– Bebamos primero una limonada, ¿De acuerdo?
Liu Quan no pensaba encontrarse con Bai Fushan en ese bar. Le acompañaba una mujer más bien fea, con un gran escote y mangas cortas. Le dan ganas de estornudar a pesar del calor que hace.
Liu Quan no sabe si salirse confundida, o entrar como si no pasase nada. Liang Qian la empuja por detrás diciéndole: «Pasa, ¿por qué te quedas ahí plantada, nunca habías visto algo parecido? Al pasar por delante de Bai Fushan, le habla como si fuese un conocido, lejano conocido, ignorando a la chica: «¿Has salido a tomar el aire?».
La joven, la mira de pies a cabeza, como a un rival, y, después de un estudio meticuloso, gira la cabeza con el aire de superioridad y de compasión que tienen las jóvenes con las que ya no lo son. Pero aunque parece segura en su mente una tempestad se estará avecinando.
¡Pobre gorrión!
Bai Fushan quiere presumir de generoso: «¡Yo pago!».
Liang Qian le señala con el dedo y le aparta como si temiese ensuciarse diciendo: «No, gracias, no hace falta». Se dirige con paso firme hacia otra mesa.
Le entra la risa. A ese tío le falta clase. ¿Por qué no se atrevió a invitarlas a su mesa? A Liang Qian no le hubiese molestado. Sus modales no tienen nada que envidiar a los de los políticos.
«Dos refrescos y dos batidos de chocolate». Mientras la camarera prepara la nota, Liang Qian mira a Bai Fushan. Está hablando con esa tía. Le estará contando quiénes son ya que de repente pone mala cara.
¡Bah! Cada uno protege su huerta.
Liang Qian aspira enérgicamente su bebida a través de una paia. De una sola aspiración se ha bebido la mitad de la botella. «Se van». Vigila la entrada del bar.
Liu Quan se da la vuelta justo cuando Bai Fushan mira hacia ellas. Hace una señal con la mano; Liang Qian le contesta con un movimiento de cabeza. Ciertamente es la chica quien ha querido salir; este encuentro le habrá sentado mal.
Liang Qian se queda pensativa. Pone el dedo en el vaho que ha dejado la botella y escribe algo sobre la mesa, una serie de letras latinas, tan incomprensibles como una adivinanza. También tiene motivos para estar triste, pero esa tristeza está en lo más profundo de su alma, un poco como esa adivinanza. Puede dejar estallar su enfado o saltar de alegría, pero sus tristezas nunca las comparte ni tan siquiera con sus dos amigas. Piensa que puede ser contagioso y quebrantar la voluntad de los demás.
Su vida entera ha sido un eterno fracaso, pero aun así confía en la vida en general. Su generación, la de los años cincuenta y sesenta, no posee ni el optimismo ciego de las generaciones anteriores, ni el pesimismo igual de ciego de las generaciones más jóvenes. Su generación es la más lúcida, la que mejor puede enfrentarse a la realidad y mantener los pies en tierra para poder actuar.
Liang Qian tiene su propio método para luchar contra su tristeza: tomar conciencia del valor de su propia existencia, ser útil a la humanidad, a la sociedad, a los amigos.
– ¿Qué piensas hacer?
– ¿Qué?
Liu Quan cree que la pregunta de Liang Qian no tiene ni pies ni cabeza. Con ella, nunca hay un período de cambio, como en una película mal hecha. Un día, Liana Qian las invitó a una proyección privada para ver una película extranjera, pero el encargado había puesto la película al revés y todos los personajes, coches y aviones salían en marcha atrás y el público se moría de risa. Si el público hubiese reflexionado un poco, no se hubiese reído tanto. ¿Quién puede asegurar que en la vida no ha pasado un solo momento donde el montaje fue mal realizado?
– ¿Qué piensas hacer con tu trabajo?
¡Oh! Liang Qian ya se ha olvidado de Bai Fushan y de su amiguita. Si uno compara a esas mujeres con las de la antigua sociedad, verá que no tienen nada en común en cuanto a preocupaciones y trabajo.
– Creo que lo mejor es que vuelva a mi antiguo puesto. Liu Quan es incapaz de evaluar lo que tendrá que pagar sobre los planos del amor propio, de la voluntad y de la decisión. Sea cual sea su decisión, tendrá que luchar y por eso prefiere rendirse.
– ¡Estúpida, ese hijo de… ¿te va engañar? No lo puedo permitir. -Ella preferiría morir antes de darse por vencida y no le gusta que los demás lo hagan.
