Daniel Muxica - El vientre convexo
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El escribano enterrador dio una particular visión de ciertas claves de la vida nacional que, según dijo, se prenunciaban en los escritos perdidos a finales del siglo XVIII. El godo, autor de la Baropedia, comprometido con la causa antinapoleónica, escribió contra el corso y los iluministas diatribas que hizo extensivas a las revoluciones americanas, que defeccionaban en la exaltación del espíritu francés, por encima de su majestad Fernando VII. Este criterio, compartido por él, reforzaba las conjeturas que despertó el índice, con una serie de elementos que eran muestrario sensible de los tiempos difíciles que se vivían. Ahora, gracias a don Grimaldo podrían llegar más lejos, entrar en un tiempo de certezas.
No le resultó difícil ante su auditorio establecer una línea de pensamiento con aquel noble, afincado en el Río de la Plata, que ponía la contradicción histórica argentina más allá de "unitarios" y "federales", tarea por cierto ímproba, hecha ciento ochenta años atrás; pero, ¿qué es el tiempo para las causas nobles? preguntó a los presentes, mirando fijo a don Grimaldo. Hablaba con gestos ampulosos disimulando la inconsistencia de sus palabras. La pregunta, vieja para la retórica, hecha en base a la relatividad evocativa, recreaba la ilusión ya de pasado ya de futuro, convirtiéndose en el recurso que disparaba de nuevo su discurso.
Dicha la introducción, Farnesio dio por abierta la reunión de la hermandad, alisando el puño derecho deshilachado de su camisa. Llegaron los aplausos. Saldívar, emocionado, se levantó para abrazarlo. Su histrionismo sólo fue interrumpido por la Rape, que hizo un comentario sobre la hilacha, pero, hábil, le restó importancia. Después de todo, intuía, ese atuendo era provisional…
Don Grimaldo, objeto de la convocatoria en la logia, recibía palmadas en su espalda y agradecía la invitación. Cuando llegó su turno, se explayó sobre el agua, el barro del Riachuelo, la remoción de materiales inorgánicos, la podredumbre, los olores que rodean el trabajo; escapaba a preguntas incómodas. Cuando el poder se emplea mal tiene caprichos de hijo único, reflexionó para sí, mientras su lengua volvía anécdota el miedo de Ramón cuando, al filo de la noche, río abajo, el Irlandés contaba de alimañas prehistóricas que posiblemente emergieran de ese fondo.
– Es todo muy húmedo -dijo Serrao que no había abierto la boca.
Luego de informar y evaluar los resultados de la colecta, levantaron la reunión. Farnesio acompañó al grupo hasta la vereda, le ofreció otra changa a la Rupe en la funeraria y saludó a cada uno, apretando nuevamente y con más fuerza los hombros, inclinando la cabeza con los ojos cerrados. Le hizo un gesto a don Grimaldo para que despidiera al profesor y se quedara. Así fue. Una vez solos en la vereda, mirando el tilo que rodeaban unas tejas en simetría circular, abandonó el "don" para tutearlo. Al cantonés lo molestó sobremanera. En forma directa, sin tapujos, le pidió algunas precisiones sobre la embarcación.
Una vez en el living el escribano fue directamente al grano.
– Te felicito por la maniobra, che; es mejor que aún no conozcan el verdadero contenido de los cofres. Debemos actuar rápido. Hay malestar en la armada, la aeronáutica y el ejército; cuestionan a Frondizi, lo acusan de veleidades castristas, el Presidente va a tener que romper relaciones con La Habana.
Don Grimaldo estaba intimidado.
– Eso no es nada. Sé también que acaba de firmar un decreto para que sean intervenidas todas aquellas provincias donde ganen los têtes noires.
– ¿Cómo lo sabe? -preguntó don Grimaldo, ganado por la desconfianza.
– Me lo dijo Ricardo Klement.
– ¿Quién?
