Daniel Muxica - El vientre convexo
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– Voy a poner la mesa -dijo Julia.
– Poné lo mejor, hoy los invito.
Me dispuse a ayudar, corrimos sillas y estiramos manteles mientras esperábamos la presencia del farmacéutico y el profesor. La novedad fue que uno de los hurones había muerto y la pareja escapó para cruzarse con las ratas; mientras Eusebio se lamentaba sin justificar la calentura del bicho en soledad, Julia le recriminó que iba a hacer lo mismo cuando ella estuviera del otro lado. No pude dejar de reírme de la situación, había exuberancia moral en el modo del almacenero y paradoja en su mujer.
Serrao y Zarza llegaron impuntuales, con los manjares ya servidos, pero eso no les impidió acaparar la conversación, haciendo del resto de los comensales público ajeno a sus discusiones. Había una mesa especial para los vinos, un Antiguo Castillo Espiño, elaborado con cabernet sauvignon de las mejores zonas vitivinícolas del país; un pinot noir sobre el cuadrado blanco del mantel contrastaba su color con un Castel Chandon, cuya bodega, explicó Serrao, jactándose de buen profesor y mejor enólogo, los franceses acordaron instalar el año anterior, luego de que eminentes técnicos, particularmente monsieur Poirier, vinieran al país para estudiar las mejores zonas enológicas.
Zarza estimaba que cualquier insurrección necesitaba de la prosapia racional que le podía dar el bolchevismo euroasiático; Serrao en cambio lo consideró una falacia, agregando, irónico, que nunca viene mal un poco del positivismo de la revolución burguesa europea, con hombres como Gabriel Honoré Riquetti, ideólogo conocido como conde de Mirabeau, marqués de Lafayette o duque de Chârtres, uno de los primeros jefes militares de la gloriosa revuelta.
– ¿Habla de burgueses, profesor? -preguntó Zarza.
– Y usted de orientales.
– Me niego a hablar en estos términos con usted.
La cena y la discusión avanzaban entre palabras y nombres como comando, Che, molotov, lucha armada, tirano prófugo, gorilas estalinistas, Cooke, liberación, y la imperdible conjunción de neoniponazisfachofalanjoperonistas que Zarza descerrajó ofuscado, hasta que fragmentos efervescentes como aquel que define la buena elaboración de la champaña cayeron en las copas, comentándose con fruición y entendimiento cómo el proceso de segunda fermentación en botella asegura una conjunción íntima entre el vino base, las levaduras y los elementos clarificantes.
– Me gustaría tomar un Barón Bertrand en uno de sus tubos de análisis -le dije a Zarza.
– Quizá la Roña se preste a mear en ellos -replicó Eusebio viéndola entrar, ante un estallido de carcajadas generales.
Julia gesticuló pasando por sobre sus labios el índice y el pulgar a modo de coserse la boca; la repulsión es tal que ni siquiera la puede echar, tanta pobreza y suciedad la intimidan. La Roña tartamudea y por vergüenza habla poco; no va a hablar bien, le dijo Marchena, hasta que no encuentre el amor, pero, ¿quién se fijaría en ella?, ¿sería un amor con intermitencias como su palabra?, su casilla es la más pobre del Irupé y su sentimiento no publicado, también.
– ¿Qué querés? -le preguntó Eusebio.
– ¿Puedo llevarme algo de comida?
– Claro que podés -dijo Gauderio-. ¿Querés llevarte ropa?
– El otro día vi en un figurín viejo uno de los vestidos que Paco Jamandreu le hizo a la santa -dijo Julia, afecta a las revistas del corazón.
La Roña envolvió parte de las sobras en un trapo, hizo un atado y agradeció al tiempo que se iba.
– ¿No será una exageración? -preguntó Eusebio, viendo salir a la Roña vestida de novia.
