Tal vez exista un dilema sin solución. Si una desea hacer carrera, debe renunciar a ciertos placeres femeninos y si no puede renunciar a ellos debe olvidarse de la carrera. La señora Thatcher, siendo Primer Ministro de Inglaterra tiene tiempo para preparar pasteles para sus hijos y vestir a la última moda, pero es, en todo caso, una excepción.
Liang Qian ha conseguido hacer carrera pero no ha sabido nunca cómo expresar sus sentimientos más profundos. Tal vez sea porque confunde lo que es el talento con su amor por el trabajo que desempeña. Aunque consiguiera rodar una película nadie la recordaría. Es como una tragedia similar a un amor no correspondido, a amar sin ser amado.
El director de orquesta se lo ha hecho saber.
¡Ah! si pudiera como Sun WuKong [10], el rey de los monos, arrancarse un pelo y soplar para poder cambiar de personalidad en un instante. Se arrancaría un puñado para poder ser compositor, jefe de orquesta, maquinista, actor… para poder entender el papel que debe desempeñar cada uno y así obligar a todos los de su equipo a trabajar como ella siente y no como ellos piensan que deben actuar.
«El cine es el arte del director». Liang Qian está convencida de ello. Si no fuese así el director de orquesta podría tocar cualquier música que le apeteciera, como por ejemplo Karajan [11]o Seiji Ozawa, o El eco de Apolo, dios de la música, que narra en 36 fragmentos La carta a Elisa de Beethoven. ¡Menos mal que Beethoven está muerto porque si la conociese querría volver a su tumba! Y a pesar de ello la retransmisión de El eco de Apolo continúa.
Desde que Liang Qian tomó la decisión de rodar esa película, siempre ha sido una constante lucha y un sinfín de rituales, de mímicas, de suplicios para conseguir una miserable ayuda. Esta clase de trabajo no conviene a las mujeres. Primero se volvió loca para que aprobaran la historia de la película, luego tuvo que buscar los actores y todo el gentío que se necesita para rodar una película. La echaron a patadas de todas partes como si fuese una leprosa. Además la han acusado de servirse del nombre de su padre para encontrar trabajo. Eso no es cierto. No fue su padre el que tuvo que convivir con las pulgas, los mosquitos, las cucarachas, el viento, el sol y el cansancio durante los 10 meses que duró el rodaje de la película. Tampoco fue su padre quien tuvo que soportar todas esas miradas y los sentimientos que reflejaban. Es como si hubiera un hombre de edad avanzada y a punto de morir, que rechaza a todos los médicos eminentes del país y sólo la llama a ella, una simple médico de campo, con poderes para curar. Pero todas estas cosas indignas en realidad no le molestan, ya que sólo vive por el arte del cine y para mejorarlo día a día.
Haga lo que haga, todo el éxito se lo lleva siempre su padre, ya que los méritos van acompañados constantemente con esta frase «hecho por la hija de…». No sabe si algún día la sociedad reconocerá su trabajo sin asociarla siempre con el nombre de su padre.
A Liang Qian le da pena no poder colocar un cartel grande en el que se pueda leer que su padre es su padre, que ella es ella, que Bai Fushan es Bai Fushan, y que a algunos les toca ir al paraíso y a otros al infierno, y que nada se puede cambiar. Cada uno tiene que asumir lo que le viene encima y no se debe meter a todos en un mismo molde. ¿Por qué han suprimido los otros instrumentos y sólo han dejado el sonido del tambor?
Liang Qian se siente prisionera, asfixiada, como si de repente no hubiese más oxígeno en la sala. Le gustaría poder romper con los dientes ese capullo que le envuelve como si fuese un gusano de seda y poder así tomar nuevas riendas para dirigir su trabajo.
Está tan deprimida que se identifica con ese arbusto diminuto que aparece en la pantalla, expuesto a la violencia de los elementos y con un aspecto lamentable.
¡Ya no aguanta más! Echa a correr, cierra la puerta y pega un grito histérico… se desahoga y su voz se pierde en la oscuridad. De repente tiene el sentimiento de ser otra persona.
