Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO
Здесь есть возможность читать онлайн «Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:EL CORAZÓN HELADO
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
EL CORAZÓN HELADO: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «EL CORAZÓN HELADO»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
EL CORAZÓN HELADO — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «EL CORAZÓN HELADO», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—No te preocupes, Clara —le dije sin dejar de abrazarla—. Si no quieres saber nada, no te lo voy a contar. Yo también te quiero mucho, y seguiré queriéndote mucho, siempre —ella no se movió, no dijo nada, y la estreché con más fuerza—. Ratita, ratita…
Entonces separó la cabeza de mi hombro, se volvió hacia mí, me sonrió. Volvimos a abrazarnos, a besarnos, y me levanté. Ella me imitó enseguida, y no hizo nada por disimular la luz de alarma que parpadeaba en sus ojos.
—Te dije que se te iba a arrugar la chaqueta… —dijo sin mirarme, mientras intentaba alisarla con los dedos.
—Sí —y ya sabía por dónde iba a salir.
—Por favor, Álvaro, no entres a ver a mamá —no tardó mucho en confirmar mis previsiones, y cerré los ojos para ahorrarme su mirada lastimera, suplicante, insufrible—. Hoy no, todavía no, espera un poco. Tiene setenta años, está llena de achaques, ya lo sabes, la muerte de papá fue un golpe muy duro para ella, y ahora esto, encima… —abrí los ojos, y comprobé que la condición de su mirada no había cambiado—. [905] Por eso he venido, sólo por eso. Quería hablar contigo, saber cómo estabas, pero sobre todo quiero pedirte, rogarte, que no le des un disgusto a mamá, te lo pido por favor, por favor, Álvaro…
Cogí a mi hermana de las manos para liberarla de la inútil tarea de arreglar mi chaqueta, y respondí a sus súplicas con firmeza. Estaba muy tranquilo, porque lo único que había sabido desde el principio, desde mucho antes de llegar a La Moraleja, era que aquella mañana me tocaría escuchar esas palabras, que alguien se me adelantaría sólo para decírmelas, para servirme en bandeja la coartada perfecta, el argumento supremo, la excusa ideal.
—No he venido a darle un disgusto a mamá, Clara, he venido a hablar con ella, nada más —entonces fue mi hermana la que cerró los ojos—. Y no quiero que me cuente nada, sólo que me lo explique. Eso es lo único que quiero, escuchar su versión.
—Pero no corre prisa, ¿verdad? —volvió a mirarme, intentó sonreír, lo consiguió apenas—. No va a pasar nada porque esperes un poco, una semana, dos, el tiempo necesario para que te tranquilices, para que medites bien lo que vas a hacer, para que comprendas lo que estás haciendo… Todo esto es muy antiguo, Álvaro, pasó hace mucho tiempo, antes de que nosotros naciéramos, y no va a cambiar nada, tú lo sabes, no puede cambiar, las cosas son como son, mejores o peores, y así se van a quedar. Y no te pido que no hables con mamá, ¿cómo podría yo pedirte eso?, sólo que esperes un poco a que las cosas se calmen, tu situación con Mai, con esa chica, lo de Rafa, en fin…
—No puedo esperar, Clara —yo seguía estando tranquilo y ella estaba cada vez más nerviosa—, no puedo aguantar ni un día más con todo esto. Tengo que acabar de una vez, para poder seguir con mi vida, para volver a ser una persona normal… Esto ya no tiene nada que ver con mamá, ni contigo. Tiene que ver conmigo, con lo que yo soy, con lo que voy a ser cuando salga de aquí. A lo mejor no lo entiendes, y sin embargo… —lo que iba a decir era tan evidente que ni siquiera me paré a calcular sus consecuencias—. Tú tienes derecho a no saber, pero yo tengo el mismo
derecho a saber.
—No, Álvaro —su voz se endureció, se endurecieron sus ojos, su gesto—. No tienes derecho a hacerla sufrir, no tienes derecho a estropearlo todo, a ir contando toda esa mierda sobre papá, a hacernos daño. Nos estás haciendo mucho daño, ¿sabes?, a todos, y para nada, sólo porque se te ha antojado, porque te has enconado con una y no se te ha ocurrido otra cosa mejor que convertirte en su héroe, no es más que eso, y no tienes derecho, no lo tienes… [906]
—Lo que no tengo es la culpa de nada, Clara —y ni siquiera yo lo entendía, pero todavía estaba muy tranquilo—. Yo no he hecho nada malo, yo no he robado a nadie, no he entregado a nadie, no he traicionado…
—¡Tatatatatatatatatata! —apenas se detuvo a tomar aire antes de repetirlo—. ¡Tatatatatatatatatata!
