– Nos están preparando para formar parte de la clase dominante -le dijo una tarde a Harry. Hacía un tiempo desapacible y todos se encontraban en el estudio de Harry. Harry y Bernie estaban sentados a la mesa, mientras Sandy leía junto al fuego-. Para gobernar aquí a los obreros y a los nativos en las colonias.
– Alguien tiene que gobernar -señaló Harry-. Yo tenía pensado presentar una instancia a la Oficina Colonial cuando saliera de aquí. Puede que mi primo me eche una mano.
– ¡Pero qué dices!
Bernie soltó una carcajada amarga.
– Ser inspector de un distrito es un trabajo tremendamente duro. Mi tío tiene un amigo que estuvo muchos años en Uganda, el único blanco en muchos kilómetros a la redonda. Regresó con malaria. Allí algunos se dejan la vida.
– Y otros se forran -replicó desdeñosamente Bernie-. Tendrías que escucharte, Harry. «Puede que mi primo me eche una mano.» «El amigo de mi tío.» Ninguna de las personas de mi entorno tiene primos o tíos que puedan echarle una mano para que acaben gobernando África.
– Y los socialistas saben llevar mejor las cosas, ¿verdad? Gente como esos idiotas de MacDonald y Snowden.
– Ésos son unos traidores. Son débiles. Necesitamos un tipo de socialismo más fuerte, como el que tienen en Rusia.
Sandy levantó la vista y soltó una carcajada.
– ¿Tú crees que en Rusia están mejor que aquí? Probablemente estén igual, o peor.
Harry frunció el entrecejo.
– ¿Cómo va a ser Rookwood igual que Rusia?
Sandy se encogió de hombros.
– Es un sistema basado en tremendas mentiras. Dicen que te están educando, pero lo que en realidad hacen es inculcarte una serie de cosas que quieren que asimiles, como hacen los rusos con toda su propaganda. Nos dicen cuándo tenemos que irnos a la cama, cuándo levantarnos, cómo hablar y cómo pensar. A las personas como tú, todo eso les da igual; pero Piper y yo somos distintos. -Miró a Bernie con perversa ironía.
– Dices muchas tonterías, Forsyth -contestó Bernie-. Crees que salir a escondidas de noche para ir a tomarte unas copas con Piers Knight y sus compinches te hace distinto. Yo quiero libertad para mi clase. Y nuestra hora está a punto de llegar.
– Y supongo que yo iré directo a la guillotina.
– Puede que sí.
Sandy se había juntado con un grupo de alumnos de cuarto y quinto que se reunían para beber en un local de la ciudad y, según decían ellos, para ligar con chicas.
Bernie decía que eran todos unos vagos y Harry se mostraba de acuerdo, aunque, después de los intentos de Taylor de reclutarlo como espía, empezaba a ver las cosas un poco desde la perspectiva de Sandy, la oveja negra, el chico al que había que vigilar; no era una situación precisamente envidiable. Sandy trabajaba lo menos posible; su actitud ante los profesores y ante sus deberes escolares era de mal disimulado desprecio.
Aquel semestre Harry adquirió la costumbre de dar largos paseos en solitario. El hecho de recorrer varios kilómetros por los bosques de Sussex le despejaba la mente. Una húmeda tarde de noviembre dobló un recodo y vio a Sandy Forsyth en cuclillas en el sendero examinando una piedra redonda que sostenía en las manos. Sandy alzó la vista.
– Hola, Brett -dijo.
– ¿Qué estás haciendo? Tienes la chaqueta manchada de tiza.
– No importa. Fíjate en esto. -Sandy se incorporó y le pasó la piedra a Harry. A primera vista, parecía un trozo de pedernal; pero después Harry observó que estaba cubierta de círculos concéntricos que formaban una espiral.
Sandy esbozó una sonrisa, pero no era cínica como de costumbre, sino de felicidad.
– Es un amonites. Una criatura fosilizada. Antes todo eso era un mar lleno de bichos como éste, nadando por ahí. Cuando murió, se hundió en el fondo y, con el paso de muchos años, se convirtió en una roca. No te puedes imaginar cuántos. Millones.
– No sabía que los fósiles fueran así. Pensaba que eran muy grandes, como los dinosaurios.
