C. Sansom - Invierno en Madrid

Здесь есть возможность читать онлайн «C. Sansom - Invierno en Madrid» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Invierno en Madrid»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

Invierno en Madrid — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Invierno en Madrid», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Y eso?

Ella apartó la mirada.

– La verdad es que no lo sé. ¿Es usted admirador de Hemingway?

– En realidad, no. ¿Usted lee mucho?

– Pues sí, dispongo de mucho tiempo por las noches. A mí tampoco me gusta Hemingway. Creo que le encanta la guerra, y yo la aborrezco. -Levantó la vista, preguntándose si habría sido demasiado vehemente; pero él se limitó a ofrecerle un cigarrillo, mirándola con una alentadora sonrisa en los labios.

– Han sido un par de años muy malos para alguien que trabaja en la Cruz Roja. Primero Abisinia, y ahora, esto.

– La guerra no acabará hasta que el fascismo sea derrotado.

– ¿Hasta que Madrid se convierta en su tumba?

– Sí.

– Y habrá otras muchas tumbas.

– No podemos huir de la historia -dijo Bernie, citando una frase.

– ¿Es usted comunista? -le preguntó Barbara de repente.

Bernie sonrió y levantó su copa.

– Sección Central de Londres. -Sus ojos brillaron con un destello de picardía-. ¿Se sorprende?

Ella se echó a reír.

– ¿Después de dos meses aquí? ¡Ya estoy curada de espantos!

Dos días más tarde, fueron a dar una vuelta por el Retiro. Habían colocado una pancarta sobre la verja principal. ¡NO PASARÁN!, rezaba. Los combates eran cada vez más encarnizados, y las tropas de Franco habían penetrado por la zona universitaria, al norte de la ciudad, pero las habían repelido. Los rusos enviaban más armamento. Barbara había visto una hilera de tanques bajando por la Gran Vía y levantando los adoquines de la calzada en medio de los vítores de la multitud. Al caer el sol las calles permanecían a oscuras para protegerlas de los bombardeos nocturnos, pero se podían ver los incesantes fogonazos blancos de artillería desde la Casa de Campo, en medio de retumbos y rugidos semejantes a los truenos de una tormenta interminable.

– Siempre he aborrecido la idea de la guerra, ya desde pequeña -le dijo Barbara a Bernie-. Perdí a un tío mío en el Somme.

– Mi padre también estuvo allí. Nunca ha sido el mismo desde entonces.

– De pequeña solía ver a personas que habían pasado por todo aquello, ¿sabe? Su comportamiento parecía normal, pero se las veía marcadas.

Bernie ladeó la cabeza.

– Ésa es una manera de pensar muy sombría para una niña pequeña.

– Pues yo siempre lo pensaba. -Barbara se echó a reír como si quisiera disculparse-. Me pasaba muchas horas sola.

– ¿Es hija única como yo?

– No, tengo una hermana cuatro años mayor que yo. Está casada y lleva una vida muy tranquila en Birmingham.

– Todavía se le nota un poco el acento.

– Oh, no, no me lo diga.

– Es bonito -dijo Bernie, imitando su tono-. Mis padres son unos londinenses de clase obrera. Es muy duro ser hijo único. Depositaron muchas esperanzas en mí, sobre todo cuando me dieron la beca para ir a estudiar a Rookwood.

– De mí nadie esperó nunca nada.

Bernie la miró con curiosidad y, de repente, hizo una mueca y se sujetó el brazo herido con el otro.

– ¿Le duele?

– Un poco. ¿Le importa que nos sentemos?

Ella lo ayudó a acomodarse en un banco. A través del tejido áspero de su gabán, su cuerpo se notaba duro y firme, y Barbara se sintió inmediatamente atraída por él.

Encendieron sendos cigarrillos. Estaban sentados delante del estanque, y el agua que brillaba a la luz de la luna constituía un reclamo para los bombarderos. Un leve olor a podrido se elevaba desde el barro que había al fondo. Un árbol había sido talado allí cerca y unos hombres lo estaban cortando a hachazos; hacía frío y escaseaba el combustible. Al otro lado del estanque, seguía en pie la estatua de Alfonso XII con su enorme columnata de mármol; muy cerca de allí, la boca de un gigantesco cañón antiaéreo representaba un extraño contraste.

