Daniel Muxica - El vientre convexo
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Mejor que el tranvía viniera a gran velocidad y cargado de pasajeros, así se garantizaba un corte menos doloroso, más definitivo; por lentitud y tardanza el tranvía debía ser una caravana de moluscos o de caracoles.
– Shhh, shhh…
Estaban chistando. No quería abrir los ojos, le costaba demasiado cerrarlos, no lo iba a hacer, no quería salir de su dolor. El chistido se volvió a repetir, ahora como seseo.
– Shh, shh… ¡Checho…!
Muy pocas personas hablaban con él. La muerte o la virgen.
– ¡Checho!
La mano le tocó el hombro, el Checho miró con susto a su costado. El tobillo quedó en su reojo, tenía una pulserita de alpaca.
– Llevame de acá, Checho.
La virgen estaba frente a él, de la toallita nacarada extrajo tímida dinero arrugado; ahorros, dijo. El Checho se sentó sobre los durmientes y limpió la mano.
– Llevame con vos -escuchó.
– ¿Dónde?
XX
Cabo Vírgenes, siglo XX
Amadísimo profesor Serrao:
Vuelvo a escribir con mucha preocupación, el Irlandés empeoró y prácticamente no nos movemos de estas aguas. Apenas algún que otro sondeo a mar abierto, algún intento por rastrear los cofres y el movimiento necesario para pescar y alimentarnos. En una de nuestras incursiones, avistamos una embarcación con bandera turca a la que aún no decidimos abordar. La tripulación debe contar con más de cuarenta, pero no estamos intimidados. La idea es camuflarnos y seguirla mar adentro para abordarla fuera de la plataforma continental. Si el combate nos es bueno, dejaremos a los tripulantes a bordo de La Pepa y continuaremos nuestra meta con aquellos que se quisieran unir. Claro que habrá que discutir porcentajes. El Irlandés, que quiere el grado de alférez, dice que en una tripulación amarilla, debido al color, cualquier fiebre se disimula más. El que está con fiebre es él. Para mayor desgracia se rompió el termómetro del botiquín y no puedo tomarle la temperatura, debido a esto adapté el psicrómetro para colocárselo debajo de la axila. Sabrá usted que este bendito aparato marca el grado de humedad, así que lo único que controlo es si se orina encima.
Mañana el veterinario de un campo de ovejas cercano lo va a revisar. Si entiende a los animales, lo puede entender a usted, le dije. La fiebre no cede y en el delirio, como si cultivara las actividades superiores de los de su patria, dice de sí mismo ser herrero, carpintero, poeta, arpista, campeón, historiador, todo un "politécnico", y me pide que le consiga cerveza de Govannon. Temo que pase algo más grave, por eso decidí que hasta su recuperación nos quedaríamos cerca de la costa. Pese a todo, y por suerte, en los momentos de lucidez el buen humor de los últimos tiempos no varía. Es extraño que en un lugar con tanta agua uno tenga la piel tan reseca. Me dijo que lo usara de pergamino para escribir en su cuerpo las memorias del viaje. Escríbame cuanto antes. Un abrazo de su amigo,
Grimaldo Schmidl
PD: Acabo de enviar parte de mi diario al doctor Klüpfel. Es extraño que haya un editor para estas cosas, ¿no?
Valentín Alsina, Buenos Aires, 23 de agosto de 1962
Estimado don Grimaldo:
Espero que esta carta llegue a Cabo Vírgenes antes de su partida. Lamentablemente no tengo buenas noticias para darle, acá corre la voz de que Farnesio falsificó las escrituras del río e intenta hacer lo mismo con las de su casa. Lo da por muerto. Disolvió la logia y se irá. Es necesario que usted detenga cualquier ataque y vuelva lo más urgente posible para asentar las denuncias correspondientes.
Regrese ahora.
Ni el Irlandés es Sammy Davis Jr., ni usted es Burt Lancaster. Más que del capitán Hidalgo inglés, está cerca de otro hidalgo. Y así le va. Su regreso debe ser inminente. Usted, según la Madame del Kimono, es el elegido. Pero, ¿cuánto tiempo se espera una revelación? Lo que el Irlandés le pide no es una marca de cerveza común, Govannon es un dios celta y su cerveza da inmortalidad. Creo definitivamente que el Irlandés enloqueció. Le pasa a muchos que soportan eternamente un sueño que no se cumple. Debo decir en su defensa que quizá cada locura esté precedida de un acto sumamente racional; quizás un loco no puede enseñarnos cómo vivir, pero sí cómo hacer una elección.
