Era una voz desprovista de reticencia, arrogancia y desconfianza. No preguntó: «¿Quién es?, ¿Cuál es su unidad de trabajo? o ¿Qué desea?».
Tal vez era la criada. Aunque lo duda. Su voz era profunda, adulta, segura, la de una persona bien educada. ¿Y si fuese la mujer de Zhu Zhenxiang? Será un matrimonio feliz, como la luna que no se separa del sol aunque haga mal tiempo.
Jinghua le acompaña para intentar llamar otra vez. Liu Quan se pregunta si su llamada no le encuentre en plena cena. Teme cortarle el apetito o si está saboreando una langosta, quitarle ese placer. Su problema es una tontería pero también sabe que por pequeñeces empiezan los grandes problemas. Por ello se suele hablar de «momento oportuno», de «terreno favorable» y de «armonía entre las personas».
– No te preocupes, le dice Jinghua, no puede estar cenando porque son ya las ocho pasadas.
¡Menos mal que Jinghua ha venido con ella! Ha fallado tantas veces que duda hasta del derecho a la existencia. Es incapaz de pensar que es una persona cualquiera y que puede llamar a quien quiera y a la hora que quiera.
– ¿Y si se está duchando? Si se está duchando, tendrá que llamar más tarde. Si llama tres veces por la tarde tal vez se enfade y no la quiera escuchar.
– ¿Qué te ocurre? ¡No vas a pedir ningún favor! Son sólo rumores que corren, tú no has hecho nada malo.
Para Liu Quan, sí es un favor lo que le va pedir. Por ello sonríe con tristeza a su amiga. Teme por sus bonitas plumas que deben afrontar no sólo los rayos del sol sino también los del infierno. Y si se descuida puede quemarse toda su persona.
Zut, la mujer que vigila la cabina telefónica está cerrando la contraventana.
Jinghua intenta ser lo más amable posible y le dice:
– Perdone, queremos hacer una llamada.
El moño de la vieja se mueve con un no categórico.
– Imposible, ya se ha pasado la hora.
– Es urgente.
– Me da igual. Yo también tengo una urgencia. Mi hija está muy enferma. Tiene 40° de fiebre. Acaba de dormirse. Si no paran de llamar ¿Cómo va descansar?
La vieja está a punto de estallar. No se le puede reprochar. Tal vez su hija esté muy enferma y esté preocupada por no encontrar ni medicamentos ni médicos competentes.
Todo el mundo tiene sus penas. Liu Quan ve que sus problemas empeoran.
– ¿Qué hacemos ahora?
– Creo que al otro lado de la calle, hay una administración. Tienen que tener un teléfono. Probemos a ver.
– Vete tú a casa, iré sola.
– No.
Sabe que Liu Quan necesita un apoyo, por muy pequeño que sea.
Jinghua no le ha contado a Liu Quan que si no es por el apoyo de Lao An, hubiesen lanzado una crítica pública contra ella y le hubiesen colocado un sombrero. Algunos comentan que Jinghua tuvo relaciones ilícitas con ese viejo. Esos cotilleos son tan desagradables que parece imposible imaginar que salgan de la boca de intelectuales. Entre tanto, las calumnias como las difundidas sobre Liu Quan, son moneda corriente.
Eso también es un viejo truco. Tan viejo como la salsa en la que se cocina el buey en casa de Yueshengzhai, comerciante de Qianmen, célebre desde hace siglos.
Cuando uno desea destruir a una persona y sobre todo a una mujer, nada más fácil que tirarle el orinal desde la ventana. Es tan eficaz como la publicidad que se puede ver todas las noches en la televisión sobre los relojes Citizen: «De reputación mundial».
Liu Quan no comprende eso, por eso siempre fracasa.
El amor es algo serio. Pero aun así algunos lo profanan. Medio siglo, o mejor dicho varias decenas de siglos, han pasado, pero todavía muchos se han quedado con la lógica de Ah Qiu: el amor, es dormir acompañado. Luxun [19]fue un gran escritor y su personaje Ah Qiu en la novela La verdadera historia de Ah Qiu muestra la corrupción y la triste mentalidad de aquella época.
