Daniel Muxica - El vientre convexo
Здесь есть возможность читать онлайн «Daniel Muxica - El vientre convexo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El vientre convexo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El vientre convexo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El vientre convexo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El vientre convexo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El vientre convexo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Así que vos sos el de los asados famosos, ahora vas a aprender lo que es una "parrilla".
Después de diez horas Fiorillo salió para informar que el "pájaro no canta", que no daba para más de voltios, que su trabajo llegó hasta allí.
El Sherí Campillo miró al Pardo.
El Pardo le pidió prestado al Sherí sus anteojos negros y sin hablar se dirigió a la celda. Todavía era de día.
En el camastro, sediento, con las ropas arrancadas y la piel quemada en distintos lugares, según indicaba prolijamente el manual francés para la tortura de argelinos, estaba el hombre que apenas podía ver al que se aproximaba.
El Pardo sacó la 45 de su cintura y se la acercó fríamente a la cabeza, le daba lo mismo mirarlo que no; todo se volvió humo y después profunda oscuridad, comprobó que el trabajo estuviera completo y descerrajó otra vez el arma a la altura del corazón.
Salió de la celda y echó una mirada sobre el cuerpo inerme.
– No era tu día, gallo -dijo.
XXII
Deme la mano, abuela, se viene, esta vez sí, se vistió de novio, rompió bolsa, llame al Cholito enseguida, tenemos que darle un nombre; ¿es anormal, abuela?, qué sé yo, tardó tanto, no sé dónde estoy, no sé dónde está, se vistió para una visita; déme la mano, abuela, ahora sí, llame a la comadre, dígale que se apure, el agua fría, el agua caliente, el agua fría, la soledad del dolor, la soledad de la alegría, la soledad del miedo; esto es lo más parecido al infinito, lo ínfimo estirado a deseo; deme la mano, abuela, ya va, ya viene, se agranda el útero, se percibe la trompa, dice que sale porque ahora es necesario, tiene algo que decir, algo que contar, ¿y si lo llamo como el padre?, no es buena idea, es un niño, ¿verdad?; al menos tiene ropa de varón, sale vestido para protegerse, sale hablando para protegerse, ¿abandonarme?; se agranda el útero, abuela, se desgarra, la carne se estría y la panza baja, ¿estoy muy hinchada?, ¿estoy contenta?; ¿cómo?, ¿escritor?, temo que fabule, que diga cosas que no son, ¿se puso un frac?; ayúdelo, apriéteme el vientre, presione con fuerza, ¿lo ve?, ¿de qué color es el pelo?, ¿castaño?, castaño es el árbol del color del mundo; estoy dolorida, ansiosa, alcánceme la palangana, necesito orinar, la comadre sabe su oficio, sabe limpiarme, atendió el parto de todos; no me deje, abuela, no me deje; ¿se asoma entre lo rojo?; si él no grita yo grito por él, el cielo grita por todos nosotros; son líquidos, abuela, ya sé, no me asusto, pregúntele cómo se llama, aspiro, espiro, suelto el aire, suelto algo que se me cae; respiro desde lo hondo porque desde allí viene, veo nada más que lo sucio, ¿salió?, mi mano en la suya, abuela, mi mano en la de él, lo toco, abuela, ya tiene medio cuerpo fuera, aprieto las nalgas para contraerme mejor, ¿tiene sexo?, ¿de qué color?; estoy atontada, abuela, perdí la medida de las cosas, lo que olvide me lo recordará con su presencia, llame a los vecinos, llame al Cholito, el apellido es propiedad privada, pero un nombre sí, abuela, que le dé un nombre, un nombre es identidad; son líquidos, abuela, me siento meada, veo lo sucio, lo rojo, lo marrón, escucho lo mudo, ¿qué escribió?; está afuera, está sin mí, no lloro, es la humedad de abajo, la misma sal de abajo, las emociones saladas, la liturgia salada, el gusto amargo del cuerpo, ¿qué escribió?, tengo un sueño, abuela, un sueño largo, quiero descansar.