Mi hermana chillaba, ¡tatatatatatatatatata!, con los párpados cerrados y los dedos en los oídos, las yemas blancas de apretar. Ésa era otra de sus estrategias clásicas, como sentarse en un escalón, ni dentro de casa ni fuera del todo, o quitar de en medio a toda prisa lo que acababa de romper. No quería escucharme, y yo tampoco tenía ningún interés en seguir hablando aunque todavía me quedaban algunas cosas que decir. La principal era que estaba seguro de que mi madre no se iba a venir abajo, de que no iba a derrumbarse, ni a deshacerse en llanto, y su corazón no se iba a parar por hablar conmigo. Pero Clara tampoco habría estado dispuesta a escuchar eso. Por eso la dejé atrás, y sin embargo, volví a escuchar su voz antes de alcanzar la puerta.
—Espérame, Álvaro —se peinó con los dedos, se estiró la ropa, se frotó los ojos y me abrazó, me estrechó con fuerza, me besó muchas veces—. Te quiero mucho, ¿sabes? Y si vas a entrar, quiero ir contigo.
La esperé y entramos juntos en la casa desierta, limpia, ordenada. El sol entraba hasta el centro del recibidor, y se alargaba sobre la reluciente tarima del pasillo hasta fundirse con la claridad que atravesaba las vidrieras entreabiertas que daban paso al salón. Al fondo, sentada en un sofá, de espaldas a la luz, en su sitio de siempre, mi madre nos miraba llegar. Tenía las piernas cruzadas, las manos descuidadas sobre la falda, y cuando nos acercamos a ella, suspiró.
—Déjanos solos, Clara.
El corazón de mi madre no se iba a parar por hablar conmigo. Lo sabía, estaba seguro de que ninguno de los dos corríamos ese peligro, pero no esperaba que me sonriera, ni que sonriera a mi hermana antes de repetir su última orden en un tono sereno, casi amable.
—Quiero hablar a solas con Álvaro, Clara.
—Pero, mamá…
—¿Por qué no esperas en el jardín? —señaló la dirección con el índice—. Lisette ha salido hace un momento, con los niños. Hace muy buen día, pero esto se acaba, ya estamos en octubre… —sonrió de nuevo—. Conviene aprovecharlo, ¿no te parece? [907]
Mi hermana la miró, me miró a mí, se dio la vuelta sin decir nada.
—¿Quieres cerrar la puerta al salir, por favor, hija? —esperó a que
estuviéramos solos de verdad para sonreír por tercera vez—. ¿Y tú, qué? ¿No me vas a dar un beso?
—Sí, claro, mamá…
Sabía que su corazón no se iba a parar, pero jamás habría podido imaginar que afrontara mi visita con tanta calma, aquella serenidad fronteriza con la indiferencia.
Al acercarme a ella, me fijé en sus joyas, en la suavidad brillante de su blusa de seda, la perfección casi geométrica con la que su falda larga se desparramaba sobre el sofá como una mascota bien adiestrada. Estaba tan peinada como si acabara de salir de la peluquería, y una sombra rojiza, terrosa, coloreaba las mejillas que besé con cuidado para recibir a cambio dos besos francos, rotundos. Mi madre se había vestido, se había pintado, se había arreglado para recibirme, pero esa actitud revelaba en ella algo muy distinto de lo que representaban mi traje y mi corbata, y al comprobarlo me sentí perplejo, perdido en la confusión de mis expectativas y mis esperanzas, mientras cedía por un instante a la conciencia de su autoridad con la misma pasiva confianza que nunca cuestioné cuando era un niño, y ella el ángel del bien y del mal, la dueña de mi vida.
—Te has puesto muy elegante para venir a verme —ya no sonreía, pero su rostro aún conservaba el gesto amable y relajado de las sonrisas—. Me gusta mucho verte así, ya lo sabes… —no dije nada, y me señaló con la mano la butaca que tenía más cerca—. Siéntate, anda. Te estaba esperando.
La miré, y me miró, nos miramos como si no nos conociéramos, como si necesitáramos medirnos mutuamente, adivinar las fuerzas del contrario antes de arriesgar las propias, y me pregunté quién era esa mujer, que siempre había sido mi madre, y qué podía pensar, sentir ella al mirarme a mí, que siempre sería su hijo. No logré responder a ninguna de esas preguntas pero atrapé sin querer una respuesta que no estaba buscando al advertir que la actitud de mi madre no se parecía a la mía, pero tampoco a la de ninguno de mis hermanos. Cuando me encontré con Clara en la escalera, no me había fijado mucho en su aspecto, pero podía recordarlo ahora, el pelo recogido con una goma, las botas sucias, salpicadas de barro, y la preocupación pintada en la cara como todo maquillaje. Nos estás haciendo mucho daño, me había dicho, y yo sabía que era verdad, que a Julio le había dolido hablar conmigo y a Rafa mucho más, que Angélica habría pasado la noche en blanco, que ella estaba sufriendo por mi culpa, sola en el jardín, y que [908] ninguno había sufrido, ni llegaría a sufrir, tanto como yo. En una escala elemental, que todos sus hijos habíamos calculado al mismo tiempo y con datos semejantes, a ella, viuda y sola, anciana e indefensa, le correspondería el grado supremo del sufrimiento, pero todas las señales apuntaban a que los cinco hermanos Carrión Otero habíamos cometido el mismo error.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «EL CORAZÓN HELADO» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.