Daniel Muxica - El vientre convexo
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Bueno, profesor, espero me conteste a la posta restante de Punta Alta lo más rápido posible, necesito noticias de usted y de la calamitosa hermandad. Creo que hicimos muy bien en no participar de ella, en la próxima carta le contaré lo que pienso e intuyo de Farnesio; evite comentarle que le escribo. Cuando uno no puede profundizar en las aguas se dedica a describir, y la profundidad sólo la dan la experiencia, la vivencia y el sueño. Creo que voy aprovechar este momento para irme a dormir. Un fuerte abrazo,
Grimaldo Schmidl
Valentín Alsina, Buenos Aires, 1962
Estimado don Grimaldo:
Desde su partida acá todo está igual pero más deprimente. Usted y el Irlandés se llevaron el oro del barrio; por mi parte, así como su búsqueda, yo sigo hurgando datos que legitimen la batalla del Saucecito.
Estoy casi en la convicción definitiva de que la batalla fue para la primavera de 1829. El calor le facilitó el trabajo a las mujeres y a los niños y, además, esto es lo curioso: Hipólito Bouchard, que en un tiempo fue agregado a la plana mayor del regimiento de Granaderos, participó activamente siendo aceptado como "aventurero", una condición que se les daba a los agregados de cualquier unidad del ejército. Y si Bouchard, que era marino, tuvo probada participación en la batalla de San Lorenzo, ¿por qué no aceptan entonces la participación de Montes de Oca, al mando del ejército unitario, en El Saucecito?
No sé qué grado de similitud hay entre el corsario y usted, pero es una buena excusa de introducirlo en una carta que me exime de lo cotidiano. Sepa disculpar mi obsesiva digresión. Paso a contestarle, no vaya a ser que incurra, como es modo general, en la costumbre de no escuchar, sino también de no leer a mis congéneres. Leo su carta, escucho la obertura de 1812 y cada disparo de cañón, puntualizado por el propio Beethoven en la partitura, alienta la certeza de que estoy en una gran batalla.
Usted busca un tesoro de la desprestigiada Asamblea, Gauderio espera a los Uturuncos, Zarza alaba al Partido Comunista Español, a la revolución cubana, y yo desentraño la historia de este país; una historia, a resultas, por demás violenta, que nos incluye a los cuatro.
¿Cómo está el Irlandés?, ¿cómo están de salud? Yo, como dice Sandrini, "mientras el cuerpo aguante…". Desconozco el lugar desde donde me escribió. Desconozco tanto como usted cómo se lleva adelante una búsqueda. Un tesoro siempre es renuente.
Me enteré por el doctor Germano que Farnesio está a punto de disolver la logia y mudarse a la Capital. Tengo el triste pálpito de que está haciendo alguna matufia con las escrituras del río y, lo que es peor, con la escritura de su casa. Si descubro algo le chiflo y se viene rápido. Me gustaría que si le escribe a su amigo alemán, el señor Valentín Langmantel, me ponga en contacto con él, me gustan los hombres curiosos.
Esperando que la peripecia llegue a buen fin, lo saluda con un fuerte abrazo, su amigo
Roberto Serrao
Las ñañas lo llevaron a lo del doctor Germano: parecía relajarse cada vez que hablaba del sentido decisivo de todos los fenómenos, diciendo que era bueno reclamar y apetecer desde la necesidad; sin embargo, esa misma circunstancia le producía desazón y lo mataba como la fiebre.
– Entienda, profesor, no podemos curar a todos los enfermos, aunque sea una enfermedad de la misma índole.
El catarro del profesor le permitió elaborar un diagnóstico flemático, agregando con vehemencia que éstos ya se producían desde el útero materno, porque también el cerebro se purificaba, como las otras partes del cuerpo, desde antes de nacer. Él mismo descubrió que el pobre Saldívar, debido a una excesiva delicuescencia, creció con una cabeza enfermiza y llena de ruidos que jamás soportará. Si no se produce la purificación de niño, profesor, entonces forzosamente serán flemas, úlceras en los oídos, en la piel, mocos y abundante saliva, todas las enfermedades deben ser purgadas en el útero materno, allí deben purificarse.
