Daniel Muxica - El vientre convexo
Здесь есть возможность читать онлайн «Daniel Muxica - El vientre convexo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El vientre convexo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El vientre convexo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El vientre convexo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El vientre convexo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El vientre convexo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No se haga el opa, Grimaldo, sé que es un tesoro del gobierno y esto bien puede estar catalogado como una falta grave dentro de la ley de Conmoción Interna.
Don Grimaldo intentó desactivar la intriga y atribuyó a la búsqueda mero valor histórico, documentación de relativa importancia.
– ¿Habló con alguien sobre ellos? Sé que trabaja con dos personas.
La precisión de los datos de Farnesio lo desorientó, intentó deducir quién lo había traicionado, comenzó a examinar la posibilidad de desconfiar de sí mismo.
– Esto es muy importante, Grimaldo. No hable con nadie. Deje las cosas en mis manos. Yo tengo amigos por doquiera que haya próceres heridos, héroes olvidados -dijo Farnesio a modo de coartada-, tengo amigos doquiera que haya un homenaje, amigos que no se olvidan de nadie en sus oraciones y es prudente que para esta empresa, las convicciones no sean momentáneas sino absolutas.
Hombre de contextura pequeña, cara regordeta y ojos de ratón, el escribano llevaba consigo todos los premios amargos con que cargan los de su clase; metido en su traje de gabardina gris oscura, con el cuello de la camisa arrugado, escondido detrás de los anteojos con mucho aumento y grueso armazón de baquelita, ejecutó una extraña paralela con las pestañas negras que parecían postizas, manteniendo una mirada huidiza, entre glauca y roja, que exigía combinaciones misteriosas para desentrañar en el iris lo que en verdad pensaba.
No le permitió desviar el interrogatorio: don Grimaldo sintió que su sueño se convertía en una pesadilla sin fin y sin tregua alguna.
– Por favor, don Grimaldo, terminemos con las suspicacias. Usted es europeo, viene del continente de los positivistas, usted no es como estos cabecitas negras que detienen el pensamiento progresista… usted no me puede decir eso… vengo a ofrecerle, por amistad, mi asesoramiento en todas las cuestiones legales… sabe a qué me refiero -le dijo, cómplice, con su mirada de ratón -, es posible que esos cofres existan como que no.
¿Y si lo escuchado en lo de la Madame del Kimono era una falsedad? Él era un suizo, conocía la perfección del tiempo, las razones de su marcha inexorable, ¡podía descomponerlo en miríadas!, no se iba a dejar engañar por ese cobayo que hurgaba en su cabeza, reconocía bien a los de esa especie…
– No la desmintiera yo a ella, don Grimaldo -dijo Farnesio usando el pretérito imperfecto del subjuntivo con la misma adoración con que lo usan ciertos artistas y algunos abogados-, pero acordemos que la visión revelada por la pitonisa y los indicios que usted brinda son demasiado vagos.
Mirando desconfiado hacia otras habitaciones el escribano preguntó si en la casa había alguien más, le pidió que cerrara puertas y ventanas para abordar en secreto la forma legal de quedarse con lo más sustancioso de lo que fuera hallado.
– Se le van a presentar varios inconvenientes, qué digo, muchos problemas, el principal de todos ellos es la posibilidad de robo al Estado, seguramente se va a adjudicar la propiedad de los cofres.
– ¡¿Robo?!
La cara del cantonés se descompuso.
– Por desconocimiento, claro, pero robo al fin; a ellos les basta con confiscar… quizá se trate simplemente de falsear alguna escritura del Riachuelo, u obtener algún documento apócrifo que lo justifique como propietario del mismo.
– ¿Una escritura?
– Algo así… ¡En nombre de Asmodeo, el arcángel de los crímenes! Sólo los feos y los tontos no tienen enemigos. A partir de ahora los va a tener, Grimaldo; reflexione, la propiedad es el nervio de la guerra.
Farnesio siguió utilizando el singular o el plural según su conveniencia.
