Titulo Original: Fang zhou – 方舟
Año: 1983
Traductora: Isabel Alonso
Galera
¿Que es eso?
¡Fuego!
¿Debo atravesarlo?
¡Si!
Tengo miedo.
Es así como te purificas
Galera.
1. Carro grande para transportar personas.
2. Cárcel de mujeres.
3. Embarcación de vela y remo.
¿Otro día nublado? Jinghua siempre se asusta al ver cómo se oscurece el cielo en señal de lluvia. Cuando llueve siente un dolor insoportable en la espalda. El médico ya le ha avisado que en unos años se puede quedar paralítica debido a una artrosis de la región lumbar, al viento y a la humedad del clima. Y luego, ¿qué será de ella? Jinghua no entiende cómo los médicos se empeñan en alargar la vida de las personas. Sería verdaderamente aburrido vivir eternamente. Cuando llegue el momento en que se convierta en un ser inservible, desea morir para no ser una carga para otros. Si la gente entendiera que el sentido de la vida consiste en dar y no en recibir, todo sería más simple.
Jinghua estira sus piernas dormidas después de una noche de sueño. Intenta encontrar el reloj colocado cerca de la cabecera de la cama. ¡Las cinco menos diez! ¡Ah! ¡Menos mal! No es que esté nublado sino que simplemente se ha despertado demasiado pronto. Intenta incorporarse pero su espalda está muy rígida, como si fuese una tabla. Menos mal que todavía tiene fuerza en los brazos y al estirarlos consigue enderezar el resto del cuerpo sin demasiado esfuerzo. No han pasado los años en balde, sobre todo los 10 años del exilio en las zonas fronterizas [1]… Tal vez llegue un día en que deba jubilar a sus piernas y dar ese trabajo a sus brazos tal como lo vio hacer a los inválidos privados de sus dos piernas.
Afortunadamente todavía tiene dos brazos llenos de fuerza; sino, ¿qué sería de ella?… Recuerda unos poemas de Maiakovsky [2]de carácter social que dicen algo así como «vivir dependiendo de quien está y de quien se va». Si las mujeres tuviesen unos brazos potentes como las atletas ya no aparecerían en el cuerpo de la mujer curvas femeninas. Jinghua no sabe qué opinarían los hombres sobre este tema. Algunos se esconderían detrás del delantal de la mujer. A veces le viene a la cabeza la idea de que la humanidad va a volver a la época en que las mujeres llevaban los pantalones. La evolución del universo consiste en un eterno recomienzo y ¿es impensable que la sociedad vuelve al matriarcado?
Jinghua agarra el aparato de rayos infrarrojos que ha dejado sobre la cabecera de la cama. Lo enciende. Crea un tenue halo alrededor de la carcasa de plástico de un amarillo cremoso. Los comerciantes de Shanghai son realmente gente muy lista y hay que ver cómo hacen que sea atractivo un simple aparato médico.
A pesar de que este delicado aparato es uno de los pocos lujos de su existencia no hace sino acrecentar su ansiedad. Cada vez que utiliza ese aparato, algo le recuerda que está enferma y de nuevo evoca unos poemas en los que el poeta Lermontov [3]cuenta cómo en todo momento, tanto de día como de noche, con buen o mal tiempo, siempre se sentía como un viudo, como un huérfano, como una roca solitaria.
Al ver que el aparato empieza a irradiar calor, se lo pone en la espalda y ese calor se propaga hasta la parte anterior del cuerpo. Sea cual sea la estación del año, siempre lo usa y de esa forma desaparece la energía negativa de su cuerpo.
Gracias, Laoan, por encargar a otra persona traer este aparato desde Shanghai. Cuando se lo entregó no supo cómo darle las gracias. Laoan le dijo que no tenía que dárselas, pues ese favor sólo se lo hizo porque no le gusta ver sufrir a la gente, sin más. Jinghua siempre ha pensado que Laoan no es un secretario del partido como los demás. No se parece en nada a lo que normalmente se entiende por secretario del partido. Hasta su nombre evoca una quietud envidiable.
