Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO
Здесь есть возможность читать онлайн «Almudena Grandes - EL CORAZÓN HELADO» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:EL CORAZÓN HELADO
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
EL CORAZÓN HELADO: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «EL CORAZÓN HELADO»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
EL CORAZÓN HELADO — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «EL CORAZÓN HELADO», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Yo no había asumido el dolor de mi madre, no había querido pensar en eso, no podía hacerlo. Había decidido dejarlo para el final, para ese momento vago, fabuloso, en el que pudiera decirme a mí mismo que todo se había acabado, que había llegado el momento de trazar una raya en el suelo y saltarla con los pies juntos para empezar de nuevo, al otro lado. No había querido calcular su desesperación, medirla con mi culpa, porque entonces no habría podido moverme, no habría sido capaz de hacer ni de decir nada.
Yo iba a ser un hombre digno, bueno, valiente, y a lo mejor me equivocaba, pero sentía que estaba haciendo lo que tenía que hacer, y lo hacía por amor.
Sabía que mi madre era una mujer dura, fuerte, que no iba a venirse abajo, que no se derrumbaría ni se desharía en llanto, pero había presentido una escena muy distinta, una inquietud, una zozobra, una amargura cuya ausencia me impedía interpretar lo que estaba viendo. Su tranquilidad me parecía casi ofensiva, me desconcertaba, estuvo a punto de desorientarme del todo hasta que se me ocurrió pensar que a lo mejor no era sólo ella y no era sólo yo, que no éramos nosotros, porque no podía saber en cuántas casas se habían vivido ya o se vivirían aún escenas parecidas. Al comprenderlo, sospeché que ésa había sido mi verdadera equivocación, un gigantesco error de cálculo, porque las cosas no se conformaban con ser distintas de lo que parecían, sino que eran justo al revés, todo lo contrario, y ese fenómeno tenía que responder a algún principio, un elemento que yo no había sabido apreciar, valorar, colocar en el lugar adecuado. El tiempo no es una línea recta, nunca lo ha sido, y yo lo sabía muy bien, soy físico, pero no tan duro, tan fuerte como mi madre. Por eso, hasta aquel momento nunca había considerado que lo que para nosotros era una tragedia, para ella pudiera no ser más que un enojoso contratiempo.
La óptica es una ciencia paradójica pero las lentes no tienen corazón, carecen de sensibilidad, de memoria, de recursos para intervenir en las imágenes que distorsionan. A menudo, la distancia ayuda a enfocar, mejora la percepción de las formas, de los volúmenes de un objeto, y en la misma proporción, la proximidad puede representar un obstáculo para los ojos poco entrenados, pero sólo aplicamos esa regla a las cosas, no podemos invocarla cuando hay personas por medio, tantas [909] personas con tanta tristeza a cuestas. Eso no puede ser, me dije, es imposible, imposible que nosotros, que ya estamos tan lejos, percibamos con claridad lo que no vimos, lo que no vivimos, y que ella, que estuvo allí, esté ahora tan tranquila, conmigo…
No tuve tiempo para madurar bien aquella idea, para apreciar del todo su catastrófica naturaleza, porque mi madre se me adelantó con la respuesta a una pregunta que no le había hecho todavía.
—Tu tía Teresa, la hermana de tu padre, vive en Alemania… —hizo una pausa para darme la oportunidad de decir algo, pero no pude aprovecharla, y siguió hablando con la misma naturalidad con la que había empezado—. Bueno, a lo mejor se ha muerto, porque no sabemos nada de ella desde el 78 o por ahí… Cuando acabó nuestra guerra, estaba en Argelia. Tu abuela consiguió meterla en uno de los barcos que iban a Oran, con una hermana del hombre con el que vivía, y allí se quedó. Luego, después de la guerra mundial, se casó con otro español que había estado preso en uno de los campos que tenían los nazis en el África francesa. Tuvieron varios hijos, no sé cuántos, y siguieron viviendo en Oran hasta la independencia de Argelia. Entonces se marcharon, pasaron una temporada corta en Francia, y a mediados de los años sesenta emigraron a Alemania. Se instalaron en una ciudad medio famosa, no sé, Stuttgart o Dusseldorff, algo así, su marido trabajaba en una fábrica de Volkswagen. Tu padre no sabía nada de ella desde que volvió de Rusia, pero después de la muerte de Franco, cuando empezaron a volver los exiliados, la localizó a través de una asociación de republicanos españoles que habían estado trabajando en un ferrocarril, en el
desierto del Sahara o algo parecido, ya no me acuerdo bien…
Ella hablaba y yo escuchaba, me esforzaba por comprender, por retener cada una de sus palabras, aquella información que no le había pedido, que me importaba menos que su serenidad, menos que la firmeza de su voz, el ritmo conocido, familiar, al que me había acostumbrado en mi infancia mientras la oía contar muchas otras historias, anécdotas pintorescas o divertidas, nimias, inofensivas. Pero mi madre hacía como que no se daba cuenta de nada, y me miraba, fruncía las cejas para recordar, movía la cabeza, seguía hablando.