Ahora reina el mundo del silencio. Se siente mucho mejor, con más confianza. Liang Qian se deja caer en el sofá, cierra los ojos y se echa a llorar. Llora por ser vieja, por no haber sabido aprovechar su juventud, por su falta de temperamento…
¿Quién se atreve a tocarle el pie? Liang Qian está muy enfadada y abre los ojos para ver quién es ese atrevido. Ve el rostro de Bai Fushan, sonriente, relajado. Bai Fushan se ha sentado a su lado.
Tendrá un buen motivo para venir a verla. Seguro que se ha metido en un buen lío. De lo contrario, pueden pasar seis meses, un año, sin encontrarse. Si a Liang Qian le pillase un coche o se quedase encerrada en la caverna de Alí Baba y los cuarenta ladrones, Bai Fushan no se molestaría por tener noticias suyas.
Liang Qian se levanta, pone orden en su ropa y se sienta en otro sillón por si alguien aparece y los ve juntos. En vez de marido y mujer, parecen dos extraños.
Hace por lo menos seis meses que no se han visto. Liang Qian lo mira en silencio. Los hombres no envejecen, siempre mantienen esa actitud de play-boy. Si no fuese por esas bolsas debajo de los ojos, se le echaría unos treinta años. Esas bolsas en realidad no son el resultado del paso de los años sino del consumo exagerado de tabaco y alcohol.
¿Con estas pintas todavía puede tocar el violín?
Qué más da que toque bien o mal. Ese tipo de preguntas no se las tendría que hacer, aunque son reflexiones propias de mujeres.
Debe de ser supersticiosa. Cree que para poder tocar un instrumento musical, para pintar o escribir es necesario tener un espíritu artístico. Sin inspiración ocurre como en esas leyendas en las que las tumbas ancestrales pierden sus propiedades geománticas. En este caso más valdría destruir los arcos, los pinceles o las plumas. No habría razón para trabajar.
En realidad no se sabe quién ha sufrido más con este matrimonio, si él o ella. Si Bai Fushan, en vez de casarse con ella lo hubiese hecho con una chica como las que venden tortas de maíz por la calle, tal vez no hubiese perdido tan rápido el espíritu artístico.
Liang Qian le quiso e hizo lo imposible para que ese amor fuese recíproco. Cuando se casaron, durante un tiempo estuvo cuidando su apariencia externa para conquistar el corazón de Bai Fushan. Luego sus vestidos bonitos se quedaron, y siguen aún, en un baúl como si nunca se los hubiese puesto. ¡Qué pena! Sin embargo no desea regalarlos por si transmiten mala suerte. Al poco tiempo de estrenar esos vestidos Bai Fushan y ella comenzaron a conocerse demasiado bien.
¿Sabes como ganarte el cariño de un hombre?
No.
¿Sabes apreciar la música de Debussy? [12]
No.
¿Sabes cuál es la vanidad del hombre?
No, no lo sé.
¿Te apetece escalar el monte Huangshan [13]y mirar las nubes del pico Shixin?
No, no tengo ganas.
Se tendrían que haber hecho esas preguntas antes de casarse. Pero los sentimientos de amor vinieron y se fueron con la misma rapidez, como una lluvia de verano. Se casó con sólo 18 o 19 años, y el amor fue semejante a una pequeña nube que trae poca agua.
¡Es mejor que nos divorciemos!
«¿Divorciarnos? ¿Para qué? Nosotros no podemos hacer eso. Pero soy un hombre con la mente muy abierta y propongo que arreglemos este asunto con diplomacia. Cada uno vive su propia vida sin preocuparse por lo que hace el otro y así quedamos bien ante la sociedad. ¿Qué te parece?».
Liang Qian no supo qué contestar a esta propuesta hipócrita. Se quedó atónita.
En cuanto a él no se inmutó, le hizo esa propuesta con el mismo tono que si hubiese estado vendiendo peces vivos en un mercado libre. Liang Qian sabía que Bai Fushan iba salir airoso de este contrato ya que es un genio en el arte del regateo.
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