– Bueno, también había dinosaurios. Los primeros fósiles de dinosaurio los encontró cerca de aquí, hace cien años, un hombre llamado Mantell. -Sandy sonrió con ironía-. El hombre no estaba muy bien visto en ciertos ambientes. Los fósiles eran un desafío a la idea de la Iglesia, según la cual la tierra sólo tenía unos cuantos miles de años de antigüedad. Mi padre sigue pensando que fue Dios quien puso directamente los fósiles para poner a prueba la fe de los hombres. Es un anglicano de lo más tradicional.
Harry jamás había visto a Forsyth en semejante estado. Su rostro aparecía iluminado por un emocionado interés, tenía el uniforme manchado de tiza y el espeso cabello negro, por regla general cepillada pulcramente, se le había puesto de punta y formaba unos pequeños penachos.
– Suelo venir aquí a la caza de fósiles. Éste es uno de los buenos. No se lo digo a nadie… pensarían que soy un empollón.
Harry estudió la piedra, limpiando con los dedos el barro acumulado en las espiras del caparazón.
– Es impresionante. -Le parecía precioso, pero en Rookwood no se utilizaban semejantes términos.
– Ven conmigo alguna vez, si te apetece -dijo Sandy con cierto recelo-. Me estoy haciendo una colección. Tengo una piedra con una mosca dentro, debe de rondar los trescientos millones de años. Los insectos y las arañas son tan antiguos como los dinosaurios, mucho más antiguos que nosotros. -Hizo una pausa y se ruborizó ligeramente ante semejante exhibición de entusiasmo.
– ¿De veras?
– Pues sí. -Sandy dirigió la mirada más allá de las lomas onduladas-. Seguirán aquí cuando nosotros hayamos desaparecido.
– A Taylor le dan miedo las arañas.
Sandy se echó a reír.
– ¿Cómo dices?
– Lo descubrí una vez. -Harry se ruborizó. No debería haberlo dicho.
– Viejo imbécil. Pues yo iré a buscar fósiles cuando me largue de este sitio de mala muerte, haré expediciones a lugares como Mongolia. Quiero vivir aventuras lejos de aquí -añadió, sonriendo.
Y, de esta manera, ambos se hicieron más o menos amigos. Salían a dar largos paseos en busca de fósiles y Harry adquiría conocimientos acerca de la vida que pulsaba y se mecía en los antiguos mares que inundaban los lugares donde ellos se encontraban ahora. Sandy sabía un montón de cosas. Una vez encontró el diente de un dinosaurio, un iguanodonte, enterrado en la falda de una cantera.
– Hay muy pocos -dijo con entusiasmo-. Y valen mucho dinero. Lo entregaré al Museo de Historia Natural cuando lleguen las vacaciones.
El dinero era muy importante para Sandy. Su padre le daba unas generosas asignaciones, pero él quería más.
– Eso significa que puedes hacer lo que quieras con tu vida -decía-. Cuando sea mayor, ganaré un dineral.
– ¿Buscando huesos de dinosaurio? -preguntó Harry.
Exploraban una de las viejas herrerías que salpicaban los alrededores del bosque.
Sandy estudió el horizonte y los desnudos árboles marrones. Era un día de principios de invierno, frío y desapacible.
– Primero acumularé una fortuna.
– Me parece que yo no pienso mucho en el dinero.
– Piper diría que eso es porque te sobra. Aquí todos tenemos dinero. Pero es de nuestras familias. Yo me lo quiero ganar por mi propia cuenta.
– A mí el dinero me lo dejó mi padre. Ojalá lo hubiera conocido, pero lo mataron en la guerra.
Sandy volvió a mirar el horizonte.
– Mi padre fue capellán en el frente occidental. Decía a todos aquellos soldados que Dios estaba con ellos antes de que salieran de las trincheras. Mi hermano Peter sigue sus pasos, ahora está estudiando en el colegio de Teología y después se incorporará al ejército. Fue delegado de los alumnos en Braildon, delegado de Deportes y Premio Extraordinario de Griego y todo eso. -El rostro de Sandy se ensombreció-. Pero es un imbécil, tan imbécil con su religión como Piper con su socialismo. Todo eso son tonterías. -Se volvió para mirar a Harry con los ojos iluminados por un extraño y ardiente fulgor-. Mi madre se largó cuando yo tenía diez años, ¿sabes? No hablan mucho de eso, pero yo creo que fue porque no podía seguir aguantando todas estas bobadas. Solía decir que quería un poco de diversión en la vida. Recuerdo que me compadecí de ella, porque sabía que la pobre jamás la tuvo.
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