Daniel Muxica - El vientre convexo
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Germano continuó diciendo que de todos modos el suyo era un caso para el dentista, pero que si no tenía dinero le extendería una receta magistral para que Zarza le preparase un calmante, y también le recomendó tomar una purga. El primero le evitaría la incomodidad y la segunda su persistente estado melancólico, el que atribuye más a cuestiones sentimentales que a cuestiones climático-administrativas.
Checho comprendió que no volvería a ver su diente estacionado en el fondo del estómago, pero todavía no estaba todo perdido: don Grimaldo podría trazarle una cartografía visceral que le permitiría dar con el objeto perdido.
– Quedate tranquilo, lo que entra por la boca sale por el culo.
Checho permaneció callado.
– Todas las desgracias tienen su seducción, Checho. Todas sin excepción -le dijo Germano, que esa mañana había andado averiguando, por pedido de Farnesio, el precio de un Káiser Carabela usado.
El Káiser Carabela apareció otra vez por el barrio con las cortinitas corridas, era muy temprano y pocos se dieron cuenta de su presencia. La Madame del Kimono estaba arreglada esperándolo, subió y partió velozmente en dirección a la Capital, pidió que no descorrieran las cortinas hasta que el automóvil saliera de los límites del barrio. El conductor manejaba en silencio, el edecán trataba de reconstruir la historia, le costaba entender la insistencia del señor embajador, la mujer ya no valía un cobre. ¿Qué cosa había conmovido a ese hombre, cuál era la necesidad de averiguar?, ¿qué certeza necesitaba ahora, pasados los setenta años? Armó su propio mapa: una puta guaraní en los centros mundiales del poder, en los mercados comerciales más exigentes, una yegua exótica para europeos, para occidentales llenos de dinero; la volvió a mirar intentando descubrir algo de aquella rara belleza, ¿y si ella delataba su mirada delante del embajador?; recorrió a la mujer con desprecio y con miedo.
El miedo está siempre un paso antes del deseo. Por fin bajó los ojos. A una orden suya el auto se desvió por el puente Pueyrredón evitando la conglomeración, para dirigirse hacia el norte de la ciudad; la orden se cumplió sin inconvenientes. No debía hablar con ella, su silencio confirmaba la tensión existente con el embajador, tenía que aprender a utilizar bien esas cosas si algún día quería dedicarse a la diplomacia; era necesario el rigor, si no entraba en razones peor, sea como sea, el embajador debía quedar limpio.
El itinerario previsto se cumplió en poco tiempo, los ocupantes se desplazaron de un mundo a otro; apenas veinticinco minutos bastaron para que el aire capitalino se filtrara con olores mecánicos. La Madame del Kimono extrajo un perfumero y se vaporizó el cuello y las muñecas con graciosos ademanes de un preciosismo olvidado; pidió avanzar más despacio, observando descuidadamente las vidrieras que ofrecían ropas caras. Pensó en el edecán: evidenciaba cierta finura en sus severos ademanes, era un pervertido.
El auto se detuvo, en este mundo ella perdía definitivamente su nombre y el edecán lo recuperaba; abajo, rodeó el Káiser Carabela y le abrió la puerta; la Madame del Kimono extendió un pie y luego su mano derecha, esperando que la tomara para ayudarla a descender; caminaron hasta la puerta del edificio, él iba detrás; un moderno ascensor los elevó al piso 18, la puerta se abrió directamente en el palier, el mucamo les hizo señas y se acomodaron en la recepción; el edecán se sacó la gorra y se arregló la chaqueta blanca; la Madame del Kimono, aunque era invierno, llevaba en su mano tullida un abanico español muy bello hecho de encaje fantasía y madera labrada; igual que a su 32 largo defensivo, ahora en el bolso, lo usaba únicamente para ocasiones importantes.
– Madame, vine observándola en el auto, no puedo comprender cómo el señor embajador…
El mucamo volvió a entrar.
– El señor Cholo estará aquí en unos instantes -dijo, mirándola.
– Gracias.
– Dice el señor embajador -dijo, volteando la cabeza y dirigiéndose al edecán- que si todo está en orden puede retirarse.
Por un momento la Madame del Kimono se sintió importante: el mucamo conocía los códigos de una diplomacia más íntima, demostrándole al edecán que su poder de gestión terminaba exactamente allí.