– Hablé de ello con el viejo Dong, el jefe de servicio. Se enfadó y me dijo: «¿No tienes orgullo? ¿Deseas ir al Ministerio de Asuntos Exteriores? No vale la pena humillarse delante de ellos. ¡Vuelve en cuanto puedas! Ya me encargaré yo mismo del asunto». ¡Tal vez así haya menos revuelo!
– No estoy de acuerdo contigo. Uno debe saber defenderse en esta vida.
Liang Qian mira a través de la botella de refresco que tiene en la mano: todo lo que las rodea parece sumergido en ese líquido. Tendrá que hablar de ello con el cameraman. Se podría utilizar este método para traducir ciertas modificaciones mentales en los personajes, al estilo Kafka. Sigue hablando:
– Muchas veces nos hemos preguntado si son los malos o los buenos los que más abundan y al final nos hemos puesto de acuerdo en que son los buenos. Sin embargo, la vida sigue siendo muy difícil. Los malos, aunque menos numerosos, despliegan mucha energía y siempre están a la ofensiva, mientras los buenos siguen a la defensiva. Por eso los malos parecen superiores en número. De ahí viene el proverbio: «Una sola rata puede fastidiar todo el guiso». Espero cambiar pronto de estrategia. Debemos pasar al ataque para romper los riñones a los malos y dejarlos fuera de combate. ¡Malditos sean!
Los ojos de Liang Qian se hacen cada vez más grandes y las venas de su cuello se hinchan. Su piel ha perdido todo esplendor, como una manzana vieja, con la piel toda arrugada. Liu Quan lo siente por su amiga; cree que le exige demasiado.
– ¡Dejémoslo!
Pero una no va ser siempre la víctima.
– ¡Ni hablar! -Liang Qian retira el cigarrillo de sus labios y lo golpea con la mesa sin soltarlo-. Sabes, dicen que un día a la hora del almuerzo te fuiste por ahí con un invitado extranjero.
Se calla para ver cómo reacciona Liu Quan.
Liu Quan se ha quedado pasmada. Mueve inconscientemente las manos delante de ella como para apartar una roca deforme que está a punto de aplastarla. Deja caer las botellas al suelo. El ruido hace que acuda de inmediato la camarera.
– Es un buen método, -dice Liang Qian-. Normalmente uno debe llamar cien veces y aun así no te atienden. Ahora para que vengan, tiraré una botella. ¡Veinte céntimos! Es más barato que esperar media hora.
La broma es un poco forzada pero sólo es para disminuir la tensión de Liu Quan.
– ¿Cómo que no sabían donde estaba? La señora Brown propuso ir a Wangfujing para comer algo y el señor Link también quiso venir. Avisé al jefe del grupo y no tardamos más de una hora…
Liang Qian empieza a calcular: para ir del hotel de Pekín a cualquier pequeño restaurante de Wangfujing, andando de prisa, hacen falta al menos treinta minutos para ir y volver. Entonces quedan treinta minutos…
– ¡Puff! -se ríe y dice-: ¡Treinta minutos es poco para tener tiempo de bajarse los pantalones! ¡Hijos de…! -Pero la inocencia y la dulzura de Liu Quan le sacan de quicio. ¿Por qué se justifica de esa forma? ¿Ha perdido el coraje? Hay gente que cuantas más explicaciones des, menos te creen. Con esa gente hay que tener mucho cuidado. En cuanto tienes razón no hay que dejarles pensar. No necesitas justificarte ante mí. Basta con que no hayas hecho nada malo. ¡No debes huir! Si huyes, no te dejarán en paz. Dirán calumnias sobre ti que te perseguirán vayas donde vayas. Alguien está tirando de las cuerdas. Debes aclarar este asunto. Cuanto más ruido hagas, mejor. Al final terminarás encontrando una solución para tu trabajo. Yo me ocuparé de buscar algún pez gordo que te ayude. No debes permitir a Xie Kunsheng que se ría así de ti. La discusión que he tenido con él dará sus frutos. Al menos sabemos por donde van los tiros. Creo que el director Zhu Zhenxiang es una buena persona. Me dijo: «Este asunto es fácil de arreglar». Pero seguro que Xie Kunsheng todavía no ha dicho su última palabra. Debes hablar con Zhu Zhenxiang; pienso que te puede ayudar pero debes explicarle lo que rea mente deseas.
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