– Eso no importa ahora. Se viene el golpe y ya tenemos nuestro hombre -amplía Farnesio-. El Presidente está cada vez más condicionado, se acercan las elecciones y ya se decidió no entregarle el gobierno a la Unión Popular; hay un decreto en el cajón del escritorio, sabemos que aunque no lo firme, el general Martínez Salas lo va a ejecutar igual; así que Framini, si gana, se vuelve a casa.
Don Grimaldo permanecía callado.
– El presidente de la cámara de diputados es nuestra carta -continuó-, está dispuesto a hacer todas las concesiones imaginables para mantenerse en el poder. Cuando asuma Guido nos va a firmar nuestra potestad sobre el lecho del Riachuelo, Grimaldo, ese hombre es un títere, va a firmar todo lo que queramos.
Caminando hacia su casa, recordó un comentario del profesor Serrao; sobre fines del siglo XIX un diario inglés escribía textualmente: "En la Argentina, para hacer un negocio, había que comprar desde el presidente de la República hasta el último portero". No era muy tarde, en el centro de la plaza de Valentín Alsina un telescopio apuntaba al cielo con un cartel donde el astrónomo escribió CINCO PESOS de manera muy visible. La fama de un espectáculo que se hacía en el obelisco había llegado aquí y muchas familias con sus hijos contaban sus monedas para mirar por él. Don Grimaldo también desembolsó la plata, le pareció más que conveniente el precio que la ciencia le puso al cielo. Las estrellas, minúsculas, adquirían inexplicablemente un brillo extraordinario.
XII
Encuentros y desencuentros, hallazgos y desapariciones.
Cierta terquedad me decidió a quedarme, un empecinamiento de los afectos; más que una identidad, un capricho aclaratorio que, por más edad que se tenga, todo niño necesita. Llevaba más de tres años en un paisaje agobiante, patético, desnudo esqueleto para soportar el material de la pobreza, lo seco y lo mojado. Tres años durante los cuales los acontecimientos, azarosos, desbordaban la búsqueda individual en la que, por otra parte, parecía no hallar a quién ni cómo.
Las impresiones escritas debajo del ventanuco en mis cuadernos se habían nutrido de tanto material extrapersonal, que ensayé a partir de ellos un orden diferente. Descubrí en las diversas relecturas que narrar era hacer una discriminación ideal en el interior de una totalidad desagradable ya dada.
Garabateo el cuaderno abierto: no son palabras, sino dibujos a los que la torpeza da cierto aire infantil. Creo que Vico sostenía que la literatura nació de la curiosidad, hija de la ignorancia. Mientras escribo rastros de otro pienso en mi falta de originalidad.
No busco ser original porque carezco de ingenuidad.
La perdí hace tiempo…
TERCERA PARTE
Pero el mundo que me era reconocido
se me ha aproximado, familiar,
se ha hecho conocer y poco a poco
se me ha impuesto, necesario, brutal.
PIER PAOLO PASOLINI
XIII
Llegué a la puerta de la botica muy temprano y vi colgando un papel roto; alcé del piso un trozo del rompecabezas, era una hoja mimeografiada:… ndizi, representa a espaldas de los trabajadores argentinos, los únicos y verdaderos repres(…)ntes de una alternativa revolucionaria. A(…) y (…amos el camino de la Agrupación (…)ronista de la Resistencia Insurreccional, U(…)ncos, 19(…).
Con la persiana semilevantada, Zarza se disponía a limpiar la pegatina, el agua rebotaba en las ondulaciones metálicas salpicándole el guardapolvo.
– Buen día.
Asentí con la cabeza y otra voz, dormida, dejó su aliento en mi espalda.
– Buen día -dijo la Rupe que estaba con los dolores del mes-, necesito marrubio.
– No más de veinte o veinticinco gramos por litro -indicó Zarza.
– ¿Puede ser en tintura?
– Sí, pero tres o cuatro cucharaditas por día.
Un golpe en la vidriera delató afuera a Serrao que se restregaba los dedos en la solapa del sobretodo y hacía señas invitándose a tomar mate; habíamos quedado con el profesor de encontrarnos allí; le caí bien, estimaba mi cultura sobre música popular, me sentía contento de ser aceptado.
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