Daniel Muxica - El vientre convexo

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Un pequeño grupo peronista – los uturuncos – es el punto de partida real de la novela de Daniel Muxica, narrador y poeta argentino. El punto de partida y también el núcleo de la acción. Al funcionar como un ensayo de montoneros en una época de tolerancia cero, este "experimento nacional" proporciona ya algunas de las claves de lo que será el esplendor montonero de los tempranos setenta.

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– No hay que apresurar los cálculos -dijo abstraído sobre el plano cartográfico-, es necesario que efectúe varias modificaciones aunque el mar esté en calma. Ramón, alcánzame el talco…

– ¿Talco?…

– El transportador -le aclaró, demostrando sus conocimientos marinos-; el ángulo horizontal está bien, es una verdadera marcación ortodrómica…

Ramón, más que frente a un capitán de barco, sentía estar frente a un hábil cirujano que exigía los instrumentos para una compleja trepanación.

– ¿Más allá de Samborombón? -rió el Irlandés.

– ¿Consultó esto con la Madame? -preguntó Ramón.

– Ella ya dijo lo que tenía que decir.

La Pepa navegaba muy lejos del puente, en la boca del río de la Plata. Don Grimaldo trazó dicho ángulo hacia el sector de tierra dibujado en la carta y con el compás terminó de marcar el arco, hasta determinar con el radio el segmento correspondiente entre el centro y el punto observado. El marinero alcanzó a decir que el ángulo era agudo, arqueando las cejas y con voz de pito; su voluntad estaba quebrada, la cosa era terminar con todo esto y convencer al cantonés de que lo dejara bajar para volverse a Buenos Aires, deseaba abandonar cuanto antes la peripecia, cualquier justificativo sería un alivio a la situación.

– Está loco, Irlandés -dijo conspirando-, no hay ningún cofre, suponiendo que fueran buenas las corrientes que estamos siguiendo, nada puede ser sacado de ese fondo en estas condiciones; La Pepa es una balandra destartalada, es una locura internarnos río o mar adentro, un día de éstos enloquece del todo y nos pone a remar hasta Italia: una cosa es meterse con estos fierros oxidados por los canales del Tigre y otra cosa es el mar, la inmensidad, la humedad desértica; allá no hay dimensiones, no hay medidas que valgan, la marcación no es la isla Martín García, ni siquiera un islote, Irlandés; lo que Grimaldo llama único punto de la marcación es una golondrina y ya no está, la carta náutica es un sueño, una fijación, un delirio en la cabeza de este pobre loco, quiere arrastrarnos definitivamente mar adentro, sin objetivo alguno, sueña un faro ciego, apagado, sueña con algún pájaro que le indique para dónde carajo hay que agarrar.

Cada uno debía encontrar su razón y su destino. Don Grimaldo recordó a la Tetona sonriendo dormida dentro del ataúd. El ataúd es lo más parecido a un bote, pensó, mientras se preparaba para otra navegación…

Buenos Aires, 28 de junio de 1962

Estimado profesor:

Hace ya bastantes noches que con La Pepa dejamos ese puerto y me encuentro en La Plata, para dirigirme a Las Pipinas, en la entrada de la bahía de Samborombón. Primero fue la costa sur de Quilmes y más tarde serán los mares del Tuyú, calculo que en uno o dos meses voy a estar de regreso con buenas noticias. Ramón pidió permiso para bajar en Ensenada y no se presentó el día de la partida, así que con el Irlandés nos repartimos el trabajo de marinería. Hasta ahora hemos conseguido recolectar a bordo algunos hierros retorcidos y compramos más metros de soga gruesa y cadenas para alargar las anclas que usamos para el dragado. Compramos más alimentos en un almacén de ramos generales para aumentar las provisiones no perecederas, la nafta necesaria y el querosén de las lámparas. La proximidad del mar hace que, tanto el Irlandés como yo, estemos un poco inseguros. El paisaje comienza a volverse inconmensurable. En este preciso instante, el Irlandés está sentado sobre su escafandra, abriendo con su cuchillo uno de los dos cazones que nos disponemos a comer. Se dará cuenta de que busqué, para estos tiempos, otro tipo de organización. Como capitán de la expedición, me importa priorizar, más allá del botín, todo aquello que hace a la convivencia.

