Daniel Muxica - El vientre convexo
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– ¿Adónde? -pregunté.
Eusebio levantó los hombros y señaló a la Roña, tirada sobre una chaise-longue, semidesnuda, con un papelito arrugado que sobresalía del bolsillo del batón. Los estilos comenzaron a mezclarse, la seda y la sarga, las velas y los fluorescentes, los vinos de la noche se volvían lentamente agua. Zarza la despertó para preguntarle si sabía dónde estaba Gauderio, dormida contestó no saber. Suave, el boticario le sacó el papelito, tenía una dirección: Canalejas 1776. El profesor Serrao se acercó al boticario.
– ¿Qué lee?
– Debe ser la dirección donde se oculta Gauderio.
– Mejor rompa ese papel… -dijo el profesor, temiendo que alguno de nosotros se convirtiera en un Judas Iscariote.
– ¿Qué día es hoy?
– Veintitrés de agosto.
La neblina en esas primeras horas no permitía ver el sol. Nos fuimos preparando para irnos, ayudé a Julia a lavar, mientras la Tetona preparaba unos mates que, según dijo, eran buenos para la resaca.
– Tire ese papel, Zarza… por las dudas -insistió el profesor-. A uno siempre lo amenazan dioses desocupados.
No siempre pudieron convencer de que está muerto a quien respira, pero era una época en que la muerte funcionaba por decreto. Entusiasmado por el leve repunte del negocio de la cochería y sin Germano como socio, Farnesio hacía planes. Estaba a punto de conseguir un Káiser Carabela de segunda mano, se preparaba para dar el gran salto; un salto que debía apurar una vez terminado el trabajo que le pidió Solórzano. Se iba a mudar a la Capital; no era lo mismo un vermouth en lo de Eusebio que un Martini con aceitunas en el Petit Café.
Quedó taciturno. Bamboleaba su cabeza hacia adelante asintiendo sus pensamientos. Saldívar bien podría ser su chofer, bastará con desnudar algún muerto de clase para darle ropa decente y enseñarle mínimos modales para que se vea presentable. Pero no todo lo que reluce es oro.
– Debe mudarse -le dijo Solórzano-, el Mossad se llevó a Klement para juzgarlo en Israel, no quedamos bien parados.
Le sonaba ese nombre, ¿quién le había hablado de él?
– ¿Tenemos que escapar?
– No se apresure, Farnesio, no es para tanto. Irse por un tiempo, nada más. Mañana es el día, el general Poggi se sumará a los golpistas, así que a Frondizi le quedan horas.
– ¿…?
– Asume nuestro hombre y se prohíbe nuevamente la propaganda de los gronchos -confirmó Solórzano.
– ¿Cómo es eso?
– El Estatuto Adrogué. Toranzo Montero presiona desde aquí nomás: puso su cuartel general en Lanús, trabajaremos para él; me pidió que nos borráramos por un tiempo, dos o tres meses, si la cosa va bien va a obtener las escrituras del río y se pondrá una casa fúnebre de primera en Barrio Norte.
– ¿Me trajo el dinero? -preguntó nervioso Farnesio.
– Lo tendrá una vez que verifiquemos que la orden se ha cumplido.
– ¿Qué hago con Saldívar?
– Que se joda. El Sherí, usted y el Pardo reciben la suya.
Solórzano se preparó para irse.
– Una cosa más. Yo le aconsejaría que no mejicanee a nadie -le dijo Solórzano, arrancando un crisantemo de la corona.
Caminaba con los hombros caídos a la izquierda, rendido, cubierto por el paño azul de solapa alta del gabán, que dejó asomar el cuello delgado y el pelo encanecido. Debía escapar por un tiempo, teñirse el pelo como la Rita, que no lo reconozcan; las manos transparentes y las uñas transparentes se enredaron en el pelo frente al espejo, se le escapó un mechón ralo, el teñido le sacará años, el teñido vuelve la historia atrás; pensó en su propio cansancio, en el cansancio de sus padres y en el cansancio de sus abuelos, deseaba recuperar el deseo y olvidar; el hombre tiránico, lleno de exigencias, volvió a aparecer en el espejo rodeado de muertos mudos a su lado.