El edecán saludó cortés dispuesto a retirarse.
– Venga un día por el Irupé -le dijo-, que lo hago atender por la Anahí, y verá cómo comprender le resulta más fácil.
Quedó sola. ¿Le gustaría así, ahora, poco más de veinte años más vieja y con la mano tullida?, ¿se había aburrido de su compañía?; nunca un dolor duró tantos años, ¿por qué tanta intolerancia y tanto olvido? Deseaba saber por qué no volvió con ella a Europa si se lo había prometido. Miró por la ventana intentando recuperar en la memoria las pruebas de que no había mentido, que no había inventado nada, que no tenía derecho a desconfiar; deseaba ser minuciosa con los recuerdos, todas las preguntas eran válidas ante la arbitrariedad desplegada por el Cholito, ¿qué definía, después de una larga noche deliciosa, lo amargo del día?; aunque pensara que se trataba de una extorsión, ella sabía que no; la pensión era una manera de sacársela de encima, quería ser minuciosa, situar las palabras de mil modos, diversas combinatorias, mantener la voz afable ante cualquier buena plática o cualquier siniestro interrogatorio.
Miró por la ventana, el Káiser Carabela estaba abajo esperándola.
El niño nació, el niño fue parido ¿o no?; se acordó de los dolores, fueron larguísimos, tiempos enormes, tendida sobre la cama, llamándolo a los gritos, y después de mucho tiempo, años quizás, esta calma; ella no vio, no, es cierto, Cholito, no vio pero algo salió de su vientre y no tiene un nombre para darle; el niño nació a pesar de todo, no es una ilusión, no fue su deseo quedar embarazada del hombre que amaba, del hombre que ahora la desprecia; la pensión y la prefabricada son la verdadera extorsión, pensó, retornando a sus años de juventud con una nostalgia envenenada.
No saber desafía la naturaleza de lo imperturbable. La memoria le juega una mala pasada a cualquier hombre y ella inhibe al embajador como alguien demasiado presente.
– El señor lamenta no poder atenderla -dijo el mayordomo de regreso.
El auto la llevó hasta la puerta del Irupé. Estaba muy cansada, su cuerpo era carne de cataclismo, había llorado mucho tiempo, muchos años delante del Cholito asegurándole que no supo bien, que no lo vio, pero que algo salió, que todo es como es, quizá, porque vivimos así, de modo extrañamente embarazoso.
Hay que convencerlo, abuela. Que salga, que no se quede, está creciendo, va a ser más difícil; encuentre al padre, ya está grande, pesa mucho y además habla, abuela, sí, habla, dice que no va a salir; le digo que se puede ahogar, pero me dice que no insista, que no voy a lograr nada, además él es de ahí, nadie lo va a sacar; no quiere entrar en razones, abuela, yo creo que ya es mucho tiempo sin salir, sin moverse; ¿una fantasía?, no, abuela, le aseguro que no; él habla, dice cosas, no sé, a veces son insultos, es un testarudo, abuela, un verdadero cabeza dura; no sé qué hacer, no sé qué decirle, creo que debemos tentarlo con algo hasta que asome y tirar fuerte, tentarlo, abuela, pero nada lo seduce, nada lo entusiasma, sólo dice que no quiere, por miedo o por comodidad, que está bien ahí, está muy bien, para salir le tengo que dar un motivo importante; le hablo de juguetes, de la vida, del padre, de usted, de mí, de las mujeres que lo van a querer, le digo que es lindo, que va a ser todo un galán, hablo de soldaditos de plomo, de aviones para armar, de barriletes, cometas, pelotas, todos los juegos le parecen redondos y se larga a reír, cuando creo que lo estoy convenciendo, que se va a decidir, se encapricha otra vez y volvemos al principio; háblele en guaraní, abuela, necesito algo que lo conmueva, sigue creciendo, ya no sé cuánto tiempo lleva en mi panza, cada vez más crecida, ya no tengo ombligo, abuela, trate de convencerlo, llame al Cholito, él es más hábil en eso del engaño, que le cuente sus viajes por el mundo, el brillo de las embajadas, que le prometa un Káiser Carabela, eso lo va a entusiasmar, es más, creo que tiene imaginación, el otro día, sin ir más lejos, me pidió un libro.
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