—El marido de Teresa había sido uno de ellos, algunos de los que volvieron le conocían, conocían a su mujer, y le mandaron a papá su dirección. Él le escribió una carta muy larga, contándole lo que había sido su vida, diciendo que le gustaría verla, que se acordaba mucho de ella, en fin… Ella contestó enseguida, en una cuartilla, y le sobró media cara. Le decía lo que te acabo de contar, que estaba muy bien, que [910] no necesitaba nada, que sus hijos se habían hecho mayores y se habían casado en Alemania, que allí se iban a quedar, y que si su hermano no se había acordado de ella en cuarenta años, no entendía a santo de qué se acordaba ahora. Nada más.
Volvió a mirarme e hizo una mueca extraña con los labios, un gesto impreciso, a medio camino entre una carcajada incipiente, una expresión de asombro y otra de desprecio, que parecía destinado a crear una pausa que yo todavía no pude rellenar.
—Yo creo que ella pensó algo raro —mi madre lo hizo por mí—, que papá quería beneficiarse de pronto de tener una hermana roja, no sé, algo por el estilo, que ya ves tú, menuda tontería… El caso es que le contestó con esa carta tan corta, tan seca, y él ya no volvió a escribir, claro. Y podría decirte que se llevó un disgusto, pero te mentiría. La verdad es que entonces no entendí por qué le dio por ahí, y sigo sin entenderlo. La última vez que se vieron, tu padre tenía quince años y su hermana doce, así que… Pero una noche, de repente, vimos en la tele una entrevista con un escritor exiliado, que ya no me acuerdo ni de quién era, y pusieron muchas fotos, ¿sabes?, y documentales de gente cruzando la frontera, y entonces, de repente, tu padre se levantó y en vez de decir que iba al baño, me miró y me dijo, voy a buscar a mi hermana. ¿A tu hermana? ¿Y por qué?, le dije yo, pero no me contestó, e hizo lo que le dio la gana, como siempre, eso por supuesto, ya sabes cómo era.
—Y no nos lo contasteis —por fin hablé, y mi propia voz me sonó tan ajena como si hubiera estado callado muchos años.
—Claro que no —mi madre me miró con asombro—. ¿Para qué os lo íbamos a contar? Si la hermana de tu padre hubiera venido, habría sido distinto. Él quería traerla a casa, que os conociera a todos, se puso muy sentimental de pronto, no te lo puedes ni imaginar, luego no se lo explicaba ni él, el ataque que le dio, pero en fin… Papá nunca hablaba de eso, pero yo creo que se acordaba mucho de su madre, de ella sí, y entonces, pues… Yo qué sé. Habíamos estado tantos años sin saber nada de ellos, y de repente —ya no se molestó en reprimir una expresión de fastidio—. ¡Hala!, vengan republicanos por todas partes, muertos, exiliados, de México, de Francia, de Argentina, los niños de Rusia, los de Bélgica, éstos y aquéllos y los de más
allá, todo el santo día, en los periódicos, en las revistas, en la televisión… Un latazo insoportable, que no había quien lo aguantara, que parecía que nunca había pasado otra cosa en el mundo, que nunca había habido otra guerra y que nosotros teníamos la culpa de algo… Total, que a tu padre le dio por buscar a su hermana, pero después de leer su carta, estaba [911] muy claro que ella no quería saber nada de él. Nosotros tampoco volvimos a saber nada de ella. Ni ganas.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «EL CORAZÓN HELADO» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «EL CORAZÓN HELADO» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.