Caleta Olivia, invierno
Estimado profesor Serrao:
Nos hizo muy bien su carta, cálida y pedagógica. Lamentamos que en Puerto Madryn no haya más noticias sobre los acontecimientos de allá. Hoy, más al sur, este lugar, aunque Argentina al fin, parece el extranjero. Cierto es que ni el Irlandés ni yo estamos en condiciones de confirmar nuestra argentinidad. Ya en tierra firme, en esas llanuras deshabitadas que parecen continuar en el Atlántico, la desconexión, como el paisaje, es cada vez más inmensa. En los días subsiguientes de dejar Madryn y el Golfo Nuevo navegamos casi sin rumbo con dirección Este, temiendo seriamente por la integridad de La Pepa, que está directamente ligada a nuestras vidas. El dinero comenzó a faltarnos y la comida escasea. El viaje de Madryn hasta aquí se hizo más largo de lo esperado ya que perdimos dos o tres singladuras girando sobre el mismo eje. El Irlandés dice que lo engañó una isla. Lo cierto es que no tuvimos nada que comer en el barco y mala pesca, conformándonos con tres medias onzas de pan en bizcocho para cada día, permaneciendo en gran penuria hasta que divisamos un pesquero polaco que parecía tan perdido como nosotros.
Sin pensarlo demasiado nos decidimos a abordarlo, con la intención de hacernos de comida y de los pertrechos necesarios para continuar. El saqueo se cumplió rápidamente y con todo éxito, la escaramuza dejó un saldo de un pescador herido de un palazo, y por suerte nada más de lo que arrepentirse. A instancias del Irlandés, decidimos hacerle arriar la bandera y saludar una improvisada tela negra con una calavera y dos clavículas cruzadas, que él mismo dibujó bastante mal por cierto. Los pobres polacos estaban tan desorientados como yo, créame, el dibujo es por demás ingenuo. Ya lejos del pesquero hicimos un brindis con un par de botellas de vino y cerveza que capturamos en esa embarcación y comimos parte del pescado que incautamos. Si no llevo mal la cuenta de los días y las comidas, llegaremos sin padecimientos ni hambruna hasta las mismas costas de Tierra del Fuego.
Vamos en busca de Bahía Laura y calculamos que en día y medio haremos un arribo, en parte obligatorio, para reparar el casco de La Pepa que colisionó con el pesquero durante el abordaje. Quedamos agotados. El Irlandés no se sintió bien en el día de hoy, pero debemos abandonar este puerto: la denuncia que seguramente pesa sobre La Pepa en pocos días traerá a la prefectura hasta aquí. Cada vez nos persigue más gente. Estamos catalogados de peligrosos, pero no matamos a nadie. Todo lo que hemos hecho ha sido para comer y continuar la búsqueda.
Cuénteme más sobre la disolución de la hermandad y algo de la Tetona, espero que en la bahía haya un prostíbulo. El Irlandés parece estar más acostumbrado que yo a lo que llama extrañamente "soledad sexual", aunque la letra no calma las urgencias, por favor, dígale a la Tetona que me envíe algún mensaje. Tengo el presentimiento de que el oro está cada vez más lejos. Estamos más preocupados por huir que por continuar la búsqueda en estas aguas; las profundidades aquí son inaccesibles y necesitamos días y días para barrer apenas la superficie. Hay veces en que el Irlandés se arrodilla y reza. Yo lo acompaño. Pero no sé si en realidad pido al cielo un milagro o una explicación. Es poco lo que nos podemos mostrar. Seguiré esperando sus cartas y le haré llegar noticias lo más rápido que pueda. Pasamos a ser tan clandestinos como esos hombres de los que habla Gauderio. No conozco mucho sobre ellos, pero en nuestro caso, créame, está ampliamente justificado. Un abrazo,
Grimaldo Schmidl
El Checho, después de mucho tiempo, tuvo los ojos cerrados y el corazón en su lugar. Se pasó un día entero acostado en las vías. ¿Por qué eran tan lejanos los sonidos que escuchaba?, ¿por qué no pasaba ningún tranvía?
Debido al levantamiento militar, el gobierno central decretó suspender transitoriamente los medios de transporte. El Checho, ni siquiera enterado de que había gobierno, seguía pidiendo al cielo que enviara un tren que lo sacara de este mundo. Anahí no estaba en el conventillo, ¿la habrían vendido? No podía hacer nada, la iban a desflorar. Si moría antes de que eso sucediera no habría traición y Anahí sería la virgen más virgen a partir de ese día.
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