– Si aborrece la guerra -dijo Bernie, reanudando la conversación-, seguro que es antifascista.

– Odio todas esas tonterías nacionalistas acerca de la raza superior. El comunismo también es algo demencial… La gente no quiere tenerlo todo en común con los demás, no es natural. Mi padre es propietario de una tienda. Pero ni es rico ni explota a nadie.

– Mi padre también regenta una tienda, pero no es el propietario. He ahí la diferencia. El partido no está en contra de los tenderos ni de otros pequeños comerciantes, reconocemos que la transición al comunismo va a ser muy larga. Por eso pusimos fin a lo que los ultrarrevolucionarios hacían aquí. A lo que somos contrarios nosotros es al gran capital, a los que apoyan el fascismo. Gente como Juan March.

– ¿Y ése quién es?

– El máximo financiador de Franco. Un hombre de negocios sin escrúpulos natural de Mallorca que ganó millones con el sudor de la frente de los demás. Corrupto hasta la médula.

Barbara apagó el cigarrillo.

– No se puede decir que todo lo malo corresponde a un bando en esta guerra. ¿Qué me dice de todas las personas que desaparecieron, que fueron detenidas de noche por las fuerzas de seguridad y a las que jamás se volvió a ver? Y no me niegue que eso esté pasando. Nosotros atendemos constantemente a mujeres angustiadas que se presentan en nuestras oficinas diciendo que sus maridos han desaparecido. Nadie les informa de dónde están.

– Los inocentes quedan atrapados en la guerra -repuso Bernie con serenidad.

– Precisamente. Miles y miles de ellos. -Bárbara volvió la cabeza. No quería discutir con él, por nada del mundo lo hubiera querido. Notó una cálida mano sobre la suya.

– No discutamos -pidió Bernie.

El contacto fue como una descarga eléctrica, pero Barbara apartó la mano y se la metió en el bolsillo. No lo esperaba; creía que él la había invitado a salir por segunda vez porque se sentía solo y no conocía a ningún otro inglés. «A lo mejor, necesita una mujer, una inglesa -pensó-; de lo contrario, ¿por qué me habría mirado?» Notó que se le aceleraba el pulso.

– ¿Barbara? -Bernie se inclinó hacia delante, tratando de que sus miradas se cruzasen. Inesperadamente, hizo una mueca, bizqueó y sacó la lengua. Ella rió y lo apartó-. No quería disgustarla -añadió-. Perdone.

– No… es que… No me coja la mano. Seré su amiga, pero no haga eso.

– De acuerdo. Disculpe.

– Sería mejor que no habláramos de política. Cree que soy una estúpida, ¿verdad?

Bernie negó con la cabeza.

– No. Ésta es la primera conversación decente que mantengo con una chica desde hace siglos.

– No conseguirá convertirme, ¿sabe?

Bernie la miró con expresión desafiante.

– Deme tiempo -dijo.

Al cabo de un rato, se levantaron y continuaron andando. Bernie le habló de la familia en cuya casa se hospedaba, los Mera.

– Pedro, el padre, es capataz de una obra. Gana diez pesetas al día. Tienen tres hijos y viven en un apartamento de dos habitaciones. Pero la acogida que nos dispensaron a mi amigo Harry y a mí cuando estuvimos aquí en el treinta y uno fue algo nunca visto. Inés, la esposa de Pedro, me cuidó cuando salí del hospital; no quiso ni oír hablar de que me fuera a otro sitio. Es indomable, una de esas mujeres españolas menudas que son puro fuego. -Bernie clavó sus grandes ojos en Barbara y añadió con una sonrisa-: Podría presentárselos, si quiere. Les encantaría conocerla.

– ¿Sabe que nunca he tratado con una familia española corriente? -Barbara suspiró-. A veces, si la gente me mira por la calle, creo que hay algo que no les gusta. No sé el qué. Quizá me esté volviendo un poco paranoica.

– Va usted demasiado bien vestida.

Ella se miró el viejo abrigo con incredulidad.

– ¿Yo?

– Sí. Es un buen abrigo y además lleva un broche.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Invierno en Madrid»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Invierno en Madrid» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Invierno en Madrid»

Обсуждение, отзывы о книге «Invierno en Madrid» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x