Con las primeras luces del día se adivina la presencia de una orquídea cuya sombra se refleja en la cortina de la habitación. La mayoría de las hojas se han caído y su vida está en juego. Otra flor que se les muere.
Aunque les encantan las flores sus dos amigas y ella no consiguen mantener una planta con vida. Cuando compraron esas flores, eran todas muy bellas, con unas hojas muy gruesas y de un verde luminoso. Al seguir el contorno de las hojas se podían apreciar las gotas que caían. En cada rama se asomaba un capullo. Pero ese encanto no duró mucho, enseguida las hojas empezaron a marchitarse y los capullos a desaparecer. Eso no se debe a la falta de claridad ya que la habitación da al Sur y siempre está presente el sol. Además a Jinghua jamás se le olvida poner en el tiesto mosto de sésamo y regar con una mezcla de azufre hasta que la atmósfera se impregne de oxígeno sulfuroso.
Basta con entrar en el bloque de casas por la parte sur y de echar una ojeada al patio para ver cómo todas las ventanas están adornadas con bellas flores menos la de Jinghua. Se podría comparar el pobre tiesto de Jinghua a una vieja ciega, fea, y de aspecto horrible que se hubiese deslizado entre bellas doncellas.
No me acuerdo quién dijo que la salud de las flores dependía del carácter de su amo y que los que tenían mala suerte no conseguían mantener viva una flor durante mucho tiempo. Tal vez ellas pertenezcan a ese grupo ya que hasta en los días más calurosos de julio reina siempre en su casa un ambiente helado, como si fuese un desván o la morgue.
¿Será porque la habitación es demasiado grande? Jinghua ha hecho lo imposible por llenarla. Libros, un sofá, una mesa, unas sillas. Después ha hecho lo mismo con la de su compañera Liu Quan. Ella misma ha fabricado los muebles. Claro está que no se pueden comparar con los que venden en las tiendas pero aun así no están mal. Juraría que ninguno de sus compañeros de trabajo cree que Jinghua tenga alma de carpintero. En realidad todo ser humano tiene habilidades insospechadas.
Aunque se entregó por dejar bien las habitaciones, un día se cansó y dejó todo sin acabar: ni pintó ni barnizó los muebles. El sofá se quedó sin vestir una tela de cuero sintético o de pana; sigue tirado en un rincón, envuelto en una tela gruesa y basta de color marrón y sobre él yace un trozo de tela amarillenta que compró un día de rebajas.
Todo lo que adorna la habitación es parte de un trabajo hecho a medias y la responsable de todo ello parece ser una persona despreocupada, incapaz de acabar las cosas.
Así es como la mayoría de la gente juzga a esta mujer que ya cumplió los cuarenta.
De repente y sin ningún motivo, Jinghua empieza a reírse.
La gata ha saltado del sillón y maullando se acerca a su cama como diciéndole «¿Qué, ya te has despertado?».
Jinghua le hace una señal con la mano para que salte pero la gata parece tener aún sueño, mueve la cola y vuelve al sillón para seguir durmiendo.
Ella también podría seguir durmiendo ya que todavía es pronto y además es domingo. Pero no le apetece. Es como si hubiese tenido una pesadilla en la que veía lluvia, nieve, tempestad, frío y barro; una pesadilla en la que veía el hijo o la hija al que le prohibió nacer; una pesadilla en la que veía una oficina de correos con una ventanilla con la pintura raspada y billetes de banco manoseados y tirados por el suelo, sellados por el dolor que padeció para poder juntar esa cantidad y poder así ayudar a su padre y a su hermana menor a vivir con dignidad. Todo lo que representaba ese dinero fue arrancado por ese hombre. ¿Qué le dijo exactamente? Ya no lo recuerda con exactitud. Le dijo algo así como: «Para poder ayudar a tu padre y a tu hermanita has abortado, ¡has matado a mi hijo! ¡No sé cómo me he casado contigo, quiero el divorcio!».
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