La conversación derivó hacia los proyectos del doctor, que acostumbrado a los muertos, aunque su profesión era alargar la vida, decidió separarse de la casa de velatorios pensando abrir la primera morgue privada.
– Faltan muertos.
– ¿…?
– ¿Sabe cuántos murieron este mes? Dos -se contestó.
Su queja merecía el silencio del profesor.
– Y además pobres -acotó-. Es un promedio muy bajo.
La situación lo deprimía.
– Yo puedo orientarlos, pero no puedo resolver su condición por ellos.
– Entiendo.
– Ninguna alcurnia. No tenemos muertos petiteros.
Serrao interpretó que ya era más de la cuenta. El doctor Germano hablaba de las enfermedades del vecindario, se explayaba con lucimiento académico. Fue así que chismeó sobre lo poco dotado que era Zarza; lo había confesado la Tetona la otra noche en su cama, mientras enumeraba sus amores y extraviaba los ojos de placer. Repitió la historia clínica de Saldívar, burlándose del zumbido que era por escuchar sus propias estupideces.
– En síntesis, hay ruido donde falta cultura -dijo con cara resignada.
El profesor, sugestionado, habló de palpitaciones.
– ¿Palpitaciones? Por la taquicardia, en invierno, no se preocupe, las venas se enfrían y violentas se baten contra los pulmones y el corazón.
Le contó también que le había vendido a Farnesio su parte en la funeraria, no lo consideraba un comercio rentable, se dedicaría a la investigación. Ampliaría el consultorio para la morgue privada y ofrecería sus estudios a empresas americanas que desearan hacer un buen negocio de la inmortalidad. Para obtener mayor rentabilidad, alquilaría las heladeras a los jueces, a las fuerzas de seguridad; ellos daban trabajo siempre.
– Pagaré bien los cadáveres -dijo sin reparo alguno-, téngalo en cuenta.
– Quizás hagamos algún arreglo y le venda anticipadamente el mío.
Germano saludó la ocurrencia.
Más que palpitaciones la noche, cada vez más cerrada, convocaba un pálpito nefasto. Caminando por el empedrado, el profesor recordó la cara del doctor hablando de la comodidad que ofrecen las heladeras, ocupadas o no, para conservar la cerveza fría.
Puerto Madryn. Invierno 1962
Mi querido profesor y amigo:
Antes de partir de Punta Alta tuve la inmensa alegría de recibir su carta, me emocionó mucho, se la leí al Irlandés en voz alta más de cincuenta veces. Manténgame al tanto sobre las intenciones de Farnesio. Mándeme al próximo puerto, de ser posible, algún preparado de esos que hace Zarza para la diarrea, parece que nos perjudica tragar agua salada, y pídale también algo para el resfrío. La última racha de viento rompió una vela y pese a que casi escoramos, pudimos recalar en el Golfo de San Matías para luego continuar viaje y entrar en el Golfo Nuevo, un poco más abajo del paralelo 42, para atracar aquí en Madryn. No queremos retrasar la partida, así que en dos o tres días continuamos la búsqueda. El oro nos sigue siendo esquivo, pero la moral está intacta. Esta misma tarde, el Irlandés estará fondeando las aguas de este puerto y a eso de las siete recalaremos en la Puerta de las Ninfas para continuar el rastreo. Decidimos que vamos a trabajar de noche y luego volveremos aquí para partir aguas adentro sobre la plataforma continental del Mar Argentino.
Las aguas son frías pero de una claridad maravillosa. Acá el trabajo se vuelve más limpio, el Irlandés estaba cansado de bajar en la mierda del Riachuelo. Dice que el lecho del río, en su profundidad, tiene una oscuridad tan desagradable que el río expulsa en cada remoción la menstruación de los citadinos.
Es de seguro que su carta no llegará antes de nuestra partida, pero de todos modos pienso ir todos los días al correo, en la esperanza de que me haya escrito. En diez días, aproximadamente, vamos a estar en Camarones.
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