, en una historia digna de otra novela. Reme, que aprendió a leer y a escribir, «lo poco que sé», en la cárcel, era hija de un guardia forestal que no pudo mandarla a la escuela porque estaba demasiado lejos de su casa, en un pueblo cercano al lugar donde, ya en 1951, todavía en 1951, la Guardia Civil le mataría a tiros una noche, como había matado antes a su hijo Herminio, como había matado antes a su hijo Fernando, como mataría antes y después —sin detención previa, sin proceso, sin sentencia ni más trámite que el amparo «legal» de la ley de fugas, la herramienta que resultó más útil al régimen franquista para legalizar el asesinato— a tantísimos otros guerrilleros y puntos de apoyo de la guerrilla. Reme no quiso decirme cómo se llama ese pueblo de Cuenca, el suyo. Desde que volvió a España, a finales de los años setenta, no ha vuelto a poner un pie allí.

A Olga Lucas, traductora y cuentista, hija de refugiados republicanos comunistas en Francia, que nació en Toulouse, creció en una casa donde estaba prohibido hablar francés, pasó por Praga, aprendió checo para que tampoco la dejaran hablarlo en su casa, y recordó para mí la experiencia de su infancia y de su juventud, después de advertirme con una sonrisa ancha, luminosa, y un levísimo, misterioso acento, que en realidad «los chicos del exilio siempre hemos sido y seremos muy raritos».

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «EL CORAZÓN HELADO»

Обсуждение, отзывы о книге «EL CORAZÓN HELADO» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x