– Yo conozco gente de muy arriba… nos remitiremos a la historia. Usted tiene que ser el legítimo dueño del Riachuelo, de los derechos de navegación; debemos demostrar sus derechos inalienables sobre el lecho del río, apelaremos a las capitulaciones, al derecho de los adelantados durante la conquista, aquello que dio Felipe II a Pedro de Mendoza, como derecho en estas tierras…
El plan sonaba bien.
– No tengo ningún pariente español…
– Lo tendrá. Bastará documentar esto en España y falsear una orden de refrenda por parte de alguno de los Triunviros. No se preocupe, Grimaldo, con el paso del tiempo aparece el sentido de cualquier cosa.
Con voz inflamada le hablaba de la nacionalidad, lo convencía para que saliera de su ergástula y fuera al salón de estudios patrióticos de la sociedad masónica que él mismo presidía.
– Lo espero -le dijo.
Don Grimaldo me ubicó en el bar del Eusebio; parco, me citó a cenar aclarándome que invitaría también al profesor Serrao.
Tres noches después, temprano, ya que don Grimaldo comía al estilo europeo, estábamos los tres alrededor de la mesa sorbiendo tallarines e intentando hacer caso a las reglas de urbanidad que se correspondían con la ocasión. Noté que el profesor se sentía francamente incómodo, no sabiendo dónde apoyar los codos y tratando de no bajar demasiado la cabeza; en tanto que don Grimaldo nos miraba para constatar, según la tradición, que no cortáramos los tallarines.
La sobremesa fue con cognac, café y cigarros. Don Grimaldo fue directo al grano: el profesor me había hecho fama de escritor y creía pertinente mi caligrafía para falsificar un título de propiedad, en lo posible también un título nobiliario, para lo que había comprado un pergamino impreso en una librería de la avenida Rivadavia.
La reserva del secreto que la adivina le pidió que mantuviera fue tan breve que lo sorprendió, dijo, llevándose el cigarro a la boca. ¿Quién lo había traicionado? Sin saber a ciencia cierta de quién desconfiar, la intriga se había acentuado día a día hasta extremos insospechados. ¿Qué interés tiene el escribano?, nos dijo; ¿cómo llegó hasta su casa? Farnesio habló de escrituras, pero pese a tratarse de "escrituras", sus palabras no tenían nada de sagrado. Era necesario fraguar el papelerío.
Serrao recalcó que debía alejarse de esa gente, ¿qué se podía esperar de un escribano enterrador?, debía sacárselo de encima: con prudencia, debía desinformarlo sobre los resultados de los distintos dragados, debía parcelar los hechos de manera intencional, fragmentar la información, venderle "pescado podrido".
¿Quién lo traicionó? nos volvía a preguntar, ¿el Checho? No. El Checho era otra cosa, era el único que le empujaba la silla hacia adelante cuando se sentaba; el Checho, aunque era tonto, conocía el decoro con que hay que tratar a un futuro hombre de fortuna; además, contara lo que contara, nadie iba a creerle y mucho menos si boqueaba sobre un tesoro. Mientras hablaba, anotó en caprichosas columnas los nombres de leales o traidores con un lápiz pequeño, los borraba alternativamente, mojando con un dedo la hoja y descargando sobre el papel toda la rabia que le provocaba sentirse impotente frente a lo que era duda; más de una vez un agujero coronó el papel y entonces un discreto vacío estomacal, un reflejo de Pavlov, condicionaba su humor recordándole los trastornos de la úlcera.
La Tetona le alcanzó los sándwiches y el vino al féretro, confesó sin escucharnos; pocos días antes durmió allí con él… seguramente espió sus mapas cartográficos, sí; era ella. Recordó que esa tarde, mientras le pasaba la servilleta por la mandíbula y la pera empinada, le preguntó extrañamente qué era una épica, ¿qué sabía ella de esa palabra?; le importaba más la delación que la infidelidad; sí, la Tetona lo delató, sin duda fue ella; abrió la memoria y recordó que en medio del delirio amoroso, de esos en que se pierden los escrúpulos, ella reclamó con un grito agudo algo sobre un tesoro, que estaba justo allí, en la profundidad de su vagina, donde había líquidos tan impuros como el del río.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El vientre convexo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El vientre convexo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El vientre convexo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.