Pese a que se dicen juntas, hay una diferencia sustancial entre la Fe y la Esperanza, son lo activo y lo pasivo reunidos para un mismo fin; pero todo acto de fe pierde temple sin la esperanza que debe acompañarlo. La Fe, en todos los casos, enajena; la Esperanza siempre, en el fondo de las cosas, desconfía. La Fe es para los católicos, la Esperanza para los cristianos. Entre actor y espectador se hace la obra definitiva sobre el escenario del mundo. El único arte posible es el conocimiento. Quizá por eso no soy poeta ni soy teólogo. Quizá por eso soy historiador. Por favor, don Grimaldo, regrese. No para el éxito, no para ganar, sino para que la gente acá sepa ahora que hay otra oportunidad. Suyo,
Roberto Serrao
Isla de los Estados,…
Profesor Serrao, estimado e inolvidable amigo:
Cuando la recibimos tanto el Irlandés como yo nos hallábamos velando las armas para entrar en combate. Lo cierto es que una vez entrada la contienda fuimos rotos a palos por los turcos, terminando con lo errático de la búsqueda. En ese combate perdí la utilidad de un brazo. Todo este tiempo lo dediqué al trabajo carcelario, al silencio y a la lectura. El único que, enterado de los hechos, vino a visitarme fue Valentín Langmantel, el editor de Stuttgart, pidiéndome los originales donde garabateé mis memorias. Ya llegará el momento de la escritura y la sensatez, eso que pedía en su desesperada y última carta. Ya llegará el momento. Me parece que si es por demás sesudo mantener en silencio las pasiones, no así los sueños. ¿Podré alguna vez contar todo esto desapasionadamente? Por la memoria del Irlandés que no. Él fue el mejor amigo que tuve. El oro en la Polinesia era demasiado lejos y el oro en ese vecindario era demasiado cerca. Me contó Langmantel que hace muchos años, durante una primavera en Praga, la gente salió a rastrear oro en la ribera del Vístula y no con más éxito que el Irlandés y yo. Por lo pronto, recluido de las noticias del mundo y en la seguridad de que nadie los lee, me dediqué a los poetas. El poder miente, pero da certidumbre. Los poetas dicen de lo incierto y admitamos, profesor, que así es difícil vivir. Por mi parte, sé que un día voy a salir y sin duda volveré a la navegación. De la poesía en adelante dejé de amar las cosas firmes.
Me acuerdo del Irlandés, en su nombre es que deseo y necesito aclarar que acá nadie claudicó. El oro está y la búsqueda siempre será renovada. No sé qué razón me tienta a escribirle, hubiera sido más fácil no volver a hacerlo y dejar, al menos, que la ruta naval y fantástica emprendida le diera a estos dos marinos una pizca de inmortalidad.
Si es así, dejo a su criterio la destrucción o no de esta carta. Un abrazo eterno,
Grimaldo Schmidl
XXI
En la esquina de Canalejas y Gaona, el Pardo se encontró con un tal Fiorillo y otro Medone. La orden fue estricta, el trío caminó sin hablarse. Buscaban una dirección. El Pardo se calzó su 45 reglamentaria. El Sherí Campillo sería informado oportunamente, tendría que preparar la cama y el aparatito eléctrico.
Lo bajaron a los golpes y lo metieron, agachado, con la cabeza encapuchada, en la parte de atrás de un vehículo que nadie se animó a reconocer. Durante el viaje tomaron sidra caliente y cuando llegaron a la comisaría, Fiorillo y Medone entraron con el detenido, mientras el Pardo y el Sherí Campillo fueron a la oficina para dejarlos hacer. El Sherí Campillo licenció a los Sosa para que no vieran quién era el preso. Se sentaron a jugar un truco, en tanto Fiorillo y Medone hacían su trabajo, golpeaban, reían y hablaban de la pelea en que Miguel Ángel Péndola le arrebató el título sudamericano a Jaime Gines, recordaron también la paliza que después le pegó el gallego Fred Galiana; cada uno de los golpes se reproducían en el cuerpo del detenido.
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