El botín robado a las organizaciones populares por las fuerzas armadas intervencionistas, la liquidación de las estructuras nacionales de protección económica para el desarrollo independiente de nuestra patria, la derogación de la Constitución del '49, los fusilamientos, la entrega de nuestras fuentes energéticas, los crímenes contra el pueblo, la movilización de los obreros y su represión, los tribunales Conintes, el avasallamiento de la voluntad popular, constituyen todo un testimonio de falsedad de la paz que nos quieren hacer creer que gozamos. Es aun más patético este estado de guerra en cuanto aún conservan como botín la bandera más sagrada para los sentimientos de los humildes, el cadáver de Eva Perón.
Es imperiosamente impostergable que los cuadros no entregados ni comprometidos con la burocracia conciliadora realicen una valoración objetiva y valiente del marco de posibilidades. Creemos que sólo en relación con los trabajadores, junto a ellos y con ellos, descubriremos nuestro papel en la lucha por la liberación de nuestra patria. Uturuncos (¿?), 196(…).
Cuando se declaró el fuego en la barraca del Beto Mendoza, la reunión en la boite del Salmuera estaba muy avanzada. Las pupilas hacían comentarios sobre la Rita, maquillada como una novia, que daba la impresión de estar lista para un trabajo especial; el anfitrión levantó la copa en su honor y el doctor Germano, con la frialdad que lo caracterizaba, habló de lo que llamaba las perversiones de Dios.
– Ahora se acuesta con el Señor -dijo.
– Una Magdalena al fin que, con perdón del Padre -completó el Lutero-, puede dejar contento a más de un santo.
– Está vacía, es toda cavidad, es toda vagina -aseveró el médico en voz alta.
Todos presintieron la índole perversa de sus palabras, se produjeron cuchicheos reticentes, pero el doctor Germano no se amedrentó y continuó hablando sobre el rigor mortis del cadáver, con una inclinación animista tan particular que atrajo la atención de las chicas, sustraídas no por lo científico, sino por lo desconocido; la solemnidad de la muerte rodeaba la conversación y devolvía a la Rita una singularidad evanescente. El Lutero se quejó, con cara molesta, diciendo que ése no era tema de conversación para una despedida, pero el doctor Germano mantuvo su disertación, tincando la uña de su dedo pulgar sobre la de su dedo índice. La tensión cadavérica se debe a la no aceptación por parte del muerto, a su indecisa situación corpórea, que vaya a saber uno por qué razón debía ser abandonada; imaginen el susto súbito, dijo, de quien se pregunta por qué a mí, por qué yo, mientras en el purgatorio cotejan que no se trataba de un desmayo y ponen los papeles del alma en regla; los ángeles en tanto intentan disuadirlo, que se relaje, que acepte la nueva condición, que se lo venían avisando, que no hay retroceso, ya está, que no se haga el gil, que ya está bien, ya está bien… hasta que la terquedad del finado se desvanece y termina por entender que hay que empezar otra cosa.
– La cosa no es decirle que todo termina, sino que empieza algo nuevo -concibió el Lutero, reivindicando el sentido de la vida resurrecta.
– Para estos incrédulos el cielo no pasa del cielo raso -completó Farnesio.
El Vasco invocó, como emocionado comentarista de radio, la suerte astral del centroforward de El Porve, dopo del milimétrico pase que cabeceó sin despeinarse para dejar el balón dormido en el fondo de la red. La Yoli asoció el relato con el peinado de la pobre Rita, dormida, a la que le cambiaron el platinado por un severo medio luto, caoba clarito, que imitaba el lustre del cajón.
Farnesio echó a las chicas y se pasó con Germano y Saldívar a unos silloncitos, a medias iluminados. Esperaba al Sherí Campillo y a un hombre llamado Jaime Solórzano.
– ¿Qué le pasa a ése? -le preguntó malhumorada la Yoli al Vasco que miró fijo las tetas que se bamboleaban.
– Detesta que a sus espaldas las chicas lo llamen enterrador.
Recién llegado en compañía de Solórzano, el Sherí pidió café, unos whiskies, y antes de acomodarse hizo la misma pregunta.
– ¿Y el Pardo? -preguntó Farnesio.
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