Sigo manteniendo intacta mi autoridad. Por otra parte, la fe nos lleva por buenos vientos, necesitaría que me despachara una copia del N° 253 de la Mecánica Popular, dado que se rompió un engranaje del motor suplementario y necesitamos de esas páginas para poder arreglarlo. Aunque el Irlandés se da bastante maña, hay cosas que, por el propio desgaste del viaje, parecen borrarse de nuestras cabezas. En fin, esperando que se encuentre usted bien, lo saluda muy fraternalmente,

Grimaldo Schmidl

PD: acomodo mis sueños de Riachuelo a la velocidad silícica de la capa terrestre y los cofres toman un giro de gravitación universal.

XVIII

Habían desafilado las garras del Puma y la piel del Uturunco, por algunos llamado Capiango, perdía efectividad frente a la tecnología de los nuevos calibres. El informativo radial convenía que el éxito del Plan Conintes lo garantizaban el Servicio de Inteligencia y la acción decidida del Ejército Argentino; sin embargo, a ninguno de los que estaban sentados alrededor de la caja de madera, pujando por manejar el dial, se le escapaba la trama de enjuagues políticos, en especial la del propio peronismo, para rechazar la salida armada.

Serrao trataba de mantener el mismo clima dentro de la pieza para hacer soportable la intemperancia. Su interés por desmenuzar a Bloch y el tema de las utopías estaba muy por sobre el interés de los presentes. Por eso su mirada cómplice y provocadora.

La radio continuaba informando que en Santiago del Estero y en Tucumán la guerrilla rural se desmoronaba. El fracaso de su último operativo los había desperdigado por algunas ciudades del sur de Santiago del Estero y en El Lachal, al norte de San Juan. En tanto, las radios daban cuenta oficial de que los forajidos que azotaban la zona poco a poco eran desbaratados y encarcelados en las distintas capitales provinciales. Los cabecillas serían enviados a Buenos Aires para su juzgamiento y prisión, que en todos los casos debía ser ejemplificadora.

– Lo que pasa es que para ustedes el marxismo es materia desechable -dijo Zarza a modo de reclamo.

– Y nosotros para ustedes, los primos pobres -convino Serrao con desdén, evidenciando una vez más su tendencia al sarcasmo.

Salvo ellos dos nadie se sintió destinatario del cruce de palabras.

El tono general era de miedo y curiosidad. Sin embargo, no faltó entre los presentes quien hablara de fatalismo en las causas populares. Me aparté un tanto del grupo con la esperanza de ver a la Tetona por la ventana. Era fin de semana y me dispersaba de un lado a otro de la conversación, dando tantas afirmaciones y negaciones como argumentos que me conmovieran. La especificidad de la lucha armada reclamaba otra cosa, quedó para mis oídos la frase que un detenido liberado manifestó en rueda de compañeros: "Si volviera a participar de un grupo guerrillero, propondría que luego de tomar el fusil no se hablara más de política".

Anahí se quedó con la pulserita de alpaca. A partir de entonces, contestaba a la requisitoria de sus clientes con resoplos o imprudentes monosílabos suspirados. Dejó de hacer el chasquido y cada vez que iba a tomar un miembro entre sus manos, la punzaba el dolor de ciertos estigmas. La Madame del Kimono la justificó, dijo que estaba enferma; pero esto traía muchos trastornos porque no todos aceptaban que la mano tullida terminara el trabajo.

El Sherí Campillo largó un gruñido ronco quejándose de la aspereza de esos dedos, como de las sacudidas y los zarandeos que la mano, ya insensible, provocaba. Subiéndose los pantalones, algo dolorido, se negó a dejar la propina y le habló de las conveniencias de deshacerse de la niña, el Salmuera seguía interesado, la oferta de trabajo en la boite valía la pena, era un acuerdo conveniente. Él podía, de buenos oficios, arreglarlo.

La Madame del Kimono recriminó a la niña con insultos en guaraní.

Cuando se les habla, las diosas responden con su silencio. A solas, Anahí guardó la pulserita de alpaca escondiéndola lejos del alcance de sus clientes, lejos del alcance de su madre, en un lugar intocable.

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