Jinghua ya ha leído todas las cartas de amor que recibió el viejo An. Están escritas con dulzura y en una mezcla de chino clásico y moderno. Hace tiempo que Jinghua no leía este tipo de prosa, un poco desfasada, propia de los años treinta. Esa mujer no es como dice An, algo accidentalizada, aunque haya escrito algunas palabras en inglés. En cuanto a ser sentimental, Jinghua no ve nada malo en ello ya que no perjudica a nadie, ni al pueblo ni al país. Piensa ayudar al viejo An a casarse, ya que a pesar de sus 60 años, puede enamorarse como cualquier otra persona. Si Jinghua consigue vivir hasta los 80 años y logra encontrar un hombre tan bueno como el viejo An, no dudará en casarse.
Se respira una impresión de devoción por la causa pública sin ningún tipo de indulgencia para los intereses privados.
El bloque de edificios junto a la administración impone su presencia en la oscuridad de la noche.
Ello les da más coraje y como si fuesen mariposas atraídas por la claridad, aceleran el paso hasta llegar a la entrada iluminada del edificio.
Hay un teléfono en la repisa de la ventanilla. No hay nadie y se oye el ruido de una radio, con el condensador aparentemente muy usado, zumbando al estilo de «Zhu Geliang [20]cantando delante de la ciudad del Este», con muchos parásitos.
– ¿Hay alguien? -Liu Quan mira en todas las direcciones. Sólo les contestan los ruidos de la radio.
– No importa, llama.
Liu Quan coge el teléfono.
– ¿Qué ocurre?
Un personaje parecido a un enorme santo budista, sale de la oscuridad del pasillo. Un pecho más voluminoso que el de Jinghua hincha su camiseta y mide al menos un metro de cintura.¡En su último mes de embarazo, Liu Quan no tenía un vientre tan enorme!
– Queremos llamar por teléfono.
Jinghua se ha dado cuenta de que tiene frente a ella a esa clase de individuo al que le gusta fastidiar a los demás.
– ¿Llamar por teléfono? Busquen un teléfono público. Jinghua está segura de que las manos de ese hombre no temblarían al estrangular un gato, un perro, o no importa qué.
– Los teléfonos públicos ya han cerrado y es muy urgente. Muchas gracias.
Liu Quan le sonríe. Tiene una sonrisa encantadora con los dos hoyuelos que se le forman en la comisura de los labios. Desgraciadamente, ella es siempre tan tonta.
– Ni hablar -se puso a gritar como si estuviese despachando a un perro vagabundo en busca de comida.
Liu Quan sigue sonriendo pero se pone colorada. Jinghua ve esa sonrisa menos impresionante. Su amiga le recuerda a esos perros vagabundos que vuelven a pedir comida moviendo la cola en señal de agradecimiento.
– ¡Liu Quan!
– Es muy urgente.
– ¿Qué le ocurre?
– Aunque sea urgente, no puede llamar. Esto es la administración. ¡Imagínese que llamen a nuestros dirigentes y que la línea esté ocupada!
¡Actúa como si el zorro robase la autoridad al tigre! ¿Qué pasaría si fuese ministro?
Esta administración cuenta con un despacho para dirigentes con sus teléfonos privados, rojos y negros. Todo personaje importante tiene su línea asegurada aunque haga mal tiempo.
Este individuo se ha convertido en un instante en un personaje importante cuando en realidad sólo es un ser débil dotado de un cuerpo enorme parecido a una torre de metal.
– Liu Quan, nos vamos. Llamaremos desde la central. Liu Quan no se lo puede creer.
– Tengo que casarme, encontrar a un marido que tenga coche y teléfono en casa. Entonces no sufriré más estas humillaciones.
Los débiles siempre buscan soluciones a sus problemas haciendo suposiciones gratuitas.
Liu Quan está a punto de llorar y no es el momento adecuado.
¡Vamonos!
Jinghua ya se ha subido en la bicicleta.
Hay tres cabinas telefónicas pero las tres están ocupadas. ¿Cuál se librará antes?
«¿Quedan? ¿Cuántos? Bueno pues mañana los vuelves a calentar al vapor… También los podrás freír».
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