El embajador avanzó por un largo pasillo lleno de cuadros familiares, caminaba serio; los cuadros, colgados en marcos rococó y ordenados genealógicamente de mayor a menor, desde los tiempos inmemoriales de la Independencia, compartían la forma plana que respeta las narices aguileñas o las caras delgadas de las mujeres, generando un ambiente de museo o galería clásica francesa. Era una galería patricia, con abuelas que nunca se equivocaron de cama y maridos que los domingos se hacían preparar el coche de caballos para ir al prostíbulo. Faltaba solamente un tío directo, libertino, que amaba los juegos del calembour y asustaba a su familia diciendo que Mariquita Sánchez y Manuelita Rosas eran lesbianas o que Baudelaire bien podía haber sido el bufón del brigadier general. Cuando llegó por fin a la puerta, algo taciturno, el mayordomo abrió la recepción.
– Buenas tardes.
– Tenía muchas ganas de verte -dijo la Madame del Kimono levantándose del sillón.
– Yo no -replicó cortante.
– ¡Cholito!
El silencio maduró con el dolor y la decepción de la Madame del Kimono, prenunciando una conversación no deseada; el embajador era un fantasma de aureola fluctuante, enorme y abierta, que recorría de un lado a otro el salón.
– ¿Por qué no viniste a verme? -preguntó ella con aire desencantado.
– ¿A verla?, ¿para qué? -contestó, seco, con otra inquisición.
– El niño.
– ¿De qué niño me habla? -dijo prepotente.
– El hijo.
Las palabras de la Madame sonaron a desquite.
– Yo no tengo hijos.
– Sí.
– ¿Usted lo vio?
– Lo tuve dentro.
– ¿Lo vio?
– Nunca.
– ¿Y entonces?
– Si usted hubiera estado allí, hubiera podido verlo.
Bajaba los ojos avergonzada y mascullaba cosas en guaraní. Un golpe de puño cayó sobre la mesa de la recepción.
– ¡Fermín!
– ¿Señor…?
– ¿Usted vio un niño alguna vez?
– Sí, señor.
– ¿Y un hijo mío, Fermín?
– No, señor, jamás.
– Fermín, ¿cuánto dinero le he dado a la señora…?
– Lleva ya tres años de pensión graciable, a lo que se suma desde hoy el valor de una casa prefabricada y tres mil pesos en efectivo, lo que hace un total de…
– ¿Siete mil, quizá…?
– Algo más de esa suma, señor.
La Madame del Kimono quería explicar que se trataba de otra cosa, pero el embajador le gritó que estaba cansado de la extorsión, que no se podía quejar, que fue una puta de lujo en los lugares que ni las mejores putas sueñan, pero que ahora no valía nada, que no, él no es padre de nadie, la paternidad es un acto racional y en los hombres de su clase, un acto elegido.
La Madame del Kimono dejó escapar una mueca cargada de sobreentendidos, el mayordomo pidió permiso para retirarse pero el embajador se lo negó; ¿por qué resistir el mérito?, él podía afirmar que era muy hombre.
Ella no tenía sombra de arrepentimiento. Volvía a humillarla. ¿Se da cuenta, señora?, no sólo no soy padre, sino que usted no puede comprobar su maternidad. El niño no está. Tenía que llamarse a silencio, no la dejaría jugar con tan caros sentimientos, era una mujer de instintos bajos, de deseos primarios. ¡¿Enamorado?!, no diga pavadas, ¿escuchaste, Fermín?, ¡enamorado!; nunca estuvo enamorado, nunca; la aflicción del amor no es para los varones, ¡a otro con el cuento!, ¡se acabó!, ya le dio mucha plata, demasiada para una vieja; no hay eternidad para las putas, quería aprovecharse de su generosidad, que se fuera.
La Madame del Kimono se levantó del sillón, cerró el abanico y tanteó en su bolso el peso metálico del 32 largo. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Cerca de la puerta, de espaldas, sintió la voz del Cholito…
– ¿Cómo se llama?
– No sé. El padre es el que nombra. Por eso vine a verlo.
XXIII
Eran las fiestas de fin de año, Zarza y Serrao caminaban por la orilla desnuda del Riachuelo; lejos se escuchaban los ruidos de la cohetería festiva y los disparos que algunos borrachos hacían al aire, como saludo de recibimiento. El río dejó de ser recorrido hasta por las pequeñas embarcaciones y ni siquiera los lanchones cumplían tareas; por alguna extraña razón devolvía la imagen del primer barco que lo remontara, su velamen brillaba calmo, el madero se abría paso, imperturbable, en la paciencia del fin. El tesoro nunca emergió de esas aguas y la mugre custodiaba lo intocable.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El vientre convexo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El vientre convexo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El vientre convexo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.